Este artículo apareció primero en The Conversation.
Hace una docena de años, en su reseña del New York Times de la novela británica y best-seller El curioso incidente del perro a medianoche, Jay McInerney (famoso por Luces de neón) la llamó “austera, divertida y original”. Contada desde la perspectiva de un autista prodigio de 15 años de edad, el libro ahora es una obra de teatro ganadora del premio Tony.
Pero lo que es candente en Broadway a veces es demasiado candente para las preparatorias del enclave de Florida.
Este verano pasado, la novela fue retirada de la lista de lecturas asignadas para el verano en la Preparatoria Lincoln en Tallahassee, Florida. Como lo reportó el Tallahassee Democrat: “La medida se tomó para tomar en cuenta a padres ofendidos”, quienes al parecer se ofendieron por las docenas de casos de obscenidades en el texto.
Ya sea que se impugnen los libros de Harry Potter por promover el satanismo y lo oculto o eliminar Cincuenta sombras de Grey de los estantes por representar “porno de mamás”, se ha vuelto demasiado común que se impugnen libros —y a veces se proscriban— de las bibliotecas y escuelas locales.
La anual Semana de Libros Prohibidos de la Asociación Estadounidense de Bibliotecas (ALA, por sus siglas en inglés), actualmente en su 23º año, oficialmente celebra y promueve “la libertad de leer” al despertar conciencia de los libros que son impugnados con más frecuencia a lo largo y ancho de EE UU.
No obstante, tal vez lo más significativo sea que la Semana de Libros Prohibidos también provee un barómetro rudimentario de las preocupaciones culturales contemporáneas —los tópicos álgidos, las ideas y palabras que mueven nuestras fibras de la censura— y una prueba de nuestro compromiso central con la Primera Enmienda.
Tenga cuidado con los pingüinos parentales
Los libros impugnados nos permiten tomarle el pulso a los remilgos y, sin ambages, la intolerancia estadounidenses. Revelan las preocupaciones del día que irritan a algunas personas, tanto así que se toman el tiempo y el esfuerzo de presentar quejas en vez de sólo desviar la mirada o advertir a sus propios hijos.
No sorprende que el sexo y la sexualidad, junto con la religión, sean los tópicos más candentes. Por ejemplo, el número tres en la lista de los libros más impugnados de 2014 de la Oficina de Libertad Intelectual es Tres con Tango. El libro infantil, que fue inspirado por eventos reales en el zoológico de Central Park de Nueva York, cuenta la historia de dos pingüinos machos que empollan y crían un pingüino hembra llamado Tango. Publishers Weekly lo llamó una “historia alentadora”.
Sin embargo, quienes lo impugnan hallan en él de todo menos algo alentador. Más bien, es “antifamilia” y “promueve la agenda homosexual”. De nueva vez, por lo menos el libro no fue el más impugnado el año pasado, como lo fue en 2006, 2007, 2008 y 2010 (el honor en 2014 va para El diario completamente verídico de un indio a tiempo parcial, de Sherman Alexie).
Culturalmente, la ira que se acumuló por Tres con Tango sugiere que, dejando de lado un dictamen reciente de la Suprema Corte, todavía tenemos conflictos cuando se trata del matrimonio homosexual (aparentemente tanto en humanos como pingüinos).
A la corte
Por supuesto, las cuestiones culturales a veces llegan a las cortes. Mientras que la Primera Enmienda protege explícitamente la libertad de expresión, también salvaguarda implícitamente nuestro derecho a recibir dicha expresión.
Como escribió el juez William Douglas para la Suprema Corte de EE UU hace 50 años enGriswold v. Connecticut: “El derecho a la libertad de expresión y prensa incluye no sólo el derecho de expresar o imprimir, sino el derecho de distribuir, el derecho de recibir, el derecho de leer y la libertad de indagar”.
La lógica de Griswold lleva la jurisprudencia enrevesada que rodea la capacidad de las escuelas públicas de regular y prohibir libros en sus bibliotecas.
En un caso de 1982 llamado Junta de Educación, Unión Libre del Distrito Escolar de Island Trees v. Pico, un distrito escolar de Nueva York buscó retirar cierta cantidad de libros de los estantes de la biblioteca, incluido Matadero cinco, de Kurt Vonnegut, Alma encadenada, de Eldridge Cleaver, y una colección editada por Langston Hughes y titulada Los mejores cuentos de escritores negros.
Según la junta escolar, los títulos retirados eran “antiamericanos, anticristianos, anti[semitas] y llanamente obscenos”.
Una Suprema Corte dividida escribió que “la discreción de los Estados y las juntas escolares locales en cuestiones de educación debe ejercerse de manera tal que coincidan con los imperativos trascendentes de la Primera Enmienda”.
En otras palabras, las juntas escolares tienen la discreción de seleccionar libros, pero esa discreción está confinada a los derechos de los menores a recibir una amplia extensión de ideas e Información, no sólo una doctrina conformista.
La corte añadió que “al igual que el acceso a las ideas hace posible que los ciudadanos en general ejerzan sus derechos de libertad de expresión y prensa de una manera significativa, dicho acceso prepara a los estudiantes para la participación activa y efectiva en la sociedad pluralista, a menudo contenciosa”.
Dejando de lado la retórica idealista, el juez William Brennan improvisó unas cuantas reglas que siguen en vigor hoy día: las escuelas no pueden ejercer su discreción “de una manera estrictamente partidista o política”, y ellas “no pueden retirar libros de los estantes de las bibliotecas escolares simplemente porque les desagradan las ideas contenidas en esos libros”.
La corte concluyó que había evidencia suficiente para sugerir que las razones del distrito escolar para la remoción violaban los principios señalados arriba, y negó la moción de la junta para que el caso se desechara.
De hecho, la ALA deja en claro que a pesar del empecinamiento constante en retirar libros de los estantes, “la mayoría de las impugnaciones no son exitosas y la mayoría de los materiales son conservados en el plan de estudios de la escuela o su colección bibliográfica”.
Por supuesto, algunas impugnaciones sí terminan en prohibiciones.
Finalmente, el problema de la prohibición e impugnación de libros no desaparecerá. Las bibliotecas y escuelas públicas con presupuestos limitados deben tomar decisiones difíciles sobre qué comprar, retirar o poner detrás del mostrador de préstamos.
Sus elecciones nos dicen mucho de dónde nos encontramos culturalmente, mientras que su disposición (en gran medida) a combatir las impugnaciones refleja su compromiso inquebrantable con la expresión libre.
Clay Calvert es un erudito eminente Brechner en comunicación de masas en la Universidad de Florida.