Después de todo, la tecnología no cumplió
su promesa de aplanar el mundo. La lógica dice que debió acabar con la
geografía: “aplanar el mundo”, en el léxico de Thomas Friedman, permitiendo que
la gente viviera en cualquier parte y siguiera participando de la economía
global. De modo que si la tecnología fuese lo que prometía, más y más personas
estarían emigrando de las ciudades para tele-trabajar desde encantadores
pueblecitos y cabañas junto al lago.
En vez de eso, corremos a la metrópoli como
hormigas al azucarero. Por primera vez en nuestra historia, hay más personas en
las ciudades de todo el mundo que fuera de ellas. Y no es que los jubilados
estén regresando para seguir la fiesta, sino que los mejores empleos se
encuentran en las ciudades más dinámicas y la gente está dispuesta a
desempeñarlos… ¡en persona! Con la tecnología podríamos trabajar a distancia y
no obstante, optamos por un tráfico infernal, extravagantes costos de vivienda
y zopencos que no soportamos. ¿Qué nos pasa?
Parece que en una economía impelida por la
innovación, hay más innovación cuando la gente inteligente se mezcla con otro
montón de gente inteligente. El economista Enrico Moretti argumenta que la
innovación necesita de un ecosistema y en su libro, The New Geography of Jobs
detalla la migración del trabajo hacia semilleros urbanos como San Francisco,
Nueva York, Boston y Seattle. “Un creciente cúmulo de investigaciones sugiere
que las ciudades no son una simple colección de individuos sino ambientes
complejos e interrelacionados que fomentan la generación de nuevas ideas y
nuevas formas de hacer negocios”, escribe Moretti. “Al formar clústeres vecinos,
los innovadores fomentan el espíritu creativo de los demás y se vuelven más
exitosos”.
Una investigación de City Observatory
determinó que, desde 2007, las ciudades han registrado un crecimiento anual del
empleo de 0.5 por ciento, en tanto que los suburbios han experimentado una
caída de 0.1 por ciento. Y los milenarios –adultos menores de 30 años, la
generación más numerosa en la historia estadounidense- lideran ese cambio
poblacional: un estudio de la Oficina del Censo de Estados Unidos demuestra que
los milenarios no migran hacia los suburbios de la forma como hicieron las
generaciones precedentes.
Esta situación es muy tangible en el norte
de California, sobre todo en el Valle de Silicona, que no es más que un extenso
suburbio donde el desarrollo tecnológico imperó durante décadas. En la
actualidad, los campus de oficinas-parques de toda el área empiezan a lucir
como viejos centros comerciales, ya que las nuevas superestrellas de la
tecnología han emigrado a los clústeres urbanos de San Francisco.
Lo más absurdo es que, debido a la
tecnología, las oficinas urbanas centralizadas se han vuelto más innecesarias
que nunca. Cuando nació la Web, hace unos 20 años, el trabajo a distancia era
apenas posible. Si usabas una PC, primero tenías que conectarte con aquel
escandaloso módem para ver si tenías la suerte de entrar en alguna primitiva
versión de correo electrónico, mientras que hoy puedes disfrutar de toda una
experiencia de trabajo directamente en el telefonito que llevas en el bolsillo.
Hace poco me reuní con Mark Templeton, CEO de Citrix, quien me mostró el más
reciente ofrecimiento de su empresa, algo que describe como un “lugar de
trabajo definido por el software”. En otras palabras, ahora la tecnología puede
ser el lugar de trabajo y la oficina física serviría, simplemente, como adjunto
de una compañía que existe en el ciberespacio. ¡La tecnología nos dejaría vivir
a distancia mejor que nunca! Podríamos ver a nuestros amigos en Facebook,
comprar en línea, mirar películas y asistir a las clases de Harvard en línea.
Si quieres fundar una empresa en Tuscaloosa o la Conchinchina, no necesitas ir
a visitar a los capitalistas de Sand Hill Road, con sus Tesla y sus relojes
Apple. Mejor métete en Kickstarter y consigue fondos; no importa en dónde
estés.
Así que, en esencia, la única razón para
amontonarnos en las ciudades es la gente. Como explica Moretti, en nuestra
antigua economía manufacturera nos desplazábamos hacia donde se encontraban las
fábricas, lo que obligaba a ir cerca de los recursos requeridos (fábricas de
muebles, cerca de los bosques; acererías, minas de carbón; y así,
sucesivamente). Pero en una economía de innovación, vamos adonde se encuentran
las fábricas de ideas: ciudades repletas de gente.
Los hallazgos de Moretti casan con las
observaciones que hace Steven Johnson en su libro Where Good Ideas Come From,
donde dice que las ideas innovadoras derivan de las conexiones entre las
personas y sus ideas, y que más conexiones crean exponencialmente más ideas. Lo
que conduce a las ciudades.
Al citar estudios históricos, Johnson
escribe: “Una ciudad 10 veces más grande que su vecina no era 10 veces más
innovadora, sino 17 veces más innovadora. Una metrópoli 50 veces más grande que
una población era 150 veces más innovadora”.
Eso explica porqué Marissa Mayer, CEO de
Yahoo ordenó que sus trabajadores tele-empleados regresaran a la oficina; y
también porqué, cuando Hillary Clinton subió el escenario durante la
conferencia Dreamforce del año pasado, declaró que jamás utilizaba Skype con
líderes mundiales (“La tecnología ha dado un valor mucho más alto al contacto
personal”, dijo); en tanto que recientes tendencias administrativas –en
específico, el desarrollo Agile- se sustentan en el trabajo de grupo intenso,
colaborativo y personal.
Por todas esas razones, Moretti argumenta
que la migración a las ciudades de alta innovación es una tendencia perdurable
pues, mientras la innovación sea el camino más seguro hacia la riqueza y el
éxito, la gente inteligente será atraída por el medio más eficaz para innovar.
Y en este momento, ese medio es la ciudad.
Un par de cosas podrían cambiar la
situación en la siguiente década y una de ellas es la tremenda atracción
demográfica de los milenarios. En gran parte, los miembros de esa generación
han postergado el matrimonio y los hijos, así que siguen solteros… y con
Tinder. Así que, obvio, quieren permanecer en las ciudades. Porque, ¿a quién se
le antoja vivir en la zona rural de Iowa, consultar Tinder y descubrir que la
fémina accesible más cercana es una vaca lechera? Esa enorme generación
empezará a apreciar el atractivo de los suburbios solo hasta que comiencen a
pasarla mal y decidan formar familia.
Tal vez entonces la tecnología será lo
bastante adecuada para que la gente abandone las ciudades sin perder el
contacto tan indispensable para la innovación. El “lugar de trabajo definido
por el software” será mejor; las gafas de realidad virtual –hoy exclusivas de
los ricos y ñoños- serán cosa de todos los días y nos permitirán estar en la
oficina sintiéndonos como en una sala de conferencias con media docena de
colegas.
Y quizás, por fin, esa combinación de
familia y tecnología terminará la hazaña de aplanar el mundo, permitiendo que
los milenarios salgan de las urbes en manadas para hacer su innovación virtual
en ambientes más verdes.
Cosa que vendrá de lo más bien a baby
boomers como yo, que estamos esperando a que se larguen para regresar a la
ciudad.