En 2008, cuando la economía mundial se fue a
pique, Lola Sánchez Caldentey perdió su empleo de profesora en una escuela
pública de su natal Murcia, una ciudad pequeña al sureste de España. Ella
también perdió la fe en el futuro. Tenía 28 años.
Con el desempleo del país en los niveles de
la República de Weimar, Sánchez a regañadientes se unió a la “generación
perdida” de España: veinteañeros inteligentes con estudios universitarios con
perspectivas pobres de tener un empleo decente. Como muchos de sus semejantes,
ella decidió que no tenía más opción que dejar el país, viajando primero a
Islandia, donde dio clases de español, y luego a Escocia, donde halló trabajo
como mesera. Incluso lo intentó en Estados Unidos, atendiendo mesas en un
restaurante mexicano. Después de cada temporada en el extranjero, ella
regresaba a casa en busca de un mejor empleo, pero en vano. “No podía tener una
familia, comprar una casa, comprar un auto”, dice ella. “Esta crisis no me ha
permitido hacer mi vida”.
La primavera pasada, Sánchez oía un programa
de radio cuando oyó una entrevista con Pablo Iglesias Turrión, un profesor de
ciencias políticas peinado con cola de caballo que —junto con otros profesores
de la Universidad Complutense de Madrid— había fundado un nuevo partido
político. Lo llamaron Podemos, y prometieron aplicarle el desfibrilador a la
difunta economía española y rehacer radicalmente al gobierno. Oír al profesor
revivió las esperanzas que Sánchez había perdido.
Iglesias, de 36 años, inspiraba a la gente a
lo largo y ancho de España, en especial a los jóvenes del país privados de
oportunidades. Él instó a su grey creciente a formar círculos políticos: redes
de activistas muy unidas que pudieran expandir su movimiento y movilizar a los
votantes. Estas redes crearon una base poderosa, y aun cuando el partido creció
en tamaño y sofisticación, sus miembros sentían que su voz contaba. Los
círculos movieron a la acción a los españoles frustrados de una manera sin
precedentes. En 2011, decenas de miles salieron a las calles a protestar contra
la corrupción, el desempleo y los grandes recortes a los servicios públicos.
Pero al igual que Ocupemos Wall Street se apagó en EE UU, estos Indignados no
pudieron transformar su ira en algo más sustancial. Para Sánchez y muchos
otros, Podemos era una razón para creer. “Sentí como si fuera el momento de
unirme a algo para cambiar a España”, dijo ella. “No sólo por mi generación
sino por las futuras”.
Impulsado por el mismo fervor de las bases
que llevó a Barack Obama a la Casa Blanca en 2008, Sánchez comenzó un círculo
en Murcia. El grupo comenzó con sólo unas cuantas personas que se reunían a
tomar café, pero no tardó en crecer, y esta profesora desempleada se convirtió
en una lideresa local. La primavera pasada, miembros de su círculo la motivaron
a postularse a un cargo público, y ella aceptó. En mayo de 2014, Sánchez ganó
un escaño en el Parlamento europeo, junto con otros cuatro miembros de Podemos
(incluido Iglesias, el secretario general del partido). Las victorias fueron
pasmosas. Seis meses antes, Podemos ni siquiera existía. Ahora este grupo de
advenedizos ha obtenido 1.2 millones de votos, 8 por ciento de la votación
total. “Fue una sorpresa enorme”, me dijo Sánchez en una entrevista telefónica
el mes pasado. “En la mañana era una mesera. Para el anochecer, era miembro del
parlamento”.
La siguiente mini-revolución
La economía de España apenas ha empezado a
recuperarse de la recesión. El crecimiento económico se reanudó apenas el año
pasado, el índice de desempleo se mantiene en 23 por ciento (el segundo más
alto de Europa, después del de Grecia) y la deuda nacional está en $1.2
billones de dólares, un nivel que la mayoría de los economistas dice que es
peligroso e insostenible. Así, no sorprende que Podemos esté ascendiendo. Las
encuestas recientes indican que el partido ahora es la fuerza política más
popular de España. En enero, 100,000 de sus partidarios se reunieron en Madrid
para la mayor protesta contra la austeridad en el país en años. Si las
elecciones nacionales se celebrasen hoy, dicen las encuestas, Iglesias se
convertiría en el siguiente primer ministro de la nación.
Hace dos años, su ascenso hubiera sido
impensable, como un Ron Paul en la presidencia de EE UU. Los dos mayores grupos
políticos de España —el gobernante (y conservador) Partido Popular y los
Socialistas— parecían tener asegurado el poder, y pocos predijeron esta
agitación repentina. En retrospectiva tiene sentido, sobre todo después de la
sorpresiva victoria en enero del populista partido Syriza en Grecia. El
populismo está en boga a lo largo y ancho de Europa, en parte gracias a las
economías que han fracasado en ayudar a muchos de quienes más lo necesitan.
Podemos está posicionado para disparar la
próxima mini-revolución del continente, y sus líderes tienen algunas propuestas
económicas audaces. Entre ellas: aumentar el salario mínimo, crear un salario
máximo, bajar la edad de retiro, implementar una semana laboral de 35 horas,
acabar con los paraísos fiscales y controles fronterizos de la UE, nacionalizar
los servicios públicos y los bancos rescatados con fondos públicos después de
la crisis e incluso una propuesta para prohibir los despidos masivos en
compañías que tengan ganancias. Ninguno de los altos funcionarios del partido
accedió a hablar con Newsweek para este artículo, pero en foros públicos han
dejado en claro su agenda. Ellos quieren organizar a la izquierda del país,
restarle poder a la clase política y redistribuir la riqueza de España a las
masas.
No hay nada nuevo en estas ideas, y en su
mayoría sería fácil que la izquierda española las adoptase. Iglesias es un
orador joven y dotado, y todo eso de la cola de caballo y la barba desaliñada
lo hace parecer como la clase de persona con quien le gustaría tomarse una
cerveza. En discursos y entrevistas, él da la impresión de ser un verdadero
fuereño, el tipo de político que no tuvo más opción que abandonar las
comodidades de su silla académica y recuperar su país de manos de los caciques
corruptos.
Pero algunos liberales sospechan de Iglesias
y su partido. Les preocupa que los lazos de Podemos con el gobierno socialista
de Venezuela oculten una vena autoritaria. En meses recientes, Iglesias ha
intentado de ampliar su encanto, y algunos en su base han empezado a sospechar
que su verdadero motivo se trata menos del poder de cambiar y más sobre el
poder para su propio beneficio. El éxito del partido podría depender de su
capacidad para zanjar la distancia entre su base de Indignados, quienes
favorecen una toma de decisiones por las bases, y los populistas más
convencionales que prefieren un enfoque más centralizado y de cambio desde el
interior. “Los partidarios de Podemos son principalmente ciudadanos desafectos
que desconfían de los partidos políticos y las instituciones”, me dijo el mes
pasado Guillermo Cordero Garcia, profesor de ciencias políticas en la Universidad
de Pompeu Fabra en Barcelona. “Este hecho los hace escépticos incluso con
Podemos”.
Sánchez desestima a los críticos de su
partido. Podemos es real, dice ella, y pronto la gente verá que éste no es un
partido de promesas vacías. “Sólo somos gente común haciendo cosas
extraordinarias”, me dijo ella. “Hicimos todo esto con nuestro propio dinero,
euro por euro”.
Un tatuaje de derrota
Nacido en Madrid en 1978, Pablo Iglesias
Turrión fue llamado así por Pablo Iglesias Posse, el padre del socialismo español
en el siglo XIX. Su madre era una abogada sindicalista, su padre un inspector
laboral y profesor de historia. Iglesias ha estado activo en la política desde
que era adolescente, cuando se unió a la Unión de Juventudes Comunistas de
España. Obtuvo licenciaturas en leyes y ciencias políticas, y tiene una
maestría en comunicación por la Escuela Europea de Posgrado en Suiza, donde
estudió teoría política, cine y psicoanálisis.
Pero Iglesias no es un académico ordinario.
Por años ha moderado dos programas políticos, razón por la cual se siente muy
cómodo ante las cámaras. También se siente cómodo interpretando al
desfavorecido. “Tengo la derrota tatuada en mi ADN”, dijo en un debate el año
pasado. “A mi tío abuelo lo mataron a tiros. A mi abuelo lo sentenciaron a
muerte y pasó cinco años en prisión. Mis abuelas sufrieron la humillación de
los derrotados en la Guerra Civil [española]. Mi padre fue encarcelado. Mi
madre era políticamente activa en la clandestinidad”.
Su narrativa es la del profesor humilde convertido
en político a regañadientes. En realidad, Iglesias es un líder entendido y
calculador que ha pasado años planeando. Los círculos de Podemos son un estudio
de caso sobre cómo construir un apoyo de bases, y el enfoque del partido en la
elite corrupta de España es populismo de acuerdo al manual.
Hasta ahora, su estrategia parece estar
funcionando. Los votantes a menudo usan las elecciones parlamentarias europeas
como una manera de expresar su frustración, y sus legisladores no tienen mucha
influencia real en el gobierno de un país como España. Aun así, en mayo pasado
se dio una victoria enorme para Podemos: el día posterior a su terremoto
electoral, el líder socialista Alfredo Pérez Rubalcaba anunció que dejaría la
dirigencia de su partido. Una semana después, el Rey Juan Carlos aceptó abdicar
a su trono.
¿Un demagogo carismático?
Iglesias y sus partidarios tienen ocho meses
antes de tener una oportunidad en el parlamento español, y hay un contingente
considerable de escépticos que convertir. Berni Vila Pou es la segunda persona
con quien hablé sobre Podemos después de mudarme a Barcelona en enero. (La
primera fue mi maestra de yoga, quien no podía recordar el nombre de Iglesias;
ella lo llamaba “el tío del cabello largo”.) Él tiene tendencias de izquierda y
está de acuerdo con mucho en la plataforma de Podemos, pero no votará por el
partido este otoño. Con un par de Tinto de veranos en una tarde reciente, le
pregunté con insistencia por qué. Vila es de origen catalán, y como muchos en
esta parte del este de España, él quiere que Cataluña sea independiente. Parte
de lo que no le gusta de Podemos e Iglesias es que ellos se han ido por las
ramas con respecto a la secesión.
Pero Vila y otras personas con quienes hablé
—tanto en Cataluña como en otras partes del país— insisten en que su mayor
problema con Podemos es la gente detrás del partido. Muchos en la izquierda
española dicen que Iglesias y compañía son demasiado vagos con respecto a cómo
pagarán sus programas y cumplirán su agenda, en especial cuando se trata de la
deuda enorme del país. En un discurso del mes pasado, Mariano Rajoy, el primer
ministro del país, advirtió que Podemos sólo ofrece “confusión, ideas
estrafalarias y luchas internas”, y aconsejó a los españoles que no “jueguen el
futuro de nuestros hijos en una ruleta rusa de frivolidad, incompetencia y
populismo”.
Otra queja que oigo con regularidad me
pareció paradójica: muchos dicen que no confían en Iglesias porque lo hallan
demasiado preocupado por el poder. La estrategia de Iglesias, dicen algunos, le
recuerda a la gente de aquí a otro populista, un hombre con quien Podemos tiene
lazos fuertes: el difunto presidente venezolano Hugo Chávez.
La principal conexión del partido con
Venezuela es ideológica. Podemos fue inspirado por la filosofía política de
Ernesto LaClau, un teórico postmarxista. LaClau argumentó que el gobierno de
clase se logra mejor al obtener influencia gradualmente en la sociedad
(mediante ser elegido a puestos políticos) y al identificar un enemigo claro,
la clase gobernante. Si uno oye a Iglesias hablar, a menudo se trata de la
casta. Y como Podemos, Chávez cobró fuerza mediante organizar asociaciones
pequeñas de las bases. Una vez elegido, él redirigió las ganancias petroleras
del país a una serie de programas sociales administrados por el gobierno, una
medida popular entre los pobres largamente desatendidos del país. Pero también
se volvió cada vez más autoritario, lo cual quizá sea la razón de que algunos
en la izquierda española hallen perturbador que Iglesias una vez llamase a
Venezuela “una de las democracias más sanas del mundo”.
Los lazos de Podemos con Venezuela no son
sólo ideológicos, son financieros. Los tres fundadores del partido —Iglesias,
Juan Carlos Monedero e Iñigo Errejón— trabajaron como asesores del gobierno de
Chávez.
“El problema son ustedes”
El desafío crítico del partido, dicen los
observadores, radica en su transición de un movimiento de bases al estilo de
Ocupemos a un partido político organizado. Esa evolución requiere de algo de
jerarquía, y una estrategia pormenorizada. Podemos toma sus decisiones con
aportes de los círculos, pero en meses recientes ha canalizado más poder a un
grupo que llama el consejo de coordinación, cuyos miembros son elegidos por
Iglesias. El propósito, dicen los observadores políticos, es asegurarse de que
el mensaje del partido sea controlado cuidadosamente para que no aleje a los
votantes.
Otro paso que dio el partido hacia hacerse
más inclusivo sucedió el mes pasado, cuando Podemos empezó a cortejar a la
comunidad empresarial, informando a los banqueros y otras compañías sobre sus
políticas económicas. Los mandamases industriales no han sido receptivos, pero
el acercamiento sugiere que Iglesias no es puramente un ideólogo.
Parece que el pragmatismo desde hace mucho
es parte de la filosofía de Iglesias. Al comienzo de los Indignados, él les
habló a sus estudiantes sobre su frustración al hablar con los compañeros de
ellos que no habían leído a Lenin y Marx. El profesor instó a sus estudiantes a
reconsiderar sus metas. “¿No pueden ver que el problema son ustedes?”, dijo él
en un debate el año pasado. “¿Qué la política no tiene nada que ver con estar
en lo correcto, que la política se trata de tener éxito?”
El éxito político, argumentó Iglesias, se
trata de conectar tus ideales con lo que quiere la mayoría, lo cual “implica
capear las contradicciones”. Para ilustrar su punto, él retomó a Lenin, “ese
calvo, un genio”. En 1917, durante la Revolución Rusa, él dio un mensaje simple
al pueblo ruso, ya fueran soldados, campesinos o trabajadores, dijo Iglesias.
“Lenin no hablaba de ‘materialismo dialéctico’. Él hablaba de ‘pan y paz’. Y
esa es una de las principales lecciones del siglo XX”.
“Castigar al partido”
Que el pragmatismo pueda ayudar a Podemos a
ganar las elecciones parlamentarias en noviembre es una pregunta al aire.
Algunos temen que la estrategia de Iglesias sea demasiado ambigua, y que
Iglesias no será capaz de reconciliar los deseos de las bases de los Indignados
con quienes quieren que el partido funcione de manera más convencional.
Encuestas recientes muestran que el apoyo a Podemos podría estarse
estabilizando, y algunos predicen que la popularidad del partido caerá todavía
más en los meses próximos, especialmente si Syriza no cumple en Grecia.
Lola Sánchez espera que los detractores
estén equivocados. Su capacidad para costearse el vivir en España depende de
ello. Ella entiende el escepticismo del público con respecto a Podemos. Pero
confía en que los suficientes españoles confíen en la capacidad del partido para
mejorar su destino. “Sólo hemos tenido un año de vida, y hemos tenido que
decidir muchas cosas”, me dijo ella. “Todavía estamos construyendo nuestro
partido y nuestro programa. Pero la gente tiene muy claro el tipo de país en el
que quiere vivir”.