En los cuatro años que han pasado desde la Primavera Árabe, los Hermanos Musulmanes de Egipto han pasado de las calles al palacio presidencial y de regreso. Ahora, con su líder sentenciado a muerte y sus seguidores perseguidos por el régimen del presidente Abdelfatah al Sisi, los Hermanos Musulmanes se hallan en un momento crítico. ¿Serán destruidos? ¿Cejarán en su doctrina de no violencia? ¿O simplemente se desvanecerán, con sus miembros más jóvenes que son atraídos a movimientos más radicales como el Estado Islámico?
Con Al Sisi, Egipto sufre lo que Joe Stork, de Human Rights Watch, llama “una crisis de derechos humanos que es la peor en la memoria”. Aun cuando Al Sisi sigue siendo popular, las asambleas pacíficas están proscritas; la policía dispara contra manifestantes y abusa de miles de prisioneros políticos con impunidad. Desde el golpe militar de 2013 que derrocó a Mohammed Morsi, de los Hermanos y presidente del país, Egipto ha sido asolado por la violencia entre los islamistas y las fuerzas de seguridad.
Cualquiera que se oponga al régimen enfrenta una represión severa, pero los Hermanos Musulmanes son un objetivo particular. “El nuevo régimen pasó con mucha rapidez a decapitar la organización, lo cual significó arrestar las tres capas principales de la organización”, dice Eric Trager, del Instituto Washington para la Política de Oriente Próximo. Desde la caída de Morsi, decenas de miles de miembros han sido detenidos o han huido al exilio, y sólo una minoría de la dirigencia de los Hermanos ha podido escapar, principalmente a Estambul.
Su líder, Mohammed Badie, fue sentenciado a muerte en abril de 2014 junto con otros 682 partidarios de Morsi en un juicio que duró sólo ocho minutos. Las cortes politizadas por completo también sentenciaron a muerte a Morsi, en mayo de 2015. En comparación, Hosni Mubarak, el dictador del país por treinta años, recibió tres años por cargos de corrupción.
Pero los partidarios de los Hermanos se mantienen desafiantes. Mustafa el-Nemr, un exactivista de los Hermanos Musulmanes ahora en Turquía, quien fue encarcelado ya en el gobierno de Al Sisi, predice que la gente responderá luchando. “Más de cien mil familias tienen una causa directa para buscar vengarse del régimen de Al Sisi, así que es casi imposible controlarlas a todas”, dice.
Según un exactivista de los Hermanos, quien abandonó la organización hace cuatro años “porque la estructura no era democrática”, los Hermanos se sostienen a pesar de la represión. “Este tipo de opresión sirve como un pegamento”, dice Abdelrahman Ayyash. “El régimen es estúpido; ellos mantienen en marcha a los Hermanos.”
Después del derrocamiento de Mubarak en 2011, el Partido Libertad y Justicia, la rama política de los Hermanos Musulmanes, obtuvo una victoria aplastante en las primeras elecciones parlamentarias democráticas en la historia del país, seguida de la elección de Morsi, su candidato presidencial. Los otrora proscritos Hermanos súbitamente estaban en la cima.
Sin embargo, Morsi fue acusado de poner sus intereses personales antes que los del país, y muchos egipcios pensaron que él no podía lidiar con los problemas económicos. Para 2013, miles volvieron a las calles, protestando por las tendencias autócratas de los Hermanos. En julio de 2013, los militares aprovecharon la oportunidad que les daba el descontento popular y derrocaron a Morsi.
El verano se convirtió en un baño de sangre. Los partidarios de los Hermanos, escandalizados por el golpe, protestaron en las calles, pero fueron arrasados por la policía. La violencia culminó el 14 de agosto, cuando las fuerzas de seguridad atacaron una sentada afuera de la mezquita Rabaa al-Adawiya en El Cairo. Mataron a más de ochocientos civiles en lo que Human Rights Watch llamó un crimen “igual o peor a los asesinatos de la Plaza Tiananmen de China en 1989”.
