A las 12 horas el silbato tocó tres veces, las amarras fueron soltadas y el Titanic zarpó de Southampton rumbo a Nueva York. En sus entrañas llevaba 2227 pasajeros, lo mismo los nobles que los polizones que compartían la excitación de hacer historia.
Dicen que Edward John Smith, el capitán, avanzaba a 22 nudos por hora, una velocidad irracional. Difícil resistir la tentación: tenía a cargo el trasatlántico más imponente de la historia.
Pero en la mar, como en la economía, hay embates sorteables; otros, nos hunden.
La anécdota del Titanic viene a colación porque, en su sexto informe de gobierno, el presidente José López Portillo desgranó una perla: “Yo soy responsable del timón, no de la tormenta”.
Doscientos cinco días antes, el jefe del Ejecutivo había protagonizado una devaluación que llevó la paridad de 22 a 74 pesos por dólar.
Los ajustes cambiarios no son nuevos para México, los sufrimos desde el Porfirismo. Pero fue el 17 de febrero de 1982 cuando la palabra “devaluación” adquirió la carga emotiva que tiene hoy. Ese día comenzó a “provocar escozor” entre los mexicanos.
Una devaluación es sinónimo de fracaso.
Todos sabemos que las tormentas económicas son inevitables, pero se presume que el capitán del buque se preparó por años para sortearlas con alguna dignidad.
El legendario Titanic se hundió a las 2:20 de la madrugada del 15 de abril de 1912. Apenas cuatro días después de haber dejado la costa inglesa. Un choque a estribor contra un iceberg le hundió en menos de tres horas.
A las 23:40 horas de la víspera, cuando el capitán John Smith confirmó la existencia del iceberg en su trayectoria, envió señales telegráficas de auxilio, lanzó cohetes de emergencia y, ante una desesperante falta de respuestas, ordenó el abordaje de 1780 pasajeros en la veintena de botes salvavidas que tenía disponibles. Cuando el hundimiento se tornó inminente, se encerró en el puente de mando y esperó el fin.
En su metafórica embarcación, López Portillo abandonó el barco. Y el gobierno de Enrique Peña Nieto no parece tener mejores intenciones.
¿FIN DE LA ORTODOXIA?
Al cierre de esta edición, la paridad cambiaria se ubica en 17.25 pesos por dólar en las ventanillas bancarias. A principios de agosto su valor era de 16 pesos. Y cuando Luis Videgaray asumió las riendas de la Secretaría de Hacienda, en diciembre de 2012, el mercado cambiario demandaba 12.91 pesos por billete verde.
En días pasados, el secretario de Hacienda descalificó a quienes se alarman por la creciente devaluación de la divisa mexicana pues, según sus palabras, este ajuste no afecta a México, ya que posee un tipo de cambio flexible.
Recordó también a los malintencionados que son la oferta y la demanda, y no el gobierno, las que determinan la paridad.
No es así.
Es cierto, como también lo expresó el presidente Peña Nieto antes de concentrarse en aclarar el delicado asunto del calcetagate, que un peso “barato” beneficia a las empresas exportadoras y al sector turístico.
Pero el secretario de Hacienda tendría que explicarnos por qué si México opera una política de libre flotación, la Comisión de Cambios (integrada por el Banco de México y la SHCP) está rompiendo sistemáticamente desde marzo un compromiso que hizo tras el “error de diciembre”.
En 1994, Banxico se comprometió a intervenir en el mercado cambiario —vía subastas de dólares— sólo en momentos puntuales de extrema volatilidad. Pese a ello, desde hace cinco meses realiza ventas diarias de dólares que han tenido lugar lo mismo en jornadas de tormenta que en días de mar en calma.
El argumento en la primavera fue concreto: convenía detener la acumulación de reservas internacionales, que entonces superaban largamente los 190 000 millones de dólares.
Pero ya no es la principal motivación.
La misma SHCP que enarbola la libre flotación, incita a Banxico —un banco central autónomo— a subastar dólares porque gana con ello. Hablemos del porqué.
RAZONES DE PESO
Hace unos días, al presentar la Iniciativa de Legislación Secundaria en Materia de Disciplina Financiera en Estados y Municipios, el presidente de la república afirmó que un manejo responsable de las finanzas públicas era un compromiso de las entidades federativas, pero también del gobierno federal.
No obstante, la deuda pública total de México se acerca al 50 por ciento del PIB, casi el doble de la que tenía en el 2000. Nos convertimos en un santiamén en el octavo país más endeudado del mundo, según los registros del FMI.
El dinero no alcanza en la casa…
El descalabro de los precios internacionales del crudo y del gas natural ha mermado los ingresos petroleros del gobierno, mástil central de las finanzas públicas. Un dato: durante el primer semestre de 2015, éstos cayeron 38 por ciento con respecto a los registrados durante el mismo lapso de 2014.
De algún sitio tienen que salir nuevos fondos. El endeudamiento ha sido un camino. Las subastas de dólares, otro.
México ha vendido más de 5000 millones de dólares desde el pasado 1 de enero (las reservas internacionales se ubicaron en 188 347 millones de dólares el pasado 18 de agosto).
Con las subastas de dólares México evita que el peso se devalúe aun más, pero también obtiene ingresos adicionales.
Cada dólar subastado hoy por Banxico fue adquirido a 13 o 14 pesos en los meses previos. Si se vende a más de 17 pesos, la ganancia es clara. Pero se habla poco sobre la obligación del banco central de entregar estos rendimientos a la SHCP.
Así, mientras más especulación enfrente la divisa mexicana y más se deprecie, más pesos llegarán a las arcas hacendarias por esta vía.
¿CAMBIO DE RUMBO?
La tormenta no cederá.
La desaceleración de la economía china, los problemas en Europa y los bajos precios del crudo ayudan poco a aminorar la volatilidad internacional. Pero México debe inquietarse sobre todo de lo que sucederá en Estados Unidos.
Previsiblemente, la Fed aumentará su tasa de interés de referencia antes del cierre de 2015. Cuando esto suceda, los capitales que huyeron de Estados Unidos en 2009 —cuando las tasas de interés se acercaron a cero— regresarán en parvada en busca de más rendimiento y menos riesgo.
Una mayor demanda de dólares apreciará esta moneda, con una consecuente depreciación del peso mexicano y de otras divisas.
México es una suerte de Titanic a las 23:30 horas del 14 de abril de 1912. La tormenta estalló, pero sigue a salvo. Y su capitán tiene una ventaja clara sobre Edward John Smith: ya sabe que un iceberg se erige desafiante en su trayectoria y dispone de algunos minutos para maniobrar. A las 23:40 será tarde.
Un golpe de timón supondría diversas acciones como un gasto eficaz y menos dispendioso; poner freno a una política de endeudamiento que nos pasará factura en el futuro; y una mayor fiscalización, pero no sobre los contribuyentes de siempre, sino sobre los que continúen riéndose del fisco.
Hasta hoy, el gobernador de Banxico ha sido pulcro en su actuación. Dice la verdad cuando afirma que México tiene la inflación más baja en décadas (menos del 3 por ciento este año). Pero Agustín Carstens sabe mejor que nadie que si el peso se deprecia 20 por ciento este año, las presiones inflacionarias serán inevitables.
Dado que el mandato constitucional del Banco Central es procurar la estabilidad de precios, iniciaría para nuestro país una nueva oleada de tasas de interés al alza.
Las tasas de interés altas implican un freno al gasto y a la inversión (el crédito se vuelve caro), lo que reduce las presiones inflacionarias, pero a costa de cierres de empresas, desempleo y recesión.
En México, el capitán y el jefe de máquinas deben aclararnos pronto si se disponen a actuar o si, como dicta la escuela de sus antecesores, abandonarán el barco cuando el naufragio sea inevitable.