En el marco del Día Internacional de la mujer celebrado este 8 de marzo, la organización Reporteros Sin Fronteras destaca las figuras de diez periodistas mujeres de todo el mundo que se han distinguido por su compromiso con la libertad de información:
Zaina Erhaim (Siria), Farida Nekzad, (Afganistán), Hla Hla Htay, (Birmania), Marcela Turati, (México), Noushin Ahmadi Khorasani (Irán), Mae Azango (Liberia), Khadija Ismayilova (Azerbaiyán), Brankica Stanković (Serbia), Solange Lusiku Nsimire (República Democrática del Congo), y Fatima Al Ifriki (Marruecos).
Mujeres con perfiles diferentes y procedentes de diversas latitudes del mundo que nos hablan de su oficio y de su compromiso, así como de los desafíos y los riesgos concretos que afrontan en el ámbito de su profesión.
Cada vez más mujeres ejercen el oficio de periodista, que durante mucho tiempo estuvo reservado a los hombres. Algunas de ellas eligieron dedicarse al periodismo de investigación y denuncian las violaciones a los derechos humanos, la corrupción, o abordan temas tabú en una sociedad determinada.
Su trabajo sobre temas delicados molesta y, al igual que sus colegas masculinos, estas periodistas son víctimas de intimidaciones, amenazas, agresiones, e incluso asesinatos.
Pero, por el hecho de ser mujeres, debido a su género, en ocasiones las presiones toman ciertas formas: desde campañas de difamación a violencia de tipo sexual, pasando por amenazas a sus familias. El simple hecho de ser mujer periodista puede considerarse en ciertas sociedades “contrario a las normas sociales” y ser causa de represalias.
Dos tercios de mujeres periodistas han sido acosadas.
Muchas mujeres prefieren guardar silencio sobre las dificultades y los riesgos a los que se enfrentan en el ejercicio de una profesión que sigue siendo mayoritariamente masculina. Los resultados del Informe Global sobre el Estatus de las Mujeres en los Medios de Comunicación, publicado en 2014 por la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios (Global Report on the Status of Women in the News Media, International Women’s Media Foundation, IWMF), son indiscutibles. Cerca de dos tercios de las 977 mujeres periodistas entrevistadas afirman haber sido víctimas de intimidaciones, amenazas o abusos relacionados con su actividad profesional. En una tercera parte de los casos, el responsable era su jefe. Más de la mitad de las mujeres periodistas se han enfrentado al acoso sexual, y más de una quinta parte, a la violencia física. Pese al impacto psicológico de estos abusos, el silencio sigue siendo la regla; la denuncia, la excepción.
Algunas de ellas optan por dar a conocer su historia. “Durante dos años, me amenazaron constantemente por teléfono y con cartas anónimas […] me decían que dejara mi trabajo o que, de lo contrario, sería responsable de la muerte de mi familia”, es el triste relato que una periodista afgana compartió con RSF en 2014. La periodista, finalmente, tomó la decisión de renunciar a su trabajo y de hacer públicas las presiones que sufrió. En una sociedad patriarcal, la falta de protección por parte de las autoridades y la impunidad generalizada alimentan este ciclo de violencia e incitan a algunas mujeres a renunciar a su oficio.
La seguridad física sigue siendo un reto constante para la siria Zaina Erhaim, que forma a periodistas ciudadanos en el norte del país, así como para la afgana Farida Nekzad, fundadora de la Wakht News Agency. Hla Hla Htay, corresponsal de la Agence France Presse en Birmania, y Marcela Turati, periodista freelance que colabora con la revista Proceso en México, señalan las dificultades de ser una mujer en un “oficio de hombres”. Noushin Ahmadi Khorasani en Irán y Mae Azango en Liberia dan testimonio del acoso que han padecido debido a su compromiso periodístico en la defensa de los derechos de las mujeres. Khadija Ismayilova, figura destacada del periodismo de investigación en Azerbaiyán, y Brankica Stanković, gran periodista serbia, han sufrido amenazas de carácter sexual. En la República Democrática del Congo, Solange Lusiku Nsimire, la única directora de un diario en Kivu, se preocupa por su familia, víctima de ataques y de amenazas. Una inquietud que también padece la marroquí Fatima Al Ifriki, quien suspendió sus publicaciones para proteger a los suyos.
Tomando nota de los peligros a los que las mujeres periodistas se ven expuestas, el Plan de Acción de las Naciones Unidas sobre la seguridad de los periodistas y la cuestión de la impunidad subraya la necesidad “de un enfoque sensible al género”.
Marcela Turati, periodista colaboradora de la revista Proceso ycofundadora de la Red de Periodistas Sociales “Periodistas de a pie”, se convirtió en periodista pensando que era “un medio de cambiar las cosas”. ¿Su objetivo? Sensibilizar a los lectores y acercarlos a las víctimas.
Marcela se especializó en investigaciones sobre la violencia, en particular la relacionada con los cárteles, y sus efectos en la sociedad mexicana.
Una elección que está lejos de ser fácil: México es el país más mortífero del continente americano para el gremio periodístico; en él, la seguridad física es un reto permanente para aquellos que investigan asuntos delicados.
Al principio, Marcela pensaba que no había diferencias entre un hombre y una mujer periodista. Su opinión ha cambiado: “Es más difícil que te envíen a lugares peligrosos […] hay que trabajar dos o tres veces más duro para ir allá; no sé si es machismo o sobreprotección, pero hay que trabajar más que los hombres”. A Marcela le preocupa esta discriminación, pero también el acoso sexual,
Kadija Ismayilova. Azerbaiyán. Encarcelada por destapar corrupción.
Ismayilova mantiene un pulso con un régimen decidido a silenciar a todas las voces críticas. Y ha pagado el precio en su propia carne: denostada por los medios gubernamentales, procesada por cargos de espionaje y de difamación, interrogada a menudo… Finalmente fue detenida bajo cargos absurdos en diciembre de 2014, después de llevar varios meses siguiendo los casos de los defensores de los derechos humanos detenidos, organizando el apoyo legal y la asistencia a sus familias, ayudando a trazar una lista de los presos políticos e informando a la comunidad internacional con constantes alertas.
Las autoridades han encarcelado Ismayilova, pero no han logrado hacerla callar. En las cartas que logra sacar de la cárcel, ha continuado criticando al gobierno y llamando a la resistencia. Como resultado, la han confinado en aislamiento.
A unos pocos metros de su celda, el también detenido periodista Seymour Khazi la homenajeó en una carta abierta el pasado enero. “No sé si es por la naturaleza extremadamente patriarcal de nuestra sociedad (…), pero cuando querían referirse a la fuerza, la determinación o el coraje de una mujer, nuestros padres siempre decían: ‘Esta mujer es como un hombre´. Hoy en día (…) para referirse al carácter y la fuerza de la voluntad de un hombre, yo diría más bien (…) este hombre como Khadija”.
tensión entre comunidades o las condiciones de trabajo en las minas, lo hacemos para todos, en nombre de la libertad de prensa”, ha dicho.
Madre de siete hijos, también está tratando de recuperar el aprecio a la palabra escrita, algo que 30 años de guerra ha destruido. “Quiero contribuir a la memoria colectiva de Kivu; documentar acontecimientos
para a las generaciones futuras y evitar la propagación de rumores y desinformación”. Su misión de paz es un reto que afronta con energía, aunque es objeto constante de amenazas no sólo del gobierno, sino también de la oposición y, a veces, incluso de la sociedad civil. “Pagamos cara nuestra neutralidad.”
Además de editar la revista, le gusta estimular el debate público y organiza reuniones participativas en las que funcionarios del gobierno y el público local discuten sobre artículos de prensa. Su información política y social de investigación le ha costado que le prohiban el acceso a las ruedas de prensa de las autoridades provinciales. Pero puede confiar en que le proporcionarán información sus colegas que trabajan para medios de comunicación menos críticos.
¿Qué si ha tenido alguna vez la tentación de dejarlo? “Esto sería renegar de mí misma. Yo no sé hacer otra cosa”. Desafortunadamente, los miembros de su familia también han sido víctimas de amenazas y ataques como consecuencia de su compromiso. “Yo elegí mi profesión, pero, ¿qué pasa con ellos? ¿Qué han hecho?”.
La Hla Htay. Espiada por su gobierno y discriminada por sus compañeros.
Fue la primera periodista que consiguió fotos de Naypyidaw, la nueva capital que los generales paranoides habían comenzado a construir en secreto. Cubrió la sangrienta represión de la “Revolución Azafrán” en 2007 y, un año más tarde, las desastrosas consecuencias del ciclón Nargis, mientras la censura golpeaba todos los intentos de airear la calamitosa gestión de la ayuda humanitaria por parte de las autoridades.
“Bajo el régimen militar, a menudo nos seguían, por lo que tuve ir cambiando de teléfono móvil para ponerme en contacto con mis fuentes, algo que era muy caro”, explica. Durante los años de gobierno militar, Hla Htay logró participar en un programa de periodismo en Rangún e hizo un curso de tres meses en Camboya, a pesar de los peligros que conllevaba cualquier viaje al extranjero. Se unió a AFP después de dos años como redactora de Today Publishing House y hoy dirige la oficina en Rangún de France-Presse.
“Muchos piensan que el periodismo es un trabajo de hombres. Recuerdo que algunos de mis colegas varones acostumbraban a hacer la ‘broma’ de que era gracias a mis ´armas de mujer’ por lo que me las arreglaba para obtener una exclusiva o verificar información. Como mujer birmana, trabajar como periodista significa enfrentarse a las cuestiones de género y los tabúes culturales. En lo que a mí respecta, yo presto atención a mi honestidad profesional y trato de no preocuparme por este tipo de discriminación”.