Cada vez que Gator eyaculaba, Dan Marvel obtenía ingresos brutos por 10 mil dólares. En el momento de su muerte el año pasado, el toro era una tonelada y media de perfección genética, o lo más cercano a ella que se haya registrado para su raza (Red Brangus, una variedad con papada y joroba, tres octavos Brahmán, cinco octavos Angus y generalmente de color rojizo, de ahí el nombre). Y era prolífico: Marvel, su propietario, dice con el orgullo que Gator produjo una vez más de 400 “pajillas” (una pajilla es una varilla de medio centímetro cúbico de semen de toro, que es la medida estándar) en una sola eyaculación.
El semen de Gator era oro blanco porque, gota por gota, la simiente de un toro ganador vale más que la gasolina, la penicilina y la sangre humana juntas. No es el líquido más valioso en existencia (esa distinción le corresponde al veneno de escorpión, que tiene propiedades medicinales), pero está cerca.
Hace cinco años, Marvel recibió una intrigante llamada telefónica de John Parke Wright, un rico inversionista de Nápoles, Florida. Wright conocía a alguien que quería crear una manada de ganado vacuno productor de carne, y su cliente necesitaba una gran cantidad de semen de Gator: miles de pajillas. El trato haría ganar 50 000 dólares a Marvel y Sandra, su esposa, un enorme botín para ellos. La única trampa: tenían que hacerlo en uno de los lugares menos amigables con las empresas de todo el mundo: la isla comunista de Cuba.
Seis meses después de esa charla, los Marvel estaban en La Habana. Se reunieron con Wright en un insulso edificio de oficinas en Miramar, el barrio diplomático de la ciudad, que sirve como cuartel general de la Empresa Nacional para la Protección de la Flora y la Fauna, el equivalente cubano del Organismo de Protección Ambiental de Estados Unidos. Un recepcionista los llevó a una pequeña sala de conferencias con una mesa de madera oscura y sillas, y las paredes cubiertas con retratos de los Castro y otros líderes cubanos. Mientras bebían café exprés y agua embotellada, un funcionario cubano ya mayor entró en la sala y les dio la bienvenida. Besó a Sandra en ambas mejillas, “el tipo latino de beso”, como ella lo describe. Su nombre era Guillermo García Frías, un comandante del ejército cubano que peleó al lado de los Castro durante la revolución, ex vicepresidente y dirigente actual del organismo ecologista.
García, que supuestamente salvó la vida de Fidel Castro durante la revolución, es el ganadero más astuto de Cuba, dice Wright. Tenía un nuevo rancho llamado El Macho, dijo a los Marvel, y quería convertirlo en la primera operación de producción de carne de res a gran escala y de alta calidad en la isla en más de cinco décadas. Tenía suficiente tierra: 150 000 acres en Camagüey. Lo que no tenía: vacas y capital.
Hay dos maneras de aumentar el tamaño de una manada. Seguir la ruta natural (poner a toros y novillas juntos y esperar), lo cual puede tomar muchos años, o importar a muchas novillas (20 000 bastarían, señala Wright) e inseminarlas artificialmente, pero este método puede requerir mucho dinero. “Estamos hablando de una enorme inversión”, dice.
Sin embargo, García escogió la segunda alternativa. Un par de semanas después de reunirse con el comandante, los Marvel recibieron en el correo un cheque por aproximadamente 50 000 dólares. Lo que García obtuvo a cambio fue más que semen; podrían ser las semillas de una revolución capitalista.
¿DÓNDE ESTÁ LA CARNE?
En Cuba, la escasez, desde la pasta de dientes hasta el papel higiénico, son un hecho común. La comida no es excepción. La carne de res, que alguna vez fue un alimento básico de la dieta cubana, puede ser prácticamente imposible de encontrar en la isla. En ocasiones, desaparece de los mercados sin previo aviso durante meses, señala Alexis Naranjo, cuyo restaurante Los Naranjos, debutó recientemente en el fino vecindario de Vedado en La Habana. “No puedo venderla”, dice, porque “no hay ningún lugar donde comprarla”. Cuando es posible hallarla, es exorbitantemente cara, lo cual quiere decir que los turistas están entre las pocas personas en Cuba que pueden consumirla.
