Hay un tema que se ha abordado poco en los medios, incluso en los especializados: el constante incremento de la deuda interna del país. Se trata de aquellas obligaciones que el gobierno ha contraído para financiar las inversiones en infraestructura y desarrollo a mediano y largo plazos, pero también los gastos de funcionamiento diarios del aparato gubernamental. Al cierre de junio pasado, estos adeudos ya rondaban los seis billones de pesos, una cifra que incluye doce ceros y que representa el 35 por ciento del PIB nacional.
Más allá del valor absoluto de dicha cifra, vale la pena revisar su evolución durante los últimos sexenios, y para ello sirva de referencia que al cierre de junio de 1998, el registro era de 347,000 millones de pesos, un dato diecisiete veces inferior al monto actual.
Se trata de un crecimiento importante y quizá hasta natural dada la expansión del país en estos tres lustros. Vaya, sería incluso sano que la deuda de la nación creciera a la par de la misma, bajo la lógica de que con ella se iría financiando el desarrollo de infraestructura sustentable. Recordemos que para lograr que la inversión productiva se materialice en el país, al Estado le toca generar las condiciones propicias vía la instalación de la infraestructura óptima.
Hasta aquí todo bien, salvo que la realidad es distinta. Según el Banxico, en estos mismos diecisiete años, el PIB del país se ha expandido a una tasa promedio anual de 2.4 por ciento. Siendo así, basta con eliminar el efecto del interés compuesto para darse cuenta de que, en cada año, la deuda crece muchísimo más rápido que nuestra economía. Es la tendencia.
Igual debe señalarse que hace dos décadas el monstruo financiero del país era la inmanejable deuda externa; esa para la que todo mexicano de antaño guarda un recordatorio del 10 de mayo; lo que mucho tiene que ver en los números actuales, pues lo de hoy en parte lleva implícitas las atinadas reestructuraciones y conversiones que de ese riesgoso apalancamiento se vinieron efectuando con los años. Ahora, con otro nombre y con otras etiquetas, aún seguimos pagando los errores financieros del pasado. Así son las finanzas: nunca olvidan los errores.
La composición de esta deuda interna es básicamente de mediano y largo plazos, pues sólo un 20 por ciento de ella se maneja con vencimientos menores a un año; los CETES principalmente. Esto significa que el gobierno no sólo la utiliza para fondear sus necesidades operativas y de liquidez diarias, sino que siempre pide un poquito más de lo que puede pagar, y por eso el saldo crece año con año, haciendo cada vez más pesado el abono. Por ello el Banco de México, el intermediario bancario del gobierno, emite deuda por cerca de 1000 millones de pesos diarios. Desde luego que dicho monto es en emisiones revolventes, pero le decía que se van quedando saldos pendientes que ya hoy nos tienen en el balance descrito.
Un riesgo inminente para este panorama mexicano radica en la probable y cercana alza que la Reserva Federal estadounidense pueda efectuar en las tasas de interés de referencia. Ya le he compartido en textos previos que un alza de ese tipo tendría fuerte impacto en las economías emergentes, México incluido, puesto que se daría una importante salida de capitales hacia la economía norteamericana para aprovechar el auge por venir. En los hechos, muchos inversionistas ya se adelantaron a la decisión y están realizando sus activos para llevar el dinero a Estados Unidos. Entre unas cuantas razones más, por eso está tan depreciado nuestro tipo de cambio.
Pues bien, una de las medidas que en México habrían de tomarse si la FED ejecuta el incremento de tasas, sería un movimiento idéntico: también un aumento en la tasa de interés, en el costo del dinero por parte de nuestro banco central. El propio gobernador Carstens ya lo hizo público. Ello implicaría que los intereses, la carga financiera que el erario paga por esos seis billones de pesos, se vería incrementada de inmediato si las tasas se acrecientan. Por supuesto, con tal ajuste, de inmediato se afectaría negativamente el flujo de recursos del erario; la presión financiera crecería y se volvería aún más complejo el exiguo balance fiscal del país.
La deuda interna de la nación constituye otro factor más de presión para las ya de por sí agobiadas finanzas públicas mexicanas. Apenas nos informó el INEGI que, al cierre de julio, se obtuvo la inflación más baja desde 1970, lo que es sano desde la óptica del poder adquisitivo de la sociedad, pero negativo si valoramos el dinamismo de nuestra economía; y el Banco de México, que la estimación de crecimiento económico para 2015 debe ajustarse a la baja; y su escribidor le comparte esta opinión sobre los problemas financieros que la deuda interna generará. Créame que no es pesimismo, sino el interés por participar en temas que creo deben valorarse para una mejor planeación de las políticas públicas.
Por fortuna, el terror de la deuda externa ya es historia. Ahora hemos dibujado un nuevo personaje llamado deuda interna. A ver si al rato no terminamos asustándonos con él.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le corresponde a usted.