Según el diario israelí Haaretz, “la mayor firma de relaciones públicas de Oriente Medio es la vocería del ejército israelí”. Probablemente los sitios dos, tres, cuatro y cinco correspondan a unidades similares de otras grandes entidades públicas y privadas de Israel. Para su gobierno, la guerra de la propaganda es indispensable ganarla.
Pero la perdieron en Gaza, el verano pasado: mientras sus aviones, sus drones y su artillería atacaban tantos objetivos que muy pronto empezaron a improvisar para encontrar nuevos blancos, su aplastante ventaja en el campo bélico se invertía en su contra en el campo de la información. Todavía les duele.
El lunes pasado, 15 de junio, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel difundió un video de cuarenta y nueve segundos, destinado a ser viral, en el que se burlaba de la prensa internacional que cubrió el más reciente conflicto en Gaza. “Abran los ojos”, les dice a los reporteros, a los que, con dibujos animados tipo South Park, presenta como idiotas útiles para la organización armada palestina Hamás.
A algunos les pareció extraña esta pequeña ofensiva israelí. ¿Es que, casi un año después, todavía no han superado emocionalmente el haber sido exhibidos matando a civiles por centenas y destruyendo albergues de refugiados de la ONU? El momento no es casual: coincide con la víspera de la publicación de un informe del organismo internacional que revelará las violaciones de los derechos humanos cometidas por ambos bandos, y con la emisión de un contrarreporte israelí destinado a limpiarse de toda culpa para descargarla en Hamás.
Es, además, la continuación de la campaña de desprestigio contra los reporteros extranjeros que inició durante la guerra, con el objeto de descalificar la información que estaban difundiendo desde las zonas bombardeadas.
HUMOR MENTIROSO
Frente a la cámara, un periodista rubio afirma que está en Gaza, donde “la gente trata de llevar vidas tranquilas. No hay terroristas aquí, sólo gente ordinaria”. Pero a sus espaldas, un miliciano de Hamás dispara un cohete.
Después, el informador aparece en una “ciudad subterránea” en donde está en marcha “un fascinante intento de Hamás por construir un tren subterráneo que llevará el sistema de transporte de Gaza al siglo XXI”. De nuevo detrás de él, combatientes encapuchados transportan grandes armas siguiendo una flecha que indica: “A Israel”. Un letrero advierte: “Atención: mínimo, ocho terroristas por túnel”.
En la última escena, mientras un encapuchado secuestra a un vendedor con una bandera gay, el periodista asegura que “no hay duda de que la sociedad palestina es plural y liberal y Hamás permite a todos vivir dignamente”.
Entonces, su productora se harta y le entrega unas gafas para que “ahora sí puedas ver la realidad”. Su interlocutor se las pone y se desmaya. Inmediatamente, con grandes letras, una voz femenina proclama: “Abran los ojos. El terrorismo manda en Gaza”.
En un pronunciamiento del mismo día, el comité directivo de la Asociación de la Prensa Extranjera en Israel declaró estar “sorprendido y alarmado por la decisión del Ministerio de Relaciones Exteriores de producir una caricatura burlándose de la cobertura de los medios extranjeros de la guerra del año pasado en Gaza”.
El mensaje es obvio: en una generalización, los periodistas no pudieron o no quisieron ver lo que pasaba en Gaza y emitieron información falsa, pintando un bello lugar donde en realidad todo es tiranía, y presentando a Hamás como una organización positiva y progresista.
Más allá de las exageraciones naturales en el cartón político, el video recurre a mentiras evidentes: cualquier revisión de las notas del momento mostrará que nadie describía a Hamás de esa forma, y que sería absurdo describir como sitio agradable lo que en realidad era un pequeño país siendo destruido bombazo a bombazo.
LA GUERRA DE LOS MEDIOS
Además del momento escogido para lanzar este pequeño golpe bajo, llama la atención el cambio del discurso de desprestigio: a riesgo de debilitar su argumentación, han escogido evadir sus acusaciones iniciales, las más gravosas. Ya no acusan a los reporteros de falsificar las imágenes y noticias de niños hechos pedazos, madres heridas entre escombros y familias enteras convertidas en cenizas. Ya no quieren acordarse de eso. Ahora sólo los difaman dibujándolos como idiotas ciegos ante las maldades de Hamás.
En julio de 2014, ya en la segunda semana de enfrentamientos, empezó a notarse que el trato favorable que suele recibir Israel en medios de Estados Unidos (que tradicionalmente reproducían sin contrapesos las versiones que daban los israelíes sobre sus conflictos) empezaba a retroceder frente a una cobertura más balanceada. “¿Por qué está perdiendo Israel la guerra estadounidense de los medios?”, tituló Benjamin Wallace-Wells su artículo en The New York Magazine del 20 de julio. En esta ocasión, indica, el tratamiento “ha sido un poquito diferente desde el principio: las audiencias en Estados Unidos están viendo la historia del conflicto, quizá más que nunca antes, a través de ojos palestinos”.
Ese mismo día 20, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, había expresado sin disimulo su molestia por la atención que el mundo les estaba dando a las víctimas, en una entrevista en CNN, y denunció que aparecían cadáveres que se ven bien en televisión: según él, Hamás “utiliza palestinos telegénicamente muertos para su causa”.
“Si a Netanyahu le molesta tanto cómo se ven los palestinos muertos en televisión, entonces debería de dejar de matar a tantos”, anotó Wallace-Wells.
En redes sociales, Israel también estaba perdiendo la guerra, según un análisis de Twitter realizado por Joshua Keating en el sitio web de la revista Slate: en ese momento (21 de julio), el hashtag #GazaBajoAtaque había sido utilizado en 4 millones de tuits, en tanto que el opuesto, #IsraelBajoFuego, sólo en 170 000.
¿POR QUÉ NO MOSTRABAN A HAMÁS?
Cada día, el Ejército israelí difundía las cifras de lo que llamaba una “respuesta proporcional”. Al 4 de agosto, por ejemplo, Hamás había lanzado 3360 cohetes contra Israel, que a su vez había atacado 4762 objetivos. Era un juego estadístico: comparar lanzamientos de pequeños cohetes que causaban pocos daños con poderosos ataques aéreos contra escuelas y viviendas, como si fueran equivalentes. Pero pronto cayó en el ridículo. Si los números de muertos desmontaron el truco, los reportes e imágenes de periodistas que les ponían rostro y nombre a las víctimas se convirtieron en un muro insuperable para la propaganda israelí.
Tuvieron que montar una nueva táctica. Si no se podía contrarrestar la información que salía de Gaza, había que convencer de que era falsa, pues era elaborada por periodistas que, según el gobierno israelí, estaban aterrorizados por Hamás o servían a sus intereses por racismo. Hillary Clinton replicó el argumento en una entrevista con The Atlantic(10 de agosto de 2014): “Lo que se ve es lo que Hamás invita y permite que los periodistas occidentales reporten. Es el viejo problema de relaciones públicas de Israel” porque, además, “hay niveles profundos de antagonismo y antisemitismo hacia Israel”.
Para sus propósitos, Israel se apoyó en un elemento que parecía claro a los ojos de televidentes acostumbrados a ver en sus pantallas a guerrilleros sirios, libios e iraquíes: ¿por qué casi no había imágenes de combatientes de Hamás ni de sus lanzaderas de cohetes? Esto sólo se podía explicar, aseguraban los israelíes, porque los periodistas no pueden hacer bien su trabajo y, al aceptar esas condiciones, se prestaban a colaborar con las mentiras de Hamás.
HAMÁS NO SE DEJA VER
La guerra de Gaza es un adelanto de lo que serán no sólo las guerras de este siglo sino, en general, los mecanismos de control sobre la gente: vivir perpetuamente bajo la vigilancia de los drones. Y los drones que usa Israel no sólo envían imágenes: también disparan cohetes.
Como periodista en la guerra en Gaza, uno siempre quería dejar bien claro que era un periodista: los chalecos antibalas con letreros que dicen “PRENSA” no podían proteger del golpe directo de un cohete, pero se esperaba que le enviaran el mensaje de “no soy enemigo” al adolescente del servicio militar que, a muchos kilómetros de ahí, en una cómoda oficina en Israel, frente a una pantalla poco nítida y con la mano jugando con los botones de un joystick, tenía que decidir si disparaba o no.
Es una oportunidad que no tenían los milicianos, los policías, las personas relacionadas con la seguridad, los empleados públicos y la gente que convivía con ellos, que estaban en peligro de ser detectados por los drones y asesinados en cualquier instante. Israel, destrozando todo convenio internacional sobre protección a civiles, consideraba que todos ellos eran blancos legítimos, así como sus casas.
Igualmente, Israel ha desarrollado una extensa red de informantes palestinos en Gaza. Se paga por los datos que puedan brindar sobre quiénes son miembros de Hamás y dónde viven, o si ayudan a localizar lanzaderas de cohetes, escondites de proyectiles o túneles. Frente a esta maquinaria, en tiempos de guerra, la única forma de que Hamás sobreviva es refugiarse en cuarteles subterráneos, y el resultado es que los periodistas en muy pocas ocasiones ven a sus combatientes. En meses así, las ciudades de Gaza contrastan con las de otros países árabes en conflicto porque no hay ni una persona armada en las calles: los fulminarían de inmediato. Y por lo tanto, no hay oportunidad de grabar imágenes.
En realidad, la queja de los periodistas durante el conflicto de 2014 era que no había cómo acercarse a Hamás: ni para solicitar entrevistas, ni para acompañarlos a alguna operación ni para visitar sus instalaciones secretas. El problema no era que fueran idiotas, ni que Hamás los tuviera amenazados o comprados: es que no se dejaban ver.
DIFÍCIL TOMARLOS EN SERIO
El impacto humano de la ofensiva israelí en Gaza fue tan enorme, indiscriminado y brutal que ni siquiera la campaña de desacreditación de noticias e imágenes logró contener los daños a la imagen de Israel. Este último video es la evidencia: si antes se optó por acusar a los periodistas de falsificar esa información, hoy se prefiere ignorar que ella existe y el ataque “humorístico” se limita a presentar a los periodistas internacionales como tontos incapaces de ver la realidad. Aunque se recurra a asegurar que dijeron lo que nunca dijeron ni podrían haber dicho porque se cubría una guerra, no un festival de Hamás.
La Asociación de la Prensa Extranjera cuestionó la imprudencia infantil de este último truco: “En momentos en que Israel tiene serios problemas que resolver en Irán y Siria, es desconcertante que el Ministerio desperdicie su tiempo produciendo un video de cincuenta segundos que trata de ridiculizar a los periodistas que cubren un conflicto en el que murieron 2100 palestinos y 72 israelíes. El cuerpo diplomático israelí quiere ser tomado en serio por el mundo. Difundir videos engañosos y mal concebidos en YouTube es inapropiado y perjudica a un Ministerio que dice respetar a la prensa extranjera”.