El 15 de junio, docenas de tanques de gas de metal de color azul cayeron del cielo en las calles del oeste de Aleppo, Siria. “Llovían tanques de gas”, recuerda un tendero. Los habitantes los conocen bien y los llaman jarra. Llenos de clavos, bolas de acero y explosivos rudimentarios, los cilindros de propano doméstico modificados son disparados desde obuses caseros que los rebeldes han bautizado como “cañones infernales” y tienen un alcance de un kilómetro y medio.
Nueve días después, camino yo por Salaheddine, un vecindario muy disputado en Aleppo que fue uno de los más golpeados. Casas de cuatro niveles han quedado reducidas a escombros, y los soldados del ejército sirio y sus auxiliares, los paramilitares del régimen conocidos como shabiha, me muestran gustosamente los daños. “El sonido de las explosiones no se detuvo durante dieciséis horas”, me dice uno de ellos. “Varios niños murieron.” Un informe de Reuters realizado al día siguiente del bombardeo, basado en datos del respetado Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, calcula que murieron 34 personas, entre ellas doce niños. Esas muertes fueron seguidas por un aluvión de bombas de barril, o barmeela, artefactos explosivos improvisados voladores llenos de metralla e igualmente indiscriminados que los soldados sirios arrojan desde helicópteros en el área controlada por los rebeldes.
Durante tres años, esta tremenda masacre realizada por ambos bandos ha convertido a Aleppo en una Stalingrado siria. También ha dividido a la ciudad en dos mitades distintas. En el ataque de junio, los jarra cayeron en tales cantidades y sobre una zona tan extensa que desencadenaron un pánico en masa. Tres días antes del Ramadán, el objetivo de este aluvión era pregonar un nuevo e importante ataque contra la parte de la ciudad controlada por el régimen; las milicias rebeldes, envalentonadas por nuevas alianzas y éxitos en otros lugares del norte de Siria, esperaban superar el punto muerto y tomar Aleppo de una vez por todas. Su nueva ofensiva se produjo en medio de persistentes rumores de que el régimen sirio podría abandonar la segunda ciudad más importante del país para defender sus territorios en el sur y el oeste.
¿Aleppo podría caer realmente? Volví a la ciudad para responder a esa pregunta. El motivo que tenía para visitar Salaheddine era más personal. Había estado aquí antes, a unas cuantas calles de distancia y del otro lado de la línea. Cuando los grupos rebeldes armados lanzaron su guerra contra Aleppo desde el campo circundante en julio de 2012, nuevamente, en la víspera del Ramadán, fue en Salaheddine donde su impresionante avance se detuvo. Un año después, acompañando a un batallón del Ejército Sirio Libre en una escuela abandonada, fui a Salaheddine para ver el sitio donde el hijo mayor de mi guía, un estudiante universitario convertido en rebelde, había sido muerto a tiros por el ejército sirio.
Al volver, reconocí de inmediato el vecindario, pero fue extraño verlo desde el otro lado. En una pequeña cabaña justo detrás de la primera línea, un oficial bebe mette, un té de yerbas que los soldados sirios ingieren para mantenerse despiertos, y hojea perezosamente los papeles que me autorizan a estar en la zona. Le pregunto cuáles son los grupos rebeldes refugiados a unos cientos de metros de ahí, pero la pregunta le parece poco importante. “Los nombres no importan. Son sus acciones”, dice. Había habido señales de algunos avances tempranos por parte de los rebeldes en la nueva campaña; pero lo que el oficial ha visto ha sido principalmente una lluvia de jarra.Los rebeldes controlan la mayor parte de Salaheddine, admite. “Es un punto de fricción. No hay movimiento, ni de este lado ni del otro.” En otras palabras, en tres años de feroces bombardeos y enfrentamientos cuerpo a cuerpo, en los que miles de jóvenes sirios de ambos bandos han perdido la vida, los frentes de batalla se han movido apenas unos centímetros.
