TODOS LOS MEXICANOS LE COMPRAN ALGO, así de inquietante es el reino de Carlos Slim. Algunos, alimentos; otros, publicaciones, ropa, servicios de telefonía o televisión, o bienes raíces, pero nadie se escapa.
Esto llevó al mexicano a convertirse en el hombre más rico del mundo en 2010, según los baremos de Forbes. Un título que mantuvo de forma casi ininterrumpida durante un quinquenio, salvo en coyunturas concretas en las que los avatares bursátiles concedieron esta plaza al genio de la informática, Bill Gates.
Pero 2015 le jugó una mala pasada. El ingeniero civil perdió una quinta parte de una fortuna que superaba los 70 000 millones de dólares.
Las causas son diversas: en un mercado en donde concentra 70 por ciento de los servicios de telefonía móvil y 70 por ciento de la telefonía fija, las reglas del juego cambiaron y aumentó la competencia; el peso mexicano y el real se depreciaron, con lo que América Móvil perdió dinero al invertir en dólares, pero facturar en divisas latinoamericanas; asimismo, cayó el precio internacional del oro, golpeando las utilidades de Minera Frisco.
El descalabro de Slim alarma e inflama las plumas de muchos analistas financieros. Lo que olvidan con frecuencia es que los índices elaborados por firmas como Forbes o Bloomberg poseen todo el rigor metodológico, pero se basan preponderantemente en el valor de las acciones públicas de los corporativos de los magnates (e ignoran sus pasivos).
Y el sector bursátil es frágil y errático. Carlos Slim vio esfumarse 18 000 millones de dólares en doce meses. Sí, pero —paradojas— es un monto equivalente al que había ganado en 2009. Algunos borraron de la memoria que mientras múltiples gobiernos y gigantes bancarios estaban al borde de la quiebra, la fortuna del mexicano crecía a razón de 2.1 millones de dólares por hora. Ese año, los títulos de América Móvil repuntaron 60 por ciento; los de Telmex, 105 por ciento; y los de la constructora Ideal, 155 por ciento.
En 2015, las empresas fetiche de Slim observaron el fenómeno inverso: América Movil perdió 20 por ciento y Minera Frisco, 53 por ciento, por ejemplo.
Pero ¿cuánto perdió realmente Slim?
Hace unos días, Arturo Elías Ayub, vocero del Grupo Carso y yerno de Slim, fue increpado por la BBC sobre el descalabro del emporio, a lo que respondió sin inmutarse: “Las pérdidas se registraron sólo en el mercado, en el valor de las acciones; las compañías siguen operando de forma sana”. Es verdad.
En economía, hay buenos y malos tiempos, pero en la bolsa, los ascensos y caídas están hechos de una materia intangible, nerviosa y volátil.
Hoy, Jeff Bezos es el cuarto hombre más rico del mundo —una plaza que no soñaba hace sólo unos meses— porque la firma que fundó, Amazon, se convirtió en una de las favoritas de Wall Street en 2015, lo que le permitió desplazar a Slim. El tercer sitio lo ocupa el español Amancio Ortega, creador de Inditex; el segundo, el prestidigitador financiero Warren Buffet; y el primero, claramente, Bill Gates.
Un subibaja que recuerda a André Kostolany, un viejo especulador húngaro que amasó una generosa fortuna desde París durante la Gran Depresión y en tiempos de la reconstrucción alemana, y que solía afirmar que “en la bolsa de valores hay que cerrar los ojos para ver mejor”.
Si un inversionista compra una acción a 100 dólares hoy y esta duplica su valor en seis meses, pero un poco más tarde se despeña hasta los 50 dólares, la realidad es que su titular no perderá ni ganará un centavo mientras no venda el título.
Los analistas financieros se preocupan, pero hay 175 empresas de Slim que operan cada día en la economía real (cercana pero independiente al universo bursátil).
El 2016 será un año económico complejo, China es una amenaza creciente. Pero a la luz de la constancia histórica, es durante coyunturas como esta que el ingeniero de la media sonrisa sale a comprar “gangas” que le harán ganar cuando otros pierden.
También era Kostolany quien aseguraba que “cuando en el mercado hay más papel que tontos, las bolsas bajan; pero cuando hay más tontos que papel, las bolsas subirán de nuevo”.