Comenzó a escribir a los quince años, una edad que pudiera parecer tardía. Pero justamente fue en esa época cuando Álvaro Uribe se enamoró por primera vez y empezó a redactar versos de amor.
Casi cincuenta años después, su sexta novela, titulada Autorretrato de familia con perro (Tusquets Editores), es reconocida con el premio de escritores para escritores Xavier Villaurrutia, uno de los más influyentes de México. Este galardón le será entregado en unos días, el próximo 28 de abril, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
Nacido en la ciudad de México en 1953, licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México, Uribe cuenta a Newsweek en Español que aquellos primeros versos de amor fueron descubiertos por una de sus maestras de preparatoria, quien lo estimuló a seguir escribiendo.
“Me aconsejó que me fuera por ese camino, me sugirió lecturas, lo que puede hacer un buen maestro. Y de ahí en adelante creí que sí podía escribir. Otro impulso me lo dio el que tuve la fortuna de vivir casi un año en París, entre la preparatoria y la universidad; mis padres acababan de recibir un dinerito y era muy barato, inverosímilmente yo vivía con 160 dólares al mes, pero yo sentía que tenía que justificar el hecho de, en lugar de estar en la universidad, estar perdiendo mi tiempo en París. Entonces empecé a escribir cartas muy largas y muy adornadas para convencer a mis padres, les hablaba de los museos, de mis visitas, eran de alguna manera cartas mercenarias, pero eso me encaminó más, y de ahí en adelante me gustó y me seguí.”
—¿Como escritor cómo se halla en este país llamado México?
—Uno es muchas cosas antes o al mismo tiempo que ser escritor. Como simple ciudadano mexicano me hallo muy incómodo, sorprendido y entristecido por el desastre en el que se ha convertido este pobre país, sin negar que hay muchas cosas maravillosas, como todo lo que tiene que ver con mi vida cotidiana, para qué negarlo, tengo excelentes amigos y me encantan muchísimas cosas. Pero obviamente no hay modo de no estar preocupado, angustiado, alarmado con el rumbo que está tomando la cosa pública sobre todo.
—¿Ello en qué se puede reflejar como escritor?
—En mi caso, comparativamente poco. No se me ha dado, ni para bien ni para mal supongo, siempre es difícil decidirlo, uno no siempre elige lo que quiere ser, pero yo no he sido periodista, no he estado cerca digamos de seguir los acontecimientos, y en principio entonces tampoco tengo la costumbre de escribir sobre lo que directamente está sucediendo en lo inmediato.
“Necesito que se me envejezca para poder escribir sobre algo, necesito que pasen meses o años sobre algo que vivo, percibo, y eso me ha alejado del periodismo. En ese sentido, como escritor vivo como la inmensa mayoría de los escritores, en mi casa.”
—Ese es un escenario inaudito a primera vista…
—Uno piensa que puede ser emocionante ser escritor, porque sí, de vez en cuando uno recibe invitaciones o un premio, pero la mayor parte del tiempo uno está encerrado en su casa leyendo y escribiendo, es un trabajo bastante rutinario, y a la hora de la hora poco dado a la aventura. Sé de [Ernest] Hemingway, sé de los corresponsales extranjeros, desde luego hay de todo tipo de escritores, pero la mayoría de los escritores mexicanos que yo conozco, incluso los que están genuinamente preocupados por la situación política y que escriben acerca de ella, lo hacen desde su casa y encerrados, conocen la situación política por la prensa; los hay, pero difícilmente están trepados en la sierra de Guerrero.
“El trabajo del escritor que no sea, insisto, un investigador periodista, es un trabajo solitario, recluido y muy rutinario, sobre todo el trabajo del novelista. Una novela, el principio de una novela, llega en una ráfaga de inspiración, pero luego son meses o años de estar clavado en el escritorio para que salga, entonces es un trabajo muy disciplinado, muy moroso, y así lo vivo yo.”
Alguien debe transmitir
la cultura
En alguna época de su vida, Álvaro Uribe fue agregado cultural en Nicaragua y consejero cultural en Francia. En su estancia en París editó la revista bilingüe Altaforte.Posteriormente, en México fue coordinador de varias colecciones editoriales en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Señala que la situación de los escritores en México es muy angustiante y, en ese sentido, muy poco propicia a la creación:
“Si uno de veras se involucra en la situación política es probable que acabe enloquecido de tristeza y a lo mejor ya no pueda ni escribir. La otra es aislarse un poco y tratar de seguir adelante con algo que puede ser una especie de antídoto contra la barbarie; ojalá fuera cierto, esto tiene más de un deseo, estoy expresando un deseo que ojalá se cumpliera: a veces imagino que los escritores somos un poco como los monjes en la Edad Media, que en medio de la barbarie, mientras el mundo que nos rodea se está deshaciendo, nosotros somos los que estamos, digamos, cargando la antorcha de la poca civilización que nos quede para los tiempos en que haya cada vez más gente que lo pueda disfrutar.”
—¿En qué sentido funcionaría esta idea?
—Alguien tiene que no ser bárbaro, alguien tiene que transmitir la cultura, alguien tiene que seguir haciéndolo. Si uno se espera diez o veinte años a que la situación mejore, según la experiencia no va a mejorar necesariamente, y no ganará nada ni uno ni el mundo si uno se priva de hacer lo que sabe hacer, que en este caso es escribir libros de imaginación, que a lo mejor no parecen tener nada directamente que ver con la situación, y sin embargo sí, al estar hablando de lo que hablan están planteando otras realidades, están planteando otras posibilidades de ser hombre que no es la barbarie.
“Es muy importante seguir así, o en todo caso puede ser una autojustificación para dedicarse a esta cosa que puede parecer hasta frívola en el mundo en que vivimos. Yo pienso que no, pienso que, aunque sea difícil definir el valor de la literatura de imaginación, es muy necesaria e incluso se vuelve más necesaria en épocas de barbarie como las actuales.”
—No obstante, ser escritor se antoja un oficio muy ingrato, muy cruel. ¿Se puede vivir de eso en México?
—Hay gente que sí puede, pero muy poca. Los escritores, vamos a decir artísticos, no directamente. Un tema que no hay que soslayar es que el Estado mexicano tiene un sistema de becas, de apoyo, a la creación, el famoso Sistema Nacional de Creadores de Arte, y la inmensa mayoría de los escritores que yo conozco, incluyéndome, hemos pasado por ahí o estamos ahí. Esto es un elemento de ambigüedad en la manera en que los escritores podemos enfrentarnos a la realidad política y a la realidad de la barbarie porque, si consideramos que el Estado mexicano es parte de la barbarie y no de los bastiones contra la barbarie, bueno, los escritores mexicanos de alguna manera estamos recibiendo el apoyo de ese mismo Estado mexicano que, por otro lado, puede ser criticado por su conducta política.
“Pero bueno, [la beca] ayuda a ciertos escritores, a los que tenemos esa fortuna, a tener la posibilidad de dedicar una muy buena parte de nuestro tiempo a trabajar. Se crea una especie de ficción, que para mí ha sido muy útil, en la que uno está viviendo como si sus libros se vendieran por decenas de miles y hasta por cientos de miles cuando el mercado mexicano es muy inferior a los cientos de miles; sí hay autores, decir que no los hay es ignorancia, que venden cientos de miles y hasta millones, pero la inmensa mayoría vendemos, si nos va bien, cinco mil, diez mil, habrá quien venda veinte mil, y eso apenas daría para vivir.”
—Es decir, muy pocos escritores viven de sus regalías…
—Se necesitan otras actividades. Una son las becas, pero hay muchas, la actividad tradicional para un escritor es el periodismo, entonces sí se puede vivir de lo que uno escribe, pero no necesariamente de novelas, sino de artículos. Sin embargo, el artículo puede comerse a la novela porque el artículo se convierte en una obligación diaria o semanal. El escritor en México desgraciadamente tiene que vivir de lo que escribe y algo más, que puede ser una beca, un empleo, una columna; es dificilísimo vivir nada más de las regalías.
Familias detestables,
nidos de víboras
El jurado del Villaurrutia, integrado por los escritores Pura López Colomé, Mario Bellatin y José de la Colina, nombró ganador del premio a Uribe el pasado 13 de abril. El galardón le será entregado el 28 de abril en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
Uribe revela que, para escribir, tiende a basarse en lo que conoce, y mientras más lo conozca, mejor. Ello no quiere decir que sea un autor autobiográfico, lineal, pues lo que conoce también lo sabe por libros, por internet, por el cine, por lo que le cuentan los amigos. En pocas palabras, todo aquello conocido como experiencia es lo que suele ser el material de lo que escribe.
En ese contexto, el de explotar su propia experiencia directa, publicó en 2003 una novela titulada El taller del tiempo, cuyo tema es la relación de los hijos varones con el padre, básicamente tres generaciones donde todos se llaman igual y todos tienen la misma profesión, pero entre ellos existe una tirantez y terminan destrozándose y comiéndose vivos como corresponde a una buena familia.
“Para completar esta visión de la familia me faltaba la relación del hijo varón con la madre”, dice sobre Autorretrato de familia con perro, su novela más reciente. “Si yo tenía sesenta años cuando esta obra se publicó, puedo decir que me tomó casi sesenta años madurar el tema.”
En la obra hay una madre, que es el personaje central, pero ausente; todos los demás personajes hablan sobre ella, salvo ella, pues ya está muerta. Quienes más testimonios dan son sus dos hijos gemelos, cuya peculiaridad es que a su madre, una mujer de carácter muy fuerte, le gusta explotar la rivalidad entre ambos. La madre tiene una preferencia muy clara por uno, y ellos por supuesto terminan peleándose por el afecto, atención e interés de ella; y por la herencia.
“Todo lo que tiene que ver con Malú, la madre, es motivo de pleito. Yo quería presentar una familia mucho más como son, no quería hacer un canto a las glorias de la madre y la hermandad y la gran familia mexicana. En todo caso, las familias de las que uno puede hablar largamente son perfectamente detestables, son nidos de víboras que se están mordiendo y emponzoñando los unos a los otros, y así es la familia que intento describir.”
—Digamos que es un reflejo de la familia y también es una historia muy personal…
—Al mismo tiempo. Mientras más personal logres hacer una historia es más posible que se lea como algo universal, como algo que te pasó a ti pero le puede pasar a todos, porque todo el mundo tiene su madre y su hermano y todo el mundo, si no pasó por una historia parecida, conoce alguna. Si la haces verosímil y personal es mucho más fácil que alguien se identifique y se interese.
—¿Qué significa para usted que la novela haya ganado el premio Xavier Villaurrutia?
—Es la noticia de la década, para mí es un halago. Es difícil decir que uno no está contento, he oído y leído a otros escritores y dicen que uno no escribe para ganar un premio, por supuesto que no, uno escribe para muchas otras cosas, pero si el premio viene, como en este caso, bienvenido.
“Estoy encantado, es una gran recompensa, en sí por lo que representa porque le da una nueva vida al libro, repentinamente renace de una manera espectacular, y para uno también, los quince minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol, que hay que sobrepasar rápido y volver a escribir otra cosa. También tiene una particularidad, es raro que uno tenga una opinión meditada de otros escritores, además de que ellos mismos se ganaron el premio, esta es la importancia del premio Villaurrutia, es un premio en el que solo puede ser jurado quien ha sido premiado, entonces la vara para ser jurado es muy alta; simplemente si no ganas el Villaurrutia no puedes ser jurado. Y que tres villaurrutias, leyendo no sé cuántos, ochenta libros, piensen que el mío es el que merece el premio, es el mejor halago de este reconocimiento de grandes lectores, como es todo escritor.”
—Desde una perspectiva severamente autocrítica, ¿considera que esta es su mejor obra?
—Tiendo a pensar, y me convenzo de ello, de que la mejor es la última, la más reciente, y en este caso sí, esta es mejor en el sentido de que en cada nuevo libro uno es ligeramente más mañoso, y en mi caso también exploto mucho más fácilmente mis propios sentimientos y emociones y las de los demás. No es que me haya vuelto más sabio con la edad, pero seguramente sí me he vuelto más autocrítico y más burlón, empezando por mí mismo.