La mañana del 1 de julio de 2014 comenzó como cualquier otra para Peter Hahn —un hombre de 74 años que había ido a hacer cosas extraordinarias en un lugar que jamás habría descrito como “dejado de la mano de Dios” y que, no obstante, lo está.
Tumen, China, yace en la frontera con Corea del Norte; es un tosco pueblo de 140 000 habitantes mayormente de etnia coreana. Gran parte de la región que se extiende por esa desolada frontera es más pobre que el resto del oriente de China y, no obstante, fue allí donde, en 1997, Hahn decidió establecerse con su esposa Eunice, abandonando una cómoda existencia en los suburbios de Los Ángeles para dedicarse a lo que sería la labor de su vida: ayudar a los empobrecidos habitantes en ambos lados de la frontera y, sobre todo, a los de Corea del Norte, donde él mismo naciera en 1942, en la población de Wonsan, 145 kilómetros al oriente de Piongyang, donde transcurrió su infancia hasta que su familia emigró al sur.
Después de mudarse a China, hace casi veinte años, Hahn fundó una escuela vocacional en Tumen para educar a jóvenes sin recursos en todo lo imaginable, desde cocinar hasta reparar autos y aprender inglés. Estableció una panadería industrial en el lado norcoreano de la frontera, adonde transportaba trigo y harina de China para alimentar a los lugareños. Luego consiguió un permiso del gobierno para construir una planta de fertilizantes y, después, una planta procesadora de alimentos en una nueva “zona económica especial” en el extremo noreste de Corea del Norte. “Alimentamos a 22 000 personas diariamente”, informó a un reportero de The Sydney Morning Herald.
Pero lo que motivó su decisión de emigrar a la frontera entre China y Corea del Norte, y toda la subsiguiente labor humanitaria, fue la religión. Como muchos trabajadores asistenciales y de organizaciones no gubernamentales que brindan ayuda a los norcoreanos, Hahn es cristiano evangélico y considera que es su sagrado deber auxiliar a quienes, sin duda, han sufrido el peor de los infortunios en este planeta: los ciudadanos de Corea del Norte, sometidos al más despótico de los regímenes. Y a causa de su religión, el mundo de Hahn se desmoronó aquella mañana de julio al convertirse en una víctima más de la evanescente tolerancia para la labor que él y sus correligionarios realizan en ambos lados de la frontera. Atrapado entre Kim Jong Un, en el oriente, y Xi Jinping, en occidente, Hahn fue puesto inicialmente bajo arresto domiciliario en julio y, luego, detenido formalmente en noviembre pasado, de suerte que hoy se encuentra en un centro de detención chino.
El no-tan-Gran Dictador
Cuando asumió el poder, hace tres años, poco se sabía de Kim (no por nada Corea del Norte es conocido como el Reino Ermitaño). Su padre y predecesor en el régimen dinástico había escandalizado y estremecido al mundo: Kim Jong Il presidió la peor hambruna de la era moderna, en la que perecieron 500 000 norcoreanos durante la década de 1990 mientras, al mismo tiempo, construía la bomba nuclear que persiste como la piedra angular de la seguridad del país, la máxima amenaza: “No se metan con nosotros o verán”.
Kim Jong Un estudió un par de años de preparatoria en Suiza, lo que significa que quienes cubrimos Corea del Norte podíamos hablar con gente que lo conoció (¡en serio!) y lo que descubrimos fue sorprendente y alentador. Entre otras cosas, que le encantaba la NBA. En la década de 1990 fue fanático de los Toros de Chicago —¡por favor!— y adoraba a Michael Jordan y Dennis Rodman. Sin duda ese olorcillo de normalidad parecía una buena señal, ¿verdad? Por eso escribimos que ese chico regordete no podía ser un remedo del desquiciado Dr. Evil que era su padre, con sus ridículas gafas de sol y aquel estúpido tupé. Encima, era tan joven (tenía 29 años cuando murió el dictador) e inexperto que difícilmente gobernaría el país mucho tiempo y, sin dudar, la tarea quedaría en manos de un regente, su tío Jang Sung Thaek, uno de los siete añosos funcionarios que escoltaron el féretro de Kim Jong Il por las calles de Piongyang en diciembre de 2011 y quien, además, tenía la confianza de los chinos. Evidentemente él llevaría las riendas.
Jamás hubo predicción más fantasiosa. La siguiente vez que recibimos noticias quienes seguimos los acontecimientos norcoreanos resultó pasmosa: Kim hizo asesinar a Jang (de acuerdo con un informe no confirmado, lo arrojó a sus perros de ataque). De pronto, la imagen del chico jugando baloncesto en Suiza con la camiseta de Rodman perdió todo su encanto.
Entonces se desató la tormenta con La entrevista, de Sony —la película en la que el dictador es un mentecato que asesinan dos torpes reporteros estadounidenses—, así como el extraordinario ciberataque contra Sony Pictures que, según el FBI, fue ejecutado por Corea del Norte (“Creemos que [el hackeo] fue perpetrado por devotos subalternos que consideraron necesario defender el honor del líder”, dijo un funcionario de inteligencia surcoreano). Ahora, el mundo exterior tiene una idea más clara de quién es Kim Jong Un.
Sentado en una cafetería de Seúl, un viejo amigo de Hahn (un activista cristiano con larga experiencia de trabajó en China y ayuda a norcoreanos) afirma que ni a él ni a sus colegas les sorprende lo que ocurre. Al preguntarle cuándo comenzó la represión contra los que ayudan a escapar a los norcoreanos, no vacila en responder: “Hace tres años, casi exactamente cuando Kim Jong Un tomó el poder”.
La labor de los activistas y misioneros en Corea del Norte acontece en dos formas. La primera como lo hace Hahn: proporcionando bienes y servicios a ciudadanos en el interior del país; la otra se refiere a conducirlos furtivamente a China y, de allí, a Corea del Sur. Es una especie de “tren clandestino” que ha crecido de manera significativa en los últimos quince años. Esos refugiados —actualmente hay 27 000 norcoreanos en Corea del Sur— cuentan historias espeluznantes sobre la vida en el norte, relatos que Kim Jon Un sin duda encuentra embarazosos y, tal vez, hasta amenazadores. Quienes logran salir suelen enviar dinero a sus parientes del norte y colaboran con los contrabandistas para sacar a sus familiares. A menudo telefonean a sus familias en el norte y, de esa forma, informan cómo es la vida en el mundo exterior, cosa que siempre ha incomodado a las autoridades norcoreanas.
Por ello, los activistas cristianos aseguran que, desde que Kim ascendió al poder, Piongyang ha escalado esfuerzos para contener el flujo de desertores. Entre los métodos utilizados, según activistas y fuentes del gobierno norcoreano, se cuenta un cambio de política en la patrulla fronteriza norcoreana: ya pueden conservar los sobornos de los intermediarios norcoreanos que cruzan hacia China con refugiados, a condición de que informen quién y cuándo pagó el soborno. También parece que Kim ha reducido los castigos para primeros infractores que crucen la frontera y sean repatriados a la fuerza por los chinos. Antes, ese crimen conllevaba una pena de varios años en prisión, pero ahora, según un informador, el castigo es una estancia relativamente corta en un “campamento de reeducación”.
Fuentes aseguran que esos métodos están dando resultado. Aunque es difícil obtener cálculos precisos, informantes involucrados en el tren clandestino afirman que, el año pasado, la cifra de “viajeros” disminuyó significativamente respecto a 2011, último año de Kim Jong Il en el poder. El Ministerio de Unificación de Corea del Sur calcula que la cantidad se redujo a la mitad, de casi 3000 viajeros en 2011 a poco menos de 1400 el año pasado.
La brutal posición misionera
Los asociados de Hahn insisten en que no tuvo relación directa con el tren clandestino durante más de una década, pues su esfuerzo principal era la escuela vocacional y alimentar a los norcoreanos a través de la frontera. “Sabía que participar en el tren clandestino comprometería su capacidad para ayudar a la gente de Corea del Norte, así que mantuvo su distancia de manera muy deliberada”, explica un misionero en China.
Lo que, por lo pronto, no queda claro es si el esfuerzo de Kim para contener el flujo de refugiados norcoreanos está coordinado de alguna manera con la represión del gobierno chino contra quienes proporcionan asistencia. Pekín ha empezado a permitir que agentes norcoreanos crucen la frontera para aprehender refugiados, pero, fuera de eso, la impresión general es que no hay más coordinación, por una razón muy evidente: desde que Xi Jinping llegó al poder, en noviembre de 2012, las relaciones entre Piongyang y su único aliado son muy frías. Cosa poco sorprendente, ya que Xi no considera a Kim como su igual. De hecho, se dice que lo juzga inexperto y poco calificado. Al parecer, Pekín presiona a Piongyang para que no emprenda una cuarta prueba de armas nucleares, algo que Kim —según fuentes de inteligencia regionales— está deseoso de hacer. “Los chinos han dicho [a Piongyang] que no lo respaldarán si llevan a cabo otra prueba”, dijo un funcionario de Seúl, y las autoridades del sur saben de qué hablan. Xi ha emprendido una campaña de seducción en Corea del Sur, sorprendiendo al mundo con una visita a ese país en julio pasado, antes que viajar a Corea del Norte o invitar a Kim a Pekín.
Coordinado o no con Piongyang, Xi tiene motivos personales para reprimir el flujo de norcoreanos hacia China, así como a los activistas cristianos en su territorio. En diciembre, un soldado norcoreano que había huido de su país supuestamente mató a cuatro ciudadanos chinos en un fallido intento de robo en la provincia de Nanping, al norte del río Tumen.
Sin embargo, la persecución precede dicho incidente. Xi es nacionalista y, en ocasiones (como cuando describe su visión de “El sueño chino”), se expresa como un político de Washington enalteciendo “El sueño estadounidense”. Y ese nacionalismo muestra su lado más cortante frente a la influencia extranjera en China. La ha emprendido contra compañías extranjeras de tecnología y medios, y ahora trata incluso de intervenir redes virtuales privadas que brindan a los usuarios de internet de China acceso irrestricto a la información de la red.
Su evidente desconfianza de la influencia extranjera se extiende a la religión. Durante décadas, el cristianismo ha sido la religión de crecimiento más acelerado en China, donde hay iglesias “oficiales” cuyos funcionarios son aprobados por Pekín, así como iglesias clandestinas “caseras”, las que registran mayor crecimiento y son operadas eminentemente por evangélicos. Estudiosos calculan que, a la fecha, hay unos 70 millones de cristianos practicantes en China, en una población total de 1300 millones de habitantes.
El verano pasado el gobierno montó un espectáculo al destruir una flamante iglesia en Wenzhou, próspera ciudad en la provincia de Zhejiang y hogar de numerosos cristianos. Se desataron grandes manifestaciones, mas el gobierno no retrocedió. Activistas cristianos afirman que fue una clara advertencia de que ya no habrá tolerancia para el continuo crecimiento de las iglesias caseras independientes.
Activistas extranjeros que trabajan con organizaciones no gubernamentales y otras entidades asistenciales en el interior de China son blanco fácil del gobierno. Amén del arresto domiciliario, todos los activos financieros de Hahn fueron congelados para entorpecer el funcionamiento de sus operaciones. Un mes después, dos trabajadores asistenciales de denominación cristiana —los canadienses Kevin y Julia Garratt— fueron arrestados y acusados de espionaje; en específico, de robo de secretos militares. Los Garratt tenían una cafetería en la ciudad fronteriza de Dandong, China, y según varios activistas, utilizaban las utilidades para ayudar a los norcoreanos. “El hecho de que los acusaran de robar secretos militares demuestra que el gobierno [chino] no tiene el menor interés en preparar un caso creíble para procesarnos”, acusa un activista cristiano allegado a los Garratt y con estrechos vínculos en China y Corea del Norte. “En serio, es absurdo.” En general, los activistas afirman que cientos de trabajadores asistenciales surcoreanos, casi todos cristianos, fueron expulsados de China el año pasado, y a la mayoría les negaron la renovación del visado.
Algunos miembros de la comunidad cristiana dicen que el arresto de Hahn pudo ser precipitado inadvertidamente por el gobierno estadounidense. La primavera de 2013, Robert King, diplomático del Departamento de Estado y enviado especial de Estados Unidos para asuntos de derechos humanos ante Corea del Norte, realizó una publicitada visita a la frontera entre China y Corea del Norte, donde se reunió con alumnos de la escuela vocacional de Hahn. Aunque bien intencionada —el Departamento de Estado insiste en que solo pretendía poner de relieve la buena labor de un ciudadano estadounidense con jóvenes desposeídos—, Pekín se disgustó con la visita, según activistas dentro y fuera de China. Poco después, King anunció que había programado una nueva entrevista en la región fronteriza para el siguiente verano: agosto de 2014. El arresto domiciliario de Hahn comenzó el 1 de julio. Misioneros y amigos del acusado argumentan que las dos fechas son altamente significativas.
También es posible que Hahn procediera con excesiva ingenuidad, dada su larga experiencia en China. Trabajaba en un proyecto para que la ONU enviara voluntarios para proyectos de ayuda norcoreanos, un objetivo bastante ambicioso, pues estaba montando y, al parecer, planificando la incipiente organización directamente en China. “Era otro proyecto fallido en China y Peter debió saberlo”, comenta un amigo.
En noviembre, el gobierno arrestó a Hahn formalmente y lo condujo a un centro de detención en Longjing, China, acusado de malversación y de firmar facturas fraudulentas, alegatos que podrían resultar en una sentencia de varios años de cárcel. Zhang Peihong, abogado de Hahn radicado en Shanghái, califica los cargos de “infundados”.
La familia de Hahn es presa de la frustración porque, pese a las visitas mensuales de funcionarios del consultado estadounidense de Shenyang, China, el acusado aún no puede obtener los medicamentos que necesita para tratar su padecimiento prostático. También cuestionan si el caso recibe la atención debida del gobierno estadounidense. En respuesta, el Departamento de Estado afirma que hace todo lo posible para lograr la liberación de Hahn.
Tan pronto como su esposo fue puesto bajo arresto domiciliario, Eunice Hahn (67 años) huyó a Seúl, donde permanece en espera del juicio de Peter, que aún no ha sido programado. Como cabe la posibilidad de que sea inminente, se niega a hablar del caso con la prensa, aunque al llegar a Corea del Sur, el verano pasado, dijo a un reportero: “Siento que el gobierno chino no quiere que las ONG extranjeras sigan trabajando en Corea del Norte. Antes nos dejaban tranquilos, pero ahora nos persiguen”.
Parece que tiene razón, y aunque Kim no goce del respeto de sus mayores de Pekín, al menos allá mantienen una política con la que el rollizo dictadorcito de Piongyang simpatiza. Igual que Xi Jinping en Pekín —aunque contra toda expectativa—, Kim Jong Un ha consolidado su poder en Piongyang y está decidido a dirigir su país con una mano cada vez más firme. Y como solo tiene 32 años, seguramente gobernará durante mucho, mucho tiempo.