John Londonquería gritar de frustración. Penélope, su hija de cuatro años que gustaba de montar en bicicleta y hornear mantecados, estaba muriendo. Y los malditos médicos ya no tenían qué ofrecer. Después de tres años de quimioterapia, radiación, cirugía y un trasplante de médula ósea, ellos sugirieron que John y su esposa se llevaran a Penélope a casa para que gozaran juntos lo que le quedaba de vida. Sin embargo, John por el contrario empezó a ojear cientos de resúmenes de investigaciones de conferencias sobre cáncer, buscando tratamientos nuevos.
Así identificó un caso de la Universidad de Vermont en el que un niño con el mismo cáncer agresivo de Penélope —neuroblastoma, que se origina en tejido nervioso— entró en remisión después de ser tratado con un antiparasitario para una infección no relacionada. La oncóloga que supervisó el caso, Giselle Sholler, había seguido la remisión inesperada y había descubierto que el antiparasitario disminuyó el tamaño de los tumores en líneas celulares y modelos en roedores hasta en 75 por ciento.
John quería el antiparasitario para Penélope, pero no estaba aprobado para su uso en Estados Unidos, y el fabricante, Bayer, no tenía ninguno: los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) lo habían acopiado para brotes potenciales de Chagas, una enfermedad infecciosa potencialmente letal que ocurre principalmente en Latinoamérica, pero se ve cada vez más en partes de Estados Unidos.
Durante dos meses, London reclutó a un colega para ayudarlo a llamar repetidamente a Bayer, los CDC y la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de Estados Unidos, la cual tiene el poder de conceder una aprobación para uso compasivo de medicamentos no aprobados. Finalmente, tuvo éxito en los tres frentes, y Sholler recibió el antiparasitario para administrárselo a Penélope. Seis semanas después, ella corría por el parque de juegos.
EL ELEFANTE INFANTIL
Se calcula que dos mil niños mueren de cáncer al año, y la incidencia general de cáncer infantil ha aumentado lentamente desde 1975. A pesar de los avances significativos contra ciertos cánceres pediátricos, incluida la leucemia linfoblástica aguda, todavía hay algunos tipos de cánceres para los cuales hay pocos o ningún tratamientos efectivos. Como lo descubrió London, el desarrollo de nuevos medicamentos en el campo es lento, a menudo rezagados por muchos de los tratamientos para adultos, y pocos compuestos se diseñan específicamente para niños. “Estaba por mi cuenta, como muchos padres lo están”, dice London. “La comunidad médica no estaba interesada.”
Eso se debe en gran medida a una razón práctica: los cánceres infantiles suman menos del 1 por ciento de todos los cánceres diagnosticados cada año, según la Sociedad Estadounidense del Cáncer. Ese 1 por ciento no es un gran mercado para los fabricantes de medicamentos, quienes acumulan aproximadamente 1400 millones de dólares en costos extras para poner un medicamento novedoso en el mercado. Ellos nunca recuperarán eso tratando a los setecientos niños diagnosticados con neuroblastoma anualmente, o los cien diagnosticados con glioma pontino intrínseco difuso, un tumor cerebral mortal.
“El gran elefante en la sala es el costo de este tipo de investigación”, dice Raphaël Rousseau, director de desarrollo de medicamentos de oncología pediátrica en el gigante farmacéutico Roche. En combinación con el pequeño mercado potencial, ello ha llevado a que muy pocas compañías farmacéuticas inviertan en desarrollar medicamentos para cánceres pediátricos. Merck tiene una prueba de oncología pediátrica en marcha. Pfizer está probando sólo terapias preclínicas. Novartis encabeza al grupo, con siete medicamentos en pruebas clínicas para cánceres infantiles.
Donde las grandes farmacéuticas están ausentes, el gobierno ha tomado la batuta. La mayoría de las pruebas clínicas pediátricas son realizadas por el Grupo de Oncología Infantil (COG) del Instituto Nacional del Cáncer (NCI), el cual lleva a cabo aproximadamente de cuarenta a cincuenta pruebas terapéuticas a lo largo y ancho del país en un momento dado, según Peter Adamson, director de la organización y oncólogo pediátrico del Hospital Infantil de Filadelfia. Pero incluso con el financiamiento federal, la investigación del cáncer pediátrico recibe sólo una fracción del dinero que se da a la investigación del cáncer adulto, y está disminuyendo. En 2013, el NCI invirtió 185.1 millones de dólares de un presupuesto de 4790 millones de dólares en investigación del cáncer pediátrico, la cantidad más baja desde 2009.
“Las opciones que ahora tenemos para explorar en verdad son fructíferas, pero los fondos disponibles para hacer los estudios están disminuyendo”, dice Richard O’Reilly, director de oncología pediátrica del Centro de Cáncer Memorial Sloan Kettering, en Manhattan. “No queremos que las generaciones futuras miren hacia esta época y digan: ‘¿Qué demonios estaban haciendo?’”
Aun así, muchos oncólogos entrevistados por Newsweek son optimistas. Están en marcha numerosas iniciativas para estimular el desarrollo de nuevos medicamentos para cánceres infantiles, incluidas pequeñas compañías sin fines de lucro que identifican y financian pruebas clínicas para compuestos tempranos, así como acciones encabezadas por la industria o el gobierno para desarrollar nuevos diseños de pruebas clínicas que sean más rentables. Lo mejor de todo es que hay prometedoras terapias de medicamentos, gracias a la velocidad increíble con que avanza la investigación científica. El reto es hacer que esos medicamentos potenciales estén disponibles para los niños.
IRA DESAFIANTE
El antibiótico mantuvo el cáncer de Penélope a raya por seis meses antes de que la enfermedad regresara con fuerza. Con las terapias actuales, menos de 5 por ciento de los niños sobreviven al neuroblastoma recidivante. Penélope murió pocos días antes de su quinto cumpleaños, en mayo de 2007.
Un mes después, London entró en un bar oscuro en Greenwich Village para conocer a otro padre que había perdido un hijo. En noviembre del año anterior, Hazen, el hijo de Scott Kennedy, había muerto a los cinco años de edad del mismo cáncer que Penélope. London lo reconoció por la expresión en su rostro. “Era como mirar un espejo”, dice. Tres cervezas después, los padres decidieron resolver el cáncer infantil. “Queremos hacer de este un proceso urgente y más rápido que vaya directo al grano y dé los mejores y más esperanzadores tratamientos de los que se puedan beneficiar los niños”, dice Kennedy.
“Más rápido” es una frase que a menudo está en los labios de los padres de niños con cáncer. Según algunos cálculos, se requiere de un promedio de cinco años para que los resultados de laboratorio promisorios pasen a pruebas clínicas para el cáncer pediátrico. Luego hay un retraso añadido: típicamente, no se inicia el desarrollo de medicamentos para niños hasta que el medicamento ya ha pasado a las pruebas clínicas de Fase III para adultos.
Por ejemplo, los inhibidores de puntos de control —medicamentos que activan el sistema inmunológico para atacar un tumor— están entre los tratamientos del cáncer más promisorios. El primero de tales medicamentos, vendido por Merck, fue aprobado para tratar el melanoma adulto en septiembre de 2014. Pero las pruebas clínicas en niños empezaron apenas este mayo. Se requerirá de años antes de que el mismo medicamento sea aprobado para su uso en niños. “Es uno de los mayores retos: tener acceso a medicamentos de alta prioridad más temprano”, dice Adamson del COG. “Tiene que ver con la aversión al riesgo.”
Pero Rousseau, de Roche, señala que los niños reciben y toleran la quimioterapia en dosis más altas que los adultos, y ni las pruebas en adultos ni los modelos en roedores pueden decir si un medicamento tendrá efectos secundarios a largo plazo en ellos. Por lo tanto, “en realidad no hay razón para esperar”, dice. “Evitar que los niños tengan acceso al medicamento no tiene sentido.”
London y Kennedy están de acuerdo, razón por la cual fundaron una organización sin fines de lucro, Solving Kids’ Cancer —la cual London financió inicialmente con más de 4 millones de dólares de su bolsillo—, para identificar, financiar y administrar pequeñas pruebas clínicas piloto para que los tratamientos promisorios pasen más rápidamente a las pruebas clínicas. En los últimos ocho años, Solving Kids’ Cancer ha ayudado a pasar diecinueve medicamentos nuevos a pruebas clínicas que de otra manera quizá nunca hubieran visto la luz del día.
El primer estudio que financiaron fue una prueba de Fase I para nifurtimox, el antiparasitario que le dio a Penélope seis meses más. Encabezada por Sholler, el medicamento completó exitosamente las pruebas de seguridad de Fase I y ahora está en Fase II en trece centros de cáncer en Estados Unidos y Canadá. Poco después de la prueba de nifurtimox, Sholler fundó su propia red de pruebas clínicas, el Consorcio de Investigación Translacional de Neuroblastoma y Meduloblastoma, ahora con veinticuatro hospitales. Es parte de una tendencia creciente de pequeñas redes de pruebas que tratan de pasar los medicamentos promisorios a la clínica con más rapidez. “Somos grupos pequeños que pueden hacer que se abran más rápido los estudios, en alrededor de un año”, dice Sholler. “En verdad, estamos tratando de hacer avanzar la nueva investigación.”
¿INCENTIVO O CASTIGO?
En Roche Pharmaceuticals, la tercera compañía farmacéutica más grande del mundo, con ingresos por 39 500 millones de dólares en 2014, Rousseau tiene otra solución: las grandes farmacéuticas necesitan usar su poder para el bien.
Si un medicamento resulta promisorio para niños mientras se le desarrolla para adultos, las compañías típicamente lo siguen en pediatría por una de dos razones: el incentivo o el castigo. Según la Ley de Mejores Fármacos para Niños de 2002 (reescrita en 2007), las compañías de medicamentos que realizan estudios pediátricos solicitados por la FDA pueden recibir seis meses adicionales de comercialización exclusiva de un medicamento patentado. Para un medicamento que genera 1000 millones de dólares al año, eso significa 500 millones de dólares extras, por un estudio pediátrico que costará una fracción de eso.
Si ese incentivo no funciona, viene el castigo. Según la Ley de Equidad en Investigación Pediátrica de 2003, la FDA puede obligar a una compañía farmacéutica a probar un medicamento nuevo en una población pediátrica (sin embargo, muchas compañías reciben exenciones si la enfermedad que están tratando es rara o no se presenta en niños, como el melanoma).
Rousseau era un oncólogo pediátrico activo e investigador académico por décadas antes de unirse a Roche en 2009. Ahora está tratando de demostrar a las compañías farmacéuticas que hay un modelo sustentable con el que pueden hacer avanzar el desarrollo de medicamentos para niños, y aunque no ganarán mucho dinero, tampoco perderán.
La buena noticia es que Roche lo está apoyando. En 2010, Rousseau formó allí un equipo de Desarrollo de Medicamentos para Oncología Pediátrica, el cual ha crecido desde entonces a veinticinco miembros. Está a punto de iniciar un diseño único de estudio: una gran prueba clínica multinacional que probará medicamentos potenciales en niños con cánceres diferentes al mismo tiempo, usando las mismas instalaciones, normas y puntos finales.
Rousseau tiene listos dos medicamentos de Roche por examinar en la prueba. Al hacer las dos al unísono, en lugar de en dos pruebas clínicas tradicionales y separadas, calcula que la compañía se ahorrará 9 millones de dólares. Si puede reducir el costo de pasar un medicamento a pruebas, el incentivo de la patente ofrecido tanto en Estados Unidos como en Europa podría ser suficiente para justificar la inversión en pediatría. “Estoy convencido de que hay una manera de avanzar”, dice. Si puede demostrarlo, espera que otras compañías sigan su ejemplo.
Pero más que cualquier otra acción, tal vez sea la ciencia —específicamente, la medicina de precisión— la que identificará con rapidez los medicamentos efectivos para el cáncer infantil. Este mes, el NCI inició la prueba de Análisis Molecular para la Elección de Terapias (MATCH) que analizará los tumores de los pacientes en busca de mutaciones, y luego los empatará con los medicamentos que atacan esas mutaciones. Como es típico, la prueba MATCH comenzó primero en adultos; pero la versión pediátrica no está muy lejos, dice Malcolm Smith, subjefe de la rama de oncología pediátrica del NCI. El NCI espera iniciarla el próximo año.
Muchos otros equipos alrededor del país trabajan en acciones similares. Por ejemplo, Sholler, ahora en el Hospital Infantil Helen DeVos en Grand Rapids, Michigan, ha realizado pruebas para empatar firmas genéticas con tratamientos en los últimos tres años. Su equipo publicó recientemente resultados que mostraron que la técnica estabilizó o redujo tumores en ocho de catorce niños con neuroblastoma.
“Nuestra meta es que los medicamentos estén disponibles para los pacientes”, dice Sholler. “Queremos darles [a las familias] más tiempo con sus niños. Cada año, cada Navidad, cada cumpleaños, le importa a un niño.”