De esta ciudad construida sobre rachas de suerte y últimas oportunidades, Donald Trump se ha ido pero no ha sido olvidado. Él sigue siendo una presencia totémica muy por encima de la pasarela de Atlantic City e, incluso, cuando ya no posee los hoteles que llevan su nombre, habiendo perdido el último hace seis años. Entre los domos de cebolla del hotel Taj Mahal, la palabra “Trump” todavía está visible, incluso para los barcos en el mar.
Dentro del Taj, uno de los tres casinos que poseyó alguna vez, los compradores todavía pueden ojear la tienda Trump Exchange, que vende todo lo Donald Style, desde ropa de marca hasta un juego de mesa de comedor con bajoplatos de oro y cristalería. Una ampliación en blanco y negro de Donald, circa 1980, con cabello despeinado por el viento y una mandíbula más firme, abarca orgullosa el espacio tras la caja registradora, debajo tiene una probada de su sabiduría ejecutiva grabada en la pared: “Me gusta pensar en grande. Tienes que pensar de todas formas, entonces ¿por qué no pensar en grande? D. Trump”.
Atlantic City no ha olvidado a Trump, y el favorito republicano a la presidencia de Estados Unidos no puede olvidar Atlantic City, donde sus casinos empleaban a miles y donde sus compañías declararon cuatro bancarrotas entre 1991 y 2009. Para entonces, la participación del magnate de los bienes raíces en los Hoteles y Casinos & Centros Turísticos Trump ya se había reducido. Él renunció a la junta directiva, conservó sólo una participación de 10 por ciento. Sus tres casinos eran suyos sólo de nombre. Hoy, sólo uno de ellos, el Taj, aún lleva la marca Trump.
Cuando se le pregunta sobre Atlantic City, Trump dice que la icónica ciudad turística es “un desastre” que colapsó poco antes de su salida oportuna, lo cual es más que cierto. En la ciudad que sirvió de base para el juego Monopoly, la riqueza no se filtraba. Muchos de sus residentes no pasan por la salida: 39 000 personas viven en una ciudad donde el desempleo es de 13.8 por ciento, el décimo más alto de la nación, y la tasa de ejecuciones hipotecarias es la más alta de Estados Unidos.
Trump ha manejado vehementemente las bancarrotas de sus compañías como evidencia de su perspicacia empresarial. “Tenía el buen sentido, y he recibido mucho crédito en las páginas financieras; hace siete años dejé Atlantic City antes de que se fuera totalmente a pique”, presumió en el primer debate republicano. “Hice muchísimo dinero en Atlantic City, y estoy muy orgulloso de ello”.
Hoy Trump se ha postulado a la presidencia, según él, para hacer rica a la gente. Como le fue en Atlantic City sugiere un empresario lo bastante entendido para construir un emporio temporal, pero también uno cuyas bancarrotas y salida final provocaron un dolor considerable a mucha gente. Mientras que Estados Unidos conoce a Trump a través de sus reality showsy campos de golf, los residentes aquí lo conocen como jefe y figura cívica, y su perspectiva podría ser la mejor valoración disponible de las afirmaciones de Trump de que él puede, como dice, “hacer a Estados Unidos grande de nuevo”.
Atlantic City atrajo a Trump y a operadores de casinos más establecidos —Caesars, Harrah’s, Bally’s y Mirage Resorts— porque los votantes de Nueva Jersey aprobaron una enmienda constitucional en 1976 para legalizar las apuestas en casinos. Los políticos prometieron que las apuestas pagarían las escuelas y los caminos, no sólo en la aquejada ciudad costera, sino en todo el estado. Por entonces sólo la remota Nevada ofrecía apuestas en casinos, y Atlantic City estaba a poca distancia de muchas ciudades en el noreste densamente poblado.
Cuando Trump pilló su primera licencia de casino en Atlantic City, en 1982, había dudas sobre el tamaño de su fortuna, tal como las hay ahora. Según una biografía del periodista financiero Timothy L. O’Brien, Trump Nation: The Art of Being Donald, la riqueza del hombre, por entonces de 36 años, estaba apuntalada por préstamos de su padre constructor. (Trump demandó a O’Brien, y el largo litigio terminó con el sobreseimiento del caso.) Hoy, Trump afirma poseer un valor neto de 10 000 millones de dólares, mientras que Forbesdice que es más cercana a los 4000 millones de dólares. Cualquiera que fuese su valor, en las décadas de 1980 y 1990 el destello neoyorquino de Trump le dio a Atlantic City un gran empuje en relaciones públicas. Él trajo ostentos apostadores, boxeadores de alto nivel y celebridades a la ciudad. Cuando Trump caminaba por la pasarela, la gente aplaudía. Patrullas de la policía acompañaban su limusina, a proa y popa.
En 1991, el Casino Trump Taj Mahal, que había abierto apenas un año antes, se declaró en bancarrota. Trump lo había financiado con 900 millones de dólares en bonos basura. Aun cuando la compañía —y no Trump personalmente— se declaró en bancarrota, él descargó su yate Trump Princess, su aerolínea Trump Shuttle y sus participaciones en otras empresas.
La bancarrota del Taj afectó mucho más a las pequeñas empresas de Atlantic City. Trump ya tenía una reputación de ser un negociador muy duro con los proveedores, un eco de su promesa de campaña de negociar los mejores acuerdos comerciales para Estados Unidos. Los contratistas estaban tan acostumbrados a que les pagaran centavos por sus dólares que habitualmente incorporaban un porcentaje extra, según un abogado de bancarrotas de Atlantic City.
J. Michael Diehl, quien posee Freehold Music Center, le vendió a Trump ocho pianos de cola Yamaha por aproximadamente 100 000 dólares. “Él puso una licitación para pianos alrededor de un año antes de que abriera el Taj. Gané la licitación. Entregué los pianos, y esperé y esperé a que me pagaran. Y finalmente ellos me dijeron que tenía tres opciones: aceptar 70 por ciento de la licitación o esperar hasta que el casino pudiera costearse el pagar la cuenta total. O podía obligarlos a declararse en bancarrota con todos los demás y tal vez recibir 10 centavos por cada dólar. Tomé el 70 por ciento, y perdí 30 por ciento”.
Hablando con Philly.com previamente este verano, Diehl dijo: “No voy a votar por él, eso es seguro. Esa es una manera burda de hacer negocios”. Representantes de la compañía de Trump se negaron a comentar sobre lo contado por Diehl y no respondieron las llamadas para este artículo.
Jim Whelan, senador estatal de Nueva Jersey y alcalde de Atlantic City por entonces, así como otras fuentes que pidieron no ser nombradas, dicen que Trump tenía una mala reputación entre los comerciantes mucho antes de las bancarrotas. “El hecho es que hubo muchísimos pequeños contratistas y comerciantes que fueron afectados, quienes quebraron porque Trump no pagaba los contratos a tiempo”, dice.
Los pequeños comerciantes que batallaban con pagos retrasados o menores como una práctica comercial luego se convirtieron en los acreedores no garantizados en las bancarrotas. En cualquier bancarrota, los pequeños acreedores son obligados a aceptar porcentajes ordenados por la Corte de lo que se les debe. Stephen Meister, abogado de bancarrotas de Nueva York y que ha representado a Trump en otros asuntos, defendió a las compañías de Trump por buscar los mejores acuerdos posibles después de la bancarrota. “Un distintivo de todo buen plan de reorganización es el ‘sacrificio compartido’ entre todos los depositarios”, dice Meister. “De eso se trata realmente la reorganización por bancarrota. Todos tragan su dosis justa de la medicina. Y Trump ciertamente se tragó su dosis justa. Pagó millones y cedió el yate que le había comprado al sultán de Brunéi”.
Además de los problemas financieros de Trump que llevaron a la bancarrota del Taj, en la década de 1990 Atlantic City empezó a enfrentar una competencia creciente en las apuestas por todo el país: casinos indios, apuestas en barcos fluviales, hipódromos que añadieron tragamonedas y mesas de juego. La mayoría de los estadounidenses no necesitaba viajar lejos para apostar, y Las Vegas presentaba una nueva competencia al transformar su reputación de paraíso mafioso en un lugar de recreo para adultos así como para familias.
Enfrentadas con todo eso, las compañías de Trump declararon otras tres bancarrotas, en 1992, 2004 y 2009. Las bancarrotas seriales de Trump resaltaron incluso en el cada vez más duro negocio de los casinos de Atlantic City. El frenesí de bancarrotas de las compañías de Trump fue diferente del de otros dueños de casinos, dice Christopher Jones, analista de la industria de apuestas y director ejecutivo de investigación norteamericana de Union Gaming Group, un banco de inversión domiciliado en Las Vegas y enfocado en la industria global de apuestas. “La mayoría de las otras [empresas] no quebraron cuatro veces. En relación con sus semejantes, las propiedades no estaban tan bien mantenidas como las otras, lo cual contribuyó a su empeoramiento”. La conclusión de Jones: “Trump no le hizo mucho bien a Atlantic City en los últimos años”.
Cuando el negocio estaba en auge, los empleados de la industria de casinos en Atlantic City gozaban de seguros médicos personales y familiares y beneficios de retiro. Pero el aluvión de bancarrotas —las de Trump y, más recientemente, las de otros— acabó con esa estabilidad. En 2014, Atlantic City perdió seis mil empleos de casino en cuestión de semanas, sumándose a los más de diez mil para ese año. El gobierno federal tuvo que inyectar casi 30 millones de dólares en fondos de emergencia de asistencia al empleo, y el estado de Nueva Jersey estableció centros especiales de asistencia para ayudar a los desempleados a recibir alivio y buscar empleos nuevos. “Francamente, no se puede culpar a Trump por los empleos perdidos, por más que quiera hacerlo”, dice Whelan, el exalcalde. “Él se salió antes de la caída”.