Al igual que la mayoría de los propietarios de restaurantes del país, Naranjo recurre a veces al próspero mercado negro para cubrir sus necesidades. Pero no compra carne de res allí. “Si consigues carne y la policía se entera, cerrarán el restaurante”, dice. No es que al gobierno le preocupen las ramificaciones de salud derivadas de comer carne de res del mercado negro, que es hurtada principalmente de las carnicerías estatales. Ello se debe a que la carne de res es tan escasa que el gobierno controla quién la obtiene y quién no. Para proteger su monopolio, el estado incluso aprobó una legislación que convierte a la matanza de ganado vacuno sin un permiso explícito del gobierno en un crimen que se castiga con una pena de hasta cinco años en prisión, incluso si tú eres el dueño de la vaca.
La escasez es peor fuera de las ciudades principales. Y el contraste entre la carne que se sirve en los restaurantes privados de La Habana y la que los cubanos rurales comen es “impactante”, señala Parr Rosson, director del Departamento de Economía Agrícola de la Universidad A&M de Texas y experto en comercio entre Estados Unidos y Cuba. “Hay cortes de pollo que no se pueden identificar”, dice. “No sé qué son”.
Los cubanos desean menos misterio en su carne, pero el cambio ocurre lentamente en la isla. “Un poco, un poco”, como le gusta decir a la gente de aquí. Pero está ocurriendo, especialmente con respecto a Estados Unidos: en abril de 2009 el presidente estadounidense Barack Obama dio los primeros pasos vacilantes para aliviar la tensión entre ambos países. El gobierno levantó las restricciones que prohibían a los cubano-estadounidenses viajar a la isla y eliminó el límite máximo a la cantidad de dinero que podían enviar a sus familiares en casa. Más tarde, La Habana implementó reformas diseñadas para apoyar pequeños reductos de capitalismo. En 2010, el gobierno empezó a permitir que más cubanos trabajaran de manera independiente y que contrataran a otras personas. Desde entonces, el número de propietarios de pequeñas empresas y empresarios ha aumentado en más del triple, de acuerdo con un artículo reciente.
Ahora, seis años después del primer anuncio de Obama (el arresto y encarcelamiento por parte del gobierno cubano del trabajador social estadounidense y supuesto espía Alan Gross en 2009 redujo la velocidad de las cosas), la relación entre los dos adversarios de Guerra Fría comienza finalmente a derretirse. La mayoría de los cubanos dan la bienvenida a este avance, pero pocos quieren que las cosas vuelvan a ser como eran antes de la revolución, cuando Cuba era una colonia de facto de Washington, y La Habana era un decadente patio de recreo para gringos adinerados.
Hacer negocios con los estadounidenses representa para Cuba no sólo una oportunidad sino también una amenaza. Para mejorar las vidas de sus habitantes, los funcionarios cubanos experimentan con el capitalismo en varios aspectos de la economía, entre ellos, la industria de la carne de res. Dado que necesitan de todo, desde nuevos tractores para arar sus campos hasta turbinas de viento para actualizar la red eléctrica de la isla, que data de finales de siglo, han empezado a negociar con empresarios como Wright y Marvel. Pero temen dar demasiado en el proceso, especialmente a sus vecinos del norte. Por ello, mientras Cuba se transforma y se abre a la libre empresa, el Partido Comunista procede con cautela, tratando de asegurarse de que nada ponga en peligro su monopolio del poder. Como Fidel Castro explicó en un discurso pronunciado en 1966, “Las revoluciones no se hacen para dejar las cosas como estaban”.
HIPERGLUCEMIA SOVIÉTICA
Cuba no ha sido siempre una nación con estantes vacíos, y su escasez de carne de res es un fenómeno relativamente reciente. En 1958, un año antes de que Castro derrocara a Fulgencio Batista, el dictador apoyado por Estados Unidos, había casi una vaca por cada uno de los aproximadamente 6.5 millones de habitantes de la isla. Más de 50 años después, hay casi el doble de cubanos, pero las manadas del país son 30 por ciento más pequeñas de lo que eran en 1958, de acuerdo con Carmelo Mesa-Lago, un economista de origen cubano de la Universidad de Pittsburgh.
