Cheryl Simmons tiene 63 años y se muere por
volver al trabajo. Desde hace cinco años, cuando su hija partió a la
universidad, ha permanecido en su hogar de Providence, Rhode Island, revisando
las últimas noticias sobre startups de tecnología en Twitter, viendo pasar a lo
lejos cada exhibición de electrónica y preguntándose cómo puede ser parte de ese
mundo, pues que no tiene proyectado seguir los reposados pasos de sus padres
por la jubilación.
“No soy una persona que disfrute del tiempo
libre improvisado”, dice Simmons, ex gerente de inversiones y organizadora sin
fines de lucro. “Me gusta pensar que hay un lugar en el mundo donde puedo
crecer. (Cuando sus padres se jubilaron) mi madre participaba en clubes, de
bridge, por ejemplo; y mi padre practicaba golf. Pero para mí, eso no habría
sido suficiente”.
Hay muchos como Simmons. Según una reciente
encuesta de Gallup, la edad promedio de retiro en 1991 era 57 años; en 2014
escaló a 62. Los baby boomers trabajan más que cualquier generación precedente,
bien por preferencia o por las dificultades financieras de la jubilación
temprana.
En todo caso, tal vez no sea mala cosa, pues
resulta que el retiro anticipado es perjudicial para la salud física y
emocional. La Organización Mundial de la Salud calcula que cada 40 segundos
ocurre un suicidio en alguna parte del mundo y la tasa mas elevada –tanto de hombres
y mujeres, en casi todas las regiones– es la de individuos de 70 años o más.
En 2013 la agencia de federal de salud
francesa, INSERM, analizó la incidencia de demencia en una población de 429,000
personas. Luego de descartar que el motivo de jubilación hubiera sido la
demencia, el estudio estableció que quienes abandonaron el empleo a los 60 años
tenían 15 por ciento más riesgo de desarrollar la enfermedad que quienes
esperaron cinco años más antes de colgar los guantes, concluyendo que el
trabajo mantiene el cerebro joven y ágil. Si bien las reuniones de trabajo
pueden ser estresantes, los atracones de viejos programas de televisión son
nocivos para la salud.
Tomemos el caso de Judy Uman, de 76 años y
empleada del Consejo de la Comunidad Judía del Bronx, Nueva York, desde hace 30
años. Cuando tenía unos 40, Judy se inició como trabajadora social, “en el
clásico sentido de la palabra”, sobre todo ayudando a la gente a rellenar
solicitudes, explica. Hoy supervisa al personal, dirige muchos programas de la
agencia y no tiene el menor interés en cambiar su rutina por algo más apacible.
“¿Qué me mantiene activa?”, pregunta. “De veras creo que [el trabajo] me
conserva joven y vital, y me siento muy conectada con mucha gente con la que he
trabajado a través de los años”.
Grasa es destino
Los beneficios de salud y la longevidad que
derivan de trabajar hasta bien entrados los setenta años solo se aprecian en un
cuerpo razonablemente sano. De persistir las tendencias, los milenarios no
heredaremos los estilos de vida de nuestros mayores, ya que hemos abandonado
algunos de los hábitos insalubres de nuestros abuelos –por ejemplo, la tasa de
tabaquismo se ha desplomado enormemente–, si bien hemos adquirido otros. Para
empezar, “la gente es más gorda que antes”, dice el Dr. James Fries, profesor
emérito de medicina en la Universidad de Stanford. Los mejores cálculos
sugieren que dos tercios de la población adulta actual (66.8%) tienen sobrepeso
u obesidad.
La tasa de obesidad infantil es incluso más
perturbadora, pues ha pasado de 7 por ciento en 1980 a 18 por ciento en 2012.
El sobrepeso abruma al cuerpo e incluso puede abreviar una carrera profesional.
En 2009, un estudio publicado en Obesity reveló que el sobrepeso a los 25 años
y el eventual paso a la obesidad en la edad media se asocia con una jubilación
temprana debido a mala salud. “En esencia, tenemos menos vitalidad”, dice
Fries, acerca de las generaciones más jóvenes, “a causa de los problemas
acompañantes de la obesidad”.
Pero tal vez más importante es que la
creciente tasa de Alzheimer y el enajenamiento tecnológico se combinan para
causar problemas en la azotea: el cerebro. En 2013, la ONG Alzheimer’s Disease
International estremeció a la comunidad médica con la predicción de que, para
2030, la tasa mundial de demencia se habrá duplicado y para 2050, se
triplicará. Los milenarios estamos condenados a ser la generación con más
demencia en la historia de la humanidad. Por lo pronto, la ciencia médica no
tiene las herramientas necesarias para contener la marea de Alzheimer; solo
puede ver cómo la enfermedad cobra sus víctimas sin la menor misericordia.
Entre tanto, la deteriorada tasa de conexión
social complica la situación. Una característica de la industria moderna es su
dependencia (y explotación) de la tecnología a distancia. A través de una
pantalla de cristal hacemos interface y sinergismo con cualquier persona en
cualquier momento. Desde el punto de vista logístico, eso derriba enormes
barreras permitiendo una operación transparente para los negocios, pero cuando
trabajamos desde casa, nos aísla de las habituales interacciones de ocho horas
y nuestra salud paga el precio. “En la medida que perdemos [esas
interacciones]”, dice el psicogeriatra Dr. Gary Kennedy, “perdemos algo muy
valioso”.
Y eso valioso podría ser lo más preciado.
Conforme los jóvenes pasan de un empleo a otro, experimentando un laxo
sentimiento de lealtad en cada escala, sus vidas sociales trafican con el poder
de las relaciones, esos débiles lazos que pueden ayudarles a conseguir un trabajo
hoy pero que no proporcionarán la estabilidad emocional que necesitarán más
adelante para mantenerse lúcidos.
En ausencia de lazos sociales firmes, el
cerebro humano puede caer en lugares muy siniestros. Un estudio publicado en
enero en Work, Aging and Retirement analizó a 1,200 trabajadores de 52 a 75
años con experiencia en servicio, construcción y fabricación, y concluyó que
quienes no tenían la cercanía de seres queridos y comenzaban a vivir el
deterioro de su salud corrían un mayor riesgo de recurrir a drogas y alcohol
que los individuos que permanecían activos “Además”, agregó el autor del
estudio, Peter A. Bamberger, “la separación de la fuerza de trabajo conduce a
marginación social, aislamiento y aburrimiento, especialmente si la salud de los
individuos limita su participación en actividades post-jubilación”.
En las primeras semanas de retiro, el tiempo
libre se antoja un merecido descanso, pero transcurrido un periodo empieza a
parecer una sentencia de prisión: lejos de disfrutar de un día completo de
relajación, los jubilados empiezan a sentir que están forzados a hacerlo. Y
muchos de ellos tienen que hacerlo en soledad.
Fries evita hacer demasiadas recomendaciones
para llevar una vida saludable en la vejez. “Siempre recelo de la gente que busca
fórmulas para lo que todos debemos hacer”, dice. Sin embargo, hay algunas cosas
que los adultos mayores necesitan consideran para mantener su salud. Tienen que
mantener su actividad física, bien con ejercicios cotidianos o competencias de
levantamiento de pesas; y también estimular sus cerebros, de preferencia con
otras personas. Esas actividades básicas son cosas que los milenarios han
evitado hasta ahora. No obstante, aun es posible cambiar la marea, dice Fries,
a condición de que las personas mantengan en orden sus prioridades. “Hay que
vivir para seguir vivos”.