Este
artículo apareció primero en The Wilson Quarterly.
El sexo “arde en la
intersección de la existencia, la identidad y el poder”, dice Eric Berkowitz,
autor de The Boundaries of Desire, un
libro sobre los límites legales de la sexualidad en el último siglo. Según
Berkowitz, estas leyes fueron en su mayoría absurdas y sirvieron a un sistema
de opresión que le puso un tapón a las vidas sexuales de la gente.
Hay una razón por la cual un acto
tan instintivo y animal debería hallarse en cinco mil años de legislación. Tal
vez sea la forma más alta de intimidad humana, tanto física como
emocionalmente, pero el sexo y la sexualidad son inherentemente políticos, una
herramienta que cambia el equilibrio del poder, y también una que refleja (y a
veces desafía) las normas culturales.
Entre una miríada de estudios,
los descubrimientos de la Dra. Judith Mackay sobre el tópico revelan las
enormes variaciones culturales en el acto conyugal. En el transcurso de un año,
el ciudadano francés promedio tiene casi tres veces más sexo que el residente
promedio de Hong Kong. (Vive la France !)
Algunas poblaciones parecen dejar de tener sexo por completo después de cierta
edad, como en India, donde muchas parejas dejan de tener intimidad cuando
tienen una hija casada o se vuelven abuelos.
En Japón, una sequía sexual
nacional tiene consecuencias terribles para una población de por sí reducida y
envejecida: una fuerza laboral insostenible en medio de un crecimiento
demográfico negativo ha llevado a que los mercados internacionales se abstengan
de invertir en Japón. Un artículo del Washington
Post en 2013 reveló que un fuerte porcentaje de los jóvenes de esa nación
abrazaban el sekkusu shinai shokogun,
o “síndrome de celibato”, como la norma.
Para los hombres japoneses, el
temor al sexo es tan fuerte que muchos prefieren “videojuegos e incluso retiros
vacacionales que emulen relaciones” a tener relaciones reales, según The Washington Post. Para las mujeres,
las estrictas normas de la cultura japonesa obligan a muchas a elegir entre la
familia y la carrera; las mujeres casadas que trabajan a menudo son etiquetadas
como “esposas endiabladas”.
Tome un vuelo corto a través
del mar de Japón y hallará una historia del todo diferente. En China, la
costumbre dicta que todos los hombres poderosos tengan una amante. La práctica
se ha arraigado tan profundamente que ahora hay diferentes grados de amantes:
un tipo (llamada ernai) sirve
meramente como novia, mientras que otro (xiaosan)
se interpone entre un hombre y su esposa.
“Si eres un funcionario, tienes
que tener una amante, o por lo menos una novia”, dijo una amante, llamada
Xiaxue, a la revista Aeon. “De lo
contrario, no eres un verdadero hombre”. (Incluso los adinerados gays de China
tienen amantes mientras mantienen en secreto a sus novios.) Sin importar cuán
ubicua pueda ser la cultura de las amantes, no deja de ser peligrosa. Internet
se ha convertido en una supercarretera para avergonzar a estas mujeres ocultas,
a menudo por obra de ex novios o las esposas de sus amados.
Al sur en India, el Ministerio
de Telecomunicaciones indio bloqueó eficazmente más de 850 sitios pornográficos
en la red este verano, e inmediatamente fue atacado por censura masiva y
alegatos de corrupción. La mayoría de los sitios previamente prohibidos
volvieron a estar en línea, excepto por los que involucraban pornografía
infantil.
Ahora el desbloqueo enfrenta su
propia reacción violenta, no sólo de los conservadores religiosos, sino también
de las activistas de los derechos de las mujeres que están preocupadas por la
pornografía violenta de frente a una epidemia nacional de violaciones.
Ya sea que la pornografía
fomente o no el abuso y la violencia contra las mujeres, una amenaza menos
ambigua para las mujeres prospera en África y Oriente Medio: la mutilación
genital femenina. Una antigua tradición cultural, la mutación genital femenina
es definida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una acción que
lesiona o modifica los genitales femeninos por razones no médicas. La OMS
categoriza la mutilación genital como una violación a los derechos de las
mujeres y, a menudo, las niñas.
En los 29 países donde la
práctica está difundida —en gran medida a lo largo de Oriente Medio y África—
más de 125 millones de muchachas han pasado por la MGF. En culturas donde la
MGF está culturalmente aceptada, se cree que, al cortar o extirpar el clítoris,
una mujer vivirá sin libido y preservará su virginidad, manteniéndola “pura”
para el matrimonio.
Los países que practican la MGF
son predeciblemente conservadores en otras cuestiones sexuales. De todo el
continente africano, por ejemplo, sólo Sudáfrica reconoce el matrimonio
homosexual. En la mayoría de los países africanos, ser gay o tener relaciones
sexuales con alguien del mismo sexo puede significar juicio y tiempo en
prisión, incluida una increíble sentencia de 14 años de prisión en Kenia.
Cuando el presidente Obama hizo
su viaje histórico a África este verano, él abordó la persecución de dicho país
a la gente LGBT en una conferencia de prensa, declarando: “El estado no debería
discriminar a la gente con base en su orientación sexual”. El presidente
keniano, Uhuru Kenyatta, respondió que otros problemas tenían prioridad sobre
los derechos de los gays, entre ellos la salud, la infraestructura y la
representación social de las mujeres. “Para los kenianos hoy día”, dijo
Kenyatta, “el problema de los derechos de los gays en realidad no es un
problema”.
Boundaries
of Desire, de Berkowitz, insiste en que todas estas leyes
y prácticas giran alrededor del control, alrededor del dominio y la “emoción de
prohibirles a otros lo que desean”, como lo dice Slate. Al poner límites
alrededor de los actos e intereses sexuales, las culturas y los gobiernos
pueden definir el sexo bajo sus propios términos, en vez de permitir a la gente
que explore su propia sexualidad, ser vulnerable y querer cercanía física.
Y en una era del auge de miles
de millones de dólares en el sexo tecnológico —apps de citas, pornografía de realidad virtual, robots sexuales,
etc.— ese elemento humano de la autoexploración, la maduración y la intimidad,
tiene mucho más encanto que nunca antes.
Lecturas
recomendadas: Judith Mackay, “Global Sex: sexuality and sexual practices around
the world”, Sexual and Relationship Therapy, Vol. 16, No. 1, 2001; Jacob Brogan, “The
Illogic of All Sex Laws”, Slate, 6 de agosto de 2015.
Maya
Wesby es una periodista de The Wilson Quarterly.