Aferrándose a esa surrealista premisa teatral como el hombre mismo se aferró a la estética blanca como la nieve brillante, la película Steve Jobs, dirigida por Danny Boyle, es como un relato fantástico creado por los fanáticos de Macworld con un dramatismo que alcanza alturas shakespeareanas.Un magnate de la tecnología poco convencional justifica un relato poco convencional, y el guión de Aaron Sorkin (basado en la biografía publicada en 2011 por Walter Isaacson, también titulada simplemente Steve Jobs) evita inteligentemente las típicas convenciones de las películas biográficas: no hay ninguna epifanía infantil ni montajes universitarios. En lugar de ello, vemos al director ejecutivo de Apple como lo hicieron sus subordinados: seco, gritando órdenes, organizando los detalles más insignificantes de los momentos más grandes de su carrera.
En el universo de la película, las paredes siempre rodean la escena, la música, compuesta por Daniel Pemberton, resuena en un crescendo operístico, y el argumento de ventas de Steve Jobs para el mundo está a punto de comenzar.
Parece extravagante, o tal vez el adjetivo sea Sorkiniano, y lo es, aunque Michael Fassbender mantiene las cosas en alto con una interpretación espectacularmente inestable como la mente maestra que busca un grado de perfección en sus sistemas operativos que realmente no puede alcanzar durante su propia vida.De hecho, para una película sobre un hombre cuyo nombre se ha convertido en un sinónimo de éxito, el guión de Sorkin propone una mirada que retrata obsesivamente los defectos del personaje.
Las cosas empiezan con el lanzamiento de la Macintosh en 1984: Jobs no reconoce a su pequeña hija como propia, trata a su atribulada madre (Katherine Waterston, en un giro lacrimógeno como la novia del joven Jobs Chrisann Brennan) con indiferente desprecio, amenaza a un empleado con humillarlo públicamente si no puede hacer que la Mac diga “hola.” (“¿Ves cómo esto te recuerda una cara amigable?”, profiere Jobs.) Por supuesto, tiene que decir “hola”.¿Qué es lo que obtiene este obstinado y desesperado egomaníaco sino ese “hola” digital?
En el guión de Sorkin abundan las implacables frases ingeniosas, aunque las mejores de ellas son pronunciadas por la confidente más cercana de Jobs, su “esposa laboral” Joanna Hoffman.Una mujer que durante mucho tiempo fue la mano derecha de Jobs, Hoffman es interpretada por Kate Winslet, apenas reconocible con su cabello castaño, en un sobresaliente papel secundario que casi pasa desapercibido hasta el momento clave, cuando su coraza, dura como una roca, se viene abajo.En una de las primeras escenas, Hoffman le dice a Jobs que no puede cambiar las señales de salida durante el lanzamiento de la Macintosh.”Explíquele al jefe de bomberos que estamos aquí cambiando el mundo”, le grita Jobs. El fundador se compara a sí mismo con Stravinsky, con Bob Dylan, con Dios, y todo esto ocurre en la primera media hora.Fassbender no se parece mucho a Jobs cuando era joven (es demasiado apuesto), pero tiene los ceñidos suéteres negros de cuello alto, los volubles berrinches, la extraña combinación de confianza provocada por un complejo divino e inseguridades que le acechan. Pronuncia diálogos como “Me senté en un maldito garaje de mierda con Wozniak e inventé el futuro” sin parecer bobo o, peor aún, sin sonar como una parodia.
Reforzada con los papeles secundarios de Seth Rogen (con una barba al estilo de la década de 1980 interpretando a Steve Wozniak, el cada vez más alienado primer desarrollador de Apple) y Jeff Daniels (como el director ejecutivo John Sculley), Steve Jobs comienza en 1988, con el tibio lanzamiento de la estación de trabajo NeXT, y luego vuelve a 1998, en un segmento de cierre que se siente demasiado alejado del resto de la película, con el regreso de la Apple de Jobs y el lanzamiento de la iMac.(Se muestra destitución del fundador en 1985, de manera un tanto confusa, en dramáticas secuencias retrospectivas que revelan una lucha por el poder con el más convencional Sculley.)
Desde el principio hasta el fin, Sorkin hace énfasis en la obstinada relación de Jobs con los medios de comunicación.Hay un intrigante papel secundario para John Ortiz, que interpreta a un reportero de GQ que redacta un perfil de Jobs, así como una recurrente cavilación sobre la portada de Time de 1983, la cual mostraba una computadora, y que Jobs aparentemente creía que presentaría su rostro como Persona del Año.También hay una ingeniosa escena retrospectiva a la famosa imagen de Jobs, descalzo, sentado en el piso de una habitación sin muebles. Su constructor describió una vez a Jobs como una persona que se sentaba en el piso “porque no había ningún sofá lo suficientemente bueno.” De algún modo, Fassbender capta esta cualidad del visionario.
Existe un evidente paralelo con The Social Network (La Red social), la dramatización de Sorkin, estrenada en 2010, sobre la tumultuosa fundación de Facebook, que es otro drama lleno de estilo sobre un joven y perspicaz nerd cuyos defectos personales no hicieron más que reforzar un obsesivo impulso para cambiar el mundo.Al igual que Red social, la acertadamente titulada Steve Jobs trata sobre el hombre más que sobre las máquinas.En ambas películas, Sorkin tiene el don de tomar entornos secos y técnicos (por ejemplo, un maratón de codificación entre bastidores durante el lanzamiento de un producto) y cargarlos de vida con diálogos tempestuosos e imperfecciones claramente humanas. Uno podría argumentar que Jobs es aún menos generoso con su personaje principal, aunque por lo menos éste no inicia con una cita universitaria que sale mal (en lugar de ello, vemos las dolorosas consecuencias de los fracasos románticos del hombre).
En una sesión de preguntas y respuestas después de la proyección en Manhattan a la que asistí, se le preguntó a Sorkin sobre el contraste entre ambos hombres. Jobs y Mark Zuckerberg, señaló, parecieron inventar algo que necesitaban para ellos mismos, independientemente de si lo sabían o no.”Me relaciono con eso”, añadió Sorkin.¿Jobs habría aprobado la representación?”Me gusta pensar que si esta película fuera sobre otra persona, a él le habría gustado.”