EL CORREDOR DE LA MUERTE
Si el equilibrio de poderes en Aleppo apenas ha cambiado en tres años, el panorama general de Siria resulta irreconocible. Mientras que Damasco, la ciudad capital, luce más impenetrable que nunca, en otros lugares el mito de la invencibilidad del ejército sirio ha quedado hecho trizas. Su control sobre su territorio se reduce constantemente, y en ningún lugar esto es más cierto que en el norte de Siria. Al este de Aleppo, perdió la provincia de Raqqa a manos del Estados Islámico, que también gobierna en varias ciudades y pueblos diseminados por toda la zona. Y al oeste de Aleppo se encuentra Idlib, cuya mayor parte está bajo el control de una coalición de milicias rebeldes dirigidas por el Frente al-Nusra, un grupo afiliado a Al-Qaeda. La ciudad de Aleppo, controlada por el régimen, está casi completamente rodeada, y está siendo presionada como nunca antes. Si esta, que es la ciudad más grande del país y su más importante centro industrial, cae, la República Árabe Siria quedaría reducida a escombros.
Un resultado del creciente aislamiento de Aleppo es que es muy difícil llegar ahí. El aeropuerto está cerrado a los vuelos comerciales, y lo que habría sido la carretera principal circula por el territorio controlado por el Frente al-Nusra en Idlib y está ahora fuera de los límites. Un viaje desde Damasco que habría tomado tres horas, ahora exige dar un rodeo por el desierto sirio y puede tomar hasta ocho horas. De camino a Aleppo, mi taxi serpenteaba a través de convoyes de hasta cien camiones, todos cargados de alimentos y combustible para la ciudad y protegidos en cada extremo por tiradores con ametralladoras, generalmente adolescentes. La parte occidental de Aleppo está ahora firmemente sitiada. Y al igual que en gran parte del resto de Siria, es el viaje que plantea la mayor amenaza. El camino es blanco de ataques periódicos por parte de Al-Nusra y el Estado Islámico. Pocos días después de que partí, de acuerdo con el Observatorio Sirio, un ataque contra una parte de la ruta produjo la muerte de dieciocho miembros del ejército del régimen.
El tiempo que toma viajar de un extremo a otro de Aleppo es aún mayor que el que toma el viaje de Damasco a esa ciudad. Alguna vez, el recorrido del lado este al oeste de la ciudad sólo implicaba un breve viaje en autobús. Ahora supone navegar por un laberinto de calles secundarias y hasta veinte puestos de control; una prueba de resistencia que puede durar entre diez y dieciséis horas. La mayoría de las personas no se preocupan. Hay otra ruta más directa, pero también más peligrosa: un diminuto y tortuoso sendero entre edificios, fortificados con rocas y sacos de arena, y que conduce a un mundo completamente diferente, una calle en el área de Bustan al-Qasr, controlada por los rebeldes. Cuando salimos de Salaheddine pido que me lleven al cruce. Sólo para llegar a la entrada, tengo que cubrirme y correr entre edificios. En la calle donde desemboca el pasillo, un barbero solitario está en su peluquería, cortando pelo tercamente. Dos niños se han arrojado contra una de las enormes mantas llenas de agujeros de bala que se colocan en las calles para obstruir la vista de los francotiradores, y se columpian de un lado a otro como Tarzán.
Vigilado por francotiradores de ambos bandos, el corredor se conoce como el “pasillo de la muerte”. Llego a su entrada y lo encuentro cubierto de ropa abandonada, trozos de tubería y otros desechos. Durante el primer año de la guerra en Aleppo, los civiles le hicieron frente intentando mantenerse en contacto con sus amigos y familiares, pero esto ya no sucede. Las únicas personas a las que se permite el paso son aquellas muy enfermas o gravemente heridas. Sin embargo, un soldado me dice que durante los últimos treinta días ha estado completamente vacío. Quizá debido a su nueva campaña militar, masculla, los grupos rebeldes han dejado de permitir el paso a las personas.
En el oeste de Aleppo, las libertades acostumbradas que se requieren para el periodismo independiente han desaparecido. Mientras que los reporteros con visas oficiales para entrar en Siria pueden andar libremente por Damasco, Aleppo es una zona militar. A mi traductor designado por el régimen se le ha ordenado que nunca me deje solo. Durante los dos últimos años, he estado en contacto a través de Skype con un conocido activista y periodista que viven en el oeste de Aleppo y escribe bajo el seudónimo de Edward Dark. Debido a su participación en la resistencia pasiva al inicio de la revuelta en Siria, fue encarcelado brevemente en uno de los gulags de seguridad más brutales de la ciudad. Sin embargo, recientemente también se ha vuelto contra los rebeldes, culpándolos en Twitter de cometer saqueos y asesinar personas. Cuando le dije que estaba en camino a Aleppo, dijo que sería demasiado peligroso que nos reuniéramos. “Siria es un estado policiaco”, escribió. “Generalmente, sólo a las personas investigadas se les permite hablar con los periodistas extranjeros; si no han sido investigadas, saben que lo que están diciendo será escuchado, y por esa razón, se autocensuran.” Me sugirió ir a ver a Alaa el-Sayed, un abogado local independiente. En 2007, El-Sayed creó un pequeño boletín en línea para investigar la corrupción. Cuando el conflicto estalló, empezó a escribir sobre el estado crítico de las empresas de servicios públicos y la especulación que surgió en ambos bandos. En poco tiempo llegó a tener más de veinte mil suscriptores.
Bebiendo café en mi hotel, fumando un delgado cigarrillo tras otro con una risita conspiratoria y tolerando la presencia de mi traductor del Ministerio de Información, El-Sayed hace todo lo posible para explicar cómo se derrumbó su amada ciudad. El levantamiento, mayormente pacífico, que sacudió a Siria en 2011 llegó tarde a esta parte del país y comenzó con los estudiantes universitarios de la ciudad. El problema, señalan los grupos de oposición de otras partes de Siria, fue que los comerciantes de Aleppo y su clase comercial estaban demasiado preocupados por las ganancias como para derrocar al sistema; además, no estaban seguros de este nuevo movimiento ni de quién podría estar moviendo sus hilos. Cuando la policía secreta y la shabiha emprendieron severas medidas contra los estudiantes, estos recurrieron a sus familiares que vivían en el campo circundante y que era agricultores con un mayor acceso a las armas de fuego. Las masas de campesinos empobrecidos que a duras penas se ganaban la vida alrededor de Aleppo tenían sus propias quejas contra el régimen de Siria, y a diferencia de los estudiantes, se vieron fortificados por la religión tradicional. Cuando también tuvieron que enfrentar la violencia extrema ejercida por el ejército del régimen, toda la insurrección quedó en manos de extremistas, extranjeros, Al-Qaeda y el Estado Islámico.
“Los brazos regulares se convirtieron en brazos extremistas”, señala El-Sayed. “El movimiento pacífico se convirtió en un movimiento religioso armado extremista. Pero cuando uno toma las armas contra el gobierno, debe esperar que el gobierno reaccione. ¿Acaso esperaban otra cosa?”
Los rebeldes armados en el este de Aleppo están organizados actualmente en dos importantes coaliciones; una de ellas, más o menos asociada con el Ejército Sirio Libre, cuyos elementos son apoyados por Estados Unidos, y la otra dominada por Al-Qaeda. Pero no es tan fácil separar a los buenos de los malos en Siria; los batallones del Ejército Sirio Libre fueron quienes perfeccionaron los jarra. El-Sayed calcula que diariamente mueren unos diez civiles debido a los jarray los morteros, principalmente en vecindarios situados en la primera línea de combate, como Salaheddine. Las cifras recogidas por el Observatorio Sirio son ligeramente distintas. Cuando hablé con su director, Rami Adbulrahman, este calculó que los morteros y los jarra habían provocado 670 víctimas mortales, entre ellas 130 niños, en el oeste de Aleppo entre febrero de 2014 y febrero de 2015. “A veces me siento con mis amigos por la mañana sólo para enterarme de que murieron por la noche”, señala El-Sayed. “La muerte se ha convertido en nuestra terrible amiga.”
Del otro lado, los civiles son muertos frecuentemente por bombas de barril, que han sido prohibidas por la ONU, aunque las fuerzas del presidente Bashar Assad siguen utilizándolas. El-Sayed dice que, en ocasiones, ve a personas regodeándose en Facebook por las muertes de civiles del bando contrario. “Si usted recibe un golpe, no le importa si otra persona también lo recibe. Es la naturaleza humana.”
El oeste de Aleppo siempre ha sido más próspero que el este, y muchos de sus residentes ricos y sus profesionales se han ido. Miles de los civiles que alguna vez vivieron en el lado de la ciudad controlado por los rebeldes han tomado su lugar, cambiando las bombas de barril y la anarquía que había con los rebeldes por la relativa seguridad de un régimen autoritario. Aunque nadie está seguro de las cifras, El-Sayed calcula que aproximadamente 1.8 millones de personas viven actualmente en la parte occidental de Aleppo, y que sólo medio millón vive todavía en el este. Para quienes están del otro lado, las condiciones son aún peores; casi todos viven gracias a algún tipo de ayuda alimentaria. Si viajara al lado rebelde, le pregunto, ¿qué le ocurriría? “No lo sé”, dice riéndose. “¿Vamos juntos?” Actualmente, los periodistas están siendo secuestrados sistemáticamente en el este de Aleppo, principalmente por dinero; ambos sabemos que no sería una buena idea viajar allí.
GALLOS Y FRANCOTIRADORES
No todo es tristeza en el oeste de Aleppo. Avanzada la tarde, en el activo y luminiscente vecindario de Azizieh, en el centro de la ciudad, jóvenes de uno y otro sexo, bien vestidos, la mayoría de ellos cristianos, pasan el rato, beben café y fuman shisha.Es posible imaginar que la guerra ocurre en una ciudad diferente, aunque no por mucho tiempo. Cuando los servicios públicos funcionan, los ciudadanos del oeste de Aleppo obtienen aproximadamente tres horas de electricidad por día y agua corriente una o dos veces por semana. Pero esto no ocurre muy a menudo. En un correo electrónico, Dark me dijo que no había tenido electricidad ni agua corriente durante las tres semanas anteriores. En las angostas calles del mercado, veo a jóvenes trepados en escaleras arreglando trenzas de cableado improvisado y de brillantes colores para conectar sus casas a un generador local.
Ambos bandos de la guerra de Aleppo se las arreglan para sobrevivir con los pocos medios con los que cuentan, pero esencialmente, la ciudad ha quedado paralizada. Al otro día de mi reunión con El-Sayed, visité la Ciudad Vieja de Aleppo y su famoso Souk al-Madina, sitio declarado como patrimonio mundial por la UNESCO y en el que se han desarrollado escaramuzas diarias durante mucho tiempo. Ambas están en ruinas. En el transcurso de una hora, los únicos habitantes a quienes veo son dos gallos, picoteando cuidadosamente entre vidrios rotos y moviéndose como para evitar a los francotiradores (la semana siguiente a mi viaje para Aleppo, la UNESCO anunció que 60 por ciento de la Ciudad Vieja había sido destruida). Entonces, en un recorrido por la zona industrial de Sheikh Najjar fuera de la entrada noreste de la ciudad, que hasta hace un año estaba en manos del Estado Islámico, el director del sitio le da una imagen de valentía a los intentos de devolver la vida a la alguna vez próspera industria de Aleppo. Pero el ruido sordo de los proyectiles disparados ocasionalmente puede oírse con claridad, y casi todo lo que no ha sido quemado ha desaparecido. “El 60 o 70 por ciento de toda la maquinaria fue tomada en un año —dice—. O fue fundida para construir morteros.”
La anarquía no se limita al lado rebelde. Incluso en este estado policiaco, el robo y la criminalidad van en aumento. Un policía militar me dice que su trabajo consiste ahora en combatir “principalmente el robo”. Y aunque las autoridades sirias no están dispuestas a mostrarlas, ciertas áreas del oeste de Aleppo, de acuerdo con Dark, están repletas de sus propios combatientes extranjeros: Hezbolá de Líbano y milicias chiitas de Irak. Algunos de los paramilitares fanáticos que vi en la calle, más o menos uniformados y desfogándose, son ruidosos e irreverentes.
Casi todas las personas con las que hablé de regreso al oeste de Aleppo contemplan la posibilidad de partir, o al menos, de sacar de ahí a sus hijos. Cuatro millones de sirios ya han dejado el país y son considerados como refugiados. Las personas que se quedaron están cada vez más desesperadas. Ya nadie habla de libertad; ahora sólo quieren vivir.
¿Aleppo caerá? “No hoy. Pero mañana ¿quién sabe?”, dice El-Sayed, girando los ojos. Si lo hace, una victoria rebelde desencadenaría otra huida en masa de refugiados y redoblaría el desastre humanitario que ya existe en el este de la ciudad. De acuerdo con Dark, la mayoría de las personas en el oeste de Aleppo no toman partido por ninguno de los bandos: “Sería posible describir a Aleppo como principalmente neutral, tras haber visto las peores atrocidades cometidas por los rebeldes y por el régimen”.
El viaje a Siria de James Harkin fue realizado con la ayuda del Centro Pulitzer para la Información sobre crisis. Su libro, titulado Hunting Season (Temporada de caza), sobre el surgimiento del Estado Islámico, será publicado por Hachette en noviembre.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek.