La famosa guerra contra las drogas es una de las falacias más grandes que se ha vendido en la época moderna. Las generaciones de hoy crecieron suponiendo que el decir “no a las drogas” era el eslogan oficial. De esta manera, la ilegalización y satanización de los narcóticos se volvió un distintivo del gobierno del presidente estadounidense Richard Nixon y, pronto, el resto del mundo se colocó en la misma sintonía: las políticas prohibicionistas parecían la única salida.
Pero la realidad oculta, y que el periodista británico Johann Hari retrata aptamente en su segundo libro, Tras el grito (Chasing the Scream) –editorial Paidós, 2015–, fue una muy distinta. Sí había otra opción que no era unirse a tal guerra y, de haber elegido otra alternativa, la actualidad mexicana sería sumamente distinta.
Se cumple un siglo desde que la primera política federal contra las drogas fue aprobada en Estados Unidos. En 1914, la Ley Harrison de Impuestos sobre Narcóticos fue creada para administrar los estupefacientes. Las drogas, con el cambio de siglo, dejaban de verse sólo como paliativos para enfermedades y dolores.
En entrevista con Newsweek en Español, Johann Hari asegura que, increíblemente, “cuando comenzó la guerra contra las drogas México era uno de los países más admirables”. Al frente del departamento de Salubridad Pública estaba Leopoldo Salazar Viniegra, ahora considerado el padre de la legalización.
Hari ahonda: “El doctor Viniegra estaba adelantado a su tiempo. Sostenía que la mariguana no era una droga particularmente dañina, que no se debía prohibir. Afirmaba que, en el caso de otras drogas, se debía asistir a los adictos, no castigar. De las objeciones más relevantes que dio fue: ‘Si se criminalizan las drogas, los traficantes tomarán el control del país’”.
—¿Qué sucedió con él?
—Estados Unidos presionó para removerlo del cargo. Al principio, el gobierno mexicano dice: “No. creemos que tiene razón. Esta política no funciona en su país, no va a funcionar en el nuestro, y queremos tomar otra dirección”. Hay otro México distinto que pudo haber sucedido a partir de esa coyuntura.
La historia va más o menos así: Viniegra entró en el radar de Washington en agosto de 1938, cuando el gobierno de Estados Unidos se enteró de que, en sesión con el Comité Mexicano de Drogas y Narcóticos, el investigador mexicano había distribuido cigarrillos de mariguana para demostrar que no causaba daño.
En octubre de 1938, el asunto llegó a ojos del secretario de Estado de Estados Unidos, Cordell Hull. Salazar Viniegra lo había logrado en grande. Su nombre y sus tesis en pro de la legalización de la mariguana estaban en el escritorio de uno de los hombres más poderosos del mundo. Pero más temprano que tarde, Viniegra fue obligado a renunciar.
“Tras años de intimidaciones llegó el punto en el que el gobierno mexicano tuvo que ceder y escoger este otro camino a la catástrofe”, afirma Hari.
En uno de los artículos más subversivos del Dr. Leopoldo S. Viniegra, titulado El mito de la mariguana, y publicado en la revista Criminalia en diciembre de 1938, el investigador argumentaba que la mariguana no tenía los efectos que se hacía creer.
Viniegra concluía su investigación afirmando: “Frente a nuestro real y formidable problema de alcoholismo, la cuestión de la mariguana no merece la importancia de problema social ni humano… la instrucción, la cultura, la orientación de nuestro pueblo, permitirá que el calumniado y hermoso arbusto no sea en lo futuro más que lo que debe ser: una rica fuente de abastecimiento de fibras textiles”.
MITOS, MENTIRAS Y GUERRAS PERDIDAS
En Tras el grito, Johann Hari, quien emprendió una viaje de tres años por doce países para escribirlo, desmitifica las adicciones, ahonda en los motivos detrás de la guerra contra las drogas y se plantea qué hacer luego de un siglo luchando por una causa perdida.
Hari es inflexible. Sentencia que en todo el mundo “se han ocultado las razones verdaderas de la adicción a las distintas sustancias”. Ni las drogas eran tan malas como los gobiernos nos quisieron hacer pensar, ni la prohibición era la panacea que ayudaría al desarrollo social sin adicciones.
A lo largo de su travesía de casi 50 000 kilómetros, el autor inevitablemente terminó pisando territorio mexicano. Un país cuya historia moderna no se contaría sin los grandes conflictos del narcotráfico; y cuyas políticas en ese ámbito están supeditadas a su vecino del norte.
En su libro, el autor dedica un capítulo entero a la mítica Ciudad Juárez, en donde, asegura, “es como si el asesinato estuviese legalizado”.
—¿Tuviste miedo?
—De todo mi recorrido, Ciudad Juárez fue uno de los lugares que más me hicieron dimensional el horror que permea.
“Fue el momento en el que trabajé con un periodista mexicano y me llevó con familiares de personas que habían sido asesinadas por la policía. Yo le dije: ‘Pero vine a reunirme con familias de gente abatida por los cárteles’. Y él me respondió: ‘No, Johann, no entiendes. Si los cárteles quieren matar a alguien sólo pagan a la policía para hacerlo. No son fuerzas separadas’. Aunque intelectualmente lo sabía, es muy distinto estar ahí. Para alguien foráneo es visceralmente aterrador”.
—¿Cómo se regenera un país deteriorado por el narcotráfico?
—Algo que quisiera decirles a los mexicanos es que hay muy buenas razones para tener esperanza. Hay algunos problemas en el mundo que son intratables, que no tienen solución. Este no es uno de ellos.
El autor explica también que una de las mejores razones para tener esperanza es saber que la violencia no es sólo maldad sin razón: debe comprenderse su origen para entender que se puede reducir si se elige un enfoque diferente. El enfoque de la legalización.
Claro que cuando se prohíben las drogas, estas no desaparecen, pero quienes tienen el control legal (doctores y farmacéuticas) pierden su dominio y lo ceden a bandas criminales que funcionan muy distinto. Johann Hari lo ejemplifica así: “Si algo le sucede a la mercancía de un comerciante de cocaína, claro que no puede llamar a la policía, así que para garantizar su negocio debe hacer uso de la violencia”.
Lo que vale la pena resaltar del argumento de Hari es que la prohibición es sin duda una de las grandes razones por las que la violencia y el tráfico ilegal de droga están íntimamente ligados. Y ahí se debe centrar la toma de decisiones.
Cabe aclarar que Tras el grito no es una tesis sobre la benignidad de los narcóticos; no es que las drogas sean buenas, es sólo que hasta la droga ilícita más adictiva es más perjudicial para la gente cuando permanece en la ilegalidad.
“Cuando legalizas puedes regular de una manera en la que no puedes si el negocio está en la oscuridad”, subraya Hari.
Y concluye, elocuentemente: “Algo que la gente debe entender es que se puede estar a favor de la legalización de las drogas y odiarlas al mismo tiempo. Legalizar no hará que todos consuman droga ni que se imponga su uso, pero sí hará que los cárteles dejen de controlar el producto y, en consecuencia, que la violencia disminuya”.