La mayoría de los cubanos señalan el embargo para explicar el estado de la industria de la carne de res, y muchos economistas están de acuerdo en que es responsable, por lo menos en parte. Pero algunos analistas dicen que el sistema socialista de Cuba merece gran parte de la culpa por la miseria económica del país. “Tenemos un planificador central sentado en un alto edificio del Ministerio de Agricultura en La Habana, tratando de decir a los cultivadores de las provincias orientales qué hacer con sus praderas”, señala William Messina, economista agrícola del Departamento de Economía Alimentaria y de Recursos de la Universidad de Florida. “¿Qué diablos sabe una persona en La Habana? Tal vez ha sido un verano lluvioso. Tal vez ha habido una sequía… Se toman decisiones bastante malas”.
La raíz de todos los infortunios alimentarios de Cuba es su mayor recurso: el azúcar. La isla dependía casi completamente de esta cosecha desde que fue introducida hace cientos de años, presuntamente por Cristóbal Colón. Como dijo Castro en un discurso televisado en 1959: “Una de nuestras mayores causas de la dependencia económica de Estados Unidos es el azúcar, y es imperativo que diversifiquemos nuestra producción y nuestros mercados”. Después de la revolución, el gobierno de Castro anunció planes para hacer justamente eso, pero dos años después, La Habana cambió su enfoque; la Unión Soviética ofreció pagar precios superiores a los del mercado por el azúcar cubana a cambio del acceso a la isla. A pesar de sus ideas tempranas sobre la diversificación, el gobierno de Castro volvió a verter la mayoría de los recursos de la nación en el azúcar. En la década de 1980, Cuba era el tercer mayor productor de azúcar del mundo, detrás de Brasil e India.
Entonces, en 1991, la Unión Soviética se desplomó y arrastró a la economía de Cuba con ella. Para entonces, el sector agrícola de Cuba estaba altamente mecanizado, y Moscú era la fuente de la mayor parte de lo que se requería para sostener la industria, desde fertilizantes hasta nuevos tractores. Al carecer de la infraestructura para crecer mucho más allá del azúcar y siendo incapaz de exigir los precios inflados de los que había gozado durante 30 años, Cuba no tenía ninguna forma de alimentarse. En esta era de la historia cubana, llamada eufemísticamente “período especial”, el cubano común perdió aproximadamente 5.4 kilogramos, de acuerdo con un artículo publicado en 2013 en el British Medical Journal. Los cubanos comían gatos domésticos, y los pavos reales y los búfalos se esfumaron misteriosamente del zoológico de La Habana, de acuerdo con el economista.
Al poseer algunas de las mejores tierras de cultivo y praderas del Hemisferio Occidental, los cubanos no necesitan comer mascotas. “Cuba debe incrementar su producción de carne de res, eso es incuestionable”, afirma Pedro Sánchez, director de origen cubano del Centro de Agricultura y Seguridad Alimentaria de la Universidad de Columbia. En cuatro o cinco años, Cuba podría importar 40 por ciento de sus alimentos, en lugar de 80 por ciento. “Tenemos que hacer un plan correcto, pero todos los elementos están ahí”, añade.
Uno de esos elementos llegó a La Habana en un avión particular el año pasado. Dentro, súper congelado con nitrógeno líquido, estaba un galón de semen de Gator.
PUEBLO DE VACAS: Antes de la revolución, existían ranchos que eran más grande que Manhattan. FOTO: SCOTT OLSON/AFP
¿ES POSIBLE GANAR DINERO EN CUBA?
A principios de este año, Wright me invitó a El Macho a presenciar lo que ha sido de la simiente de Gator. Para llegar al rancho, su minibús chino alquilado pasa por la reserva natural de Sierra del Chorrillo, una de las 48 áreas protegidas manejadas por el organismo de García. La reserva tiene un área de 10 000 acres de inmaculadas tierras vírgenes donde los ponis sin herrar brincan debajo de un dosel de pinos de piñón y tocones fosilizados que sobresalen de la tierra.
Cuando Wright se baja del minibús, me presenta a Bárbaro Casa López, capataz del rancho, un hombre de mirada intensa con un bigote negro azulado y sombrero vaquero de paja. Casa López ya está utilizando el semen de Gator, dice, y se ofrece a mostrarnos. Nos guía a Wright y a mí por un camino lleno de lodo entre hileras de corrales enormes y vacíos. En uno de ellos, unos 20 toros están encerrados. Se trata de los vástagos de Gator, me dice Bárbaro. Wright afirma que son la primera cruza entre un toro estadounidense y novillas cubanas en más de 50 años. Tienen un año de edad y engordan bastante bien, aumentando casi un kilo por día, dice Bárbaro. Seguirán engordando hasta que pesen unos 600 kilos. Después, serán enviados al matadero.
El Macho produce una pequeña ganancia, pero sus ingresos son limitados porque sólo puede vender al estado, y es el estado, no el mercado, el que determina los precios. En junio, afirma Bárbaro, el gobierno aumentó el precio de los bueyes a 2000 pesos cubanos por cabeza, aproximadamente 80 dólares. El resultado es que los vaqueros y propietarios de los ranchos ganan menos que los cantineros y taxistas en La Habana.
La única forma de ganar buen dinero en el negocio del ganado vacuno en Cuba es aumentar la operación en forma masiva. Y la única manera de hacer esto rápidamente es mediante la inversión directa extranjera. A eso se debe que Wright ayude a García a encontrar socios e inversionistas estadounidenses. “Es muy simple”, dice. García puede ofrecer una participación en El Macho a los inversionistas estadounidenses, “digamos 200 millones por 50 por ciento”. Esos 200 millones serán usados para aumentar el ganado de reproducción e incrementar la producción de carne.
Pero muchos estadounidenses temen invertir en Cuba porque el estado casi siempre insiste en tener un interés mayoritario en las sociedades colectivas con compañías extranjeras. Y la isla no tiene una reputación muy limpia en las mentes de los inversionistas: la expropiación de miles de millones en activos de corporaciones estadounidenses no es un grito de “Abierto para hacer negocios”. Wright insiste en que las empresas estadounidenses no deben temer. Es un mito que uno no puede ganar dinero en Cuba, dice, y piensa demostrarlo con El Macho. Si los estadounidenses descubren en la isla un entorno amigable con las empresas, Wright cree que el congreso se inclinará a levantar el embargo. “Vamos a usar estas vacas para romper el bloqueo”, alardea.
“Sí”, dice Bárbaro. “Todo depende del bloqueo”.
No es tan simple. Como parte del deshielo, Washington pone en marcha reformas incrementales, como permitir el servicio de transbordador a La Habana y levantar las restricciones a las exportaciones de equipo de telecomunicaciones. Pero los cubanos han dudado en aceptar la inversión estadounidense. “No hemos logrado que Cuba dé luz verde a un solo acuerdo”, afirma James Williams, presidente del grupo de cabildeo Engage Cuba. “Parte de ello se debe simplemente a que están abrumados. Personas de todas partes del mundo vienen aquí como nunca lo han hecho”.
También hay otros obstáculos. Para los cubanos, el final del embargo es el próximo paso en las negociaciones. Pero Estados Unidos considera el final del embargo como el último paso, una recompensa por su avance en derechos humanos, reclamos de propiedad y aplicación de la ley, entre otras cosas. “Pensamos que el Congreso consideraría muy favorablemente estos [cambios]”, señala un funcionario del Departamento de Estado que conoce las negociaciones y que habló desde el anonimato porque las conversaciones son delicadas. “El apoyo sería más factible si pudieran hacer avances”.
Quizás, pero el Congreso parece reacio a permitir que los estadounidenses traten directamente con el gobierno cubano, prefiriendo apoyar la inversión en las pequeñas empresas. Por supuesto, en Cuba, la diferencia entre lo privado y lo que es propiedad del gobierno no está muy bien definida, afirma Paul Johnson, copresidente de la Coalición Estadounidense de Agricultura para Cuba. “No sé si podrán establecer alguna vez una diferencia”, dice. “Es un sistema de partido único, y el gobierno tiene mucho control sobre las decisiones de negocios”. Johnson dice que los inversionistas estadounidenses deberían acudir en tropel a Cuba, incluso si ello implica hacer negocios con el Partido Comunista, porque esa es la forma en que los cubanos lo quieren. “Debemos respetar su soberanía”, dice. “A la larga, ello dará los mayores beneficios a Estados Unidos. De otra manera, estaremos plantando las semillas de la futura revolución”.
Williams está de acuerdo. La mayoría de los estadounidenses no saben cómo hacer negocios en Cuba, dice. Los cubanos “tienen un proceso”, señala, “las compañías han sido ignorantes o ingenuas con respecto a ese proceso”.