En la pasarela y en la oficina sindical, hombres y mujeres que trabajaron para Trump tienen una relación de amor-odio con el magnate. Desde que Trump Entertainment —trumpiano sólo de nombre y propiedad del inversionista Carl Icahn— se declaró en bancarrota de nuevo el año pasado, las relaciones laborales en el casino Trump más valioso han implosionado. Icahn está en una lucha amarga con el sindicato Local 54 Unite Here, que representa a más de once mil trabajadores, que él ha llamado “una malignidad” en Atlantic City.
En contraste, Bob McDevitt, el presidente del sindicato, recuerda una buena relación con Trump. “Trump nunca puso en duda si el sindicato era legítimo —dice—. Icahn está tratando de destruir el sindicato”. Icahn ha acusado que al sindicato le importan más sus cuotas que la salud de los trabajadores y dijo que sus reglas contribuyeron a tres clausuras recientes de casinos. Trump ha dicho que pondrá a Icahn como su secretario del tesoro y su persona clave para las negociaciones con China.
Como los otros propietarios, Trump construyó casinos siguiendo el modelo de Las Vegas: cavernas sin ventanas rebosantes de máquinas tragamonedas y mesas de juego. Las escaleras mecánicas del Taj hacen que sea fácil entrar y difícil salir. Una vez que se está adentro y aclimatado al brillo de los candelabros rosas, se requiere de un esfuerzo para hallar las puertas de salida. Uno puede caminar varios cientos de yardas alfombradas en muchas direcciones sin ver la luz del sol. Ningún folleto dirige a los visitantes a atracciones fuera del casino, ni al acuario, ni siquiera a un restaurante local. Es una escena triste.
La idea, por supuesto, es mantenerlo dentro del casino, apostando. “Ellos construyeron estas cajas”, dice Ellen Mutari, profesora de economía en la Universidad Stockton de Atlantic City, quien con su colega Deborah M. Figart pasó siete años investigando un libro sobre los efectos de la industria de casinos en Atlantic City. “El mensaje era: ‘Quédese aquí dentro, es seguro. ¡Nos haremos cargo de usted!’ Había muy pocos efectos positivos para los negocios locales”.
Hoy, el político Trump puede atraer visitantes fuera del casino. Vi el segundo debate presidencial republicano en septiembre en una habitación de la “Torre Chairman” del Taj Mahal (el complejo está dividido en los casinos y las torres). Cuando el foro se alargó a su tercera hora, ordené servicio a la habitación. Una empleada llegó 45 minutos después; se disculpó por el retraso y explicó que era la única empleada atendiendo dos torres. “No empleamos gente esta noche porque pensamos que sería una noche tranquila”, dijo, luego señaló el debate en la pantalla. “¡Pero todos están en sus habitaciones viendo esto!”.
Ella se negó a dar su nombre porque el personal tiene instrucciones de no hablar con los reporteros sobre Trump, pero dijo que había trabajado en el casino por veinte años y elogiaba el legado de Donald. Gracias al trabajo estable y los beneficios, compró una casa y espera retirarse con una pensión. “Recuerdo una vez en que el sindicato negociaba con su gente, y él llamó desde Nueva York y dijo: ‘Denles lo que quieren’. Él siempre me agradó después de eso”.
Martin Wood, de ochenta años, se ha ocupado de su Wood’s Loan Office, una casa de empeños en Atlantic Avenue, por cinco décadas, y tiene una opinión más escéptica de Trump. Aunque los casinos fueron buenos para Wood. Cada vez que un nuevo casino abría, su negocio crecía 10 por ciento, calcula Wood. Le caían apostadores todas las mañanas a empeñar joyas. Si tenían suerte, regresaban por la noche a desempeñar con sus ganancias. Si no lo eran, después de un par de meses Wood colocaba el recuerdo entre los otros anillos de compromiso de diamante y anillos para el meñique bajo su mostrador de vidrio. “No estoy impresionado con la perspicacia comercial de Trump”, dice. “Pero pensándolo bien, probablemente a él no le impresione la mía”.
Keith Harris, asistente administrativo del centro comunitario de la Iglesia Metodista Unida de Asbury, que alimenta a los pobres de Atlantic City, dice que Trump tenía una buena reputación incluso entre los desempleados. “Todos parecían sentir que él era un mejor propietario, en lo tocante a los empleados. Pero mucha gente siente que abandonó el barco y nos dejó a muchos a la buena de Dios”.
En el Faro Absecon, el más alto de Nueva Jersey, Milton Glenn es director de educación. Se encargó de la recepción en Trump Plaza de 1991 a 1996 y ahora se burla de Trump por postularse con una plataforma de empleos. “Sí, él ganó muchísimo dinero, sí, se salió en el momento adecuado, pero en realidad contribuyó a la devastación económica de esta ciudad. Y no se salió de aquí en el momento adecuado. La bancarrota lo sacó”.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek