Acababa de pasar la Navidad de 2012 y la plataforma flotante Kulluk, de 76 metros de altura, se sacudía como un metrónomo en vendaval que agitaba el Golfo de Alaska. El remolcador que arrastraba la plataforma petrolífera se mecía, impotente, en las olas de quince metros, y sus cuatro motores de diésel estaban inundados de agua salada mientras los dieciocho tripulantes de la plataforma flotaban a la deriva hacia una isla de barrera. Kulluk podría partirse si recibía un golpe y derramar en el mar 143 000 galones de diésel y 12 000 galones de líquidos peligrosos.
Por fortuna, un equipo de helicópteros de la Guardia Costera logró aproximarse para poner a salvo a la tripulación, y aunque la plataforma encalló en la isla pocos días después, no hubo fracturas. Se evitó un desastre ecológico, pero por poco. Y nadie resultó lesionado.
El incidente no sorprendió a los ambientalistas, quienes habían advertido que habría problemas si Shell, operadora de Kulluk, era autorizada para perforar frente a la costa del Ártico, pues la petrolera multinacional no estaba preparada para las condiciones extremas del Lejano Norte.
Este mes, Shell intentará otra perforación costera en el Ártico de Estados Unidos y, de tener éxito, abrirá la puerta al desarrollo estadounidense en una de las últimas regiones vírgenes del planeta, al tiempo que Estados Unidos se suma a una carrera por riquezas que ya se ha iniciado en otros lugares. Sin embargo, de ocurrir otro accidente, como temen los ambientalistas, la operación podría poner fin a los intentos de perforar el Lejano Norte de Estados Unidos durante muchos años. La extracción de petróleo es uno de los debates más importantes en lo que podría ser el juego más novedoso del mundo, término que usara Rudyard Kipling para describir la lucha de las grandes potencias para dominar los rincones más apartados, pero estratégicamente críticos del orbe.
LA GUERRA FRÍA POR UN LUGAR MUY FRÍO
El Ártico, que abarca 8 por ciento de la superficie terrestre, se calienta dos veces más rápidamente que el resto del planeta, y con la fusión de todo ese hielo la región corre el riesgo de convertirse en el salvaje oeste del siglo XXI, una rebatiña de poder y riqueza en lo alto del planeta.
“El Ártico empieza a figurar en el escenario mundial y aún se desconoce si negocios, gobiernos y otros operadores pueden hacer frente a los riesgos”, declaró el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés) en un informe publicado en mayo de 2015. El hielo desaparece con tal celeridad que la armada estadounidense vaticina que, hacia 2050, todo el océano Ártico podría quedar despejado durante las temporadas de verano, permitiendo la navegación hasta la cima del Polo Norte. De hecho, las aguas recién abiertas empiezan a multiplicar las inquietudes de seguridad y rescate de Estados Unidos, informa el contraalmirante Daniel Abel, quien dirige las fuerzas de la Guardia Costera del Distrito 17, vasta extensión de 9.8 millones de kilómetros cuadrados que incluyen 71 000 kilómetros de litoral y partes del océano Pacífico, el mar de Bering y el océano Ártico. Ha desaparecido tanto hielo desde la década de 1970 que “sólo la cantidad de nuevas aguas bajo mi supervisión equivalen a 45 por ciento del territorio continental de Estados Unidos”, dijo Abel.
No hay bahías de aguas profundas en el Ártico estadounidense, de modo que, al fundirse el hielo, las misiones de emergencia tendrán que ir más lejos desde sus bases en el sur. Los naufragios en mares peligrosos del Ártico son una posibilidad muy real. En juegos de guerra recientes, representantes de todas las ramas del servicio armado estadounidense planificaron respuestas ante posibles escenarios del futuro inmediato, incluyendo el secuestro terrorista de un barco en aguas árticas, embarcaciones enemigas con armas nucleares al norte de Alaska, y un derrame de petróleo masivo en una perforación costera.
Las condiciones más cálidas también están abriendo rutas comerciales antes bloqueadas y áreas para perforación o minería y, con tanto en riesgo, las naciones del Ártico esperan que la paz actual perdure, aunque están armándose, preparándose para tiempos difíciles; y de todos, Rusia es la que está adoptando medidas más agresivas. En marzo emprendió grandes maniobras militares en el extremo norte con la participación de 38 000 efectivos, más de cincuenta barcos y 110 aeronaves. “El escalamiento militar en el Ártico es la prioridad estratégica de Rusia, que ha restaurado campos aéreos y puertos de la era soviética y organizado sus activos navales”, informó el CFR. Hace poco, aviones militares rusos, llamados “bombarderos oso”, volvieron a invadir el espacio aéreo estadounidense frente a la costa alaskeña, algo que no ocurría desde la Guerra Fría.
Armadas y compañías transportadoras codician los atajos de rutas comerciales que se abren al desaparecer el hielo. Desde 2007, el Paso Noreste, ruta marina del norte de Rusia, ha quedado despejada en verano, acortando hasta en 30 por ciento la distancia entre Asia y Europa, con los consiguientes ahorros en combustible y emisiones de carbono, y permitiendo que los transportistas eviten las aguas infestadas de piratas frente a las costas africanas. Cinco cargueros navegaron por la nueva ruta en 2009; 71 la surcaron en 2013. Desde que Vladimir Putin manifestara su deseo de que el Estrecho de Bering —entre Alaska y Rusia— se convierta en el próximo Canal de Suez, planificadores navales estadounidenses han dado a esas aguas el apodo de “la Compuerta de Bering”.
Se trata de una nuevo tipo de guerra fría geopolítica, y Estados Unidos corre el riesgo de perderla. “En este momento ni siquiera jugamos en la misma liga que Rusia”, dice el comandante de la Guardia Costera Paul F. Zukunft. “Ni siquiera estamos en la jugada.” En el Ártico, la única manera de desplazarse por la superficie del mar, incluso con el adelgazado hielo estival (para operaciones de búsqueda y rescate, guiar embarcaciones navales o comerciales, o realizar investigaciones intensivas), es a bordo de rompehielos. Estados Unidos sólo tiene dos, ambos muy viejos, y “no hay dinero para rompehielos nuevos”, informa Fran Ulmer, presidenta de la Comisión Investigadora del Ártico de Estados Unidos, y agrega que uno de esos barcos puede costar hasta 1000 millones de dólares y “su construcción demora hasta un año”. En comparación, Rusia opera 27 rompehielos, y China, que no es una nación ártica aunque tiene aspiraciones en la región, tendrá dos para el próximo año.
Buques turísticos también han empezado a viajar al Ártico estadounidense por el Paso del Noroeste, ahora despejado: ruta marítima de 1400 kilómetros que discurre por Alaska y el norte de Canadá, y atajo entre Europa y Asia que los exploradores occidentales buscaron durante siglos. Hasta hace muy poco, ese cementerio de barcos aplastaba los navíos contra el hielo y mataba a sus tripulantes de hambre, enfermedades o frío. En la tragedia más famosa, ocurrida en 1848, las tripulaciones de los buques británicos Erebus y Terror quedaron atrapadas en el hielo; desembarcaron en busca de ayuda y terminaron comiéndose entre sí.
Esas escenas espantosas distan mucho del paso actual, por donde navegan cruceros turísticos alemanes. En 2016, el gigantesco trasatlántico de lujo Crystal Serenity zarpará de Seward, Alaska, a la ciudad de Nueva York con mil pasajeros en sus salones, bares y camarotes. Los boletos más baratos costarán 21 455 dólares. Incluso yates privados han comenzado a aparecer frente a la costa de Barrow, en el Lejano Norte de Alaska y ni la Guardia Costera ni los lugareños están alertados de su llegada; de manera que, a diferencia de los viajeros internacionales que arriban a otros puntos del territorio estadounidense, estos simplemente tocan tierra, sin revisión alguna. Los aventureros a bordo de dos de esas embarcaciones —noruegos y rusos— me dijeron que les sorprendió que nunca tuvieran que mostrar el pasaporte ni responder pregunta alguna mientras transitaban por aguas árticas estadounidenses. “Sólo desembarcamos”, dijo un hombre. Con el aeropuerto de Barrow a poco más de un kilómetro de la playa, cualquier marino que desembarque portando una licencia de conducir estadounidense puede comprar un boleto para uno de los vuelos comerciales diarios a Anchorage y llegar a cualquier punto de Estados Unidos al día siguiente… sin que nadie se entere.
EL SÍNDROME DE LA ESFERA DE NIEVE
Rusia y China apuestan al extremo norte no sólo por sus hermosas vistas y rutas comerciales ahorradoras de dinero. También creen que alberga un tesoro increíble de recursos. Bajo las aguas árticas, la perspectiva de yacimientos petroleros y minerales —en particular, nuevas reservas de hidrocarburos que podrían encontrarse frente a las costas de Rusia, Noruega, Groenlandia y Canadá— ha desatado una competencia por tierras submarinas. Todas las naciones con litorales árticos son dueñas de los derechos minerales bajo las aguas de sus plataformas continentales, una “zona económica exclusiva” que se extiende 321 kilómetros desde la costa. Sin embargo, bajo el tratado denominado Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS, por sus siglas en inglés), cualquier nación costera ahora puede reclamar otros 321 kilómetros adicionales del fondo marino si demuestra, ante un comité de científicos de la ONU, que dicha zona es parte de su plataforma continental. Rusia y Noruega ya han presentado reclamaciones.
Los veranos pasados, el rompehielos estadounidense Healy ha recibido a bordo científicos que mapean y toman muestras del lecho marino frente a la costa alaskeña preparándose para una reclamación similar en nombre de Estados Unidos, la cual podría derivar en un nuevo territorio del doble del tamaño de California. Con todo, a diferencia de otras naciones árticas, Estados Unidos nada puede reclamar en estos momentos, ya que es el único país que no ha ratificado el tratado que, no obstante, fue apoyado por las administraciones de Bush y Obama, las fuerzas armadas, los transportistas, las petroleras, la Cámara de Comercio y los grupos ambientalistas estadounidenses.
Sucede que los senadores republicanos han bloqueado la UNCLOS durante años. Objetan una condición que faculta a la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA, por sus siglas en inglés) a supervisar las operaciones mineras en mar profundo, argumentando que cualquier supervisión del mar por parte de organismos internacionales socava la soberanía estadounidense; esto, pese a una revisión de 1994 que otorga a Washington un poder de veto efectivo sobre cualquier decisión de la ISA en la eventualidad de que Estados Unidos se decida a firmar. La última vez que el tratado volvió a presentarse ante el Senado (2012), 34 republicanos votaron en contra, cancelando la consulta definitivamente, ya que toda ratificación requiere de una mayoría de dos tercios.
Luego de años de presenciar el agresivo avance de otros países en el Ártico, Washington se ha enfocado más en la región en los últimos meses. En enero, Barack Obama emitió una orden ejecutiva para coordinar esfuerzos federales bajo una estrategia nacional para el Ártico. Asimismo, su administración ha fomentado una mayor comunicación entre las agencias federales encargadas de supervisar o permitir la perforación en el litoral, algo que, según Shell, ha sido de gran ayuda. Y en abril, Estados Unidos asumió la presidencia del Consejo Ártico, cuerpo diplomático de ocho naciones árticas creado para abordar problemas de desarrollo y ambientales en la región de una manera cooperativa. Hasta ahora, los Estados del Consejo han acordado los protocolos para respuesta de búsqueda y rescate y preparación para contaminación petrolera marina. Sin embargo, dice Ulmer, “el dinero no fluye. Las otras naciones árticas están más enfocadas”. Tal vez como los 48 Estados Inferiores no están cerca de Alaska, “Estados Unidos no se identifica como una nación ártica”, agrega. “Será muy difícil obtener el apoyo necesario del público para conseguir los fondos.”
En mayo, Dan Sullivan, senador de Alaska, introdujo una enmienda en la Ley de Autorización de Defensa Nacional que exige que el secretario de Defensa detalle un plan militar para el Ártico. “Una cosa es hablar de estos temas y, otra, adoptar una postura forzada que reafirme nuestra estrategia”, dice. “Es el síndrome de la esfera de nieve. Los estadounidenses de los 48 Estados Inferiores nos perciben como algo englobado en cristal. Les hace sentir bien. Pero no nos toman en serio.”
Por supuesto, Shell Oil y otras compañías que han adquirido arriendos en el Lejano Norte de Alaska toman el Ártico muy en serio. Pero a pesar de los riesgos financieros, las otras compañías aún no se zambullen en las gélidas aguas. Primero quieren ver los resultados de Shell. “Shell está jugándose el cuello”, me dijo un ejecutivo de ConocoPhillips. Y si tiene éxito, el desarrollo probablemente recibirá un enorme impulso, los negocios en el Ártico se acelerarán y los 48 Estados Inferiores, luego de años de desinterés, empezarán a enfocarse en el Lejano Norte estadounidense.
EL ESQUIMAL Y EL PETROLERO
En 2008 Shell pagó una cifra récord de 2000 millones de dólares por el prospecto Burger, colección de arriendos de crudo y gas en el Mar de Chukchi, localizado entre el Estrecho De Long y Punta Barrow. Lo irónico es que Shell estaba recomprando al gobierno el derecho de perforar en áreas que había adquirido en 1989 y 1990, pero aquellos arriendos caducaron cuando la compañía perforó sin encontrar petróleo. Otras empresas también fracasaron, abriendo 35 pozos frente al litoral ártico entre 1981 y 2002 sin hallar crudo. “Encontramos gas, pero no nos interesaba”, explica Ann Pickard, vicepresidente ejecutiva de Shell para la región del Ártico. “Así que nos marchamos”.
No obstante, después la situación había cambiado. El Estudio Geológico de Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés) publicó un informe que estimaba que 13 por ciento del crudo no descubierto del planeta y 30 por ciento de todo el gas natural yacían por arriba del Círculo Ártico, mayormente bajo el agua. “Las grandes plataformas continentales podrían representar la… mayor superficie inexplorada para prospección petrolera en la Tierra”, anunciaba el documento.
Al mismo tiempo, el petróleo en suelo alaskeño —que antes cubriera 25 por ciento de las necesidades de Estados Unidos— comenzaba a agotarse; el oleoducto del estado apenas se llenaba a un tercio de su capacidad. Shell decidió dar otro vistazo a los sitios que abandonara usando técnicas sísmicas 3D recién desarrolladas y modeladas por computadora. La compañía concordó con los cálculos del USGS: estimó que en la costa de Alaska, bajo los mares de Chukchi y Beaufort, había 27 000 millones de barriles de crudo. Así que pagó 84 millones de dólares por los arriendos de Beaufort.
Sin embargo, en Estados Unidos, cuando una compañía compra arriendos de petróleo no recibe, automáticamente, el derecho de perforar. Shell todavía necesitaba obtener más de treinta permisos de diversas agencias reguladoras, incluidas la Agencia de Protección Ambiental, el Departamento del Interior y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica. Y tal vez habría superado el proceso, pero cometió un error estratégico: no consultó con los esquimales inupiat, quienes temían que la operación ahuyentara a las ballenas y otros mamíferos marinos que son su sustento. “El mar es nuestro jardín”, dijo Edward Itta, por entonces alcalde del Distrito de la Ladera Norte, condado del tamaño de Wyoming que compone el extremo superior de Alaska. “La caza de subsistencia, la pesca y la recolección son parte de nuestro ADN. Es lo que somos.”
Abogados del distrito iniciaron el litigio y, en breve, se sumaron otros esquimales y grupos ambientalistas. Llevaron a Shell a la Corte acusándola de que el Servicio de Gestión Mineral —agencia federal del Departamento del Interior, encargada entonces de los permisos de perforación— no realizó una investigación científica para determinar si el proyecto de Beaufort dañaría los mamíferos marinos o descargaría contaminantes peligrosos en el aire y el mar.
La Corte falló en contra de Shell, de modo que la empresa empezó a modificar sus planes de perforación. Pero las demandas se acumularon, año tras año, y cada vez intervenían más grupos ambientalistas. Las agencias federales comenzaron a temer las demandas y el proceso de permisos se complicó. Sólo la solicitud pertinente al aire limpio contenía 1400 páginas, pesaba tres kilos y requirió meses de trabajo por parte del personal de Shell. Para 2012, la compañía había desembolsado 4000 millones de dólares en estudios, solicitudes, arriendos y preparativos, y ni siquiera había iniciado la perforación.
Gran parte de la oposición legal inupiat fue retirada un año después de que Shell redujo su proyecto y prometió mantenerse alejada durante las semanas de cacería de ballenas. Ese verano pudo perforar, finalmente, aunque por breve tiempo y sin alcanzar las reservas de crudo que esperaba. Luego, Kulluk encalló en aquella isla de barrera y Shell volvió a cerrar operaciones pese a que, como señala Pickard, “la perforación real de 2012 salió bien. El accidente de Kulluk ocurrió al terminar la temporada; y ni siquiera fue en el Ártico, sino después de que salimos”.
Con todo, el desastre inminente precipitó investigaciones federales junto con acusaciones de mala gestión e incompetencia. De suerte que Shell volvió a modificar su proyecto. Por fin, el 11 de mayo de 2015, la Oficina del Ambiente del Departamento del Interior dictaminó que el proyecto de perforación costera no tendría un “impacto significativo” en aguas litorales del norte de Alaska ni en la vida silvestre de la zona. Las precauciones incluían un sello de tubería para impedir derrames (parecido al que acabó con la catástrofe Macondo del Golfo de México en 2010); dos remolcadores en vez de uno para la enorme plataforma sumergible Polar Pioneer, que carece de motor propio; observadores federales en la plataforma las veinticuatro horas del día; y una supervisión más estricta de los contratistas privados, cuya negligencia en 2012 (no informar de fugas en el motor y no notificar a la Guardia Costera de las condiciones peligrosas a bordo del barco perforador Noble Disclaimer) resultó en un convenio declaratorio, así como en 12.2 millones de dólares en multas y pagos de servicios comunitarios. Además, Shell accedió a consultar con los ancianos inupiat en cuanto a cualquier efecto que el proyecto pudiera tener en los mamíferos marinos y prometió mantenerse apartado durante la temporada de cacería de ballenas, como hiciera en 2012.
En junio, los barcos de la empresa empezaron a reunirse en Dutch Harbor, Islas Aleutianas, donde las cumbres volcánicas protegen un fondeadero profundo localizado a más de 1600 kilómetros del eventual sitio de perforación. Y en julio, si acaso llegan los últimos permisos, la flota de treinta navíos —incluidas dos plataformas, barcas de suministros, rompehielos, viviendas para trabajadores y hasta un buque cisterna para recoger cualquier derrame— iniciará el viaje por la cadena aleutiana y virará al norte hacia el Estrecho de Bering, donde Estados Unidos y Rusia se encuentran a sólo 64 kilómetros de distancia. Después de ese mes, la flota alcanzará el Mar de Chukchi, donde el equipo Shell empezará a perforar dos pozos exploratorios. Hasta el momento, la compañía ha invertido 7000 millones de dólares en su proyecto ártico y todavía no ha extraído un solo recurso del fondo marino.
“Creemos que el área es un Golfo de México en potencia”, comenta Pickard. “Vislumbramos una producción futura de más de un millón de barriles diarios.” Pero los ambientalistas temen que el proyecto termine en un desastre, aun cuando Shell encuentre oro negro. “Si ocurre lo peor, no habrá manera de contener o limpiar un derrame de crudo en el hielo”, advierte Erik Grafe, abogado de Earthjustice, organización jurídica ambientalista no lucrativa. “Ni siquiera las empresas mejor preparadas pueden enfrentar las condiciones del Ártico.” A principios de junio, Earthjustice y un consorcio de grupos ambientalistas presentaron demandas contra la operación de Shell.
Si bien los capitanes balleneros esquimales no participaron en el nuevo pleito, sus temores siguen latentes. El mes pasado, Harry Brower Jr., cazador de ballenas de Barrow y presidente de la Comisión Ballenera Esquimal de Alaska, se encontraba sentado en su despacho en el extremo norte del continente americano, 515 kilómetros al norte del Círculo Ártico y al otro lado de la calle de una playa de arena negra y el Mar de Chukchi. La temporada de caza primaveral acababa de terminar y la vista del agua oscura y el hielo blanco no era muy distinta de la que vieron sus antepasados, hace cuatro mil años. Las ballenas boreales habían pasado por Barrow en su reciente migración hacia Canadá, donde pasan el verano alimentándose.
“Tenemos muchas preguntas sin respuesta”, dijo Brower. “No sabemos si el ruido [de la perforación y los barcos] afectará a los animales marinos. No sabemos qué sucederá si hay un derrame de petróleo. La tecnología de limpieza podría ser adecuada. La han puesto a prueba en mares calmos, pero no estoy seguro de que ese conocimiento aplique con vientos de 65 kilómetros por hora y mares de cuatro metros de profundidad.”
Pickard explica que si Shell descubre la bonanza esperada este verano, la compañía aún tendría que emprender un proceso de solicitudes completamente nuevo para comenzar la extracción. Habría que construir un nuevo oleoducto a través de la tundra de Alaska para conducir el crudo submarino y conectarlo con el oleoducto Alaska existente, que se extiende de los campos de Prudhoe Bay a Valdez, en tierra firme. Y para esa nueva construcción, se necesitaría “la declaración de impacto ambiental más extensa del mundo”, dice Pickard, y agrega que “la producción real más temprana podría dar inicio entre 2025 y 2030”.
Reconoce que las barreras casi obligan a Shell a renunciar. “Estuvimos a punto de dejarlo todo, otra vez. El mayor argumento en contra fue que, si no desarrollábamos estos recursos, alguien más lo haría. Si Burger funciona, abrirá toda una nueva área.”
El destino del proyecto ártico de Shell, este verano y en los próximos años, será un indicador clave para determinar si Estados Unidos puede hacer frente a las tareas simultáneas de mantener su influencia, explotar oportunidades y proteger el ambiente de uno de los últimos rincones vírgenes de la Tierra.
Pickard afirma que se retirará después de la operación Alaska, sea o no un éxito, pero de cualquier manera se siente presionada. “Cuando viajo a otros países árticos, otros gobiernos me dicen: ‘Todo el mundo los observa. Asegúrense de tener éxito. De lo contrario, nos dañarán en otras regiones del Ártico’. Creo que este es un verano histórico. Una carga histórica.”