John Parke Wright no representa a la mayoría de los estadounidenses. Ha estado haciendo negocios en Cuba desde mediados de la década de 2000, enviando carne de res y ganado lechero desde Texas, Florida y otros lugares (el embargo sobre los productos primarios agrícolas para Cuba fue levantado en 2000). En tanto Washington y La Habana no eliminen sus diferencias, Wright se siente cómodo al dirigir su negocio el estilo cubano. Y para Wright, la carne de res es más que un simple negocio. La carne de res es personal.
YANQUIS, GUSANOS Y ESCORIA
“Esta es la tierra de mi familia”, señala Wright, bajando de su minibús y señalando con la mano los 15 000 acres de tierra virgen cubana. Saca un cigarro Romeo y Julieta del bolsillo de su guayabera, lo enciende e inhala el humo. Wright siempre viste una guayabera cuando está en Cuba, pero nadie lo confunde con un habitante de la isla. Su enorme sombrero tejano, su chaqueta Brooks Brothers azul marino y su complexión rubicunda lo delatan. Los estadounidenses son algo que se ve muy poco en La Habana, y son prácticamente desconocidos en este trecho de autopista rural en las colinas al pie de la Sierra Maestra, a unos 720 km al sureste de la capital. Con excepción de Wright, que ha sido una visión frecuente y curiosa durante los últimos 17 años.
A través de su madre, Wright es miembro del clan Lykes, el 12º terratenientemás grande de Estados Unidos, de acuerdo con The Land Report. Con un patrimonio neto del 1.2 mil millones de dólares, los Lykes son la 193ª familia más rica del país, de acuerdo con Forbes. Antes de la revolución cubana, su familia tenía dos ranchos de ganado en Cuba, además de diversas propiedades en La Habana, entre ellas, la planta de empaquetado de carne más grande de la ciudad. Al igual que muchos estadounidenses que perdieron riquezas durante la revolucióno, como lo ven muchos cubanos, cuyas propiedades fueron devueltas a sus legítimos propietarios, Wright creyó que la riqueza de su familia había desaparecido. Entonces, a fines de la década de 1990, dice, conoció a un diplomático llamado Carlos Lechuga, que era el embajador de La Habana ante Naciones Unidas durante la crisis de los misiles en Cuba. “El señor Lechuga me sugirió que mostrara más interés en la tierra de mi madre”, dice Wright. En poco tiempo, Lechuga le presentó a Ramón, el hermano mayor de Castro. Ambos se convirtieron en “queridos amigos” y viajaron juntos por el país, afirma Wright. Después de que Ramón envejeció demasiado para salir de La Habana, su hijo Ángel, tomó su lugar en las estadías rurales de Wright.
La tarde que me reuní con Wright en su viaje al campo, Ángel vino también. Siendo hombre corpulento y amistoso a mediados de su quinta década de vida, Ángel tiene el cabello corto y gris y usa anteojos de fondo de botella. A diferencia de su padre y sus tíos Fidel y Raúl, está bien afeitado. Mientras Wright y yo recorremos la tierra, Ángel toma una siesta en la parte trasera del autobús.
Fuera, las mariposas revolotean entre la hierba descolorada por el sol. Los camiones de plataforma y los carros de caballos que funcionan como autobuses y taxis en esta parte del país ruedan intermitentemente de un lado a otro entre los pueblos cercanos. Los pavos salvajes merodean cerca de un polvoriento camino de tierra que conduce a La Candelaria, uno de los dos ranchos de ganado que solían pertenecer a la familia de Wright. Alguna vez, siete palmas crecieron aquí, una por cada uno de los tíos abuelos de Wright, que hicieron la fortuna de la familia en Cuba. Ahora se han ido. Un rastrillo en ruinas, 10 o 12 pies de ladrillo naranja, es todo lo que queda para marcar la entrada. “Es un poco triste”, dice con una media sonrisa. “Me alegro de que al menos hayan mantenido la puerta”.
Unas pocas millas por el camino, un bronceado agricultor que viste ropa deportiva amarilla hace a un lado una cerca de alambre de púas para dejarnos entrar. Wright me lleva por el camino de tierra hacia el interior del rancho, aparentemente impenetrable al calor, con el barro pegándose a sus zapatos o la cerda gorda que se aleja con recelo al verlo acercarse. Pronto llegamos a la vieja casa del rancho. Hay agujeros en el techo. Dentro, el piso es un revoltijo de adoquines rotos. Los sombríos huecos indican las partes dónde solían colgar puertas y ventanas.
En la década de 1950, La Candelaria, que es ligeramente más grande que Manhattan, era uno de los mejores ranchos de Cuba, afirma Wright. Daba trabajo a cerca de una docena de vaqueros que cuidaban a 7500 cabezas de ganado vacuno, de acuerdo con un artículo de Fortune publicado en 1954. Actualmente, sus únicos inquilinos permanentes son un temeroso pastor y una docena de flacos mestizos. “Durante 10 años, he estado preguntando a los Castro por qué estos ranchos que hasta 1959 estaban tan bien manejados, actualmente están ociosos”, señala Wright. “La respuesta ha sido, ‘es el bloqueo. El embargo’. Es una buena excusa, pero no vale”.
Wright quiere volver, restaurar La Candelaria. Pero hasta ahora, los cubanos han respondido tibiamente a sus solicitudes. Aunque podrían necesitar a personas como él, personas familiarizadas con la cultura y que tienen un interés adquirido por ver a Cuba regresar a la prosperidad, también se muestran precavidos respecto a devolver la propiedad expropiada. Hacerlo establecería un peligroso precedente que podría provocar que un gran número de exiliados cubanos y sus descendientes vuelvan a la isla, exigiendo la devolución de sus tierras, o, si eso fracasa, una compensación por ella, la cual los cubanos no pueden pagar. Y el temor al regreso de los exiliados está muy arraigado en la isla, afirma Michael Kelly, un experto en política de Cuba y decano adjunto de la Facultad de Derecho de la Universidad de Creighton. “Eso es lo que el gobierno de Castro les ha estado diciendo”, dice. El gobierno no puede ser visto haciendo negocios con los exiliados, un grupo al que ha denunciado durante décadas, calificándolo como gusanos y escoria.
Wright se muestra firme en cuanto a regresar a las antiguas tierras de su familia, aunque en Estados Unidos es ilegal que los ciudadanos negocien con el gobierno cubano. “Si el Congreso trata de interponerse en mi camino, les daré la vuelta”, ruge. “Si piensan que pueden evitar que viva en una tierra que me pertenece, y quieren ponerme en la cárcel, me gustaría que lo intentaran”.
Y aunque Wright puede beneficiarse con la devolución de las tierras de su familia, él afirma que el dinero no es su único motivo, o ni siquiera el principal, para regresar a Cuba. Su motivación principal, afirma, es reconstruir una industria que puede alimentar a los 11 millones de habitantes de la isla. Eso podría parecer interesado, pero Wright ya es rico, y si quisiera volverse más rico, hay maneras más fáciles que negociar con la Cuba comunista. “Es un crimen”, dice. “Están usando los alimentos como un arma de destrucción masiva”.
UN CASTILLO DE CAPITALISMO CUBANO
Independientemente de si Wright tiene éxito o no, hay al menos un lugar en Cuba donde la carne de res no es tan infrecuente. A una mañana de camino desde La Candelaria se encuentra uno de los mejores ranchos de ganado del Hemisferio Occidental. Se llama El Alcázar, que quiere decir “El castillo” o “La fortaleza”. Se asienta enclaustrado en las colinas de piedra caliza de la Sierra Maestra, en el sureste del país. El Alcázar es uno de pocos ranchos no nacionalizado durante la revolución. Mientras otros rancheros vieron como sus tierras eran confiscadas, María Antonia Puyol Bravo conservó las suyas. Wright la describe como la única capitalista activa de toda Cuba.
Una diminuta mujer de 88 años de sonrisa torcida y ojos traviesos y atentos, Puyol ha dirigido el rancho durante la mayor parte de su vida. Nunca se casó y no tiene hijos. Wright, Castro y yo nos reunimos con ella una cálida tarde de junio. Sus rizos blancos son cortos y su piel de color castaño está arrugada tras muchos años de trabajo bajo el sol. Lleva unos viejos Nike, aretes perlados y una cruz de madera alrededor de su cuello. Puyol es rica según los estándares cubanos y no hace ningún esfuerzo por ocultarlo. Su casa, un chalet colonial español, está rodeada de jardines recortados donde una fuente de ollas de arcilla alimenta un burbujeante espejo de agua. Los árboles de flamboyán forman un dosel. Bajo la luz del sol vespertino, sus hojas caídas parecen marchitas lenguas de fuego.
