Las incesantes notificaciones de Apple Watch son, para tu concentración, el equivalente a una docena de donas de chocolate para tu dieta. Como descubrió la popular revisora Joanna Stern mientras hacía una prueba de campo con uno de los relojitos, el Apple Watch te distraerá más que un elefante en una cristalería.
Los primeros compradores apenas empiezan a ponerse el nuevo dispositivo de Apple, pero a la larga, el impacto social de ese cacharro y sus descendientes irá mucho más allá de la muñeca: Apple Watch reducirá nuestra capacidad de atención como nada ha sido capaz de hacerlo.
Mantener la atención en un paisaje mediático muy dinámico es un problema muy añejo; tanto que Al Ries y Jack Trout lo citaron en su famoso libro de 1976, Posicionamiento: la batalla por su mente. Primero, la televisión fue una amenaza terrible para la letra impresa; luego, internet representó el caos para la generación del televisor; y ahora, algunos grandes pensadores tienen que resumir sesudas tesis en diminutas tormentas de tuits para pantallas de celulares. Incluso hay investigaciones que demuestran que nuestro promedio de atención se ha reducido, de doce segundos en el año 2000 a solo ocho segundos en la actualidad. Y si bien la intensidad del bombardeo es ya una locura, los smartwatches o relojes inteligentes llegarán al siguiente nivel en la demanda de atención, pues estarán en contacto directo con nuestros cuerpos, continuamente.
El rasgo característico de esta nueva herramienta es que reduce tus actividades digitales a lapsos muy cortos. El reloj de Apple comunica sus notificaciones con un destello en la carátula o vibrando en tu piel; interactúa contigo no más de ocho segundos (con un vistazo rápido a elementos del calendario o respondiendo sí/no a preguntas de texto); y dependiendo de lo que decidas, puede interrumpir incesantemente lo que esté ocurriendo en tu cabeza o en tu vida.
Esos breves episodios de atención no son malos… A menos de que seas un vejete gruñón que añora su juventud —cuando tu única diversión nocturna consistía en leer una novela a la luz de una linterna— y jures que, en todo caso, la tendencia pasará de moda. Quéjate cuanto quieras, pero entérate: más vale que te acostumbres.
El próximo año, el costoso y aún voluminoso Apple Watch adornará a los mismos ñoños que, hace un par de años, se ganaron el mote de “Lentecatos” por lucir los Google Glass. Pero con el tiempo, conforme la tecnología evolucione y los precios caigan, alguna versión de smartwatch se convertirá en la nueva herramienta significativa que infiltrará nuestras vidas.
Phil Libin, CEO de Evernote, argumenta que, en realidad, la espasmódica interacción con Apple Watch es muy parecida al funcionamiento normal del cerebro. “Nuestros antepasados no trabajaban seis horas en un documento”, me dijo. Por el contrario, la atención de los humanos primitivos iba continuamente de la búsqueda de alimento a evitar que alguien se los comiera, de allí que Libin considere que seremos más productivos si aprendemos a realizar tareas simples de pocos segundos. Y tal vez tenga razón: estudios demuestran que las personas con trastorno de hiperactividad con déficit de atención (THDA) son más creativas, mientras que otra investigación, que se remontó a antiguos escritos budistas, afirma que el cerebro solo puede aferrarse a un pensamiento específico durante cinco a ocho segundos.
Por supuesto, en algún momento alguien tendrá que concentrarse el tiempo suficiente para diseñar un rascacielos o escribir un código complejo; pero sucede que la tendencia es dividir tareas grandes en pequeñas y distribuirlas en equipos de desarrollo Agile. En otras palabras, están desapareciendo los días en que atacábamos grandes proyectos como un gran tiburón blanco que embestía una foca: la estrategia actual tiene más en común con un banco de pirañas.
Estamos por experimentar la mayor demanda histórica de nuestro limitado suministro de atención, tanto en los negocios como en la vida cotidiana.
Y es evidente que el suministro de atención no dará abasto. Si descontamos el sueño, cada uno disponemos de solo veinticuatro horas posibles de atención (sin olvidar que YouTube sube trescientas horas de video cada minuto). Conforme despegue la demanda de atención, el valor de nuestro suministro se disparará a la estratosfera. Imagínate. Si pudiéramos comprar “acciones de atención” en este momento, ¡haríamos la mejor inversión, desde 1965, con Berkshire Hathaway!
Cualquier cosa que realmente capture y mantenga nuestra atención será muy codiciada y cotizada. Por ejemplo, el festival de música Coachella, que acaba de vender unos 80 millones de dólares en entradas para dos fines de semana de abril. Es un verdadero imán para la mente, pues capta la atención de cien mil espectadores durante tres días consecutivos. La cantidad de atención que controla Coachella es tan valiosa que todas las bandas y marcas comerciales mueren por participar. “Su importancia es casi excesiva”, declaró a The New York Times el productor y disc jockey Flying Lotus. “Es uno de esos festivales que captan las miradas del mundo entero.”
En la era del smartwatch, la singular capacidad de Coachella para llamar la atención será aún más notable y mucho más valiosa para cualquier entidad que busque dejar una honda impresión. Lo mismo aplicará a eventos similares, como Bonaroo e importantes encuentros deportivos, bien en vivo o televisados. Pero, ¿qué hay de Costco? Nadie sale de ese lugar en menos de una hora. Su capacidad para capturar una enorme cantidad de atención suburbana sostenida es un megaactivo en estos tiempos, cuando un montón de detallistas digitales necesitan competir entre sí, en ocho segundos o menos, para quedarse con tu plata.
Del mismo modo, el valor de los encuentros personales se disparará. No importa lo estupendos que sean Skype y Google Hangouts para conversaciones en video: las reuniones en vivo son una inversión seria en términos de tiempo y concentración, y en nuestra era dejarán una huella mucho más honda que antaño.
Aquí cabe una pregunta interesante: ¿qué hará el hiperactivo smartwatch durante una reunión en vivo? Las laptops se quedan en su estuche y los teléfonos en los bolsillos, pero los relojes siguen en las muñecas, y como han descubierto los primeros usuarios, echar una ojeada al aparatito difícilmente es un ademán rápido o sutil. De hecho, consultar el reloj, aunque sea para ver la hora, comunica aburrimiento o inquietud. En 1992, George W. Bush dio un vistazo a su reloj durante el debate presidencial contra Bill Clinton y, según algunos, eso le costó la elección. Tal vez llegue a ser una señal de profundo respeto que acudas a una cita para almorzar con nada en las muñecas.