ANDRÉS ROEMER (CIUDAD DE MÉXICO, 1963) ha aprovechado sus vacaciones como cónsul de México en San Francisco, California, para asistir, en la ciudad de Puebla, a un congreso-festival llamado La Ciudad de las Ideas, del cual es, junto con Ricardo Salinas Pliego, cofundador y curador. En esta octava edición, y bajo la pregunta What’s the point of?, uno de los atractivos principales —además de las breves charlas de destacados científicos, mercadólogos, publicistas y artistas provenientes de distintas partes del mundo— consiste en un debate sobre la legalización de las drogas, con la presencia, entre otros, de los expresidentes César Gaviria, José María Aznar y Vicente Fox.
—Fue con la apertura del Museo de Música de Viena, en Puebla. Me hizo pensar cómo la música puede cambiar vidas.
—Me deslumbró mucho El gen egoísta de Richard Dawkins. Pero esa no fue la última: la última fue leer de este mismo autor El fenotipo extendido.
—Me acabo de reunir, en San Francisco, con un grupo de cuarenta voluntarios que se llama como uno de mis libros: Move Up (en coautoría con Clotaire Rapaille). La idea es posicionar el capital humano de los mexicanos que vivimos en California en dos proyectos: uno de salud y otro de educación. Se trata de que mexicanos inspiren a otros mexicanos porque la única manera de lograr movilidad social tiene que ver con el capital humano.
—Me gustaría sentir una nostalgia por algo que nunca haya vivido.
—No pienso mucho en esos términos. Creo que no es una pregunta que vaya mucho conmigo. En tu pregunta ya supones demasiados juicios valorativos. Está más cargada tu pregunta que el café que te estás tomando.
—Nunca. En eso sí coincido con Ayn Rand, la autora de El manantial: la genialidad individual nos lleva a la prosperidad colectiva. En economía a esto se le llama externalidades positivas. A veces castigamos mucho a quien sobresale individualmente.
—La última vez fue el pasado 18 de octubre. Mi padre publicó un libro que lleva por título Elegí el barco y que cuenta la historia de mis abuelos, que salieron con mi papá de Austria, en la época de la anexión nazi. En ese entonces abundaban las banderas con suásticas y mi papá, que era un niño, quería una. Entonces mi abuela lo sentó en una banca y le dijo: “¿Qué prefieres? Hay dos tipos de niños: los que eligen banderas o los que eligen viajar por barco”. Fue así como escaparon a México.