La cena de esa noche es simple según los estándares estadounidenses, pero abundante: fuentes de papas asadas, buñuelos de maíz, plátanos grandes, arroz y frijoles, todo ello cultivado en las tierras de Puyol. Pilas de comida llegan sobre bandejas de plata de ley. Mientras comemos, la baronesa del ganado recuerda la revolución. En 1959, el gobierno cubano embargó y nacionalizó todas las propiedades de más de 1000 acres. El Alcázar mide aproximadamente 1500 acres, pero sobrevivió a la revolución intacto.
Se suponía que estas reformas agrarias eliminarían las plantaciones de crecimiento descontrolado que enriquecían a los adinerados terratenientes, pero que dejaban empobrecidos a sus trabajadores, principalmente peones estacionales. La ley consiguió su objetivo, pero tuvo consecuencias imprevistas. Una vez que sus ranchos les fueron arrebatados, la mayoría de los reyes del ganado vacuno de Cuba escogieron la vida en el exilio. Los encargados de dirigir las propiedades confiscadas no tenían ni la experiencia ni las habilidades necesarias.
Quizás, como sugiere Puyol, el rancho sobrevivió gracias a ella: menciona una exención a las leyes de reforma agraria de Cuba, que hicieron que algunos ranchos especialmente productivos fueran inmunes a la expropiación, pero eso no impidió que varios cuadros de ejecutores del gobierno confiscaran muchos de ellos. Puyol dice que luchó con las autoridades para conservar El Alcázar. Probablemente, sus lazos íntimos con los Castro tampoco la perjudicaron.
Puyol creció en Birán, el pueblo natal de los Castro. Con cariño, recuerda cómo pasó su juventud montando a caballo y pescando al lado de Ramón, Fidel y Raúl Castro. Incluso entonces, recuerda, parecían predestinados para gobernar. “Actualmente, dirigen a toda Cuba como solían dirigir Birán”, cuchichea con una sonrisa. Los perros de Puyol fueron regalos de Raúl, al igual que sus dos televisores. Posee cuatro automóviles, obsequios de Fidel, y una copia firmada de La Contraofensiva Estratégica en la Sierra Maestra a Santiago de Cuba, uno de sus muchos libros. Cuando vino la revolución, Fidel fue a buscar suministros, dice Puyol. Ella se los dio: gasolina, comida, equipo y lo que quisieran. Aun así, ni siquiera los Puyol fueron dejados en paz. “Muchos, muchos ranchos quedaron en ruinas después de la revolución”, dice Puyol entre sorbos de jugo de tamarindo helado. Entre otros, una propiedad de 8 millones de acres embargada a su padre.
“¿Qué ocurrió con ella?”, le pregunto.
Con una expresión perspicaz, cruza la punta de su pulgar por su garganta. “Un zapatero”, dice, “no puede dirigir un rancho”. Actualmente, son 8 millones de acres de polvo.
Pero no El Alcázar. Su tierra es inmaculada, totalmente distinta a todo lo que he visto en Cuba. Sus praderas son verdes, su ganado es sano y está bien alimentado, y sus trabajadores comen carne de res. Pequeñas granjas y ranchos similares al de Puyol han surgido por todo el país desde la ola de reformas agrarias de Raúl Castro, iniciadas en 2007. De acuerdo con un artículo reciente publicado por investigadores de la Universidad de La Habana y la Universidad Urbana del Colegio Lehman de Nueva York, aproximadamente 70 por ciento de la tierra cultivable del país está ahora en manos privadas. Si el rancho de Puyol es una señal, esa es una buena tendencia. Y una buena oportunidad para los empresarios estadounidenses, como Wright, que tienen permitido vender mercancías agrícolas a los cubanos.
Antes de irnos, ella nos invita a ver sus tierras a caballo. Wright, Ángel Castro y yo seguimos un cuadro de vaqueros cubanos y una manada de las yeguas de Puyol cuando salen de su corral hacia el campo. Los caballos caminan por el Río Contramaestre, donde un par de jóvenes mujeres retoza en las lodosas aguas. Seguimos a la manada hasta que llegamos a una colina que los cubanos llaman la vista. Wright enciende otro cigarro, y miramos la puesta del sol. “El rancho de María Antonia es el modelo”, dice, “del futuro de agricultura cubana”.
Espero que tenga razón. Sería una lástima dejar que la simiente de Gator se desperdicie.
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Con Hannah Berkeley Cohen en La Habana
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek