Se escapa el principal narcotraficante de México y, dos semanas después, ningún funcionario ha sido imputado por ello. En los niveles inferiores del escalafón burocrático algunos custodios fueron detenidos y la mayoría liberados después, y un par de agentes del CISEN, según explican los expertos, están bajo sospecha, pero hasta ahora nada de acciones concretas contra alguien.
Profesores de la CNTE en Oaxaca cobran sin trabajar, algunos con acumulación de plazas, y no pasa nada. Ningún maestro ha sido cesado o, por lo menos, retenido su salario. Ningún dirigente ha debido enfrentar un proceso por parte de la autoridad.
Nada. La desaparición del IEEPO es un avance, pero deja intactos a los sindicalistas abusivos.
Activistas sociales y periodistas son asesinados con crueldad inaudita y, por lo que hemos visto, no pasará nada. No importa que los fallecidos hayan sido torturados, vejados y muertos de un tiro en la cabeza. Por todos lados habrá expresiones de condena, palabras gubernamentales de indignación, y todo se perderá en los laberintos de la burocracia policial y de justicia.
Y así las cosas una y otra vez. No importa lo que suceda. En México la impunidad tiene patente de corso porque sirve a las autoridades, a los políticos, a los grupos de poder. La impunidad es la que nos tiene donde estamos. Poco a poco se ha ido apoderando de todos.
No importa si uno es un importante político o un vulgar asaltante. Se puede violar la ley una y otra vez, incluso de manera terrible, y no pasa nada.
Y no piense que soy alarmista. Basta con ver la realidad.