EN LAS ENTRAÑAS del sótano del Museo de Arte Contemporáneo de Teherán, detrás de una puerta que se abre con una rueda dentada, como una bóveda bancaria, hay unas 2000 pinturas de artistas como Francis Bacon, René Magritte, Claude Monet y Paul Gauguin. Los curadores iraníes calculan que la colección tiene un valor aproximado de 5000 millones de dólares, mas sólo un grupo selecto ha visto las obras desde la revolución de 1979. Un par de días después de mi llegada a Teherán, en febrero, recibí una oportunidad única: un recorrido subterráneo privado para ver la colección de arte del depuesto sah, una de las más grandes de Oriente Medio, albergada en un edificio que la esposa del monarca, Farah Pahlavi, erigió en la década de 1970. Me informan que, ocasionalmente, han organizado exposiciones limitadas, pero la mayor parte del arte ha permanecido almacenado durante décadas. Hoy sólo unos pocos visitantes afortunados reciben autorización para ver la colección, aunque han emprendido negociaciones para que una parte de las obras viaje a Alemania y Estados Unidos en 2016.
“¿Qué quieres ver primero?”, me preguntan conforme sacan, uno a uno, los enormes lienzos montados sobre armazones con ruedas. Había un retrato del presidente Mao Zedong hecho por Andy Warhol, y una pintura gigantesca de Pablo Picasso (se dice que la colección contiene algunos trabajos atrevidos, incluyendo obras de Picasso y Edvard Munch, pero no me los mostraron). Parada en el espacioso salón, algo polvoriento, no puedo más que mirar con asombro. En el piso superior, turistas chinos —cubiertos con mascarillas antiesmog para protegerse de la famosa contaminación de Teherán— paseaban por los jardines contemplando esculturas de Alberto Giacometti y admirando pinturas de la talentosa artista iraní Farideh Lashai, quien falleció en 2013. Bien podríamos haber estado en el Museo de Arte Moderno de Nueva York o en el Tate de Londres. Más tarde me senté en el soleado café del museo con Vida Zaim, quien trabaja con su colega Leila Varasteh, curadora radicada en París, para cerrar la brecha entre Occidente e Irán a través del arte. Bebimos café italiano y hablamos de los cambios de su país. “Como iraní, me siento orgullosa de que muchos museos occidentales estén hablando de exhibir una parte de esta colección nunca vista por el mundo exterior”, dice.
He hecho reportajes desde 20 países de Oriente Medio y África del Norte, pero tardé casi 15 años en conseguir la visa de Irán. Llegué pocas semanas después de que levantaran las sanciones internacionales a cambio de la promesa iraní de interrumpir su programa nuclear. Teherán cambia rápidamente y, para mí, la colección de arte es un símbolo de que la nación está emergiendo de su capullo.
Mi hotel en la calle Valiye Asr, una larga y sinuosa calzada que cruza la ciudad, estaba repleto de delegaciones de ejecutivos europeos y funcionarios de la Unión Europea. La cafetería resonaba con el bullicio de acuerdos pactados en reuniones informales. Tuve que volar desde Turquía, pero eso cambiará muy pronto. En primavera, Air France abrirá vuelos directos desde París, e Iran Air intenta volverse más competitiva. En enero, la línea aérea acordó comprar 25 000 millones de dólares en aviones Airbus, compañía aeronáutica francesa, e Iran Air incluso está contemplando reanudar vuelos a Estados Unidos, donde han vivido muchos expatriados iraníes desde la revolución. “Todos tenemos parientes estadounidenses y familiares en el exterior, así que significa mucho poder viajar con más facilidad”, dice un dentista que vive en Teherán Norte, a quien conocí en una fiesta (como otros a quienes entrevisté, no quiso ser identificado para evitar el escrutinio gubernamental en un país donde los arrestos arbitrarios son comunes).
China también está incrementando el comercio con Irán, y había muchos turistas chinos en las calles. Los chinos, quienes construyeron el moderno sistema de metro de Teherán, han accedido a financiar un tren de alta velocidad parecido al TGV de Francia. Además, China también depende de las importaciones de petróleo iraní, y el presidente Xi Jinping visitó Teherán en enero para firmar un acuerdo que expandió el comercio binacional a 600 000 millones de dólares durante la próxima década.
En París, mi ciudad de residencia, muchos amigos hacen lo posible para visitar Irán por negocios o placer, deseosos de estudiar los tesoros históricos y culturales del país antes de que el turismo lo “arruine”. Hace poco, Sylvie Franquet, arabista francesa radicada en Londres, organizó un viaje de tres semanas a Irán con un grupo de escritores, editores y académicos. “Hay tanto que ver. Historia, personas amistosas, paisajes fabulosos”, dice Franquet. “Este es el momento para ir, antes de que todas las marcas se muden y aquello se vuelva como el resto del mundo. El cambio empezará muy pronto”.
DOS CIUDADES
Durante mi vista observé una división muy marcada entre la Teherán conservadora que imaginan los occidentales al pensar en la República Islámica de Irán, y los suburbios ricos de Teherán Norte, a la sombra de los montes Elburz. En el barrio Elahieh (Paraíso), que antaño estuvo cubierto de exuberantes jardines privados, hoy se alzan costosos apartamentos de mármol que son cada vez más difíciles de comprar. Allí no encontrarás chadores. Las tiendas venden ropa elegante, y las mujeres llevan bolsos Chanel y Balenciaga, usan Lanvin y organizan fiestas fantásticas en sus casas elegantes, donde los sirvientes circulan entre los invitados con bandejas de plata cargadas con especialidades persas deliciosas. Estos iraníes no claman por la muerte de Estados Unidos; todos hablan varios idiomas, muchos son graduados de universidades estadounidenses, y sus hijos estudian en las escuelas francesas, británicas o alemanas de la localidad. En una sola tarde conocí varias personas que estudiaron en mi alma máter de Estados Unidos, la Universidad de Tufts.
Aquí los fines de semana empiezan el jueves por la noche y transcurren en una segunda casa, esquiando en el cercano monte Tochal o corriendo purasangres persas. “Pero esta no es la vida de la mayoría iraní”, previene un banquero que viaja entre Teherán, Londres y Boston. “Somos iraníes, pero en realidad quienes llevan este estilo de vida son turistas en este país”.
La élite de Teherán Norte está disfrutando de los cambios ocurridos a partir del levantamiento de las sanciones. El capital de verdad empieza a regresar a Irán. Mucha gente que vi en Elahieh está comprando y restaurando residencias viejas de las dinastías Qajar y Pahlavi en Kashan, una hermosa ciudad a medio camino entre Teherán e Isfahán, para usarlas como casas de descanso. Wim Delvoye, renombrado artista neoconceptual belga, ha adquirido varias casas en Kashan, y se dispone a inaugurar un hotel de lujo y una galería-museo en esa ciudad. El 7 de marzo, el Museo de Arte Contemporáneo de Teherán inauguró una exhibición retrospectiva de Delvoye, quien trabajó para ello con las curadoras Zaim y Varasteh. “[Teherán] está floreciendo”, dice Nikki Diana Marquardt, quien patrocinó una exposición para el artista iraní Reza Derakshani, en su galería parisina, en 2008. “Es como Londres, París. Es como Dubái. No está emergiendo; ya emergió”.
Por supuesto, todavía existe el Teherán conservador de las últimas tres décadas. El 11 de febrero, una clara mañana invernal teheraní, me abrí paso entre las densas multitudes para unirme a una celebración de varios cientos de miles de iraníes que llevaban banderas verde, blanco y rojo, banderines y pancartas con fotos de sus líderes religiosos. Se habían congregado en la Plaza Azadi (Libertad) para conmemorar el aniversario del derrocamiento del sah, 37 años atrás. Aquel día de 1979, el ayatola Ruhollah Khomeini regresó de un exilio de 14 años en Irak y Francia, y la vida de Irán cambió radicalmente. Desaparecieron las minifaldas y la champaña, y una violenta ruptura puso fin a una larga asociación con Estados Unidos, vilipendiado como patrocinador del autocrático sah. Así comenzó la era de los mullas. Entre la multitud de la Plaza Azadi había mujeres religiosas con chadores, niños pequeños con los colores del país embadurnados en la cara, familias que salieron solamente para ver la exhibición de armamento militar, y jóvenes soldados en formación con gorros rojos, blancos y verdes.
