DENTRO DEL HOSPITAL de Médicos sin Fronteras en Kunduz, en el norte de Afganistán, Abdul Ghadir, de 43 años, revisa las camas volcadas, ennegrecidas por las llamas, y el derruido techo y los muros oscurecidos por el humo. Sus pasos crujen al pisar el suelo cubierto de trozos de vidrio y cenizas. “Esta es la tumba de mi hija” —dice.
Amina, la hija de 12 años de Ghadir, fue asesinada durante las primeras horas del 3 de octubre del año pasado, seis días después de que el talibán hubo tomado Kunduz. Para apoyar a las fuerzas de seguridad afganas a recuperar la ciudad, un helicóptero artillado AC-130 del ejército estadounidense disparó repetidamente contra el hospital. En total, 42 pacientes, cuidadores y miembros del personal murieron y docenas de personas más resultaron heridas durante el ataque, que tuvo una hora de duración. Desde entonces, Estados Unidos ha admitido que el ataque contra el hospital fue un error.
A principios de este año, en una atestada sala de la base militar de Kunduz, oficiales militares estadounidenses pidieron perdón a algunas de las víctimas y entregaron pagos de condolencias. Por la muerte de Amina, Ghadir recibió alrededor de 6000 dólares. Las personas que resultaron heridas recibieron cerca de 3000 dólares.
Mientras se entregaba el dinero, según señala, Ghadir se sintió desesperado e impotente. “Evidentemente, el dinero no es suficiente comparado con la vida de mi hija”, dice. Pero pidió dinero prestado para el funeral de Amina, y con una numerosa familia que mantener, “no tuve más opción que aceptar lo que me dieron”. Dos días antes del ataque, una bala perdida hirió a Amina en la cabeza, y fue trasladada rápidamente al hospital de Médicos Sin Fronteras. Después de la cirugía, los médicos dijeron que esperaban una recuperación completa; Amina podría perseguir sus sueños de convertirse en doctora, memorizar el Corán y seguir estudiando inglés en la escuela.
Entonces, el helicóptero artillado estadounidense arremetió contra la unidad de terapia intensiva donde Amina se recuperaba. Al igual que otros pacientes en dicha unidad, ella murió quemada en su cama. “Le llevé un puñado de cenizas a mi esposa y le dije: ‘Esta es tu hija’”, dice Ghadir. No pudo encontrar nada más que quedara de Amina.
Los pagos de condolencias son una antigua práctica militar estadounidense que se usa en Afganistán desde 2005 para reconocer el daño a civiles sin admitir ninguna responsabilidad moral o legal. Los registros de Naciones Unidas muestran que de 2009 a 2015, al menos 21 323 civiles afganos habían muerto y 37 413 habían resultado heridos. Aunque el ejército estadounidense es responsable de una pequeña fracción de este total, nunca se ha revelado plenamente la escala del daño causado o la cantidad de pagos realizados.
Sin embargo, la limitada cantidad de registros militares de Estados Unidos, revelados de acuerdo con la Ley de Libertad de Información, muestran un sorprendente catálogo de daños colaterales que demuestra la naturaleza frecuentemente inconstante y ad hoc de los pagos de condolencias. En 2012, un hombre de la provincia de Helmand recibió 972.76 dólares debido a que su esposa murió en una operación de la coalición encabezada por Estados Unidos; en la provincia de Kunar, un hombre recibió 7337.61 dólares por la muerte de su hijo. Dado que los pagos de condolencias son discrecionales y dependen del acceso a los familiares de las víctimas, que generalmente viven en zonas inseguras, es probable que algunas familias no hayan recibido nada en absoluto.
El ejército estadounidense tiene más de un fondo para el programa. La fuente de fondos más común es el Programa de Respuesta a Emergencias (CERP, por sus siglas en inglés). En un manual del CERP publicado en 2009 se restablece que los pagos de condolencias no son una comprensión por la pérdida, sino que “pueden ser otorgados para expresar compasión y proporcionar ayuda humanitaria urgente”.
Para la mayoría de las víctimas de Kunduz, esa expresión de compasión no ha sido suficiente. Algunas personas con las que hablé se sentían furiosas porque nadie las había consultado antes de recibir apenas unos cuantos cientos de dólares. Algunos hablan de pagos mucho mayores realizados en Afganistán, como la compensación de 50 000 dólares pagada por cada una de las muertes causadas por el sargento Robert Bales, que asesinó a 16 civiles en 2012. Dichas personas también se sentían frustradas por la falta de transparencia.
“La reparación del daño a las víctimas es mucho más que dar dinero”, señala Marla Keenan, directora gerente del Centro de Civiles en Conflicto, un grupo sin fines de lucro. “Puede parecer increíblemente arbitrario si tú eres la víctima y alguien se presenta a tu puerta con una bolsa de dinero”.
Como un esfuerzo para abordar tales frustraciones, el general John Nicholson, el nuevo comandante del ejército estadounidense en Afganistán, viajó a Kunduz a finales de marzo, y se disculpó públicamente, pidió perdón. Nicholson estuvo acompañado por su esposa, Norine MacDonald, quien se reunió con personal hospitalario y familiares de las víctimas, pero las familias se sintieron desilusionadas por no poder reunirse con el general en persona.
