A finales de 1995, el aumento en las amenazas chinas
contra Taiwán provocó que el presidente Bill Clinton montara una muestra de
apoyo estadounidense a la isla asediada que los líderes de Beijing no podrían
ignorar. Clinton envió dos grupos de batalla con portaviones avanzando
rápidamente a la zona de conflicto, con sus reactores cazas armados hasta los
dientes y listos para despegar en la cubierta. Un grupo de batalla, liderado
por el portaviones USS Nimitz, navegó por el medio del estrecho de Taiwán, a
menos de 50 millas de la masa continental china, mientras que el segundo se
quedó en reserva cerca de la costa este de Taiwán. Los funcionarios chinos
condenaron lo que llamaron una “intervención extranjera” en su reclamo antiguo
de Taiwán. Pero al carecer de las armas para disuadir a los buques de guerra
estadounidenses, no tuvieron más opción que hacerle caso a la muestra de fuerza
de Clinton y retroceder.
La pérdida de
prestigio de China en la crisis de Taiwán la motivó a desarrollar una muy
anticipada familia de misiles antibuques revelada en un desfile militar en
septiembre. Uno de los misiles, el Dongfeng-21D, tiene una cabeza explosiva
maniobrable que puede buscar y alcanzar su objetivo a 10 veces la velocidad del
sonido, haciéndolo casi imposible de interceptar. Según la inteligencia naval
de Estados Unidos, el misil puede inutilizar y posiblemente hundir portaviones
estadounidenses. Otro misil antibuque en el desfile, el YJ-12, vuela sobre la
superficie del agua y luego acelera a más de dos veces la velocidad del sonido
cuando se acerca a su objetivo.
Como los
funcionarios militares chinos advierten a sus pares estadounidenses de posibles
choques en las aguas disputadas del mar de China Meridional, algunos expertos
militares se preguntan seriamente si los nuevos misiles de Beijing han vuelto
inefectivos los portaviones y sus alas aéreas en caso de un conflicto
importante con China. Como la armada de EE. UU. planea ordenar una flota nueva
de portaviones costosos, legisladores claves se preguntan si ésa es la
inversión más prudente. “Simplemente no podemos darnos el lujo de pagar 12 900
millones de dólares por un solo buque”, dice John McCain, senador republicano
por Arizona, presidente del Comité de Servicios Armados del Senado.
QUEDARSE CORTO: Dos aviones de combate F-35C Lightning II
se preparan para despegar del USS Nimitz. La armada de EE. UU. planea comprar
decenas de los cazas F-35C, pero su alcance no es mayor a 650 millas. // DANE
WIEDMANN/LOCKHEED MARTIN/U.S. NAVY
A la armada no le
agradan las sugerencias de que sus portaviones pudieran sufrir el destino de la
fragata. No hay un pedazo de equipo militar que sea más emblemático del poderío
estadounidense que el portaviones. Mientras que China, Rusia y algunos otros países
tienen uno o dos portaviones más pequeños, ninguno se acerca al tamaño o las
capacidades de la flota de EE. UU. de 10 de los llamados súper portaviones.
Estos gigantes de combustible nuclear, más largos que tres campos de fútbol
americano y que llevan hasta 90 aviones de combate y una tripulación de 5000
hombres, son bases aéreas de alta mar que han llevado el poderío estadounidense
a los rincones más recónditos del orbe desde finales de la Segunda Guerra
Mundial. Son el símbolo del poderío naval estadounidense, y la armada reafirmó
su compromiso con la fuerza de portaviones previamente este mes al solicitar el
financiamiento continuo de tres nuevos portaviones clase Ford en la propuesta
presupuestal de 583 000 millones de dólares del Pentágono para el año fiscal
2017.
Pero los misiles
nuevos de China –y la inteligencia reciente de que Rusia, Irán y Corea del
Norte trabajan en armas similares– están motivando un debate sin precedentes
sobre el futuro de la guerra basada en portaviones. Algunos escépticos ahora
argumentan que estos buques icónicos y sus aeronaves de ataque están pasados de
moda. Los portaviones de hoy día, señalan ellos, se construyeron durante la
Guerra Fría para mantenerse lejos del territorio enemigo pero alojar
estratégicos y pesados bombarderos de largo alcance como el A-3 Skywarrior, que
podía volar hasta 2000 millas para atacar objetivos muy adentro de la Unión
Soviética.
Pero después de la
caída de la Unión Soviética en 1991, la armada redujo sus requisitos de
aeronaves de largo alcance. Bajo el supuesto de que sus portaviones podían
navegar sin oposición por los océanos del mundo en un mundo posterior a la
Guerra Fría, la armada optó por aeronaves de ataque más ligeras como el F-18
Super Hornet, con un alcance no mayor a 500 millas. Ese enfoque funcionó bien
hasta hace unos pocos años, cuando China desplegó su misil Dongfeng-21D, con un
rango de 900 millas que pone a los portaviones de EE. UU. directamente dentro
de su zona de impacto. “Esencialmente perdimos de vista la circunstancia con
nuestras suposiciones en la década de 1990”, dice Jerry Hendrix, un capitán
naval retirado que ha estudiado el papel de los portaviones en batalla.
Hendrix, ahora un
analista de defensa en el Centro por una Nueva Seguridad Estadounidense con
oficinas en Washington y el principal crítico de la doctrina actual de los
portaviones, argumenta que la armada debería desechar sus planes de comprar los
portaviones más largos de clase Ford a un costo de alrededor de 13 000 millones
de dólares cada uno, y más bien gastar 5 000 millones de dólares por cada uno
de los portaviones más pequeños que pudieran operar con seguridad fuera del
alcance de los misiles eliminadores de China. Y en vez de las aeronaves
actuales y futuras de corto alcance basadas en portaviones, él pide drones de
combate armados hasta los dientes que puedan volar distancias más largas. “Hay
dos decisiones que la armada debería estar tomando justo ahora: alejarse del
diseño de la clase Ford porque el buque es extremadamente costoso y regresar a
algo que sea más barato, y rescatar el alcance, lo cual significa comprar una
aeronave que en realidad pueda abarcar la distancia de 900 millas del misil”.
La armada no tiene
tales aeronaves de largo alcance y no planea comprar una. En los años
siguientes, planea comprar decenas de F-35C, la variante basada en portaviones
del caza furtivo de vanguardia que ha estado plagado de problemas mecánicos,
retrasos en la producción y excesos enormes de costos. El primer escuadrón de
F-35C está programado para entrar en operaciones en 2018, pero los cazas no
tendrán un alcance mayor a 650 millas, todavía muy dentro del alcance del misil
chino eliminador de portaviones.
En la que sería una
acción audaz y controversial, Hendrix sugiere que la armada abandone la
problemática variante F-35C y la remplace con drones eliminadores basados en
portaviones que costarían mucho menos y volarían más lejos y por más tiempo que
los F-35C tripulados. La armada, señala él, tiene un dron experimental que
puede volar 1500 millas cargado con 4000 libras de municiones de precisión. Al
agrandar la envergadura de ese modelo y su peso, dice él, podría cargar 6000
libras de municiones inteligentes y volar 2000 millas. Una versión cisterna no
tripulada podría reabastecer a los drones eliminadores en pleno vuelo, aumentando
su alcance. “Todas estas son cosas que podemos pagar con el presupuesto que
tenemos ahora”, dice él.
En un momento en
que la amenaza de los misiles antibuques chinos está creciendo y los
presupuestos del pentágono están reduciéndose, la visión de Hendrix de una
nueva fuerza de portaviones –delineada en dos ensayos que él escribió el año
pasado para el Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense– ha llamado
considerablemente la atención en los círculos de defensa. Pero Hendrix y sus
partidarios se enfrentan a algunos intereses poderosos, empezando por la
armada, la cual defiende las capacidades de sus portaviones y sus alas aéreas.
Cuando Newsweek le preguntó recientemente si los misiles antibuques chinos habían
vuelto obsoletos los portaviones de Estados Unidos, el almirante John
Richardson, jefe de operaciones navales, respondió enfáticamente: “¡No!” Él
dice que los más nuevos buques de guerra de la armada tienen sistemas avanzados
de defensa de misiles para contrarrestar la amenaza china, así como sensores y
tecnología de objetivo que provee información a los comandantes, pilotos y
tripulación del buque en tiempo real.
“Los portaviones de
la armada siguen siendo relevantes en el mundo siempre cambiante de hoy día
gracias a su flexibilidad, adaptabilidad y letalidad”, dice el comandante
William Marks, un portavoz de la armada. “El portaviones todavía es la única
fuerza marítima capaz de llevar a cabo el espectro completo de operaciones
militares para proteger a nuestro país”.
Bryan McGrath, un
oficial naval retirado que comandó un destructor, disputa la afirmación de Hendrix
de que los nuevos portaviones de clase Ford serán prohibitivamente costosos.
Por los 13 000 millones de dólares que costará cada nuevo portaviones,
“tendremos una base aérea de combustible nuclear que flota y se mueve y dura
por lo menos 50 años”, dice él. “La utilidad que obtenemos de estas plataformas
ciertamente vale los costos que pagamos”.
Él concuerda con
Hendrix en el desafío que representan las aeronaves de corto alcance basadas en
portaviones. “Jerry está en lo correcto”, dice él. “Los aviones que actualmente
vuelan desde los portaviones tienen un alcance insuficiente para la amenaza que
enfrentaremos en la próxima década”. Pero él disiente de Hendrix son respecto a
la solución. En vez de desechar el F-35C, McGrath propone hacerle cambios a su
motor que le darán mayor alcance. “Hacer lo que hemos hecho por 70 años, que es
cambiar el sistema de armas del portaviones para enfrentar la amenaza”, dice
él.
Hendrix y otros expertos
en defensa son tremendamente escépticos de que la armada tenga una defensa
efectiva contra el Dongfeng-21D. Los sistemas de defensa de la armada, señalan
ellos, están orientados a interceptar misiles de crucero que se aproximen en
una trayectoria horizontal. Después de su lanzamiento balístico hacia la
atmósfera, la cabeza explosiva del misil cae sobre su objetivo verticalmente a
velocidad hipersónica, haciéndola prácticamente imposible de interceptar. “Si
hay una manera de defenderse contra eso, no tengo conocimiento de ello”, dice
Hendrix.
Él dice que hay
otro factor que argumentar en contra de una costosa flota nueva de portaviones:
el inaceptable costo político si uno de ellos es destruido. Él dice que
funcionarios actuales y anteriores de la administración le han dicho que si
hubiera sólo 10 por ciento de posibilidad de que enviar un portaviones a una
batalla lo lleve a hundirse o inutilizarse, ellos aconsejarían al presidente en
contra de ello.
“La pérdida de un
portaviones, con imágenes de mil estadounidenses muertos, o que sólo lo
inutilicen, con todos sus aviones y radares fuera de combate y agujeros enormes
en él, es un golpe político tan duro que probablemente no nos arriesgaríamos a
ello a menos que fuera para la defensa real de los Estados Unidos
continentales”, dice él. “Así que hemos creado un activo que no nos podemos dar
el lujo de perder porque se ha vuelto un símbolo tan icónico del poderío
estadounidense que tener ese símbolo dañado o destruido minaría la legitimidad
del papel de Estados Unidos en el mundo”. Y eso, dice él, es “el cálculo que
nadie en uniforme le dirá”.
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Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek