Serena, apacible, Cristina se coloca ante al micrófono. Observa durante algunos segundos a las miles de personas desiguales reunidas en el Zócalo esta tarde de 26 de septiembre, casi a las cinco de la tarde. Hace un instante, el moderador del mitin anunció que un año atrás Cristina hablaba poco el español, que su lengua materna es el náhuatl y que es madre de uno de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, desaparecidos hace 12 meses.
Cristina, quien habita en la región de La Montaña de Guerrero, comienza su discurso en náhuatl. Durante casi dos minutos, la mujer habla y, a juzgar por los rostros de los presentes, no es necesario entender sus palabras para adivinar que está indignada, furiosa. No sabe dónde está su hijo y su hartazgo por la falta de respuestas de las autoridades es evidente.
Esta tarde llueve. No es una fuerte lluvia, es de mediana intensidad y a nadie de los reunidos en la Plaza de la Constitución parece importarle. Así es que todos escuchan que Cristina termina sus palabras en náhuatl y comienza a hablar en español:
“Hoy el cielo está llorando porque faltan 43 y miles de desaparecidos. Hoy me doy cuenta de que nuestra invitación no fue en vano, hoy salieron a las calles y es el momento de levantar la voz”. Los manifestantes aplauden. Lanzan porras y, por supuesto, la consigna oficial de este hecho violento:
-¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos!
La frase se repite dos veces más.
Hace poco más de cinco horas, las personas comenzaron a reunirse en la Estela de la Lu,z porque en redes sociales se dijo que ahí comenzaría esta jornada que ya fue nombrada de la dignidad. El día es nublado. Ya se prevé que va a llover.
Las inmediaciones del monumento no fueron suficientes. Los miles de estudiantes de preparatoria y universidad, maestros, sindicalistas y civiles en general tienen que instalarse y esperar en el Ángel de la Independencia. Ese tramo de la avenida Reforma que va de la estela al monumento, a la una de la tarde, está repleta de personas. Es tan impresionante el número de personas reunidas que, incluso, se instalan a la altura del Museo de Arte Moderno, el Museo Rufino Tamayo y el Museo Nacional de Antropología.
Esta será una marcha pacífica, sí, pero distintas manifestaciones artísticas, de música y baile serán su sello.
Ahí están las organizaciones sindicales, como el SME o el STUNAM, y estudiantes de las facultades de la UNAM: economía, política, Acatlán, y también los CCHs de la universidad nacional, por ejemplo.
“Los trabajadores del STUNAM sabemos que fue el Estado y que nos faltan 43”, se lee en la pancarta donde también están delineados brazos alzados. “La gente muere cuando es olvidada”, dice la cartulina que carga el joven de cabello semilargo y que porta una chamarra negra. “¡Ni perdón ni olvido!”, escribieron en otra cartulina que muestra una joven mujer.
Esta es la oportunidad para que los ciudadanos recuerden que el caso de los 43 desaparecidos es tan sólo uno de los pendientes en México, aunque probablemente el más violento de los últimos años:
“Nos faltan 43 pero también hay mucho porque alzar la voz: 36718 homicidios, fuga del Chapo, casa blanca, casa de Malinalco, dólar casi en $18. EPN, si no sabes hablar español, menos gobernar un país”. Esta cartulina la carga un joven de piel morena que está colocado a un costado del Ángel (de la Independencia), donde miles esperan al primer contingente: el de los padres de los normalistas.
Alrededor de la una de la tarde, las consignas comienzan a intensificarse:
-¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
Los 43 familiares emprenden la caminata. Cada uno de ellos carga las fotografías de los desaparecidos y en cada una se reproduce la misma frase: “¡Vivo se lo llevaron! ¡Con vida lo queremos!”
Los miles de manifestantes forman una valla humana en ambos lados de Reforma para recibir a los padres. Los reciben con aplausos. Algunos no pueden evitar el llanto. Todos prestan atención.
-No están solos, no están solos, no están solos -vociferan.
Los reporteros gráficos toman fotografías una y otra y otra vez. Quieren la mejor toma. Uno de ellos suelta una lágrima e inmediatamente se la retira de la mejilla. Los padres mantienen un semblante rígido, aunque no pueden ocultar su impresión. Aunque serios, parecen satisfechos de que miles de personas se hayan reunido en esta zona de la ciudad para manifestarles su apoyo.
Al momento de llegar al Ángel de la Independencia, es necesario que un grupo de personas exhorte a los presentes a abrir el camino: son tantos, que el caminar es lento. “Abran paso. Los padres están avanzando. Prensa, por favor, abre paso. ¡Caminen, caminen!”.
-No están solos, no están solos -repiten una vez más los manifestantes.
Atrás de los padres, un grupo numeroso de normalistas, de entre 19 y 24 años de edad, forman el segundo contingente. “¡Ayotzinapa vive: la lucha sigue, sigue!”, gritan.
