El Teniente Coronel Jason Amerine fue uno de los primeros soldados estadounidenses en Afganistán. Llegó a ese país a finales de octubre de 2001 con un equipo de élite de las Fuerzas Especiales del Ejército, cuando todo el mundo estaba de acuerdo en que la guerra sería breve y que los objetivos eran claros: vengar el terror producido por los ataques del 9/11, derrocar al Talibán y partir. Casi 14 años después, Amerine fue a Capitol Hill para explicar por qué lucha todavía por escapar.
Hasta enero pasado, Amerine trabajaba en el Pentágono, donde dirigía un equipo del Ejército cuyas órdenes eran llevar a casa al sargento Bowe Bergdahl, misión que fue ampliada para incluir a algunos rehenes civiles capturados por militantes alineados con el Talibán en Pakistán. Bergdahl había estado en cautiverio durante casi cuatro años cuando Amerine intervino en el caso, lo que lo convertía en el prisionero de guerra cautivo durante más tiempo desde la guerra de Vietnam y en un elemento clave para cualquier negociación para dar fin a la guerra. En 2013, Amerine convenció al Talibán para participar en una serie de conversaciones secretas en las que se identificó una solución, pero se topó con un muro en el laberinto burocrático de Washington. Mientras tenía que luchar más con organismos federales de Washington D.C. que con el Quetta Shura en Pakistán, Amerine se puso en contacto con el representante Duncan Hunter, veterano de la infantería de marina y miembro republicano de la Comisión de Servicios Armados de la Cámara.
Hunter escribió cartas al entonces secretario del Defensa Chuck Hagel y al presidente Barack Obama, solicitando que alguien pusiera fin a las riñas entre el Ejército, el Departamento de Estado, el FBI, la comunidad de inteligencia y el Departamento de Defensa. Cuando Bergdahl finalmente fue liberado el año pasado en un intercambio por cinco prisioneros del Talibán en Guantánamo, Hunter se quejó de que se había pasado por alto un acuerdo mucho mejor logrado por Amerine. Peor aún, seis civiles occidentales, entre ellos dos canadienses y un niño recién nacido, fueron abandonados en manos de grupos terroristas protegidos por el gobierno paquistaní, un aliado crucial de Estados Unidos en la guerra mundial contra el terrorismo.
Este mes de enero, un día después de que un misil errante de la CIA matara al trabajador de ayuda internacional Warren Weinstein, uno de esos rehenes, Amerine, fue escoltado abruptamente hacia la puerta de salida del Pentágono. El Ejército le informó que su Comando de Investigación Penal (CID, por sus siglas en inglés) había presentado una demanda en su contra. Su sueldo fue retenido, y su jubilación fue puesta en espera. Hunter dice que esta fue una labor de ataque realizada por el FBI en venganza por violar el terreno de recuperación de rehenes de ese organismo. El CID no hizo ningún comentario sobre el caso a Newsweek, y el FBI dirigió las preguntas de vuelta al Departamento de Defensa. Mientras tanto, los rehenes permanecen en Pakistán, la investigación de Amerine se alarga, y una investigación interna del Pentágono investiga la investigación del CID.
Al testificar en junio en una audiencia del Senado con el retorcido título de “Delatar la venganza: Recuentos de delatores de organismos federales actuales y pasados”, Amerine no disfrutó de su condición de rebelde. “He sido etiquetado como delator, un término tóxico y despectivo”, dijo. “Estoy ante ustedes porque cumplí con mi deber, y ustedes deben garantizar que todos los uniformados puedan seguir cumpliendo con su deber sin temor a represalias”.
“PONGAMOS FIN A ESTA GUERRA”
La mañana del 11 de septiembre de 2001, Amerine, Capitán del Ejército, entraba en una pizzería de Almaty, Kasajistán. Osama bin Laden era el sospechoso más evidente detrás de las atrocidades de ese día y, al final de esa noche, Amerine y los Boinas Verdes bajo su mando se movilizaban para la guerra. Fueron desplegados el mes siguiente, reuniéndose en Pakistán con Hamid Karzai, el futuro presidente de Afganistán y líder en ciernes de los rebeldes Pastún del sur del país.
