Ser liberal es fácil. Basta con ampararse bajo el cobijo de la palabra progreso para hacer o decir cualquier cosa sin temor a ser atacado. Para ellos los aplausos son siempre merecidos, y las posturas en contra de lo que piensen son consideradas insultos que deben ser contestados con palabras fuera de lugar.
Ser conservador es difícil. Manifestarse en favor de lo que uno cree es ponerse en riesgo de ser insultado y agredido por los liberales, quienes piden para ellos la tolerancia que no siempre muestran hacia los “otros”.
Aclaro que dejo fuera de estos conceptos a todos aquellos que han mostrado siempre ganas de pelear e insultar, y que dejan de lado cualquier argumento. En este caso no hay liberales ni conservadores, sino extremistas con los que no vale la pena discutir.
Quien esto escribe se considera conservador. Fui educado en colegios salesianos y jesuitas, y soy católico por convicción. Y estoy en favor de muchos valores que son considerados como retrógradas por los liberales.
Creo en el matrimonio entre hombre y mujer como pieza clave para la formación de una familia. Creo que los hijos deben ser educados como parte de una familia de padre y madre. Creo que se debe respetar la vida desde la concepción. Creo que se debe cuidar nuestro planeta. Creo que debemos ser justos siempre. Creo que el respeto y el amor hacia el prójimo es la clave para un mundo mejor. Creo en la ley que nos rige como mexicanos, y creo que debemos respetarla aunque no nos guste.
Pero insisto en que ser conservador es difícil. Y que es más difícil manifestarse como tal, pues hacerlo lleva de inmediato a recibir insultos, a ser considerado retrógrada. Si ése es el precio que debo de pagar por decir lo que pienso, y decir qué es lo que creo, lo acepto.