Hay ocasiones en que un gesto puede cambiar el curso de la historia. Y eso ocurrió el pasado sábado 11 de abril: un simple saludo de mano significó la reanudación de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, congeladas por 54 años.
Los presidentes Barack Obama y Raúl Castro se encontraron cara a cara en la Cumbre de las Américas, en Panamá, para marcar el fin de una época y abrir una nueva etapa que cambiará el tablero geopolítico mundial.
“Nuestras naciones deben liberarse de los viejos argumentos, debemos compartir la responsabilidad del futuro. Este cambio es un punto de inflexión para toda la región.
“Es la primera vez en medio siglo que se han reunido todas las naciones americanas. Seguirán existiendo diferencias significativas, pero no estamos atrapados en la ideología, sino interesados en el progreso”, subrayó Obama en un discurso propio para la ocasión.
Castro, sin traicionarse, se excedió en el uso de la palabra —“por las veces que no me dejaron hablar”—, y con pasión, golpes en la mesa, lanzó la frase clave de su discurso: “Obama es un hombre honesto”. Con ello eliminó el adjetivo de “imperialista” con la que durante cinco décadas se refirió a la Unión Americana.
Las razones del viraje
En la etapa final de su mandato, Obama decidió concentrar la atención del país más poderoso del mundo en Latinoamérica.
La inestabilidad provocada por el Estado Islámico en Oriente Medio; las pocas expectativas de crecimiento en Europa, y la preocupación por el interés de China en el continente americano, fueron las causas que motivaron ese viraje.
Lo más importante es que, más allá de los discursos, el mandatario estadounidense llegó con ofertas difíciles de rechazar: ofreció un paquete de inversiones por 1000 millones de dólares en Centroamérica para reforzar la seguridad de la zona y promover la creación de fuentes de empleo que eviten la migración.
Además, prometió impulsar el desarrollo de energías limpias en una jugada de dos bandas. Por un lado, esta idea surge como una alternativa ante el riesgo de que Centroamérica y El Caribe dejaran de recibir petróleo de Venezuela ante la crisis provocada por el gobierno de Nicolás Maduro.
Y por otro lado, desplazar a Brasil, el otrora “gigante sudamericano”, envuelto ahora en los escándalos de corrupción que involucran directamente a la presidenta Dilma Rousseff.
No faltaron las críticas. Desde Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina, los sectores duros han rechazado el acercamiento. Sin embargo, el secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza, fue contundente al apuntar que este proceso es “irreversible”. “Ha habido cambios sustantivos que hacen imposible sostener las políticas del pasado”.
Sin embargo, tampoco se puede ser tan optimista. Los precandidatos republicanos a la Casa Blanca en 2016 criticaron duramente el encuentro. Aunque el senador por Texas, Ted Cruz, de origen cubano y cercano al movimiento ultraconservador Tea Party, dijo que con este acercamiento, “Raúl y Fidel Castro obtienen alivio económico y legitimidad en la escena internacional”.
El exgobernador de Florida, Jeb Bush, calificó al presidente Castro de “cruel dictador de un régimen represivo”. Mientras que el senador por ese mismo estado, Marco Rubio, tachó de “ridícula” la salida de Cuba de la lista de países que patrocinan el terrorismo, hecho que finalmente ocurrió.
La historia de un apretón de manos
La del sábado 11 de abril no fue la primera ni la única vez en que presidentes de Estados Unidos y Cuba se estrecharon las manos.
En 1956, Fulgencio Batista y su homólogo estadounidense Dwight S. Eisenhower, se dieron la mano. Tres años más tarde la escena se repetiría con nuevos protagonistas: Richard Nixon y Fidel Castro.
Pero poco después, Nixon “aconsejó” a Eisenhower derrocar a Fidel, lo que provocó la ruptura de las relaciones diplomáticas el 3 de enero de 1961.
Tuvieron que pasar 54 años para que en la VII Cumbre de las Américas se pudiera tener la fotografía de Obama y Raúl estrechándose las manos ante la mirada del secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, y del canciller isleño, Bruno Rodríguez.
“Mi mensaje es: la Guerra Frí11a ya pasó. Nuestros gobiernos seguirán teniendo diferencias, pero seguiremos trabajando para restablecer las relaciones diplomáticas y abrir las embajadas. Cuba no es una amenaza para Estados Unidos”, dijo su presidente.
La ausencia de México
Aun cuando parecería lógico que nuestro país hubiera jugado un papel fundamental en el descongelamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, esto no fue así.
La labor mediadora que caracterizó a México mediante la Doctrina Estrada, no se dejó ver. Por el contrario, fue el papa Francisco quien el 27 de marzo de 2014, en un encuentro privado con Obama, asumió esas funciones.
Tras esa audiencia, el pontífice envió una carta personal al líder cubano y ofreció El Vaticano como punto neutral de encuentro de los cancilleres de ambos países, en el más absoluto secreto.
Fue así como se construyó el acuerdo. Ahora México tiene que discutir con ambos países la delimitación de la frontera marítima del Golfo de México. Esto implicará la reactivación de un Grupo Técnico Trinacional que ya existía y que revisará los límites, hará los análisis y establecerá los convenios necesarios.
El objetivo es establecer reglas claras sobre la explotación y el aprovechamiento de los recursos de las fronteras entre los tres países.
Los retos inmediatos
Castro ha dicho que un elemento indispensable para la reanudación plena de las relaciones con Estados Unidos es el fin del embargo económico impuesto a la Isla.
No obstante, la encomienda enfrentará varios obstáculos en el Congreso. John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes, consideró que se trata de un “concesión sin sentido a una dictadura que maltrata a su gente y conspira con los enemigos de Norteamérica”.
Y advirtió que las relaciones con el régimen de Castro no deben de ser revisadas, y mucho menos normalizadas, “hasta que el pueblo cubano pueda disfrutar de la libertad”.
Si bien estas medidas le han ganado el aplauso internacional a Obama, ahora falta saber si esto se convertirá en un activo que Hillary Clinton pueda capitalizar en su carrera por llegar a la Casa Blanca y si el electorado le da la mano y su confianza. Al tiempo.