Existe un problema importante para las finanzas públicas que no
ha sido del todo atendido: el creciente nivel de endeudamiento que reflejan
varios estados del país. La legislación apenas aprobada para regular la
temática, si bien es funcional, no plantea responsabilidades para quienes hayan
tomado decisiones financieramente irresponsables hasta antes de su publicación.
El país cuenta con un gran hoyo financiero que bastantes
dolores de cabeza producirá al erario en los próximos años. Se trata de
gobernadores que aprovechando la mayoría y el control político que poseen en
sus congresos locales, más la ausencia de normatividad al respecto y su
ambición por dejar un supuesto legado basado en abundante obra pública, han
pasado por encima de toda lógica financiera al momento de gestionar el origen y
la aplicación de los recursos monetarios.
Se trata de mandatarios que han confundido el “sí se
puede” con el “sí se debe”, lo que hoy los tiene a punto de
heredar un desastre administrativo y financiero de gran calado para sus
sucesores. Incluso, hay casos en donde el daño financiero impactará hasta en
futuras generaciones: todo un cataclismo financiero.
Los ejemplos abundan: en 2009, el estado de Nuevo León concluyó
el ejercicio fiscal con una deuda cercana a los 27,000 millones de pesos (mdp),
cifra que para el cierre de 2014 ya rondaba los 61,000 mdp. Es un alza de 126
por ciento en tan sólo cinco años.
Chihuahua es otro caso que trasciende toda racionalidad, pues
mientras que el ejercicio de 2010 se concluyó con una deuda de 12,000 mdp, a la
vuelta de cuatro años el pasivo total ya sumaba 41,000 mdp, un incremento de
234 por ciento, o de 58.5 por ciento anual, como se quiera ver.
Veracruz anda por las mismas, pues de 2010 a 2014 acrecentó sus
obligaciones en 95 por ciento, de 21,000 a 41,000 mdp. Y en contextos similares
se encuentran Campeche, Oaxaca, Morelos y Colima; al igual que el legendario
Coahuila, que desde 2011 saltó a la palestra nacional por la impericia financiera
de su gobernante en turno.
Así, al concluir el primer trimestre de 2015, la deuda a cargo
de las entidades federativas ascendió a 510,000 mdp, prácticamente cuatro
puntos porcentuales del PIB nacional. Un dineral que ya no volverá.
Siempre le he compartido que la deuda no es mala en sí misma,
sino al contrario, que es una excelente palanca de desarrollo cuando se
solicita en cantidades prudentes y se le otorga el uso y destino adecuados.
Creo que es el punto de enfoque: el crecimiento de los PIB
nacional y estatales; la tasa de abatimiento de la pobreza; el nivel de los
salarios; la disminución de la tasa de desempleo; el índice de
desigualdad; o el nivel competitivo de los estudiantes en escala internacional,
por mencionar algunos indicadores esenciales; para nada han mejorado en los
porcentajes mencionados sobre el crecimiento de las deudas estatales.
En realidad, la mayoría de dichos indicadores son inferiores o
idénticos a como prevalecían hace un lustro. Vaya, sucede que la gente de esas
entidades no vive mejor que hace cinco o seis años. ¿Cómo justificar entonces
tan estrepitosos niveles de apalancamiento? ¿Para qué ese nivel de estrés
financiero? Siendo sensatos, ¡es inexplicable!
Recordemos que, en materia financiera, no sólo impacta el
efecto actual de las decisiones, sino también el costo de oportunidad por las
acciones que se dejarán de hacer en el futuro, debido a los recursos ya
comprometidos por lo hecho en el presente. Esto significa que muchos de los
gobernadores actuales ya se gastaron el dinero que estaría disponible para
administraciones y generaciones posteriores.
El tema no es menor y las expectativas de solución son bastante
dolorosas, pues como los ingresos de las localidades no aumentarán en tales
proporciones, las alternativas resultan escasas. No es algo que se arregle con
una simple reestructuración, ya es imposible que el daño no se padezca, el
dolor será inevitable. Y bueno, ya mejor ni mencionar que dado el contexto
internacional, como lo del precio del petróleo por ejemplo, los apoyos de la
federación se disminuyen drásticamente. No hay ni por dónde.
Estamos ante una camada de gobernadores que disfrutaron de una
borrachera financiera de dimensiones épicas. Lamentablemente, la resaca será
con cargo a la sociedad.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una
alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le corresponde a usted.