No es ningún secreto que existe una escasez de órganos
que se necesitan desesperadamente en China (y en todo el mundo), y con decenas
de miles de prisioneros chinos encerrados por todo tipo de absurdidades, los
expertos afirman que el gobierno ha recurrido secretamente a la población
penitenciaria como su fuente para satisfacer la creciente demanda de órganos y
proporcionar a los “turistas de órganos” de las naciones occidentales
tratamientos que posiblemente salven sus vidas.
Se sabe que, desde hace muchos años, el gobierno chino
ha permitido lo que denomina “donaciones de órganos”, de prisioneros,
especialmente de aquellos condenados a muerte. Varios líderes de la comunidad
médica internacional, funcionarios gubernamentales y organizaciones han
protestado activamente contra esta práctica, argumentando que los prisioneros
encerrados en una prisión gubernamental no tienen realmente la
“libertad” necesaria para “donar” cualquier cosa.
Dado que, históricamente, China ha proporcionado muy
pocos datos acerca de su población penitenciaria, sobre la donación de órganos
o sobre el trato a los prisioneros en general, muchos activistas de derechos
humanos han argumentado que es posible que China obligue a sus prisioneros a
donar sus órganos.
Muchos grupos disidentes chinos, entre ellos, miembros
de iglesias domésticas cristianas, tibetanos y especialmente los seguidores de
Falun Gong, un movimiento religioso pacífico prohibido en China, que fue creado
en 1992, han afirmado que existen abusos extremos por parte del gobierno chino,
entre ellos, la cosecha obligatoria de órganos, desde la década de 1990.
Investigaciones independientes realizadas por Ethan
Gutmann, autor de The Slaughter: Mass Killings, Organ Harvesting, and China’s
Secret Solution to Its Dissident Problem (La carnicería: Asesinatos en masa,
cosecha de órganos y la solución secreta de China al problema de la disidencia),
David Kilgour, activista de derechos humanos y ex miembro de la Cámara de los
Comunes de Canadá y el documentalista Ken Stone, revelan que las afirmaciones
hechas por grupos disidentes chinos como Falun Gong eran ciertas, aunque la
magnitud exacta del problema es difícil de calcular debido a la falta de
transparencia en China.
“Se sabe que los cirujanos chinos realizan el
procedimiento de retiro de órganos [en los prisioneros políticos], y en
ocasiones, el ‘donador’ sigue vivo durante este procedimiento; el proceso de
retiro de órganos es realmente lo que acaba matándolo”, nos dijo Katrina
Bramstedt en una entrevista. Bramstedt es catedrática de la Universidad de Bond
en Australia y es una abierta crítica de la práctica de la cosecha de órganos
en las prisiones.
Cuando le preguntamos a Bramstedt quiénes son esos
prisioneros y si se ataca a grupos específicos, ella respondió, “[Son]
prisioneros de conciencia, personas que tienen creencias que son contrarias a
la política china, como ciertas creencias religiosas o filosóficas”.
En diciembre de 2014, el gobierno chino anunció que ya
no cosecharía órganos de los prisioneros que habían sido ejecutados, pero la
organización Médicos contra la Cosecha Forzada de Órganos afirman que los datos
muestran que las donación es de órganos han aumentado en China, lo cual
parecería extremadamente improbable si la práctica realmente hubiera cesado, y
afirma que China aún se rehúsa a comprometerse a poner fin a la cosecha de
órganos de los prisioneros de conciencia, como algunos cristianos y Falun Gong.
Bramstedt afirma que es imposible tener donadores
realmente “voluntarios” cuando se trata de los prisioneros.
Sin embargo, otros expertos piensan que a los
prisioneros se les debe permitir decidir libremente si desean donar sus órganos,
pero sólo si el gobierno en cuestión tiene antecedentes de defensa de los
derechos humanos y sólo si distintos grupos supervisores pueden realizar
investigaciones independientes para garantizar que no se violen los derechos
humanos, condiciones que no existen actualmente en China.
De acuerdo con un informe de 2007 realizado por David
Matas y Kilgour, titulado Bloody Harvest (Cosecha sangrienta), en el sitio web
del Centro de Asistencia de la Red Internacional de Trasplantes de China se
listan altos precios por los órganos de trasplantes disponibles en 2006, por
ejemplo, entre 98,000 y 130,000 dólares por un hígado y 150,000 a 170,000 dólares
por un pulmón, lo cual significa que existe un incentivo financiero para que
los funcionarios chinos continúen con esta práctica poco ética.
Los líderes estadounidenses deben dejar claro a los
funcionarios chinos que la cosecha de órganos entre prisioneros, según se
practica actualmente, es poco ética y no debe tolerarse bajo ninguna
circunstancia. Sin una presión constante por parte de Estados Unidos y otras
naciones y organismos gubernamentales internacionales, es poco probable que
está crisis humanitaria llegue a su fin.
Jacquelyn Corley es cirujana neurológica residente del
Centro médico de la Universidad de Duke y miembro de la división Duke de
neurocirugía y neurociencia global. Justin Haskins escribe sobre políticas
públicas en Carolina del Norte.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek