A principios de 2003, Glenn Carle, interrogador de la CIA, llegó a unas instalaciones de detención secreta en el extranjero para cuestionar a un sospechoso de Al-Qaeda recién capturado. La cárcel, cuya ubicación sigue clasificada, era fría y oscura —tan oscura que Carle no podía ver sus propias manos— y el lugar resonaba con música a todo volumen. En el interior de la celda, un hombre temblaba de frío bajo una delgada sábana; Carle lo llamó, y el individuo levantó la mirada lentamente, agotado y confuso. Al interrogarlo, el prisionero sólo pudo dar respuestas vagas e incoherentes. “Era una ruina”, recuerda Carle.
La deteriorada condición mental del hombre era producto de un programa de tortura sistemático que la CIA aplicó a todos los sospechosos de terrorismo a partir del 11/9. Desnudez, temperaturas extremas, privación sensorial y de sueño, manipulación dietética, submarino (waterboarding) y otras “técnicas de interrogatorio mejoradas” pretendían romper la resistencia de los detenidos. Se pensaba que el estrés y la desorientación que provocaban dichos métodos los forzaría a cooperar y revelar cualquier información valiosa que estuvieran ocultando. Pero, según Carle, esa teoría estaba equivocada. “La información obtenida bajo coerción es sospechosa, está contaminada desde el principio, y es más difícil de verificar”, afirma.
Sus opiniones han sido validadas por el Comité Selecto del Senado sobre Inteligencia, el cual concluyó, en el resumen ejecutivo de su estudio de 6000 páginas sobre el programa de la CIA, publicado en diciembre de 2014, que los brutales métodos de la agencia no producían inteligencia alguna que no pudiera obtenerse con tácticas más suaves. No obstante, la CIA ha disputado los hallazgos del Senado, y el candidato presidencial republicano, Donald Trump, ha prometido reinstituir la tortura si resulta electo. Trump ha sido particularmente estridente en su apoyo a los interrogatorios brutales, instando a que Salah Abdeslam, aprehendido como sospechoso de los ataques de noviembre de 2015 en París, sea sometido a la técnica de submarino.
Entre tanto, empiezan a surgir evidencias científicas convincentes de que, en el mejor de los casos, la tortura y la coerción son medios ineficaces para obtener inteligencia. Y en el peor de los casos, la tortura puede producir información falsa, pues daña las áreas cerebrales asociadas con la memoria. Eso afirma Shane O’Mara, profesor de investigación cerebral experimental en Trinity College Dublín, en el libro de reciente publicación, Why Torture Doesn’t Work: The Neuroscience of Interrogation. O’Mara reúne una cantidad enorme de literatura científica para demostrar su aseveración. En un experimento importante de 2006, el psiquiatra Charles Morgan y sus colegas sometieron un grupo de soldados especiales a las condiciones de los prisioneros de guerra (incluyendo privación de alimento y sueño y temperaturas extremas).
Esos soldados estaban altamente entrenados y en óptimas condiciones físicas, y a diferencia de la mayoría de los detenidos, estaban motivados a cooperar. No obstante, incluso ellos mostraron un deterioro marcado de la memoria a resultas de las condiciones estresantes. Según Carle, las técnicas de interrogatorio mejoradas tienen efectos parecidos. “Es evidente que la privación de sueño y las temperaturas extremas desorientan al detenido; fueron diseñadas para eso —dice—. Cuando uno está desorientado, la memoria se ve disminuida, por definición. Es escandaloso que alguien sea lo bastante estúpido para argumentar lo contrario”.
El submarino era la técnica de interrogatorio más infausta de la CIA. En este procedimiento, el prisionero es sujetado a una tabla, con la cara cubierta con un trapo. Vierten agua poco a poco en la tela hasta llenar la boca y la cavidad nasal del prisionero, impidiéndole respirar. Mientras se asfixia, es presa del pánico y el terror, y eso se supone que lo hace “hablar” y decir la verdad, para que lo dejen respirar.
Igual que otras medidas mejoradas, el submarino no puede probarse en un laboratorio por consideraciones éticas, pero hay abundante literatura científica relevante al respecto. Como señala O’Mara en su libro, diversos estudios sobre el “reflejo de inmersión” (un conjunto de respuestas fisiológicas que se desencadenan cuando los mamíferos, incluido el hombre, son sumergidos en el agua) han demostrado que, justamente, la inmersión en agua fría desplaza la actividad cerebral de las áreas de la memoria a las que “intervienen principalmente en la supervivencia”, como el tallo cerebral y la amígdala, que regulan el temor, el dolor y el estrés. Al obstruir la vía aérea, el submarino priva de aire al individuo, y hay una “enorme literatura” que demuestra que la falta de oxígeno (hipoxia) daña la cognición, dice O’Mara a Newsweek, y resalta un estudio reciente, el cual halló que la hipoxia “disminuye gravemente” la capacidad cognitiva de una persona. Además, el submarino causa la acumulación de dióxido de carbono en el cuerpo (hipercapnia), lo cual desata sensaciones de temor y pánico. En estas circunstancias, las capacidades de pensar y de recordar información están “reducidas marcadamente”, asegura.
Pese a la abundancia de evidencias relevantes sobre la tortura, O’Mara es el primer estudioso del cerebro que escribe un libro sobre el tema. “El silencio me ha sorprendido mucho, sinceramente”, comenta. O’Mara y sus colegas de Trinity College Dublín están por terminar un proyecto de investigación que analiza los efectos en la memoria de la inmersión en agua y contener la respiración. En él, solicitan a los participantes que se acuesten con una tela mojada en la cara y contengan la respiración mientras monitorean su fisiología; después, piden que recuerden fragmentos de información aprendida previamente. El estudio se encuentra en la tercera ronda de experimentos y todavía debe someterse a revisión paritaria, pero hasta ahora, los resultados parecen indicar que el proceso afecta la memoria.
De hecho, la escuela Supervivencia, Evasión, Resistencia y Escape de la Armada de Estados Unidos solía someter a los soldados a la técnica de submarino como parte de su entrenamiento de resistencia (dejó de hacerlo en 2007), y el exinstructor Malcolm Nance dice que el procedimiento no permite obtener información confiable. Lo que hace, en cambio, es generar confesiones falsas. “El cautivo dirá absolutamente lo que sea y aceptará cualquier cosa para acabar con la tortura”, asegura Nance. Agrega que la mayoría de los sometidos al submarino confiesa, y que su angustia es tan intensa que ni siquiera recuerdan haber confesado. En un documental reciente de la BBC, en el cual Nance fue consultor, un voluntario se sometió al submarino y confesó “haber nacido como un conejito”. Después, el individuo no recordó haber hecho semejante declaración.
LUCES BRILLANTES, GRAN DAÑO CEREBRAL: Un prisionero de guerra es interrogado el 19 de julio de 2003, en un centro de detención de Balad, Irak, donde los sospechosos son privados de sueño usando luces deslumbrantes y música heavy metal a todo volumen. Foto: Rita Leistner/Redux
La privación de sueño tampoco ayuda a quienes pretenden obtener inteligencia. Un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, a principios de este año, analizó los efectos de la privación de sueño en las confesiones falsas. Se pidió a más de 80 estudiantes voluntarios que realizaran tareas en computadora. De antemano, se les dijo que si presionaban la tecla “Escape” dañarían datos esenciales. Después de completar las tareas, dividieron a los voluntarios en dos grupos: uno pudo dormir toda la noche; el otro tuvo que permanecer despierto. Al día siguiente, se pidió a los estudiantes de ambos grupos que firmaran una declaración confesando si habían presionado la tecla “Escape” durante las tareas. Los participantes privados de sueño tuvieron 4.5 veces más probabilidades de firmar la confesión falsa.
“Es un incremento drástico”, dice Elizabeth Loftus, profesora de ciencias cognitivas y leyes en la Universidad de California, Irvine, y una de las autoras del estudio. “Debe alertar al público sobre el potencial de las confesiones falsas” en casos de privación del sueño. Esto tiene particular pertinencia en el sistema de justicia criminal de Estados Unidos, agrega Loftus, donde la privación del sueño es común, y las confesiones falsas aparecen en una cantidad inquietante de condenas erróneas.
Una limitante, dice Kimberly Fenn, directora del Laboratorio de Sueño y Aprendizaje de la Universidad Estatal de Michigan, y coautora de la investigación de Loftus, es que el estudio no pidió a los participantes que confesaran un crimen real, de modo que la tasa de confesión falsa vinculada con la privación de sueño podría ser más baja que en el mundo real. No obstante, la investigación se suma a un creciente cuerpo de literatura científica que sugiere que la privación de sueño no es una técnica de interrogatorio eficaz. “La privación de sueño disminuye el desempeño en una gran variedad de funciones cognitivas, incluida la capacidad de obtener información de la memoria a largo plazo”, concluye Fenn.
Un proyecto anterior del mismo grupo halló que la pérdida de sueño podría, incluso, conducir a la formación de recuerdos falsos. Y el insomnio también puede precipitar psicosis. Por ejemplo, el informe del Senado describe a un detenido privado de sueño que experimentó alucinaciones intensas. Tony Camerino, exinterrogador de alto nivel en la fuerza de trabajo de operaciones especiales, a menudo vio prisioneros privados de sueño durante su servicio en Irak, en 2006. La privación del sueño daña la memoria “absolutamente”, asegura, y “resulta en información imprecisa”.
En 2009, el presidente Barack Obama dio una orden ejecutiva para poner fin a las técnicas de interrogación de la CIA, aunque el programa se había interrumpido efectivamente antes de esa fecha. Y una nueva legislación implementada el año pasado exige que todos los interrogatorios cumplan con los estándares establecidos en el Manual del Campo del Ejército, el cual prohíbe el submarino, la privación de sueño prolongada y otras técnicas de interrogatorio mejoradas. En una declaración por correo electrónico, el portavoz de la CIA, Dean Boyd, dijo a Newsweek: “El director Brennan [de la CIA] tiene la intención absoluta de asegurar que los funcionarios de la Agencia se adhieran escrupulosamente a estas directivas, las cuales el director apoya plenamente”. Esta postura, de inusual firmeza, surge semanas después de que John Brennan dijera a la NBC que no acataría la orden de usar submarinos, y apunta a un nuevo y desafiante rechazo de la tortura por parte de la Agencia.
Con todo, aunque el interrogatorio mejorado ya está proscrito, persisten algunos métodos de coerción. El manual incluye un apéndice controvertido que da cabida a ciertas prácticas coercitivas, como aislamiento o privación parcial sensorial o de sueño. Por ejemplo, autoriza a los interrogadores a restringir a los detenidos a sólo cuatro horas de sueño cada 24 horas durante un periodo indefinido. Y según Fenn y O’Mara, las investigaciones indican que semejante privación de sueño podría ser igual de perniciosa como la privación total de sueño. Sin embargo, dicho apéndice podría ser eliminado debido a que una nueva legislación exige una revisión exhaustiva del manual, la cual ya ha comenzado y se espera que concluya en pocos años. El Departamento de la Defensa no respondió las peticiones de comentarios de Newsweek.
Si bien la tortura está siendo eliminada paulatinamente de la política estadounidense, nuevas investigaciones científicas sugieren técnicas de interrogatorio más eficaces. En 2009, el presidente Obama creó el Grupo para Interrogatorio de Detenidos de Alto Valor (HIG, por sus siglas en inglés) para realizar interrogatorios de sospechosos de terrorismo de alto perfil y promover investigaciones de técnicas de interrogatorio eficaces, y a la fecha ha respaldado una cantidad considerable de estudios nuevos e importantes. “La buena noticia es que hay investigaciones sustanciales sobre alternativas viables que no dependen de la coerción, sino de desarrollar rapport [compenetración]”, dice Maria Hartwig, profesora de psicología en el Colegio de Justicia Criminal John Jay, quien ha contribuido en varios proyectos financiados por el HIG. La nueva legislación requiere que el HIG produzca un informe detallando “las mejores prácticas para interrogatorio”, el cual podría darse a conocer muy pronto.
Un área de investigación que promueve el HIG se enfoca en métodos utilizados por Hanns Scharff, interrogador alemán de la Segunda Guerra Mundial, quien adoptó una estrategia de interrogación amistosa y sutil, llamada “extracción de información”. En vez de formular preguntas directas y presionar para obtener detalles, Scharff fingía saberlo todo. Se suponía que, de esa manera, el detenido pensaría que era inútil retener información. Scharff introducía detalles en la conversación casual, los cuales eran confirmados o negados por el detenido, quien no se daba cuenta de que estaba proporcionando información nueva.
Investigaciones recientes han confirmado la eficacia de la técnica de Scharff. Según Pär-Anders Granhag, profesor de psicología en la Universidad de Gotemburgo, Suecia, esas tácticas han sido probadas con éxito por la policía noruega que trata con informantes (el estudio se encuentra actualmente en revisión, y no ha sido publicado). Granhag dice que él y sus colegas están recibiendo “cada vez más” peticiones para capacitar interrogadores en la técnica de Scharff. “Hasta ahora, hemos entrenado unidades policiacas de Suecia y Noruega, de la policía de Los Ángeles y del FBI”.
Publicado en cooperación con Newsweek /Published in cooperation with Newsweek