Keenan reconoce el contacto personal de Nicholson y MacDonald, pero este acto hizo poco para consolar a las víctimas. La disculpa de Nicholson pudo haber sido mejor recibida si las víctimas no se hubieran sentido tan insultadas. El general John Campbell, que era el comandante estadounidense en el momento del ataque aéreo, nunca se disculpó explícitamente ni se puso en contacto con Médicos Sin Fronteras. “En ese momento, realmente necesitábamos escuchar alguna palabra [del ejército estadounidense]”, señala Enayatullah Hamdard, representante de las familias de los 14 miembros del personal hospitalario que murieron en el ataque. “En lugar de ello, vinieron seis meses después y no se reunieron con las familias”.
Algunas de las víctimas de Kunduz también expresaron su frustración sobre lo poco que sabían acerca del ataque. Estados Unidos ha pasado por alto los repetidos llamados de Médicos Sin Fronteras para realizar una investigación independiente, y aún no ha publicado los resultados de una investigación oficial. “No sé qué ocurre con el ejército estadounidense en Afganistán. Por una parte, ayudan al gobierno afgano; por la otra, matan a civiles afganos”, señala Turailai Salih, que atendía una tienda dentro del hospital y que sufrió una herida de metralla. “¿Por qué lo hicieron?”.
Las víctimas también señalan que los pagos por condolencias no son adecuados para cubrir lo que han perdido. “Sabemos que ninguna cantidad de dinero puede compensar la trágica pérdida de una vida”, dice el brigadier general Charles Cleveland, subjefe militar de comunicaciones del ejército estadounidense en Afganistán. Los pagos, señala, “son únicamente una expresión de condolencias, no una compensación”.
Algunas de las víctimas de Kunduz solicitaron una compensación, además de los pagos por condolencias. En respuesta, varios oficiales militares estadounidenses distribuyeron formularios de solicitud de compensación que, de acuerdo con Cleveland, serán adjudicados de acuerdo con la Ley de Solicitudes en el Extranjero (FCA, por sus siglas en inglés), que permite otorgar hasta 100 000 dólares. Esta es una buena noticia para las víctimas, muchas de las cuales perdieron a su único sostén o necesitan atención médica a largo plazo.
Zabiullah Niazi, un enfermero del hospital, era el único proveedor de su familia con su sueldo de cerca de 400 dólares al mes; perdió el brazo izquierdo justo por debajo del hombro, la mano derecha resultó dañada y un ojo le quedó ciego permanentemente por el ataque. Recibió 3000 dólares. Los informes suelen comparar los montos relativamente pequeños de los pagos por condolencias con los bajos sueldos promedio en Afganistán. Este hecho no reconoce que para los profesionales especializados como Niazi, que son el sostén de familias numerosas, dichos montos son una miseria.
Niazi dice que aceptó el pago de condolencias únicamente porque creía que se le pagaría una compensación adicional. Hasta ahora, sus gastos médicos han alcanzado los 6000 dólares. Ahora está furioso debido a que los expertos legales de Médicos Sin Fronteras y de otras partes han concluido que las víctimas de Kunduz son casi seguramente inelegibles para recibir la compensación del FCA. Esto se debe a que el FCA sólo paga cuando el daño es provocado por una acción no relacionada con un combate, por ejemplo, un agente de tráfico, no un ataque aéreo dirigido por error hacia un hospital.
“Nos dimos cuenta de que este formulario [distribuido por el ejército estadounidense] era un callejón sin salida legal,” afirma Guilhem Molinie, director regional de Afganistán para Médicos Sin Fronteras. “¿Qué es esto? Esto es manipular a las personas dándoles esperanzas”.
Cleveland no aborda directamente la pregunta de Newsweek acerca de si el FCA permitiría otorgar compensaciones en este caso, diciendo que se llegará a una decisión una vez que se reciba una solicitud.
Hina Shamsi, director del Proyecto de Seguridad Nacional de la Unión de Libertades Civiles Estadounidenses, señala que cualquier demanda judicial para exigir una compensación presentada por las víctimas Kunduz tiene pocas probabilidades de tener éxito. “No quisiera descartarlo, pero existen dificultades muy grandes”, señala. En los casos presentados por ciudadanos extranjeros en relación con violaciones de sus derechos por parte del ejército estadounidense en el extranjero, “los tribunales estadounidenses tienen un vergonzoso registro de desestimaciones por cuestiones de jurisdicción o de inmunidad sin tener en cuenta sus méritos”.
Keenan afirma que Estados Unidos debería adoptar una política amplia para otorgar compensaciones a todas las víctimas civiles dondequiera que se encuentren. “Es absolutamente clave hacer frente al daño a los civiles de la manera correcta”, afirma.
Sin una compensación adecuada, las víctimas de Kunduz no podrán seguir adelante con sus vidas, afirma Molinie. En el hospital se ha construido una gran cerca para cubrir la vista del edificio bombardeado a solicitud del personal, quien no soporta verlo. “Saben quiénes murieron y en qué lugar dentro del hospital”, dice.
Uno de esos miembros del personal es Salih, quien dirigía la tienda. Su fácil sonrisa desaparece mientras recuerda cómo corría por todo el hospital aquella noche, oyendo los gritos de los pacientes y viendo cómo sus colegas morían frente a él. Sin embargo, el rostro de Salih se ilumina cuando cuenta un nuevo chiste entre sus amigos de Kunduz: “No eres nada. Sólo cuestas 3000 dólares”, dice, sonriendo con ironía. “Cada afgano vale 3000 para Estados Unidos. Te dan tu dinero y te dejan ir”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek