El voto de obediencia puede honrarse de extrañas maneras, especialmente cuando se nace en el Siglo de las Luces. Una mañana de 1746, el abad Jean-Antoine Nollet ordenó a doscientos monjes formar un círculo perfecto de 1.5 kilómetros de circunferencia.
En este, los anacoretas estarían enlazados entre sí gracias a finos alambres de hierro.
El francés era célebre por su genio científico, pero también por la peculiar costumbre que desarrolló de probar en carne propia sus experimentos. Esta vez, no obstante, precisaba ayuda.
Tras una breve señal, el abad descargó en un punto del círculo la energía eléctrica que almacenaba en una Botella de Leyden. Como lo imaginó, el flujo de electrones eyectado sacudió de forma simultánea a los monjes sin importar a qué distancia se hallaban de Nollet.
Los 201 religiosos hicieron historia.
El hallazgo del abad fue la antesala de inventos como el telégrafo, el teléfono, la radiolocalización, la internet y, sin ambages, de todas las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) que conocemos.
Hoy el mundo cuenta con 7000 millones de teléfonos móviles, uno por cada habitante. Y uno de cada dos seres humanos tiene acceso a la red.
Las TIC se han convertido en un universo casi infinito que incluye objetos tangibles como un ordenador, un GPS o una consola de videojuegos, pero también maravillas inasibles como las redes sociales o los servicios peer to peer.
Paradójicamente, pese al dinamismo del sector, su marco tributario se volvió obsoleto. Al menos hasta el pasado 25 de julio.
Tras tres años de negociación, la Organización Mundial del Comercio (OMC) confirmó que 54 países miembros de este organismo avalaron una reforma al Acuerdo sobre Tecnología de la Información (ITA por sus siglas en inglés) que estaba en vigor desde 1997.
El anuncio supondrá la eliminación de aranceles en 201 bienes y servicios TIC en tres años.
Sí, el cabalístico 201 vuelve a marcar al sector.
Además, esta es la primera vez que la OMC anuncia una supresión de aranceles en dieciocho años y que se anticipa una significativa reducción de precios en equipos de navegación, semiconductores de nueva generación, escáneres médicos, videojuegos, satélites y aparatos de resonancia magnética, entre otros.
Los países firmantes representan sólo un tercio de los miembros de la OMC, pero son quienes concentran 97 por ciento del comercio mundial de productos de alta tecnología. Una lista que incluye a Estados Unidos, Canadá, China y a la Unión Europea (UE). Pero que deja fuera a México.
Aunque la OMC invitó en reiteradas ocasiones a México a sumarse al ITA, nuestro país siempre rechazó el exhorto a pesar de que estudios como el Índice Global de Tecnologías de la Información 2015, elaborado por el World Economic Forum (WEF), ubican a México por detrás de Chile, Barbados y Uruguay en materia de desarrollo tecnológico.
La razón: Vicente Fox apostó en 2003 por el llamado Decreto ITA Plus, una estrategia arancelaria unilateral que, según el político de las botas, “superaba los alcances del ITA internacional”.
Y, en efecto, redujo los costos de importación de materias primas como las resinas, el acero y el plástico para incentivar la competitividad de los productos mexicanos relacionados con las TIC. Pero también ofreció pocos beneficios arancelarios a la exportación de productos terminados (como las pantallas).
Una estrategia que funcionó a México porque 82 por ciento de sus exportaciones de TIC se dirigían a Estados Unidos y se hallaban ya totalmente desgravadas por el TLC.
México decidió evitar el desgaste de una negociación internacional porque sabía que, de todas maneras, se vería beneficiado por cualquier acuerdo global de la OMC por el solo hecho de ser uno de los países miembros de este organismo.
Lo que olvidaron los políticos es que los gobiernos que sí tomaron parte de la negociación del nuevo ITA protegieron los sectores y productos que les resultan estratégicos. Y mañana venderán más con menos riesgos.
México deberá conformarse con un beneficio marginal y, como los monjes, honrar simplemente el voto de silencio.