Los hombres de Amerine enfrentaron una situación más difícil y peligrosa que sus homólogos del Ejército en el norte, que desembarcaron cerca de Mazar-i-Sharif y cabalgaron al lado de la Alianza del Norte, apoyada por CIA. No había ninguna resistencia organizada contra el Talibán en el cinturón tribal del sur. Kandahar, la segunda ciudad más grande del país, era la capital de facto bajo el Emirato Islámico, y los estadounidenses esperaban enfrentar una lucha feroz por la ciudad. Karzai le dijo a Amerine que si los estadounidenses pudieran ayudarle a liberar a Tarin Kowt, la capital de la Provincia de Uruzgan, a unas 80 millas al norte de Kandahar, ello constituiría un golpe temprano al control del Talibán en la región sur.
Helicópteros Black Hawk arrojaron a los Boinas Verdes en territorio hostil. Para mezclarse y mostrar respeto hacia sus nuevos aliados, se habían dejado crecer la barba y habían prescindido del código de vestimenta del Ejército. Cubrían sus uniformes de camuflaje con chaquetas de lana y sudaderas con capucha. La noche en que desembarcaron en Uruzgan, cada hombre llevaba más de 90 kilos en armas, suministros y equipo.
Los comandantes del ejército estadounidense querían pruebas de que Karzai podía organizar una fuerza de al menos 300 guerrilleros, y Amerine esperaba contar con varias semanas para dar descanso a sus hombres y prepararse para la primera lucha importante. Pero menos de 48 horas después de que los Boinas Verdes aterrizaron en el accidentado terreno, los habitantes de Tarin Kowt se levantaron inesperadamente y mataron a su gobernador del Talibán. Sin haber dormido durante tres días, los hombres de Amerine tenían una sola alternativa: defender al pueblo contra un ataque violento del Talibán contando sólo con la ayuda de unos cuantos afganos armados.
Construyeron un puesto de observación sobre una planicie alta que daba hacia un amplio valle y hacia el distante paso de montaña donde comenzaría el contraataque del Talibán. Era un puesto ideal, pero cuando los guerrilleros afganos vieron el polvo que levantaba la gran cantidad de camiones del Talibán que se dirigían hacia ellos, dieron vuelta para huir. “Básicamente, comenzaron a sentir pánico”, declaró Amerine a PBS en 2002. No había ningún intérprete, y los afganos no comprendían la capacidad de los tres aviones caza a reacción F-18 que volaban a 30 000 pies por encima de sus cabezas. “No sabían que en realidad estábamos a punto de caer sobre el Talibán. Así que, según ellos, estábamos locos”.
Infinitamente superados en número, los Boinas Verdes pidieron apoyo aéreo desde el otro lado de la región. Aviones caza bombardearon y destruyeron el convoy del Talibán; las furgonetas estallaban en llamas una tras otra hasta que las pocas que quedaban emprendieron la retirada. Cuando los guerrilleros de Karzai esquivaron un ataque con armas cortas en la retaguardia del pueblo, se consideró que la lucha había sido ganada. Sin los estadounidenses, le dijo un ulema local a Karzai, el Talibán los habría matado a todos. Con los estadounidenses abriéndoles camino hacia el poder, Karzai y Amerine acordaron su objetivo mutuo: “vayamos a Kandahar y pongamos fin a esta guerra”.
La coalición estadounidense-afgana se dirigía hacia el sur, pueblo por pueblo, cuando ocurrió el desastre. La mañana del 5 de diciembre, justo en las afueras del pueblo de Shawali Kowt, un B-52 estadounidense que había recibido las coordenadas equivocadas arrojó una bomba teledirigida por satélite de 2 000 libras directamente encima de los hombres de Amerine. Tres Boinas Verdes y 27 afganos murieron, y todos los demás hombres resultaron heridos, incluso Amerine, que recibió una herida de metralla en la pierna. Tres días después, el líder supremo del Talibán, el ulema Mohammed Omar, huyó de Kandahar en la parte de atrás una motocicleta Honda cuando la ciudad cayó en manos de la coalición.