Algunos eran partidarios a ultranza de los clérigos que desde hace años han controlado el país, y pude escuchar y ver letreros que decían “Muerte a Estados Unidos” y “Muerte a Israel”. Pese a ello, la gente se mostró amistosa. Hasta los clérigos se detuvieron a charlar conmigo, igual que algunos grupos de jovencitas adolescentes, quienes repitieron su apoyo para los mullas. Otros más trataron de explicarme el contexto: “‘Muerte a Estados Unidos’ no significa muerte al pueblo estadounidense”, explica un estudiante de ingeniería que estudió en la Universidad de Georgetown, en Washington, D. C. “Significa poner fin al control del gobierno estadounidense sobre nosotros. Significa independencia”.
Una tarde, Ali Kejani, mi acompañante y traductor designado por el gobierno, me llevó a un barrio de Teherán, llamado Bahar Shiraz, donde creció jugando fútbol en las calles en los días del sah. Allí visitamos a una amiga, Fatimah Abbasi, una mujer de 78 años quien perdió cuatro hijos en la guerra Irán-Irak, que terminó en 1988 con un saldo de un millón de muertos. Nos sentamos a charlar en su apartamento minúsculo, y aquella anciana no pareció manifestar la menor amargura contra el gobierno por la muerte de sus hijos. Fueron mártires de Irán, dijo con orgullo. Por el contrario, culpó de su pérdida a Estados Unidos.
“Sigo siendo enemiga de Estados Unidos. No quiero relaciones con Estados Unidos. No estábamos a favor del acuerdo nuclear; nos forzaron. Nos mantuvieron bajo sus sanciones durante años, y sobrevivimos. Comíamos menos, pero estábamos libres de ellos”.
BREAKING BAD
Las inquietudes expresadas por los iraníes que conocí estaban motivadas, eminentemente, por una desconfianza de las intenciones de Washington tras el acuerdo nuclear suscrito en julio pasado entre Irán y seis potencias mundiales. Muchos políticos estadounidenses, sobre todo republicanos, recelan igualmente de Irán; y lo mismo sucede en Israel, que ejerció mucha presión contra el acuerdo y está preocupado por la retórica antiisraelí que persiste, abiertamente, entre los líderes de Irán. El acuerdo nuclear fue el logro más importante del presidente Barack Obama en el extranjero, y su permanencia dirá mucho de la sagacidad de su política exterior, pero también revelará mucho del presidente Hassan Rouhani, quien impulsó el tratado en Irán.
Irán al fin ha recuperado el acceso a decenas de miles de millones de dólares en activos congelados en el exterior, y ha reiniciado sus exportaciones petroleras. En una declaración para la televisión iraní, el ministro del Petróleo, Bijan Namdar Zanganeh, dijo que el levantamiento de las sanciones permitirá que Irán expanda sus “relaciones con la comunidad internacional mejor que nunca”. Los sólidos resultados de los candidatos reformistas en las elecciones del 26 de febrero sugieren que una mayoría iraní apoya el acuerdo, aunque también existe la sospecha generalizada de que Irán comprometió más de lo que debía.
“Nosotros no fuimos parte alguna de la decisión”, acusa Rafat Bayat, exparlamentaria conservadora, con quien me reuní en su oficina de una zona menos elegante de Teherán Norte, una tarde nevada. Bayat llevaba chador, pero su hijo, un estudiante a quien conocí antes de que ella llegara, sirvió café y fruta, y me habló de sus programas favoritos de la televisión estadounidense, incluidos Breaking Bad y House of Cards.
Aunque educada en la Universidad de Texas, Bayat es más conservadora que el muchacho. “Si Estados Unidos no cumple sus promesas, retomaremos el programa nuclear”, advierte. “Recuerden que aún tenemos nuestros científicos”. También duda de que las cosas cambien rápidamente, al menos para los iraníes comunes. “Hasta ahora, incluso después de las sanciones, no ha ocurrido nada realmente. No han devuelto nuestro dinero. Todo ha sido para beneficiar a los europeos que nos vendían”, agrega Bayat. “Los extranjeros deciden si venden aviones o autos Peugeot. Creeremos que las sanciones han desaparecido cuando podamos tomar decisiones propias sobre nuestro dinero”.
Muchos iraníes sienten que se espera que acepten límites estrictos para su programa nuclear, mientras que otros países —como Pakistán, Israel y hasta Estados Unidos— pueden continuar con el desarrollo nuclear. Y este punto les provoca ira auténtica. “[Occidente] tiene que prestar atención a lo que el pueblo dice hoy”, declaró Ali Akbar Salehi, de la Organización de Energía Atómica de Irán, durante una presentación en Press TV, canal iraní en lengua inglesa, el día de las celebraciones del aniversario. “No hay cabida para errores por su parte. Tienen que entender que esta es una nación que jamás se somete. Por favor, dejen de poner a prueba este país”.
Tal vez fueron esa actitud desafiante y la negativa de dejarse intimidar por Occidente lo que llevó a Irán a probar un misil balístico a fines de 2015, arrancando aullidos de ira entre los políticos estadounidenses que jamás confiaron en los iraníes, y clamores de “Te lo dije” por parte de Israel. Obama respondió ordenando que su administración redactara una lista nueva de sanciones contra Irán, aun cuando se disponía a levantar las sanciones relacionadas con el tema nuclear a mediados de enero. Los republicanos protestaron, diciendo que era demasiado tarde y exigiendo una respuesta más dura. Aunque Obama ha insistido en que las sanciones relacionadas con las acciones de Irán para apoyar el terrorismo y las pruebas con misiles son independientes del acuerdo nuclear, los iraníes quieren que se retiren todas las sanciones.
“Puede pasar cualquier cosa”, dice Foad Izadi, profesor de estudios estadounidenses en la Universidad de Teherán, con quien me reuní a tomar el té. “Hasta la nueva generación, los jóvenes con iPhone y bebedores de Coca-Cola, puede volverse antiestadounidense si [Estados Unidos] no cumple su parte del trato”.
UN VOTO POR EL FUTURO
Las dos elecciones —la de febrero pasado, en Irán y los próximos comicios presidenciales de Estados Unidos, en noviembre— serán determinantes para el futuro de la república islámica. “Donald Trump y otros [conservadores] serían un desastre para Irán”, afirma Saeed Laylaz, quien ha sido asesor del gobierno iraní. “Ya han dicho que romperán el acuerdo nuclear”.
Las dudas en torno del tratado han puesto a Rouhani en una posición difícil. Durante años se ha esforzado por establecer lazos con Occidente, pero su poder es limitado: el líder supremo, el ayatola Ali Khamenei, tiene la última palabra en política nuclear y controla la poderosa Guardia Revolucionaria, que desempeña un papel crucial en las operaciones de Irán en el exterior.
Las elecciones de febrero —para el Parlamento, y los 88 miembros de la Asamblea de Expertos (que elige al siguiente Líder Supremo)— parecieron ser un voto de confianza para Rouhani. Los reformistas salieron muy bien parados en Teherán, tomaron los 30 escaños del Parlamento y 15 de las 16 plazas de la Asamblea de Expertos. Los resultados en el resto del país fueron mixtos, pero los reformistas obtuvieron una cantidad sustantiva de asientos, lo que daría a Rouhani bastante margen para impulsar cambios. Esas victorias ocurrieron pese a los esfuerzos de mantener a los reformistas fuera de la carrera. El poderoso Consejo de Guardianes, cuerpo de vigilantes que apoya a Khamenei, tiene el derecho de vetar a los candidatos, y descalificó a casi 60 por ciento de los 12 000 postulantes parlamentarios. Muchos de los descalificados pretendían mejorar las relaciones con Occidente, buscaban reformas para promover una economía de mercado libre y reducir el control gubernamental. El descarte del Consejo de Guardianes ocasionó que ningún candidato reformista figurara en las boletas de algunas partes del país.
El deseo de reforma en Irán enfrenta una gran resistencia. La represión de la disidencia tampoco ha cedido. Y aunque Estados Unidos negoció un intercambio de prisioneros en enero para liberar varios estadounidenses, otro ciudadano estadounidense-iraní, Siamak Namazi —detenido por la Guardia Revolucionaria en octubre, mientras visitaba a su familia en Irán— permanece en prisión. En febrero arrestaron también a su anciano padre.
“Si bien es posible que, a largo plazo, la apertura de Irán pueda ocasionar que el poder de Pasdaran [la Guardia Revolucionaria] mengüe en el país, me parece que todavía podría ocasionar mucho daño en la región, envalentonado por el mismo acuerdo diseñado para debilitarlo”, dice Nadim Shehadi, director del Centro Fares en la Escuela Fletcher de Leyes y Diplomacia, citando el papel de la Guardia Revolucionaria en Irak.
El levantamiento de sanciones y la reanudación de exportaciones de petróleo brindan a Irán la oportunidad de escalar el apoyo a sus aliados en el extranjero. Israel se queja de que Irán sigue proporcionando armas a Hezbolá en Líbano, así como a otros grupos decididos a destruir al Estado Judío. Irán ha respaldado el régimen del presidente sirio Bashar al-Assad, enviando armas, combatientes y expertos para combatir al Estado Islámico (EI) y a los rebeldes que apoyan Estados Unidos y Arabia Saudita. Irán también combate al EI junto a las fuerzas iraquíes, y tras la caída de Mosul, en 2014, la Guardia Revolucionaria fue decisiva para expulsar de Bagdad a los sunitas extremistas. Hossein Sheikholeslam, embajador iraní en Siria de 1998 a 2003, y asesor gubernamental en relaciones internacionales, es tajante al afirmar que Irán participa, estrictamente, en la lucha contra el EI, y no busca dar un mayor papel a los chiitas en Oriente Medio. “Desde el principio hemos dicho y creído que el pueblo sirio debe tener un destino propio”.
El apoyo iraní para los rebeldes houthi de Yemen —grupo chiita que lucha contra el gobierno sunita respaldado por Arabia Saudita— representa otra guerra por poderes entre Teherán y Riad, y podría escalar a un cisma regional chiita-sunita. El odio entre Irán y Arabia Saudita es profundo. Los saudíes se sienten vulnerables debido a su población chiita, ocasionalmente subversiva, y por ello no han disimulado su oposición al acuerdo nuclear con Irán. De hecho, muchos sauditas opinan que el Estado Islámico no es la mayor amenaza de seguridad para la región, sino la emergente República Islámica de Irán.
“No obstante lo que puedas pensar de otros aspectos del acuerdo nuclear, el resultado fue estupendo para el régimen iraní”, señala Shadi Hamid, de la Institución Brookings. “Al beneficiarse de la afluencia de capitales y la creciente legitimidad frente a su pueblo, Irán seguirá desempeñando un papel cada vez más asertivo y, seguramente, más desestabilizador en la región”. Sin embargo, agrega Hamid, “esto no se trata sólo de los iraníes. Arabia Saudita, el archienemigo de Irán, también está decidido a desempeñar un papel más fuerte —y finalmente, desestabilizador—, movido por el pánico de la retirada de Estados Unidos en la región. Por su parte, Irán percibe e interpreta la retirada de Estados Unidos como una oportunidad para intervenir y llenar algo del vacío de poder. “No es una buena mezcla”. Predice que la política estadounidense es el factor clave. “Pese a lo mala que ha sido la intervención estadounidense para la región, históricamente —como hemos visto— está mucho peor sin ella”.
Teherán tal vez esté mostrando señales de cambio, pero la lucha entre reformadores y conservadores no ha terminado. “El problema con Irán es que hay dos voces que son incapaces de resolver sus conflictos, como un hombre y una mujer que no pueden divorciarse”, dice Laylaz. “No pueden vivir juntos, y un lado está decidido a destruir al otro”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek