Y las instituciones en la mira de este exabrupto son las universidades de investigación en EE UU, los activos más valiosos de ese país en una economía global impulsada por la innovación.
La semana pasada, Matt Ridley escribió en The Wall Street Journal que “el dogma linear tan prevalente en el mundo de la ciencia y la política —que la ciencia impulsa la innovación, la cual impulsa el comercio— está principalmente equivocado. Malinterpreta de dónde viene la innovación. De hecho, por lo general le da marcha atrás”.
Él continúa diciendo que “los avances tecnológicos son impulsados por hombres prácticos que juguetearon hasta tener mejores máquinas; la meditación científica abstracta es lo último que hacen”. O sea, las invenciones del sector privado impulsan la investigación en ciencia básica, y no al revés.
De forma similar, el artículo de portada de la revista Time de Lev Grossman, un encomio a las empresas incipientes que comercializan reactores de fusión, cita a un empresario desdeñoso de la investigación universitaria: “La fusión al final es una aplicación, ¿verdad? El problema con la fusión típicamente es que típicamente es impulsada por la ciencia, lo cual significa dar pasos pequeños”.
Cristalizando esta concepción metódicamente mal informada de la investigación pública que busca entender la ciencia básica, Grossman afirma: “El entendimiento está bien, en un mundo ideal, pero el mundo real está haciéndose menos ideal todo el tiempo. El mundo real necesita energía limpia y en gran cantidad”.
Esta cepa de críticas fuertes y virulentas en contra de la investigación científica básica pegó en casa durante el fin de semana cuando hablé con un defensor de la investigación universitaria: John Hennessy, presidente de la Universidad de Stanford.
Al reflexionar en su legado, el presidente Hennessy brillaba de orgullo, señalando que Stanford puede contar con más premios Nobel en sus quince años de presidencia que cualquier otra universidad. Pero él advirtió que la incertidumbre por el apoyo federal futuro a la investigación universitaria presenta un riesgo grave a los avances prolíficos que han ayudado a Stanford a impulsar la maquinaria innovadora de Silicon Valley.
De hecho, como lo ilustra la figura abajo, el gasto federal en investigación universitaria básica ha disminuido en términos reales desde el dinero caído del cielo una vez por el paquete de estímulos del Presidente Obama en 2009. Y dependiendo del resultado de la elección de 2016, mayores cortes están avecinándose.
Financiamiento federal a universidades para investigación básica en ciencia e ingeniería
Fuente: Fundación Nacional de Ciencia. CONSEJO DE RELACIONES EXTERIORES
(Margen: miles de millones)
¡No linear ≠ linear en reversa!
Al escribir una contestación a Ridley en The Guardian, Jack Stilgoe coincide en que la investigación no es linear. Pero él reta correctamente a Ridley por dar el paso de que sólo porque la ciencia básica no avanza la innovación linealmente, lo opuesto debe ser lo correcto, que la innovación privada por lo tanto debe impulsar la ciencia básica.
La realidad es considerablemente más complicada, y el mundo de fantasía de Ridley de la investigación básica siguiendo los pasos de las investigaciones privadas es tan simplista como el modelo linear del que él hace mofa.
De hecho, la innovación no es linear. El paso de la ciencia básica al producto comercial puede tardar décadas, atravesar fronteras disciplinarias y deambular de aquí para allá entre la academia y la industria. No obstante, el papel causal de la investigación universitaria es indiscutible: provee un marco teórico y un cuerpo de observaciones empíricas que contienen un espacio de otra manera intrincadamente vasto para la innovación.
He aquí un ejemplo en concreto. En mi campo —la energía solar— multitudes de químicos e ingenieros en materiales modifican las producciones químicas y los procesos de producción de semiconductores, con la esperanza de hacer un material solar que convierta más luz solar en electricidad.
En el universo de Ridley, científicos financiados de manera privada iterarán y verán qué funciona, haciendo una serie de modificaciones evolucionarias que hacen más eficientes los paneles solares. Después, los científicos universitarios pueden juguetear con ello, tratando de descifrar por qué lo que funcionó en realidad funcionó.
Esta es una idea monumentalmente tonta y, francamente, una de las razones por las que tantas compañías solares incipientes quebraron. Ha trabajado en compañías bajo presión de los inversionistas para dar resultados, y he presenciado cómo los científicos toman atajos para mejorar el rendimiento de los dispositivos sin entender la física subyacente; de hecho, fui culpable de hacerlo yo mismo.
Hacíamos experimentos sin una razón teórica clara, y nuestros dispositivos no rendían mejor o peor, sino simplementede manera diferente. Perdidos en una tierra salvaje de datos sin la brújula de la erudición previa, invariablemente volvíamos sobre nuestros pasos y nos lamentábamos del esfuerzo perdido.[1]*
En contraste, la investigación universitaria está obsesionada con las preguntas que empiezan conpor qué y sólo en ocasiones aplican la prueba delentonces qué. Ahora bien, esto puede ser problemático, y he escrito anteriormente que la curiosidad científica por sí misma no es suficiente para desarrollar tecnologías energéticas limpias en el mundo real.
Por ejemplo, la mayoría de los registros de rendimiento de las tecnologías emergentes de energía solar —incluidos las perovskitas, los puntos cuánticos, los orgánicos, etc.— son efectuados por universidades y laboratorios de investigación con financiamiento público. Sin el desarrollo práctico de productos, en lo que se destaca la industria, para complementar la investigación científica fundamental, estas tecnologías podrían languidecer en los laboratorios. Pero eliminar la investigación universitaria asegurará que esos materiales solares nunca vean la luz del día, rechazando una condición necesaria de la innovación a causa de su insuficiencia.
Me preocupa que el apoyo a la ciencia, y la investigación de energía limpia en particular, pudiera ser víctima de la confianza complaciente en los avances autónomos de la innovación.
Al hablar contundentemente a favor de un financiamiento aumentado a la investigación y el desarrollo públicos para la energía limpia, Bill Gates recientemente declaró: “Necesitamos un milagro energético”. Para llegar a él, él defiende triplicar el financiamiento gubernamental a la investigación básica en energía a $18,000 millones de dólares por año.
Hacer lo opuesto —recortar el financiamiento público a la investigación universitaria para darle espacio de funcionamiento al sector privado— hará de todo milagro energético un sueño guajiro.
*[1] La erudición académica de principios del siglo XX continúa guiando la innovación en la tecnología solar de hoy día. Los investigadores todavía diseñan experimentos, elaboran modelos matemáticos y solucionan resultados confusos mediante apoyarse en la teoría cuántica de los sólidos, que Bloch, Peierls y Wilson establecieron a mediados de la década de 1930 en universidades de investigación europeas.
Este artículo apareció primero en el sitio del Consejo de Relaciones Exteriores de EE UU.