El equipo de Amerine ganó tres Estrellas de Plata, siete Estrellas de Bronce y 11 Corazones Púrpura. Su historia fue inmortalizada en un gran éxito de ventas del New York Times, The Only Thing Worth Dying For (Lo único por lo que vale la pena morir), de Eric Blehm. En enero de 2002, fue invitado por el presidente George W. Bush para el primer informe presidencial después del 9/11. Visitó Nueva York, tocó la campana de cierre de la Bolsa de Valores de Nueva York y fue entrevistado por CBS, Fox y CNBC. Regresó a West Point para enseñar Relaciones Internacionales y el idioma árabe a los jóvenes que tomarían su lugar en la guerra. Cuando se mudó a Washington para trabajar en el Pentágono, recibió las órdenes que descarrilarían su carrera.
GUERRAS DE TERRITORIO SUPERAN A LAS VERDADERAS
El entonces soldado raso Bergdahl fue destacado a 25 millas de la frontera paquistaní, y en un lapso de dos semanas después de su desaparición, una cantidad abrumadora de información indicaba que había sido introducido de contrabando en Pakistán. Dos días después de su desaparición, un comandante del Talibán regional, el ulema Sangeen Zadran, lo reclamó a nombre de la red de Haqqani, uno de los agentes del caos más implacables de la guerra. Los raptos eran el modelo de negocios del grupo; apenas nueve días antes de secuestrar a Bergdahl, perdieron al hombre que había sido su rehén más valioso, David Rohde, escritor del New York Times. Bergdahl tomó su lugar como la presa más valiosa de la guerra para Haqqani y el Talibán.
Bergdahl había caído más allá del alcance de Washington. Como militar activo, su seguridad era un problema del Departamento de Defensa. Pero el ejército estadounidense no podía entrar en Pakistán. Cualquier misión de recuperación debía ser un rescate de la CIA o de las Fuerzas Especiales, ordenado por la Casa Blanca (como la operación Lanza de Neptuno, la incursión realizada en 2011 en el complejo de Osama bin Laden en Abbottabad, Pakistán).
El equipo de Amerine en el Pentágono empezó poniendo en marcha una auditoría minuciosa. “La razón por la que el esfuerzo fracasó durante cuatro años”, declaró ante el Senado en junio, “fue porque nuestra nación carecía de una organización que pudiera sincronizar el esfuerzo de todos nuestros organismos gubernamentales para lograr que todos nuestros rehenes volvieran a casa”. Su equipo “también se dio cuenta de que había rehenes civiles en Pakistán a quienes nadie trataba de liberar, así que los añadimos a nuestra misión”.
Ese último punto fue un golpe no demasiado sutil. Para Amerine, “nadie” se refería y se refiere al FBI, el organismo responsable de los ciudadanos estadounidenses secuestrados en el extranjero. Su equipo del Ejército tenía acceso a una vasta red de inteligencia humana en el centro de Asia, en países donde el FBI tenía poco alcance. No estaba convencido de que el organismo estuviera logrando algún avance, por lo que añadió los casos civiles, incluidos dos canadienses, a su misión de recuperación.
Su equipo estableció tres objetivos principales: 1) Desarrollar opciones viables de intercambio de prisioneros, 2) Llevar al Talibán de vuelta a las negociaciones y 3) Enmendar la defectuosa política de recuperación de rehenes del gobierno. En los dos primeros puntos se lograron avances. Los servicios de inteligencia del Ejército informaron que Bergdahl y los civiles se habían convertido en una carga para sus captores. En la primavera de 2014, un funcionario del Pentágono no identificado declaró a The Associated Press que el Talibán estaba “haciendo contacto con el fin de lograr un acuerdo” por el soldado estadounidense. Pero en Washington, los organismos federales tenían programas diferentes, a menudo secretos, y a veces con distintas intenciones. Y no habían logrado nada.
