Este
artículo apareció por primera vez en el sitio de Brookings
Institution.
En el último par de semanas, no ha pasado un solo día sin que surjan informes
de personal militar y oficiales de policía asesinados por los ataques del
Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), civiles atrapados en ciudades
con toque de queda, y de las incursiones de la Fuerza Aérea turca contra los
opositores del PKK.
Desde el bombardeo suicida ocurrido en Suruç el 20 de julio,
han habido al
menos 132 muertes confirmadas de miembros del
personal de seguridad turco y cientos de combatientes del PKK atrapados en el
fuego cruzado.
También son comunes las luchas entre el personal de seguridad y los jóvenes
kurdos militarizados en las ciudades kurdas, mientras estos últimos intentan
capturar sitios que se autoproclaman como bastiones del PKK. Todos los medios
de comunicación difunden secuencias de trincheras y barricadas, cavadas por los
combatientes kurdos para impedir el paso de las fuerzas de seguridad. En
respuesta, muchedumbres anti-kurdas han atacado negocios propiedad de kurdos,
así como oficinas del Partido Popular Democrático
kurdo (HDP) en toda Turquía.
Existe el creciente temor de que esta violencia pudiera salirse de control,
llevando incluso al borde de provocar una guerra civil entre kurdos y
turcos de un tipo que el país nunca antes ha experimentado.
Si esta situación persiste o empeora, Estados Unidos se arriesga a perder a
un pilar de estabilidad en una región perennemente turbulenta.
Después de muchos años de relativa calma, acompañada de expectativas
ocasionales de una solución política al problema kurdo en Turquía, ¿qué es lo
que impulsa esta repentina explosión de violencia? ¿Podría ser que la fiebre
electoral esté envolviendo al presidente turco Recep Tayyip Erdoğan?
Montaña rusa electoral
Este incremento en la violencia es impulsado por una confluencia de sucesos. Uno de los más
importantes lo constituyen los resultados no concluyentes de las
elecciones generales realizadas a principios de junio de
este año.
El gobernante Partido de Justicia y Desarrollo (AKP), apoyado enérgicamente
por el presidente Recep Tayyip Erdoğan, no logró obtener el número necesario de
escaños en el parlamento para constituir un gobierno por sí mismo. Esto
perjudicó los propios planes de desarrollo profesional de Erdoğan,
estructurados alrededor del hecho de que el AKP obtuviera suficientes escaños
para adoptar una nueva constitución que terminaría otorgándole mayores poderes ejecutivos.
Irónicamente, Erdoğan también había pedido la resolución del problema kurdo
en Turquía, un movimiento táctico para generar capital político entre el
electorado kurdo. Fueron los gobiernos de AKP los que introdujeron una serie de
reformas a favor de los derechos culturales kurdos durante toda la década de
2000, y Erdoğan fue el que inició un diálogo con el líder encarcelado del PKK,
Abdullah Öcalan, en 2012.
Estos esfuerzos produjeron frutos: en las elecciones generales de 2007 y
2011, el AKP ganó 26 de los 38 escaños en Ağrı, Bitlis, Diyarbakir, Hakkari,
Mardin, Sirnak y Van, provincias con una gran población kurda.
Los
kurdos van a Angora
Desde entonces, esta imagen color de rosa se ha deslavado en gran medida. En
octubre de 2014, cuando el Estado Islámico (o ISIS) sitió el pueblo kurdo de
Kobani, ubicado en la frontera entre Siria y Turquía, el gobierno se mostró
reacio a respaldar a los kurdos. Esto, unido a las acusaciones de que Turquía
en realidad apoyaba a ISIS para impedir que los kurdos consolidaran su control
de diversas partes del norte de Siria, alimentó el resentimiento de la
comunidad kurda.
El golpe de gracia se produjo cuando Erdoğan insinuó que era irrelevante
defender Kobani. En lugar de ello, pronosticó abiertamente su inminente caída en
las manos de ISIS. Con el telón de fondo de la destrucción de Kobani y la huida
de más de 200,000 kurdos sirios hacia Turquía, la confianza entre el gobierno
turco y los kurdos en general se disolvió.
Mientras tanto, la ayuda de los kurdos en Turquía e Irak, así como de
Estados Unidos, salvó a Kobani de ISIS, poniendo en entredicho el pronóstico de
Erdoğan.
Todo esto motivó al Partido Demócrata del Pueblo (HDP) a participar en las
elecciones de junio como un partido político. Hasta ahora cautelosos y temerosos
del umbral electoral notoriamente alto de 10 por ciento para entrar en el
parlamento de Turquía, los políticos kurdos se habían postulado como
independientes para el parlamento.
El carismático líder del HDP, Selahattin Demirtas, aprovechó con éxito la
profunda desconfianza hacia Erdoğan y obtuvo los votos de los kurdos
conservadores que previamente habían sido emitidos a favor del AKP. Esta vez,
el AKP pudo ganar sólo 4 de los 39 escaños asignados a las provincias mencionadas,
mientras que el resto quedó exclusivamente en manos de HDP.
El programa político liberal de Demirtas también atrajo algunos de los
“votos de protesta” contra el creciente autoritarismo de Erdoğan,
especialmente en diversas partes occidentales de Turquía. El HDP no sólo superó
el umbral, sino que también ganó 80 escaños, convirtiéndose ahora en una fuerza
clave para bloquear las aspiraciones de Erdoğan de convertirse en el líder todopoderoso
de Turquía.
¿Qué
sigue para el AKP?
Muchas personas interpretar resultados como prueba de que los votantes deseaban una
transición hacia una era post-Erdoğan. Después
de todo, la necesidad de constituir un gobierno de coalición pondría un freno a
las ambiciones de Erdoğan. Sin embargo, esta atmósfera optimista no duró mucho.
Erdoğan bloqueó el surgimiento de esa coalición y, en cambio, convocó la
repetición de las elecciones en noviembre, justo mientras la violencia en el
país comenzaba a intensificarse.
Desde entonces, ha basado su estrategia en la suposición de que este recrudecimiento de la violencia atraería los votos
nacionalistas y conservadores al AKP. Él ha fortalecido esta estrategia al
presentar al HDP y a Demirtas como aliados del PKK y, por lo tanto, autores de
la inestabilidad actual.
Sin embargo, las encuestas sugieren que el AKP podría no lograr una mayoría sólida en el parlamento, que
dejaría al país sin un gobierno sólido que pudiera poner fin al ciclo de
violencia. Algunos analistas pronostican que Erdoğan, que está ansioso de poder,
también puede buscar una “repetición” de la “repetición” de las
elecciones; esta vez, incluso puede esgrimir a la violencia en algunas partes
de las áreas de población kurda como una justificación para no colocar urnas
electorales que, de otra manera, tendrían muchas probabilidades de contener
votos a favor del HDP.
Como quiera que sea, Turquía parece destinada a una mayor inestabilidad. Eso,
a menos que Erdoğan reconsidere su estrategia y vuelva a las raíces
reformistas, democráticas e inclusivas del AKP. Esa era la Turquía con la que
el presidente Barack Obama aspiraba a tener una “relación modelo”.
El hecho de no cumplir con ese programa podría agravar el caos en Turquía,
aumentando la posibilidad de lo que algunas personas han denominado la “sirianización” de Turquía. Si esto ocurre, los
desafíos actuales que Estados Unidos enfrenta en la región se volverían aún más
desalentadores.
Kemal Kirişci es miembro de alto rango de TÜSİAD,Política Exterior, Centro sobre Estados Unidos y Europa y director del Proyecto Turquía, Brookings Institution.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek.