AYOTZINAPA, Guerrero.- Los ojos verdes de José Manuel
contrastan con su piel morena, es un joven robusto cuya cara acentúa su
rendondés por el corte de pelo a rapa que le hicieron hace un mes y que apenas
va creciendo. Junto con un grupo de muchachos podan y desbrozan, con machete,
la maleza que crece junto a la carretera. Tras bajarnos de la camioneta que
hace el recorrido de Chilpancingo a Tixtla, les preguntamos a ellos como llegar
a la Normal de Ayotzinapa. José Manuel señala con el machete unas escaleras de
cemento que bajan entre la montaña. No van con nosotros ni nos acompañan pero
toman el mismo camino.
Apenas recorrido el primer tercio de
las escalinatas se ve, a mano derecha, una cruz con el nombre de Juan Manuel
Huikam, quien fue asesinado el 12 de octubre de 1988. Queda claro que aquí la
memoria es cosa viva, en los muros de la escuela hay un mural en homenaje a él,
tal como los que después pintarían para los caídos del 26 de septiembre de
2014. Al finalizar el segundo tercio de las escalinatas se ve la primer
construcción del camino, una casa de muros blancos y techo de lámina que alguna
vez debieron ser tejas de barro. Sobre el muro un letrero reza:
“Bienvenidos
a lo que no tiene inicio
Bienvenidos
a lo que no tiene fin
Bienvenidos
a la lucha eterna
Unos
la llaman necedad
Nosotros
la llamamos
Esperanza”.
Nuestra lectura silenciosa se acompaña
de las voces de varios de los chicos que bajan detrás y delante nuestro y que
repiten como mantra esos versos. “¿Ya te lo aprendiste?” se preguntan los unos
a los otros, todos confiesan que a medias, así que lo repiten una vez más. Son
la nueva generación de Ayotzinapa. Como cada año, 140 alumnos ingresaron en
julio para iniciar sus estudios como profesores rurales. Luego de tres semanas
de propedéutico los nuevos aspirantes, que previamente aprobaron el examen de
admisión, a manera de bautizo son rapados. El ritual es idéntico en otras
normales rurales para varones del país, lo sabemos porque hay varios
contingentes de apoyo en la normal para el primer aniversario de la
desaparición de 43 normalistas de éste plantel.
Hasta Ayotzinapa también llegaron
alumnas de las normales rurales de Amitzingo en Morelos y de Panotla en
Tlaxcala. Casi todos de primer ingreso o a los sumo en su tercer trimestre. La
solidaridad no sólo se queda en los contingentes de apoyo que se mueven como
manadas por la escuela Raúl Isidro Burgos, ante la ola de deserciones se supo
que las demás normales rurales del país enviaron algunos de sus alumnos para
completar la matrícula de Ayotzinapa y que no la cerrara la federación por
falta de alumnos. La lucha por la sobrevivencia no es menor, de 36 normales
rurales sólo quedan 17 y Ayotzinapa podría ser la primera en lograr la
autonomía de cumplir 100 años de existencia, para lo cual sólo faltan 11 años.
NORMALES RURALES, HISTORIA COMBATIVA
Durante el siglo XX el magisterio de toda América Latina
jugó un papel importante en la politización de sus comunidades, confrontaron la
desigualdad económica y la falta de espacios para la participación política. En
el caso mexicano, la clase política local en lugar de abrir dichos espacios
optó por desarraigar a los profesores de sus comunidades, cuando no reprimirlos
y asesinarlos, junto con sus seguidores. Como consecuencia, las luchas
magisteriales derivaron en insurrecciones locales en busca de mejores
condiciones ya no sólo para el gremio sino para las comunidades –muchas veces
sumidas en la miseria– donde trabajan día con día y en las que muchos de ellos
nacieron y crecieron.
Pero no siempre fue así, el 29 de
octubre de 1934, el general Lázaro Cárdenas, como presidente electo, se dirigió
a los manifestantes que acudieron para apoyarlo hasta sus oficinas del partido.
Ahí señaló que la Revolución Mexicana se preocupaba por “fundamentar la
educación socialista” con el objetivo de “resolver los aspectos económicos de
la vida de los hombres del campo y del taller”, donde –aseguraba el general–
“los principios de un interés individualista irán siendo superados por una
economía más francamente socializada”. Esas palabras se convirtieron en ley una
vez que asumió el poder. De ahí se desprendió un proyecto educativo que se
implantó en 36 normales rurales, en ellas se preparaba al campesinado para
esparcir no sólo la educación, sino el socialismo y la lucha de clases.
Todavía en la actualidad, quienes
asisten a las normales reciben durante sus estudios, alojamiento, educación y
formación política. Por lo que, junto con el Ejército, es una de las pocas
opciones legales en México para salir de la miseria y entrar a la pobreza.
Terminado el gobierno de Cárdenas se
eliminó la palabra socialista de la Constitución, mientras que las normales
rurales continuaron desarrollando una intelectualidad con conciencia de clase.
Pero sin que se resolviera la desigualdad económica y social, ni el
autoritarismo (a veces totalitarismo) político que se vive aún hoy en los
estados del país. Existía pues la teoría y la práctica necesarias para que
estallaran los conflictos. Nombres como el de los profesores Genaro Vázquez y
Lucio Cabañas quedarían íntimamente ligados al movimiento guerrillero mexicano
del siglo XX. De hecho en la plazoleta principal de la normal de Ayotzinapa,
donde estudio Cabañas hay una placa con su nombre que cita:
“Desgraciados los pueblos donde la
juventud no haga temblar al mundo y los estudiantes se mantengan sumisos ante
el tirano”.
EN TODO EL PAÍS ASESINAN
En las inmediaciones de la normal de Ayotzinapa todos
saben que es común que los alumnos secuestren autobuses de pasajeros para
movilizarse a las manifestaciones políticas y seguido se les ve boteando a las
afueras de los centros urbanos. Pero también es sabido que secuestran trailers
de empresas como Walmart que transportan alimentos o camiones repartidores de
Bimbo y Sabritas.
Tales “expropiaciones” no son
violentas, según relatan los choferes, sino “amables”. Incluso invitan a los
conductores comer con ellos. Por ejemplo el día que estuvimos nosotros
sirvieron chuleta asada, arroz, crema de verduras, agua de melón, ensalada,
frijoles y un plátano. Pero lo mismos sucede con cualquiera que llegue a la
normal pues todos están convidado a la hora de los alimentos, siempre y cuando
respeten las normas de conducta del comedor donde se lee la consigna: “por la
liberación de la juventud y la clase explotada”.
Si los normalistas se atuvieran al
presupuesto asignado, les correspondería 50 pesos diarios a cada uno para las
tres comidas. Pero si dividimos el presupuesto de alimentación, pre premios (la
beca de los estudiantes de primero a sexto semestre), gastos de operación y
material de limpieza, asignado para el 2014 a cada uno de los 522 estudiantes
les corresponderían 34 pesos diarios. Para el 2015 la Cámara de Diputados
aumentó el presupuesto para todas las normales rurales a 400 millones de pesos,
si lo dividiéramos entre cada alumno le tocaría a 4,926 pesos mensuales. Sin
embargo este último supuesto no es posible pues los recursos están etiquetados
para infraestructura y equipo, entre otros. Por lo que es fácil entender que
sin lo que recolectan la sobrevivencia sería muy difícil para ellos.
En la fila para la comida nos
encontramos de nueva cuenta con José Manuel, uno de los 140 alumnos que logró
su ingreso este año a la Normal Rural. Sus ojos verdes que resaltan en la
obscuridad de su piel son inconfundibles. Es sociable y parlanchín como todos
los de Tierra Caliente, Guerrero.
“El ser maestro para nosotros la gente
campesina, la gente pobre, es la única opción ya que Ayotzinapa nos da todo”
dice José Manuel. La historia se repite en cada uno de los alumnos con los que
platicamos, no sólo de esta normal sino también de las normales visitantes. Un
estudiante, que pide no revelemos su nombre, proviene del llamado triángulo de
la amapola, allá no hay otra cosa que hacer, más de una vez le tocó trabajar
rayando amapola para extraer goma de opio: “pagan entre 150 y 200 pesos diarios,
pero es muy peligroso”. Por eso, él prefirió buscar un lugar en la normal.
Santiago de Jesús es uno de los mayores
del nuevo ingreso, tienen 25 años y Ayotzinapa fue su última opción. También es
uno de los más ideologizados y su discurso es más articulado, bien informado y
de cultura amplia. Durante años trabajó como obrero con un sueldo de 700 pesos
semanales. Cuando los sucesos del año pasado dejaron 43 desaparecidos, se
acordó que existía Ayotzinapa y decidió matricularse.
En la ciudad de Iguala donde sucedieron
los secuestros de sus compañeros todavía se pueden ver los agujeros de bala en
las paredes y en el negocio de bombas para agua que está en la esquina de
Periférico y Juan N. Álvarez. El vidrio que perforó una bala expansiva sigue
siendo el mismo, la dueña no lo ha cambiado porque a la fecha siguen asistiendo
peritos, los más recientes el mismo día que nosotros. A pesar de esa evidencia
de la brutalidad, la Normal logró mantener la matrícula, es cierto, solo 158
jóvenes compitieron por las 140 plazas, cuando en años anteriores superaban por
mucho los 500. “Más que miedo da coraje
ver como los estudiantes están siendo reprimidos” dice José Manuel y los
ojos verdes parecen más claros. El resto de los muchachos entrevistados dan
respuestas similares que terminan por coincidir en un punto, para perder la
vida no se necesita ser estudiante de Ayotzinapa se puede perder en cualquier
lugar.
La evidencia
de ese razonamiento se encuentra en la misma ciudad de Iguala, donde cada semana
en la iglesia de San Jorge asisten cientos de personas para reportar a sus
familiares desaparecidos a lo largo del país. Ahí, la Procuraduría General de
la República, les toma declaración y pruebas de ADN. De 104 cuerpos que
localizaron en 57 fosas clandestinas han logrado identificar apenas siete
personas. Es cierto, en México cualquiera puede desaparecer.