A partir de la invitación que Lacan hace a los psicoanalistas a
“no retroceder frente a la psicosis” muchos años de experiencia clínica,
debates y estudios han demostrado sus efectos. Se trata de una práctica que
considera los problemasespecíficos
-tipificables incluso- que el paciente psicótico tiene con el lenguaje pero
también los efectos únicos que estos problemas le representan y los modos
singulares de respuesta que surgen, se atrapan, se inventan en el marco de un
tratamiento.
Todos los seres hablantes tenemos que vérnoslas con el problema
inexorable -y las ventajas maravillosas también, he ahí la paradoja que nos
habita- de, justamente, ser hablantes. ¿Y qué es lo que esto quiere decir? Que
el lenguaje es el agua en la que nos bañamos incluso antes de nacer, y que ese
baño nos transforma. El lenguaje se suma como una especie de injerto con el que
tenemos que transitar la vida que nos toca. Pero esta dimensión crucial es una
envoltura, un manto que de alguna manera forma parte -agregada, pero
insoslayable- de lo que traemos al mundo, aún viniendo de un lugar Otro. Pero
no va de suyo que a esa especie de “órgano” que figura el lenguaje se le
encuentre una función. Incluso Lacan supone que la función misma del resto de
los “órganos del cuerpo” depende en cierta manera de la función del
“órgano-lenguaje” en nuestras vidas. Y que este particular “órgano del
lenguaje” no se desarrollaría “naturalmente” como podríamos pensar que nos
crecen los pies.
Miller sugiere que para Lacan hay una antinomia entre la noción de
órgano y la función de tal órgano. Esto
quiere decir que primero tendríamos los órganos o las partes de nuestro cuerpo;
pero ubicar para qué podrían servir cada uno de ellos, qué hacer con ellos,
cómo cada quien puede servirse de ellos -de los dedos, el pelo, la boca, los
procesos fisiológicos, etc.- es un proceso largo y problemático. Algunos
sujetos optan por adscribirse a lo que llamamos discursos establecidos que
ordenan las cosas de manera algo facilitadora la convivencia en el llamado
“sentido común” de esos discursos. Otros, los psicóticos por ejemplo, no
resuelven su problemática de ser hablantes llamando a estos discursos
establecidos y eso revela de manera evidente cómo el cuerpo se vuelve
enigmático, de forma paradigmática en la esquizofrenia.
La experiencia enseña cómo la esquizofrenia vive la relación con
algunos de sus órganos como fuera de
cuerpo, órganos sueltos, desenganchados. Otras psicosis, por caso las
paranoides, no resaltarán esta afectación a la relación con el cuerpo sino que
el relieve está puesto en la relación con los otros. Con una relación a los
otros que no queda entramada en un discurso establecido, estos sujetos se ven
obligados a inventar modos de relación de manera inédita, muchas veces mediante
construcciones delirantes.
En todo caso, tomar en consideración el pivote fundamental del
sufrimiento padecido en las psicosis, y valerse del recurso a la palabra como
instrumento de la cura es dar en el clavo de la cuestión y no debería
sorprendernos que las mejorías se inscriban también en las estadísticas. El
psicoanálisis aporta una dirección que introduce, además, la dimensión singular
de cada sujeto. Allí donde se apuesta a producir, con los recursos existentes
en cada uno, una invención que facilite una vida vivible con un sello propio
que dignifique la cualidad de seres hablantes que compartimos.
Ana Vigano es psicoanalista miembro de la NEL (Nueva Escuela Lacaniana) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis.)