Un lector distraído de un artículo de opinión reciente en The New York Times, escrito por el presidente exilado de Yemen, Abdu Rabbu Mansour Hadi, podría irse con la impresión de que todos los problemas de Yemen son culpa de Irán y sus “títeres”, los rebeldes houthis que en enero sacaron a Hadi de Saná.
Eso es una simplificación excesiva: Yemen ha estado ardiendo por décadas. La mayoría de los problemas es de manufactura local, y es difícil argumentar que Irán haya tenido más influencia que otras potencias extranjeras.
Yemen, el país más pobre de Oriente Medio que cuenta con una autocracia corrupta de tres décadas, empezó a descoserse en 2011, cuando el entonces presidente Ali Abdullah Saleh cedió con renuencia el poder, bajo presión de estados del Golfo y potencias occidentales, durante la Primavera Árabe. A él lo sucedió su vicepresidente, Hadi, quien tenía el apoyo popular y un mandato de supervisar una transición a un gobierno más democrático a través del llamado diálogo nacional que se suponía que llevaría a Yemen a una nueva era. La Organización de las Naciones Unidas mandó un enviado especial, Jamal Benomar, y otros burócratas para ayudar al gobierno de Hadi a extirpar la corrupción y crear una nueva Constitución.
Por años, pocas cosas han funcionado en Yemen, desde las escuelas hasta los hospitales, los ministerios y el desastroso sistema de aguas. La mitad de la población es analfabeta, hay un problema enorme de desnutrición, y un arcaico sistema patriarcal gobierna la vida cotidiana de la mayoría de los yemeníes. En 2013, mientras viajaba por el país con la ONG Oxfam, conocí a niñas de edad tan joven como once años que eran obligadas a casarse por necesidad económica. Sus madres, en vez de horrorizarse por ceder a sus hijas preadolescentes a hombres tres veces mayores, estaban encantadas de tener una boca menos que alimentar.
Al mismo tiempo, Estados Unidos mantuvo una alianza con Yemen en contra de Al-Qaeda, bajo la cual las fuerzas estadounidenses realizaron ataques con drones que a veces erraban el blanco, exacerbando los sentimientos contra el gobierno y los estadounidenses.
También hay una historia de profundas divisiones regionales y tribales. Hasta 1990, Yemen del Sur era un país separado, hogar de una población en su mayoría suní, pero una guerra civil lo asoló a mediados de la década de 1990. En el norte, Saleh entabló seis campañas militares en contra de quienes pertenecían a una rama chiita diferente llamada zaidí. Los zaidíes, que conforman 20 por ciento de la población de Yemen, respondieron a los años de opresión formando un movimiento de
derechos civiles, conocido como los houthis.
En 2013, el diálogo nacional de Hadi perdía fuerza, la política era tan corrupta como siempre, y los houthis terminaron por hartarse. Sus milicias empezaron a presionar hacia el sur desde su tierra natal en el norte, prometiendo que “nosotros los salvaremos de un régimen corrupto”.
“Los houthis no fueron los únicos que no recibieron nada del Estado, incluso allá en los días de Saleh”, dice un exfuncionario de la ONU. “Pero la razón por la que aumentaron su apuesta fue que había un acuerdo tácito entre el Estado y las tribus de que todos le rascaban la espalda al otro, mientras el Estado era el banquero principal.”
Los houthis, con el apoyo de sus correligionarios chiitas en Irán, llegaron a Saná a mediados de 2014. Para enero de 2015, habían tomado la capital y se habían hecho con una porción considerable del país. Ellos introdujeron un nuevo gobierno que era ampliamente tecnocrático, y obligaron a Hadi a renunciar y huir a su ciudad natal, Adén. “A partir de entonces, el país se desató, y la ONU —todavía supervisando el proceso de transición— perdió toda credibilidad”, dice un exdiplomático de la UE.
El enviado de la ONU, Benomar, ha sido objeto de críticas, pero Mohammad-Mahmoud Ould Mohamedou, un académico de Mauritania que es el subdirector de un grupo de investigadores llamado Centro de Ginebra para Política de Seguridad, argumenta: “La ONU no falló rotundamente en Yemen. Podría decirse que Benomar hizo un buen trabajo… Teniendo que vérselas con partidos impredecibles y poco confiables, él se las arregló para obtener un acuerdo decente [para que Saleh renunciara], mientras otros escenarios volátiles posteriores a la Primavera Árabe, como Libia, tomaban un rumbo caótico”.
Sin embargo, ahora Yemen y Libia están en llamas. El expresidente Saleh apoya activamente a los houthis. En marzo, Arabia Saudita lanzó ataques aéreos, citando una interferencia iraní en Yemen, y movilizó a otros países árabes para que se unieran a la causa. Estados Unidos, viendo a Yemen como clave en la lucha contra el terrorismo, ha ofrecido apoyo cualificado para la ofensiva encabezada por los saudíes.
Detener los ataques aéreos
Hoy en las calles de Saná, los misiles saudíes, destinados a eliminar instalaciones militares houthis, están golpeando a demasiados civiles. Los hospitales están llenos de sobrevivientes cuya piel ennegrecida y sus huesos rotos son la evidencia brutal de cuán difícil es erradicar a rebeldes militarmente aptos en un ambiente urbano. La ONU ha dicho que más de seiscientas personas han muerto por la violencia desde el 19 de marzo. El agua es escasa, la electricidad es intermitente y hay poco abasto de comida en partes del país.
Yemen estaba al principio de la agenda en la Cumbre de la Liga Árabe en Sharm el-Sheikh a finales de marzo, pero hubo poco progreso en las conversaciones allí, y las amenazas de una invasión terrestre por fuerzas egipcias y saudíes sembraron miedos de que la crisis empeore. “Nuestro país está siendo destruido ahora”, dice Najla Mohammed, de treinta y cuatro años y profesor en Saná. “Y la mediación para acabar con esta crisis o una nueva Constitución no detendrán de verdad los ataques aéreos saudíes, o le dará a la gente lo que necesita: comida, agua potable, petróleo. Lo que necesitamos primero es detener los ataques aéreos, y entonces ir por el diálogo”.
Casi 60 por ciento de la población de Yemen es menor de veinticinco años, y sus principales preocupaciones son el empleo, la educación y una sociedad menos corrupta. El enfoque de la ONU en redactar una nueva Constitución tras la caída de Saleh le parece remoto a muchos, en especial dada la violencia más reciente. Al preguntarle al respecto, Najeeb al-Resafi, un ingeniero civil de treinta y cuatro años, dice: “¿Constitución? Nos están matando… Nuestros niños y mujeres están siendo asesinados. ¿Y tú me hablas de una nueva Constitución y un diálogo? ¡Lo que quiero es que estos ataques aéreos dejen de bombardearnos!”
Hallarle una solución a esta crisis requerirá una valoración honesta de lo que la provocó, así que no solo señalamos con el dedo al preguntar: ¿quién perdió a Yemen? ¿Fue el legado de la codicia de Saleh, la ineficacia de Hadi, el entrometimiento iraní, o los errores de cálculo de los países occidentales que vieron a Yemen solo como un baluarte en contra del terrorismo en vez de como un Estado fallido que colapsaría pronto?
En su artículo de opinión para The New York Times, Hadi dijo que los houthis deben retirarse y desarmar su milicia y regresar al diálogo, o enfrentar más acciones militares de la coalición encabezada por los saudíes hasta que su gobierno sea restaurado. “Si los houthis no son detenidos, están destinados a convertirse en el próximo Hezbolá, desplegados por Irán para amenazar a la gente en la región y más allá”, escribió. “Los embarques de petróleo a través del Mar Rojo de los que gran parte del mundo depende estarán en peligro, y se permitirá florecer a Al-Qaeda y otros grupos radicales.”
En otras palabras, todo se trata del terrorismo y el petróleo. Si tan solo fuera así de simple.