La noche del domingo 14 de septiembre de 2008, Richard Fuld Jr. había quemado todos sus cartuchos.
En las 48 horas previas había escuchado las negativas de apoyo del gobierno estadounidense, del banco británico Barclays PLC y del Bank of America.
Sus veinticinco mil empleados intercambiaban frenéticos correos electrónicos, conscientes de lo que estaba por venir. Muchos acudieron incluso esa misma tarde al 745 de la Seventh Avenue de Nueva York a recoger sus pertenencias.
Lehman Brothers sería declarado en quiebra a la mañana siguiente.
El banco de inversión más antiguo de Estados Unidos había sido una de las principales víctimas de los subprime, los célebres créditos hipotecarios de alto riesgo cuyos títulos se comercializaron como papel seguro y rentable en los años precedentes.
El lunes 15 de septiembre los mercados financieros internacionales se convulsionaron. Pero lo peor estaba aún por llegar. En un mundo globalizado, el sector financiero contagió a la economía real de las principales naciones desarrolladas y emergentes.
Septenios
Antes de los subprime, las empresas puntocom sufrieron un descalabro en 2001.
El valor de las compañías vinculadas a internet rozó el cielo. La “nueva economía” se dejó convencer de que las fábricas, los objetos y los trabajadores perdían importancia. El futuro estaba exclusivamente en la tecnología.
Florecieron Apple, Yahoo! y Microsoft, pero también se observó el ascenso y la estrepitosa caída de firmas como Webvan.com, Pets.com, Boo.com, Kozmo.com o Go.com, que habían sido sobrevaluadas.
Siete años antes, en 1994, un inesperado repunte en las tasas de interés derribó el mercado de bonos y de los fondos de cobertura debilitando los bancos internacionales. En México, la economía vivía su propia pesadilla. Durante el primer mes del gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León, el “error de diciembre” llevó el tipo de cambio de 3.4 pesos por dólar a 7.20 pesos por billete verde en cuestión de días.
Las deudas en dólares dejaron de ser manejables para las empresas y las familias. La economía mexicana se contrajo 6.2 por ciento en 1995 y el “efecto tequila” contagió a otros países de la región.
Un septenio antes, el 19 octubre de 1987, el índice Dow Jones se desplomó 34 por ciento en 48 horas. Los mercados de valores internacionales recuerdan ese lunes negro (black monday) que inició con la caída de la bolsa de Hong Kong, que tocó en cuestión de horas a Europa y a Estados Unidos. Una irracional caída que aún sigue siendo un misterio para los expertos, pero que costó miles de millones de dólares.
En 1980, Irán e Irak iniciaron una guerra que frenó las exportaciones del crudo iraní. El precio del energético se triplicó provocando el segundo shock petrolero de la historia y una crisis monetaria en Estados Unidos.
Siete años antes, en 1973, la OPEP decidió frenar las exportaciones de petróleo a los países que apoyaron a Israel en su guerra contra Siria y Egipto. El primer shock petrolero internacional provocó un repunte en los precios del crudo que generó inflación y recesión en las naciones productoras de este hidrocarburo.
¿Crisis en 2015?
A siete años de la declaración formal de la crisis de los subprime, la economía mundial sigue frágil. Y los gobiernos desarrollados y los bancos centrales encaran un dilema que parece no tener fin: deben acicatear el crecimiento por vías artificiales, o aceptar simplemente que el mundo caiga en recesión.
Este año, el crecimiento de la economía mundial bordeará el 3.4 por ciento, muy por debajo de lo que se esperaba hace un par de años. Especialmente considerando que el futuro no es esperanzador.
¿Qué elementos hacen suponer que una nueva crisis está en ciernes?
Uno. La amenaza del exceso de liquidez en los mercados financieros. En 2009, los principales bancos centrales del mundo inyectaron miles de millones de dólares a las economías en un intento por contener una crisis global.
Ningún banco central puede juzgar al vecino. Fue la apuesta de la Reserva Federal de Estados Unidos, del Banco de Japón, del Banco de Inglaterra y del Banco Central Europeo (BCE) que liberaron fondos masivamente —recomprando deuda pública y poniendo en marcha la máquina de imprimir billetes— para que el engranaje económico mundial siguiera andando.
Una parte de estos fondos se dirigió a la economía real. Pero otra más, contra lo deseable, se fue al sector financiero especulativo.
Tasas irreales
Dos. Este exceso de liquidez provocó una baja inducida en las tasas de interés. Y cuando existe una gran cantidad de dinero circulando en la economía, este se “abarata”.
La Fed, el BCE y el Banco de Dinamarca, entre otros, ofrecen hoy tasas de interés cercanas a 0 por ciento, y su homólogo suizo propone incluso tasas de interés negativas. Por inverosímil que esto suene, los bancos no sólo no ofrecen rendimientos por los depósitos, sino que cobran a los inversores por recibir sus fondos.
¿Un sinsentido?
No para Berna, que con esta medida ahuyenta los capitales especulativos que han decidido convertir el franco suizo en una moneda refugio. Una demanda que se traduce en la apreciación de la divisa helvética que pone en peligro las exportaciones, que explican 70 por ciento de la riqueza de este país.
Pero el problema actual es que las tasas 0 por ciento y las tasas negativas jamás son sostenibles en el largo plazo.
La Fed ha advertido que pronto comenzarán a aumentar los tipos de interés y esto supondrá que muchas empresas y particulares, pero también muchos gobiernos, penen para cumplir con el pago de sus deudas.
El gigante asiático
Tres. La galleta de la suerte es menos esperanzadora hoy para China que a principios de esta década. El gigante asiático enfrenta los riesgos de tres burbujas simultáneas en el mercado crediticio, en el inmobiliario y en materia de inversión.
La economía china pierde ritmo. El poder adquisitivo de los hogares está frenando, lo que supone menos ahorro, menos créditos y menos actividad bursátil.
El mercado de los bienes raíces, por su parte, se torna inaccesible. La demanda de viviendas nuevas se redujo ya 15 por ciento durante el primer semestre de 2015 y la tendencia continuará.
Si China tropieza, el mundo lo hará también.
Inestabilidad internacional
Cuatro. La irracionalidad bursátil. Cuando hay dinero barato, los mercados avivan la especulación. Durante los últimos siete años, el índice Dow Jones ha repuntado 170 por ciento y el Nasdaq, 275 por ciento.
Pero tras la euforia siempre llega la resaca, los mercados actúan siempre de forma cíclica.
Nuevamente, cuando la Fed anuncie un alza en las tasas de interés, las bolsas experimentarán una importante corrección. Y aunque todos los actores de sector financiero internacional lo saben, ninguno quiere perderse el periodo de jauja.
Cinco. La continua inestabilidad internacional. Grecia sigue despertando temores. El petróleo está en caída libre. Las tensiones políticas en Ucrania, Crimea, Oriente Medio y Hong Kong no ceden. Y el mundo tiene más de 200 millones de desempleados.
En el caso de México, el tipo de cambio supera los 16 pesos por dólar sin visos de dar marcha atrás. Y los constantes brotes de corrupción, violencia y escándalos políticos —como el caso Ayotzinapa, el multihomicidio de la colonia Narvarte o los onerosos viajes de la familia Peña Rivera— impactan la credibilidad de México y el interés de los capitales.
La gestión de Luis Videgaray Caso al frente de la Secretaría de Hacienda apostó por la estrategia equivocada. México ignora advertencias y se endeuda un poco cada día en tiempos en los que los ingresos en dólares del país se han visto afectados por la caída de los precios del crudo.
Y un repunte en las tasas será un golpe seco a las finanzas públicas nacionales.
Nadie desea enfrentarse a un nuevo socavón. Pero la historia económica confirma, con un rigor matemático, que las economías repiten sus errores y cada siete años reúnen los suficientes como para provocar un nuevo gran descalabro.