“43 no son sólo cenizas, son nuestra lucha”, se lee en otra pancarta que cargan dos personas a la altura del Ángel. “¡Que se rinda tu madre! Ayotzinapa vive”. “¿Y si hubiera sido tu hijo?”. “Cuando el pueblo se levanta por pan, tierra y libertad, tiemblan los poderosos de la costa a la sierra”.
Poco a poco, lentamente, las decenas de contingentes comienzan a integrarse. Cuando los padres de los normalistas llegan a altura de la glorieta de La Palma, miles de personas más aún aguardan en las inmediaciones de la Estela de Luz. Esperan sus turno para por fin unirse y comenzar el recorrido que culminará en el Zócalo capitalino. Esto parece no tener fin: niños, jóvenes, adultos y adultos mayores.
Varios minutos después, los padres llegan al cruce de Reforma y Bucareli, justo donde está el monumento a los 43. La lluvia comienza. Ahora inicia el listado de los nombres de los jóvenes. Uno tras otro son nombrados. Las personas repiten consignas y aplausos, las muestran de apoyo aumentan. “¡No están solo, no están solos!”. “¡Ayotzinapa somos todos!”.
La caminata se reanuda. Y los contingente entran a avenida Juárez. Mientras tanto, sobre Reforma, algunas personas tocan instrumentos de viento mientras otras personas bailan. Más atrás, los yembes suenan.
Un grupo de cinco mujeres que traen puestos vestidos de papel con las imágenes de los normalistas y con pintura roja que simula sangre, llaman la atención por el original atuendo.
Banderas y estandartes de todo tipo se ven por doquier: la socialista, la gay, religiosas. Otras pancartas dicen: “La poesía es necesaria, la dominación militar NO”, “Contingente carriola. Marchando libres y en paz por un mejor México para nuestros hijos. Educando con amor. #YaMeCansé2, #SomosSemilla”, “¡Justicia! No están solos, su dolor también es nuestro”, “No habrá olvido. Sí se tiene memoria. Justicia para los cinco y que regresen los 43”. Los rostros de los normalistas se ven sobre prácticamente toda Reforma.
Justo a las cuatro de la tarde, los padres ingresan al Zócalo capitalino. Tan sólo cinco minutos después, suben al templete que da la espalda al Palacio Nacional, rodeados de reporteros y manifestantes. La lluvia aumenta.
La primera en hablarle a los presentes es Carmelita, madre de uno de los 43. “El pueblo de México no nos ha dejado solos. Sigue viva la indignación. Nosotros tenemos que castigarlos (a los del gobierno) porque ellos no se van a castigar. ¿Cómo es posible que los delincuentes sean más inteligentes que ellos?”. La multitud aplaude.
Mario César González, padre de José Manuel González, comparte: “Este ha sido un año de muchísimo dolor. Hace un año escuché por última vez la voz de mi hijo. Pero también es un año de mucho aprendizaje, de cómo está nuestro país, de ver cómo desaparecen a la gente. Los 43 padres de familia vamos a seguir luchando y buscando a nuestros hijos. Vamos a tratar de mejorar las cosas, necesitamos su apoyo. A nosotros no nos van a callar. No me voy a cansar de buscarlos”.
Por su parte, Tiberio Álvarez, padre de Jorge Álvarez, dice: “Ni la lluvia ni el viento detendrán este movimiento. Hace un año nuestros hijos no sabían esta cosa horrible que les iba a pasar. Estamos luchando por nuestros hijos que el Estado se llevó. Que esta no sea la última marcha que se vea. No queremos bienes, estamos reclamando vidas”.
Otro padre de familia, papá de Cristian, también tiene algo que decir: “Estamos muy dolidos por este maldito gobierno. Yo le dije en su cara al gobierno que cómo es posible que ha pasado un año y no hay respuesta”.
Ahora son la cinco de la tarde y los contingentes continúan llegando al Zócalo. Los padres y organizaciones sindicales siguen con sus respectivas arengas en el templete. Cientos escuchan. Las consigas no paran cada que uno de ellos termina su intervención.
Hipólito Mora, líder de los autodefensas en Michoacán, también está presente: “Gracias por apoyarnos en esta lucha, la cual nos ha salido muy cara por el gobierno. Todos hemos salido dañados de alguna forma. Es tiempo de unirnos. Somos más la gente humilde que quienes están saqueando al país. Son insensibles, 43 chamacos desaparecidos. Yo también perdí a un hijo en esta lucha, pero aquí estoy. Tenemos que luchar en contra de este gobierno que nos ha encarcelado”.
Lentamente, las personas comienzan a marcharse. Sin embargo, decenas continúan escuchado los discursos.
El secretario general de la Normal de Ayotzinapa, Guerrero, Eduardo Maganda, indica al filo de las seis de la tarda, momento en que finaliza el mitin: “No venimos a llorar, venimos a pedir justicia. Queremos decirle al gobierno que queremos la presentación con vida de los 43. No vamos a claudicar”.