La hostilidad gubernamental difícilmente les es nueva a los Hermanos. Fundados en 1928 por Hassan al-Banna como una fuerza para resistirse al dominio británico, la organización creció con rapidez, pero se peleó con los líderes militares nacionalistas que se hicieron cargo en 1952, después de la abdicación del rey Farouk apoyado por los británicos. Los miembros del grupo pasaron a la clandestinidad, donde sobrevivieron a varios regímenes: perseguidos por Gamal Abdel Nasser (1956 a 1970), a quien los Hermanos trataron de asesinar en 1954; mantenidos a raya por Anwar Sadat (1970 a 1981), e inicialmente tolerados por Mubarak (1981 a 2011). Esa tregua terminó cuando los Hermanos obtuvieron un asombroso 20 por ciento de los escaños del Parlamento en las elecciones de 2005, y Mubarak soltó golpes.
Como resultado de las décadas de represión, los Hermanos han desarrollado una organización muy bien integrada. “Uno no va y se alía a los Hermanos, es un proceso serio”, dice Shadi Hamid, un experto en Oriente Medio de la Institución Brookings.
Quienes aspiran a ser miembros tienen que pasar por ocho años de adoctrinamiento antes de obtener la membresía completa. Trager, del Instituto Washington para la Política de Oriente Próximo, dice que la organización “busca islamizar al individuo mediante su rígido proceso de adoctrinamiento, y luego a las familias, la sociedad, el Estado y, finalmente, al mundo”.
Parte del atractivo de los Hermanos es su mezcla de islam político y trabajo social; oficialmente renunciaron a la violencia en la década de 1970 y, como Hezbolá en Líbano y el grupo palestino Hamas, se ganaron las buenas voluntades al construir escuelas, clubes deportivos y otros servicios sociales. La fórmula se ha extendido a muchos países, desde Senegal hasta Rusia, y en Egipto hoy día, según calcula Hamid, los Hermanos tienen alrededor de quinientos mil miembros, muchos de los cuales contribuyen con 15 por ciento de su salario mensual.
Incluso si la represión de Al Sisi no acaba con la organización, es probable que la altere fundamentalmente. Por mucho tiempo, los Hermanos Musulmanes han enfrentado un desafío ideológico: una división entre quienes se mantienen fieles al compromiso de los Hermanos con la no violencia y quienes consideran la violencia como legítima en ciertas situaciones.
Hamid dice que la decapitación de la organización hecha por el régimen de Al Sisi ha forzado un cambio generacional. “Con la dirigencia de la vieja guardia en el extranjero o en prisión, los miembros más jóvenes en Egipto han tenido que mostrarse a la altura por necesidad y asumir la dirigencia.”
Entre estos nuevos líderes hay algunos que defienden una doctrina de “violencia defensiva”, con miras a desestabilizar el régimen de Al Sisi mediante atacar la infraestructura, como la red eléctrica, y cobrar venganza contra las fuerzas de seguridad. “Si eres un Hermano de sesenta años, te han machacado la doctrina de la no violencia por décadas, pero si tienes veintidós años y sólo has estado en los Hermanos por tres años, te sientes menos atada a ella”, dice Hamid.
Muchos piensan que este enfoque nuevo le sigue el juego al régimen. Ayyash, el exmiembro de los Hermanos, dice que la dirigencia de la organización carece de control sobre sus miembros. “Está descentralizada por completo. He hablado con algunos miembros y líderes, y cuando yo les preguntaba: ‘¿Por qué no intervienen para calmar a la juventud de Egipto?’, ellos dijeron: ‘Todos en Egipto están por su cuenta’”.
Hay un riesgo de que los miembros desilusionados puedan dejar a los Hermanos para irse con el Estado Islámico. Esto no ha sucedido en una extensión significativa, lo cual según Hamid se debe a la fuerte jerarquía del grupo y la lealtad de sus miembros.
Otros países de la región observan de cerca. Los Hermanos han sido una de las pocas fuerzas políticas no violentas en Oriente Medio, y una de las mejor organizadas. Son los enemigos jurados de actores importantes como los saudíes, quienes proveen al régimen de Al Sisi con miles de millones de dólares de apoyo. Aun cuando la política saudí con los Hermanos podría estarse suavizando conforme el rey Salman se enfoca en combatir un Irán libre de sanciones, los Hermanos siguen siendo una amenaza potencial para la monarquía saudí.
“Los Hermanos Musulmanes son una oposición religiosa organizada y apoyan las elecciones democráticas; a los saudíes no les gustan ninguna de estas cosas”, dice Hamid.