“El Departamento de Defensa, el Comando Central de Estados Unidos, el Estado Mayor Conjunto, el Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos, el Departamento de Estado, la Agencia Central de Inteligencia, la Oficina Federal de Investigación y la Agencia de Seguridad Nacional, entre otras entidades del gobierno, todas ellas están involucradas en esta operación”, escribió Hunter al presidente aquella primavera. “Es indispensable que todos elementos del gobierno trabajen juntos en coordinación”.
La coordinación que Hunter buscaba nunca se produjo, por lo que el equipo de Amerine siguió adelante por sí mismo. Continuó realizando negociaciones para liberar a los siete rehenes a cambio sólo de Haji Bashir Noorzai, el zar de la droga alineado con el Talibán, que purga una condena de cadena perpetua en una prisión estadounidense. Hunter defendió el acuerdo, diciendo a la Casa Blanca y a Hagel que “el Departamento de Defensa es el más adecuado y el mejor organizado para dirigir toda la planificación para la liberación de Bergdahl”. Funcionarios del Departamento de Estado y del Pentágono le aseguraron a Hunter que ambos organismos estarían “estrechamente coordinados” en un proceso en el que “se reforzarían mutuamente”. “Seguiremos informándole a usted y a sus colegas acerca de nuestros esfuerzos a nombre [de Bergdahl]”, escribieron el 6 de mayo de 2014.
La promesa fue olvidada rápidamente, y cuando Bergdahl fue liberado el 31 de mayo bajo términos más favorables para el Talibán, Hunter no recibió ninguna notificación previa. En lugar de Noorzai, un líder tribal con una larga historia de cooperación con las autoridades estadounidenses (y que fue llevado a Nueva York con la premisa de compartir información sobre la financiación de actos terroristas y luego detenido por la Administración para el Control de Fármacos), el gobierno liberó a cinco detenidos del Talibán, dos de los cuales habían sido comandantes militares.
El furor político subsiguiente se obsesionó con la amenaza planteada por los prisioneros del Talibán liberados y se distrajo de lo que había molestado a Amerine y Hunter desde el comienzo: seis civiles estaban aún en Pakistán, y sus esperanzas residían en el FBI, un organismo que no contaba con los recursos ni con la autoridad legal para operar en el Sur de Asia ni para llevarlos de vuelta a casa.
FACEBOOK DEJA SIN PALABRAS AL FBI
A pesar de las consecuencias negativas del intercambio de Bergdahl, la Casa Blanca y el FBI habían logrado contener las noticias de una crisis mundial de rehenes cada vez mayor. A fines de 2012 y comienzos de 2013, varios estadounidenses fueron capturados por el Estado Islámico mientras trataban de informar y repartir ayuda para Siria, devastada por la guerra. Mientras los casos de rehenes se multiplicaron y expandieron a todo el Medio Oriente, lo mismo ocurrió con el atolladero burocrático en casa.
En mayo de 2014, incluso cuando la oficina de Hunter dio la alarma sobre el cuello de botella que evitaba la liberación de Bergdahl, el propietario de The Atlantic, David Bradley, invitó a los padres de los rehenes del Estado Islámico a su casa en Georgetown. Bradley pensaba que podía ayudarles a navegar a través del laberinto burocrático, pero de acuerdo con un desolador informe de Lawrence Wright publicado en The New Yorker, agentes del gobierno obstaculizaron a Bradley y a las familias a cada paso. Funcionarios del Departamento de Estado los amenazaron con someterlos a juicio por dialogar con organizaciones terroristas, aun cuando el FBI intentó hacer lo mismo en secreto. Las familias se vieron frustradas por un proceso cuyo objetivo estaba más enfocado, aparentemente, en ganar luchas territoriales que en recuperar a sus hijos.
El FBI parecía particularmente punitorio. Wright informó sobre episodios que iban desde la incompetencia (agentes del FBI que afirmaron que era imposible cambiar el perfil de Facebook de un rehén) a mensajes desesperadamente mezclados a los padres. Las soluciones propuestas por cualquier persona que no perteneciera al gobierno eran desalentadas y desechadas, sin importar cuánto hubieran avanzado.
