Un
laberinto de concreto y metal y 17 imponentes puertas eléctricas de hierro
conducen a la celda del fugado capo Joaquín “Chapo” Guzmán, quien
durante 17 meses habitó el calabozo número 20, el último de un pasillo asignado
solo a los más temidos criminales mexicanos.
Guzmán
Loera, considerado hasta su captura en 2014 como el narcotraficante más
poderoso del mundo al frente del cártel de Sinaloa, ocupaba una de las escasas
diez celdas del pasillo de “tratamientos especiales” en el penal de
máxima seguridad del Altiplano, en las que los reos permanecen completamente
aislados.
Para
llegar ahí hay que pasar por múltiples filtros de vigilancia entre fríos
corredores y atravesar 18 puertas de hierro que sólo pueden ser abiertas de
manera electrónica por custodios que vigilan desde casetas de vidrio y
autorizan el paso solo con previa identificación en mano. En el piso de la
ducha de su celda, ahora vacía, aún esta abierto el estrecho hoyo donde el capo
se introdujo el sábado por la noche para escapar, generando una gran
humillación al gobierno de Enrique Peña Nieto.
Guzmán
Loera huyó por un subterráneo construido a 19 metros de profundidad y de 1.5 km
hacia el exterior de la prisión, ubicada a 90 km de la Ciudad de México. En las
únicas dos repisas de la celda quedaron restos de maní, de tortillas de maíz y
la envoltura de un medicamento para el malestar estomacal que el capo habría ingerido
en las últimas horas que pasó entre esas sórdidas paredes.
El
pasillo del silencio
El
silencio en este pasillo, donde los presos tienen prohibido comunicarse de
celda a celda, sólo se interrumpe por el bajo sonido que proviene de algunas
pequeñas pantallas planas de televisión que tienen autorizadas estos reclusos.
La noche de su huida, “El Chapo” dejó encendida, al lado de la
plancha de concreto en la que dormía sobre una colchoneta, una de esas
televisiones mientras se transmitía un popular programa musical.
Los
presos del área de tratamientos especiales permanecen encerrados hasta para
tomar sus alimentos, a diferencia del resto de los internos que tienen
permitido bajar a comedores. El penal del Altiplano, construido hace unos 25
años, era considerado un centro de reclusión inexpugnable y ejemplar hasta el
sábado pasado cuando “El Chapo” Guzmán logró escaparse.
Aunque
en 2004 sucedió otro incidente grave relacionado con este capo, cuando su
hermano Arturo “El Pollo” Guzmán, fue asesinado en uno de los
locutorios.
Tres
años antes Joaquín Guzmán Loera (2001) se había fugado por primera vez de otra
cárcel de máxima seguridad en Jalisco, al oeste del país. En esa ocasión lo
hizo escondido en un carrito de lavandería.
Peligrosos
narcotraficantes, secuestradores, homicidas, violadores y pedófilos han
engrosado las filas de este centro penitenciario. Uno de los últimos fue
Servando Gómez apodado “La Tuta”, exlíder del cartel de los
Caballeros Templarios, detenido en febrero pasado.
Ahí
están recluidos el último dirigente de la dinastía delictiva Beltrán Leyva,
Héctor Beltrán Leyva alias “El H”; Edgar Valdez Villarreal apodado
“La Barbie, uno de los exjefes del cártel de Sinaloa, e Israel Vallarta,
exnovio de la francesa Florence Cassez. También purgan sentencia en esa prisión
Daniel Venegas Martínez y Aurelio Arizmendí, miembros de una banda de
secuestradores que acostumbraba a cortar las orejas de sus víctimas para
enviarlas a sus familiares, así como José Luis Canchola, secuestrador del entrenador
argentino Rubén Omar Romano.
Pese
al aislamiento en que Guzmán Loera vivió los 17 meses que estuvo en este penal,
con dos cámaras y un custodio al frente de su celda que lo vigilaban
permanentemente, logró en marzo pasado sumarse a la denuncia que 140 reclusos
hicieron al ombudsman nacional por las condiciones “inhumanas” de la
prisión. En una carta alegaron que recibían comida con gusanos y colchones
maltrechos para la visita conyugal.
(Con
información de AFP)