En diciembre pasado, la Casa Blanca ordenó una evaluación exhaustiva, y dos semanas después del testimonio de Amerine en Capitol Hill, anunció una revisión política. La Directiva de Política Presidencial Número 30, conocida como “Ciudadanos estadounidenses tomados como rehenes en el extranjero y esfuerzos de recuperación de personal”, es brutalmente honesta en su evaluación. “El manejo de estos casos de rehenes por parte del gobierno, y en particular su interacción y comunicación con familias cuyos seres queridos han sido tomados como rehenes, deben mejorar”.
La directiva permite la realización de esfuerzos externos, y por primera vez autoriza “esfuerzos privados para comunicarse con los secuestradores”. La Casa Blanca estableció un Equipo de Participación con las Familias y promete no “abandonar a las familias en su momento de mayor necesidad”. Sin embargo, la política de tolerancia cero al pago de rescates no cambiará. El “Departamento de Justicia no piensa aumentar el dolor de las familias en tales casos”, pero el gobierno mantiene discretamente el derecho de enjuiciarlas por hacer lo que el gobierno mismo ha hecho repetidamente en secreto: pagar rescates a grupos terroristas desde Pakistán hasta Filipinas.
La evaluación de la Casa Blanca aborda algunas de las críticas de Hunter, concretamente, el despliegue de una Célula de Fusión de Recuperación de Rehenes, “un cuerpo permanente y único, formado por elementos de distintas agencias del gobierno estadounidense, que será responsable de coordinar la recuperación de rehenes estadounidenses en el extranjero”. Pero la Célula de Fusión estará alojada dentro de los cuarteles del FBI, y Hunter calificó los cambios como insuficientes. “Lo que se propone no es nada más que un escaparate”, dijo. “Conclusión: la controversia respecto a la política de rehenes de Estados Unidos empezó con el FBI y probablemente continuará con el FBI”. Hunter también afirmó que el FBI está detrás de los problemas actuales de Amerine. “Sin ir más allá, tenemos el caso del Teniente Coronel del ejército Jason Amerine… como un ejemplo perfecto de la forma en que el FBI se desquita contra cualquier interés diferente a los propios”.
Dos comités del senado, el Comité Judicial bajo el mando de Chuck Grassley y el Comité sobre Seguridad Nacional y Asuntos Gubernamentales dirigido por Ron Johnson, exigen respuestas por parte del FBI y el Ejército para determinar cómo este excombatiente condecorado, uno de los primeros héroes de la guerra más larga de la nación, de repente se convirtió en un paria. En una declaración a Newsweek, el senador Johnson dijo que el Pentágono “debe articular claramente el alcance de su investigación”. Luego, en una carta fechada el 10 de julio y dirigida al senador Grassley, el Pentágono confirmó las acusaciones de Hunter: el FBI había provocado el uso de canales no oficiales.
Independientemente del resultado de la investigación del Ejército, Amerine logró lo que sus órdenes le exigían: Bowe Bergdahl está vivo y en casa. El trabajo de Amerine con Hunter obligó a la Casa Blanca a reevaluar sus políticas y ayudará a los próximos e inevitables rehenes estadounidenses. Warren Weinstein ha muerto (debido al fuego amigo), pero las posibilidades de lograr que los otros rehenes vuelvan a casa han aumentado. La Célula de Fusión de Recuperación podría ser puesta en riesgo por el arte de jugar astutamente de Washington, pero por lo menos existe una Célula de Fusión de Recuperación.
A principios de noviembre de 2001, cuando él y sus hombres se preparaban para el combate en el sur de Afganistán, Amerine escribió en su diario: “la guerra esta jodida cuando uno está más preocupado por combatir a la cadena de mando que al verdadero enemigo”. Casi 14 años después, esa lucha continúa. “¿Tengo razón? ¿El sistema está descompuesto?” preguntó Amerine retóricamente en su testimonio ante el Senado. Dijo al comité que ha recibido un gran apoyo de miembros del servicio y de los ex cadetes a quienes enseñó en West Point. “Temo por su inocuidad cuando vayan a la guerra”, dijo. “Y ahora ellos temen por mi seguridad en Washington”.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek.