Una tarde primaveral del año pasado, en un café al aire libre en San Francisco, dos miembros de la comunidad tecnológica bosquejaron su estrategia para comenzar una compañía. Como la mayoría de las personas de 28 años en Silicon Valley, ellas tenían inteligencia y sueños. Una era una neoyorquina entusiasta y parlanchina; la otra, una tímida genio computacional de Syracuse, Nueva York, y juntas formaban el clásico equipo de hacker-audaz detrás de muchas de las Siguientes Grandes Cosas del valle.
Ellas habían intercambiado correos electrónicos sobre la idea por meses, con una convicción creciente en su potencial maravilloso. Le prestaba atención a un problema bien conocido, uno que aqueja a la industria tecnológica pero también a la bancaria, la mediática, la publicitaria y la cinematográfica. Las compañías la necesitaban. A los individuos les encantaría. Incluso podría ser disruptiva, según decían. Esa tarde, mientras almorzaban bajo el sol californiano, se comprometieron con un ambicioso plan comercial. Ese verano, conservarían sus empleos en compañías mediáticas y publicitarias, pero le dedicarían muchas horas fuera del trabajo y los fines de semana a la nueva compañía. La parlanchina entendida, quien había trabajado en comunicaciones para Citigroup y Thomson Reuters, se unió a clubes de especialistas, buscó viejos asesores, organizó reuniones y trabajó en crear un entusiasmo que podría suscitar el interés de los inversionistas.
La programadora trabajaba duro en la computadora, desarrollando con destreza un algoritmo, a menudo a solas. Cuatro meses después, la audaz consiguió el primer inversionista del proyecto, una mujer que trabaja en uno de los fondos de cobertura más grandes del mundo. Era una suma pequeña, pero las empresarias renunciaron a sus empleos al día siguiente, montando su campamento en una esquina donada del apartamento de oficinas de otra compañía incipierante sobre Union Square en San Francisco. Los nuevos aposentos ofrecían misericordiosamente comida gratis.
En los meses siguientes, el par se abstuvo de comprar ropa nueva, caminaba en vez de usar Uber y reunió un personal pequeño y en su mayoría sin salario. Encontraron dos abogados que no les cobraban y tenían experiencia con compañías nuevas, firmaron contratos, diseñaron y revisaron su promocional de PowerPoint y se reunieron con más de 50 inversionistas potenciales. La programadora probó el algoritmo. Tenían 1500 clientes en lista de espera para un lanzamiento beta. Llamaron la atención de cinco grandes compañías tecnológicas, incluida Twitter. Le dijeron a los inversionistas que su proyecto era el próximo Pinterest, a la manera en que los guionistas les dicen a los magnates cinematográficos que sus guiones son la próxima Titanic.
Nueve meses después de ese día en el café, lanzaron su compañía nueva el mes pasado.
En una comunidad como Silicon Valley, donde las inversiones de seis y siete dígitos se sortean de forma rutinaria en ideas que a veces tienen éxito pero más a menudo arden y revientan como meteoros, ellas solo conseguían sumas míseras, alrededor de US$400 000 menos de los US$525 000 que esperaban en capital presemilla.
Sin embargo, hay una cosa que les falta a estas dos fundadoras, y que es casi el sine qua non de las legendarias compañías nuevas de Silicon Valley. No tienen penes.
Entrevistas que parecen violaciones grupales
Los nombres legendarios de Silicon Valley son bien conocidos y, en su mayoría, los hombres detrás de los grandes nombres se ven así: geeks, en pantalones de mezclilla y playeras, tal vez una sudadera con capucha, tal vez rasurados, tal vez destripados de la universidad, programando desde la pubescencia temprana en el sótano de sus padres de clase media alta. Ellos entran en una firma de capital de riesgo en Sand Hill Road en Menlo Park o el distrito SoMa de San Francisco y salen con un millón de dólares. Pocos años después, si todo sale bien, una oferta pública inicial hace más rica a mucha gente.
La programadora computacional Lauren Mosenthal y su socia, Eileen Carey, llegaron a California atraídas por ese tipo de posibilidad. El único problema con su sueño es que Silicon Valley nunca ha producido una versión femenina de Gates, Zuckerberg o Kalanick. Hay pocas empresarias de alto perfil en el área de la Bahía, pero a pesar del éxito muy visible de titanes corporativas como Meg Whitman, Sheryl Sandberg y Marissa Mayer, quienes firmaron con las compañías después de que estas despegaron, sus filas son relativamente minúsculas.
A pesar de ese hecho desalentador, las dos mujeres pasaron de los 20 a los 30 años dentro de la comunidad masculina del valle, una cultura que ha sido descrita como salvajemente misógina. En proporción inversa a la tecnología vanguardista que la comunidad produce, es asombrosamente retrógrada cuando se trata de las relaciones de género. Busque en Google “Silicon Valley” y “cultura de chicos de fraternidad” y hallará docenas de páginas con artículos y ligas a reconocidos artículos noticiosos, blogs, diatribas extensas, cartas, videos y tweets sobre amenazas de violencia, chistes sexistas y misoginia informal, además de reportes de contrataciones y despidos basados en el género, demandas por acoso sexual en las grandes ligas y un sistema financiero que recompensa a los hombres jóvenes y da migajas a las mujeres.
Allí hubo un joven ejecutivo de una compañía valuada en US$250 millones que se paró enfrente de un público en una conferencia promocionada como diversa y bromeó sobre las “entrevistas cuales violaciones grupales” y cómo él comenzó enviándoles a los directores ejecutivos escurridizos (cuya atención él necesitaba) “fotos de bikinis” de un “calendario nudista” que él hizo de mujeres universitarias. Es el tipo de lugar donde uno de los “solteros más cotizados” del valle, Gurbaksh Chahal —un empresario con compañías valuadas en cientos de millones de dólares— se ve en un video de seguridad doméstica golpeando a su novia durante media hora (él no puso un pie en la cárcel, se declaró culpable de un delito menor y recibió 25 horas de servicio comunitario y tres años de libertad condicional). Es una comunidad en la que los tweets universitarios de drading (intoxicación con alcohol y drogas) inspirados en el porno de Evan Spiegel, el director ejecutivo de Snapchat, se hacen públicos; donde el historial de violencia doméstica de un director ejecutivo no tiene repercusiones, pero las ejecutivas son despedidas por tweetear sobre los chistes sexistas que oyen. Es un lugar donde las compañías de forma rutinaria llenan los pabellones de conferencias con “nenas- códigos” con ropas escasas, y donde las mujeres son acosadas sexualmente de forma tan rutinaria en las conferencias que los códigos de conducta se han vuelto de rigor, y temas de interminables chistes misóginos en Twitter.
Todavía es el tipo de lugar donde los inversionistas pueden pinchar a las mujeres que les piden financiamiento con pullas como “no me gusta la forma en que piensan las mujeres. Ellas no han dominado el pensamiento lineal”. Así fue como un inversionista rechazó el discurso promocional de Kathryn Tucker de RedRover, una aplicación que ayuda a los padres a encontrar cosas que hacer junto con sus hijos, la cual se ha lanzado desde entonces en Nueva York, San Francisco y Atlanta.
Tres demandas de alto perfil por acoso sexual se presentaron en 2014 en contra de Tinder, la plaza virtual de la cultura de encuentros, y dos de las más grandes firmas de capital de riesgo, Kleiner Perkins Caufield & Byers y CMEA Capital. Las quejas incluían a un alto socio de CMEA por acosar a una serie de asistentes ejecutivas cual personaje de Mad Men, repletas de apodos sexuales, atrapándolas en su oficina y refiriéndose frecuentemente al porno y el vello púbico. En Kleiner Perkins, la exsocia Ellen Pao dice que los socios consentían el acoso y las represalias de un compañero socio, y excluían a las mujeres de las cenas con clientes porque ellas “matan el ambiente”. En Tinder, un cofundador (y exnovio) envió textos abusivos y le quitó su título a la cofundadora Whitney Wolfe porque, alegó ella, él le dijo que tener una mujer en la junta directiva “hace que la compañía parezca un chiste”. Tinder y CMEA llegaron a un acuerdo bajo términos confidenciales a los pocos meses. Ese socio de CMEA ya no está con la firma, y Tinder suspendió temporalmente al ejecutivo involucrado. La demanda presentada por Ellen Pao —quien ahora está en Reddit— entrará a juicio la primavera próxima. Kleiner Perkins ha negado las acusaciones y declaró que Pao “torció los hechos y eventos con la intención de crear reclamos legales donde no existen”.
No sería una exageración decir que una línea del frente, si no es que la trinchera de la guerra mundial de género, está en Silicon Valley. En ese sentido, la cultura de Silicon Valley hace eco de la cultura de El Lobo de Wall Street en las décadas de 1980 y 1990. Pero mientras que Wall Street parece haberse amansado —gracias a las demandas y la diversidad de consultores en cada esquina—, en Silicon Valley la misoginia continúa sin cesar. Una combinación de esa muy tradicional cultura lobuna de Wall Street entre el club de chicos del norte de California y los muchachos-hombres socialmente torpes que a los hombres de dinero les gusta financiar ha creado una atmósfera particularmente tóxica para las mujeres en Silicon Valley.
Esto importa por decenas de miles de razones, pero en el ámbito más amplio, ya que la tecnología digital es la Revolución Industrial de nuestra época, las fortunas que se hagan fortunas y los modelos empresariales y las culturas corporativas que se formen ahora se quedarán con nosotros por un siglo, y las mujeres en gran medida están quedando al margen. Zuckerberg, Gates, Thiel, Musk, estos son nuestros Carnegie, Morgan y Rockefeller, cuyos nombres estarán en alas de museos y salones universitarios dentro de 100 años. Y no hay una fémina entre ellos.
Los capitalistas de riesgo a menudo culpan a la escasez de mujeres que se gradúan en computación, matemáticas e ingeniería, pero eso es solo parte del asunto. Como escribió Jodi Kantor en un artículo para The New York Timesen el que rastrean los destinos de la generación de 1994 de Stanford, muchas mujeres con tales grados simplemente los abandonaron, mientras que sus pares masculinos pasaron a hacer fortunas cuando estalló internet.
Un informe reciente sobre empresarias hecho por la Fundación Kauffman, identificó los principales retos del emprendimiento femenino. Los investigadores entrevistaron a 350 empresarias, y la mayoría citaron la “falta de asesores disponibles” como el primero en la lista. El abandono profesional entre las mujeres es solo una de las razones de la escasez de mentores para las jóvenes. Otra es que las mujeres que se quedan en el juego conforme se acercan a sus 40 años podrían verse menos sometidas al acoso sexual que sus pares más jóvenes, pero son marginadas por la virulenta discriminación por edad en la industria que en especial —pero no únicamente— afecta a las mujeres.
Las mujeres que pretenden hacer carrera en la tecnología están furiosas. Un grupo escribió una mordaz “Carta Abierta a la Tecnología” el año pasado, para quejarse de los “correos electrónicos violatorios” regulares y la exclusión profesional.
Shanley Kane es una joven observadora de la industria tecnológica y fundadora de Model View Culture, un sitio en la red mordaz y muy leído que expone y execra de forma rutinaria la dominancia blanca entre los programadores masculinos. En una entrevista con MIT Technology Review en diciembre, ella dijo que los capitalistas de riesgo hablan sobre la necesidad de interesar a las niñas de 10 años en la ciencia con el fin de aumentar la cantidad de mujeres que ellos financiarán, pero no financian a las que ya están en la industria. “No nos contratan, y no nos ascienden, y sistemáticamente nos sacan de la industria”, dijo ella.
Al preguntarle qué deberían hacer las mujeres, Kane no fue alentadora: “No tengo muchos consejos. No hay gran cosa que uno pueda hacer para evitar que su carrera sea aplastada por la misoginia”.
Patear vidrio
Toda compañía nueva exitosa empieza con un problema, seguido de una solución y un cálculo de cuánta gente pagará por ella. Carey y Mosenthal están bien versadas en los problemas que enfrentan las mujeres en la tecnología, y así es como concibieron la idea para su compañía nueva, que ellas llaman Glassbreakers (rompedoras de vidrio).
Glassbreakers es una plataforma de orientación hecha por pares para las compañías que quieran conservar y promocionar a las mujeres, y también es para individuos porque empareja a las mujeres en la misma profesión con otras mujeres en niveles relativamente similares para que puedan intercambiar consejos, contactos y habilidades. Basado en un modelo empresarial de “software como un servicio”, depende de un algoritmo que Mosenthal continúa refinando para producir un producto que es un poco como un sitio de citas, emparejando personas por ubicación, metas profesionales, antecedentes y habilidades necesarias. “Glassbreakers es una oportunidad de US$100 millones al año para los inversionistas, dada la cantidad de organizaciones que carecen de los recursos para desarrollar programas de orientación pero que buscan una solución”, dice Carey.
Pero hay un “valor añadido”, como lo dice ella en su discurso promocional a los inversionistas: el desarrollo de una comunidad para mujeres trabajadoras. “Una fuerza laboral femenina más conectada es una más fuerte”, dice ella.
Ese es un valor añadido que le es muy preciado a Carey. Ella proviene de una familia de feministas de la Costa Este de EE. UU., y su tía, Noreen Connell, era miembro de las Feministas Radicales de Nueva York, una líder de la Organización Nacional para las mujeres y camarada en armas de Bella Abzug que en 1974 coescribió un libro de consulta para las víctimas de violación. Carey lleva el nombre de su madre: “Soy Eileen Junior”. Ella admite que rara vez ha sufrido de acoso sexual o incluso un comportamiento sexista. “Las mujeres de nuestra edad esperan feminismo”, dice ella, sentada en un soleado despacho donado en el apartamento de oficinas de Prism Skylabs, una compañía de análisis de ventas al menudeo. “Esperamos que nos traten con igualdad. Esa mierda nunca pasará cerca de mí.”
Pero ella sabe que los prejuicios y el acoso son endémicos en su profesión. Cuando ella oye esas historias, alienta a las mujeres a que las reporten, pero entiende por qué no lo hacen. Ella no tiene tales recelos. “He visto a personas acosar sexualmente a otras personas, y lo he reportado a recursos humanos o sus jefes”, dice ella.
El modelo de orientación por pares de Glassbreakers es diferente del modelo tradicional de orientación, dice Carey. Se enfoca en mitigar el efecto del abandono profesional femenino en las generaciones de mujeres más jóvenes por venir. “La orientación tradicional, establecida en una industria dominada por hombres, es entre gente muy mayor y muy joven. Pero el problema con la fuerza laboral femenina es que hay muchas más pupilas que mentoras. También, la industria de la tecnología está cambiando con tanta rapidez que las mujeres incluso cinco o 10 años mayores pueden tener muy poco uso práctico que compartir con las trabajadoras más jóvenes.”
Alrededor de 1500 mujeres se suscribieron para el lanzamiento del mes pasado, que estuvo restringido al área de la Bahía. Las clientas que se suscriben dan información sobre sus habilidades y metas profesionales, y gracias al algoritmo de Mosenthal, encontrarán tres nombres en su bandeja de entrada y la usuaria decide si hace la conexión. Las dos planean adaptar plataformas de Glassbreakers para las mujeres en otras industrias.
Después de su primera inversión, las mujeres recaudaron US$100 000, incluidos los ahorros personales combinados de ambas con US$15 000 cada una. Carey dice que se reunió con aproximadamente 50 inversionistas potenciales, y si el lanzamiento sale bien, y ella puede demostrar tanto un interés significativo como el hecho de que el producto funciona sin problemas técnicos, este mes ella iniciará su primera “ronda de capital semilla” —la jerga entre las compañías nuevas para referirse a las reuniones promocionales con capitalistas de riesgo con la intención de recaudar suficiente dinero—; ella quiere US$1.5 millones para mantenerse en marcha por 18 meses.
El camino al lanzamiento no fue fácil. Los inversionistas no desembolsaron la meta del capital presemilla. La compañía llegó a la fase de entrevistas de la cotizada incubadora tecnológica Y-Combinator pero no más allá. Carey dice que estos reveses fueron equilibrados con señales promisorias, incluido el apoyo fervoroso de influyentes mujeres mayores, como la mujer que desembolsó su primera inversión.
Ella también llamó la atención de inversionistas masculinos, incluido financiamiento de Ben Para, fundador del Fondo Dominate y previamente de Mashable, quien invirtió US$20 000 en Glassbreakers poco antes del lanzamiento. “He hablado con las mujeres sobre este problema por años”, dice Para. “Muchos hombres menospreciarán esto. Si ellas desarrollan la comunidad, las posibilidades y oportunidades son enormes, en especial para Glassbreakers en los lugares de trabajo.”
Pidiéndolo
“¡Confiamos en las mujeres!”, es un mantra que Carey repite, medio seria, medio sonriente, mientras se prepara para una reunión promocional. La directora ejecutiva Carey hace esto sola; la ejecutiva en jefe de tecnología Mosenthal solo viene cuándo y si los inversionistas quieren hablar de tecnología. Carey dice que tenerlas a las dos en la sala cuando ella pide dinero “rompe la energía”.
Pero pedir dinero no se da con naturalidad, y ese es parte del problema de las mujeres en la tecnología. No todo es sexismo, sino también una cultura en la que las mujeres no fanfarronean con la misma facilidad o presentan el mismo pavoneo para promocionarse en las recaudaciones de fondos que los hombres. Ella y Mosenthal se autoimpulsaron (la jerga entre las compañías nuevas para el autofinanciamiento) por meses. Incluso cuando ella tenía claro su discurso para las promociones, tuvo que ser persuadida en algunas ocasiones. En agosto, ella se reunió en Starbucks con una mujer afiliada a un importante fondo de cobertura. En el transcurso de una hora, Carey explicó la plataforma de Glassbreakers. La mujer, quien invirtió su propio dinero y prefiere permanecer anónima (no quiere involucrar su compañía), claramente “entendió” el problema. En algún momento de su conversación, la mujer aconsejó con gentileza a Carey que era importante salir y pedir dinero.
“Al final de la reunión, ella preguntó con franqueza: ‘¿Vas a pedirme que invierta en tu compañía?’”, dice Carey. “Y yo dije que sí”.
Esa inversionista desembolsó menos de US$10 000, pero dice que le gusta Glassbreakers como promesa empresarial debido a varias iniciativas corporativas, como el compromiso que Intel anunció recientemente de invertir US$300 millones a cinco años en liderazgo y diversidad femenina. “Esa es una tendencia que será muy favorable para una tecnología como Glassbreakers”, dice la inversionista.
El efecto de esa inversión en Carey y Mosenthal fue exponencialmente mayor que la cifra relativamente pequeña en dólares. Dice Carey: “Al día siguiente, renunciamos a nuestros empleos”.
La incomodidad de Carey al pedir dinero no sorprende a Vivek Wadhwa, un inversionista de Silicon Valley, mánager de diversidad y autor de Innovating Women. Wadhwa dice que una confianza vacilante en sí mismas es una de las principales cosas que refrenan a las mujeres. Sin embargo, no se trata solo del dinero. Wadhwa dice que las mujeres no solo son renuentes a exagerar sus logros y metas; habitualmente, les restan importancia. “A menudo tengo que decirles: ¿por qué no te promocionas más?”, dice él. “Cuando instruyo mujeres, les digo cuán maravillosas son. Las mujeres no harán las proyecciones ridículas sobre sus compañías que los hombres harían. Ellas no dirán las cosas en verdad estúpidas que los nerds sí dicen. Ellas son mucho más realistas, prácticas y humildes.”
Selectividad de género
Ningún grado de confianza cambia el hecho de que los grandes capitalistas de riesgo en el valle son casi todos hombres. Los cinco principales no tienen altas socias femeninas, y los socios de los capitalistas de riesgo son 96 por ciento hombres. Hace 20 años, los socios eran 97 por ciento hombres.
Una nueva generación de millennials que comienzan sus compañías difícilmente ha cambiado el sistema. Algunos de los hombres más ricos en el club de los Nuevos Multimillonarios son Peter Thiel (quien financió a Zuckerberg) y David Sacks, dos hombres que pasaron sus años de formación en Stanford en la década de 1990 escribiendo diatribas extensas antifeministas en sus periódicos escolares. Según Kantor en The New York Times: “En las páginas de The Review [de Stanford], ellos definieron el feminismo en términos negativos: alarmista, acusador de los hombres, ciego a las diferencias biológicas inherentes. Las feministas ‘ven falocentrismo en todo lo que es más largo que ancho’, escribió el Sr. Sacks. ‘Si eres hombre y heterosexual en Stanford, tienes sexo y entonces te friegan’.”
Hablando del Times, Sacks se arrepintió de sus diatribas universitarias contra los gays, pero no parecía demasiado preocupado por sus obras de juventud dirigidas a las mujeres, ni al estatus de sus condiscípulas, la mayoría de las cuales abandonaron el negocio.
Los capitalistas de riesgo no financian mujeres. Según un estudio del Babson College, solo 2.7 por ciento de las 6517 compañías que recibieron financiamiento de riesgo de 2011 a 2013 tenían directoras ejecutivas. A la par, el informe Kauffman halló que las compañías nuevas administradas por mujeres producen un 31 por ciento más de rendimientos sobre la inversión que las compañías nuevas administradas por hombres.
Un problema con el sistema dominado por los hombres es que los socios principales casi nunca han estado expuestos a las mujeres como pares profesionales. Su interacción con las mujeres está limitada a sus esposas e hijas, y tal vez a sus asistentes ejecutivas.
Los capitalistas de riesgo que no tienen pares profesionales femeninos son especialmente difíciles a la hora de promocionarles productos que sirven al mercado femenino. “Docenas de veces, las mujeres han venido y me han dicho: Fui a promocionarnos con una firma y qué oigo una y otra vez: ‘Oh, iré a casa y le preguntaré a mi esposa al respecto’,” dice Trish Costello, empresaria y fundadora de Portfolia, una plataforma de inversión en capital de riesgo diseñada para mujeres. Ella también es directora ejecutiva emérita y cofundadora de Kauffman Fellows, domiciliada en Palo Alto, y que es un instituto global de instrucción para capitalistas de riesgo.
Un eminente inversionista de capital de riesgo en una de las principales firmas de California, quien pidió no ser identificado porque no quiere que su compañía sea “señalada”, llamó “bochornosa” la ausencia de socias pero dijo que se relaciona directamente con los porcentajes menores de mujeres graduándose en las escuelas de ingeniería. “No hay duda de que la diversidad de opinión se suma a la perspicacia del grupo”, dijo él. “Una de las razones comerciales más apasionadas que tenemos para expandir la inversión para incluir a un puñado de mujeres es que ellas a menudo no están representadas en la dinámica de la sociedad alrededor de la mesa el lunes cuando discutimos las ideas de inversión.”
Pero el inversionista insistió en que el potencial, no el género, es la clave de cuáles ideas, de las 10 000 que le son promocionadas a su firma cada año, terminan entre las 12 que reciben financiamiento. Él añadió que, de esas promociones, 20 por ciento provienen de empresarias, lo cual, dijo él, se ajusta con el porcentaje de mujeres en programas de ingeniería. El inversionista es parte de las juntas directivas de dos firmas administradas por mujeres que su compañía financió, y ambas directoras ejecutivas piensan que enfocarse en su género es “ser condescendiente”.
Este es un tema tan delicado para todas las sociedades enteramente masculinas que pocos inversionistas quieren discutirlo, ya sea oficialmente o no. Una portavoz de Andreessen Horowitz se negó a comentar, y la firma de Peter Thiel, el Fondo Founders, no respondió a los mensajes.
Para ser justos, hay muchas razones por las que Glassbreakers podría no resultarle atractiva a un Fondo Founders o Andreessen Horowitz, o cualquiera de las docenas de otras sociedades de capital de riesgo enteramente masculinas en Sand Hill Road en Menlo Park, razones que no tienen que ver con prejuicios sexistas. Es poco probable que sea un Facebook, o incluso un Houzz, el sitio de remodelación de casas lanzado por un matrimonio israelí, financiado por Sequoia y ahora valuado en US$2300 millones. Glassbreakers tiene por definición “selectividad de género”, y por lo tanto excluye a 50 por ciento de los usuarios potenciales. También presume que muchas mujeres sienten la necesidad de una orientación femenina, cuando de hecho hay muchas probabilidades de que haya una cantidad significativa de mujeres trabajadoras pensando que la van llevando lo bastante bien sin el consejo de otra mujer.
Dicho esto, si el lanzamiento de Glassbreakers muestra que hay un mercado para el producto, es casi seguro que tendrá una vida más larga que Red Swoosh, una empresa para compartir archivos de Travis Kalanick y ahora olvidada, a la que los capitalistas de riesgo le arrojaron millones, y la cual, cuando se vendió por US$19 millones, le permitió a su joven fundador comprar una mansión en San Francisco y Uber.
Si el equipo de Glassbreakers fracasa en los próximos 18 meses, las probabilidades serán mucho peores para ellas que para los hombres que no recibirán más financiamiento. Wadhwa a menudo habla de la importancia del “reconocimiento de patrones” entre los capitalistas de riesgo. Los banqueros simplemente tienen una idea de cómo se ve el fundador de una compañía nueva exitosa, y las mujeres jóvenes como Carey y Mosenthal simplemente no encajan.
“Las mujeres no se ven como ganadoras. Así que no pueden fallar, mientras que los chicos del club sí pueden”, dice Wadhwa.
Para evitar esto, Carey ha investigado las firmas de capital de riesgo a las que se acercará, buscando aquellas que han financiado otras compañías iniciadas por mujeres, y asegurándose de que tengan alguna mujer en puestos altos y de toma de decisiones. “De los capitalistas de riesgo de quienes hemos tenido el mayor compromiso, tres son firmas lideradas por mujeres”, dice Carey.
La brecha de financiamiento entre los empresarios y las empresarias es enorme. Es típico que los capitalistas de riesgo financien mujeres con los niveles más bajos: US$100 000. El estudio Kauffman halló que la mayoría (casi 80 por ciento) de las empresarias no obtuvieron capital de riesgo pero usaron sus ahorros personales como su principal fuente de financiamiento. Carey halló una red de mujeres, algunas de las cuales son o han sido capitalistas de riesgo o que han iniciado compañías. Entre la sabiduría que comparten hay una que es antitética con el fanfarrón director ejecutivo de una compañía nueva que está seguro de ser el siguiente Zuckerberg. “Al hablar con estas mujeres, aprendimos que debes pedir”, dice Carey. “No pretendas que sabes algo. Si eres honesta sobre lo que no sabes, la gente será más receptiva.”
Pero el consejo que más le molesta, dice Carey, tiene que ver con cómo lidiar con su propio género. “Somos muy afortunadas y no hemos enfrentado discriminación en nuestras vidas”, dijo Carey de sí misma y Mosenthal. “Nunca me han dicho que no sería capaz de hacer algo o que sería más difícil hacerlo porque soy mujer. Así que me extraña pasar por esta experiencia y que me digan que por ser mujer nos será más difícil recaudar fondos. La parte más difícil ha sido oír eso y digerirlo y aceptar que nuestro género sería una barrera para entrar. Nunca pensé que sería así de real.”
“Esto en verdad pasó”
Lista para hacer su primera ronda de financiamiento, Carey está muy consciente de las peores cosas que le pueden suceder a una mujer joven que busca dinero para una compañía nueva. Las historias son demasiadas; de hecho, toda empresaria que ha andado por Silicon Valley tiene una. Por cuestiones de brevedad, le presentamos una de la empresaria y capitalista de riesgo Heidi Roizen.
Al principio de su carrera, Roizen trabajaba “en un acuerdo que definiría la compañía” —involucrando, potencialmente, millones de dólares— con un importante fabricante de PC. “El alto vicepresidente del fabricante de PC que había sido fundamental en la elaboración del acuerdo sugirió que él y yo lo firmásemos durante una cena en San Francisco para celebrar”, ha escrito Roizen. “Cuando llegué al restaurante, hallé un poco incómodo el sentarme en una mesa para cuatro pero estar en asientos contiguos, pero era un restaurante francés y ese parecía ser el estilo, así que me senté. Nos trajeron vino y brindamos por nuestro gran futuro juntos. Más o menos a la mitad de la cena, él me dijo que también había traído un regalo, pero estaba bajo la mesa, y si por favor podía prestarle mi mano para que pudiera dármelo. Le acerqué mi mano, y él la colocó en sus pantalones con el cierre abajo”.
“Sí, esto en verdad pasó”, dijo ella
Toda empresaria de Silicon Valley que habló con Newsweektiene una historia más o menos similar, variando solo en el grado de descaro. Una joven había trabajado por un año en una compañía nueva con un mentor financiero mayor. Cuando ella estaba lista para una ronda de financiamiento, él la llevó a cenar; una reunión en la que ella esperaba que le presentaran a capitalistas de riesgo o le dijeran cuáles había organizado él para que ella las visitase. Más bien, con vino, él le confesó que tenía una crisis de la edad madura y estaba enamorado de ella. Ninguna financiera iba a venir.
Roizen se quedó en el negocio y ahora es una de las empresarias legendarias de la industria. Wadhwa dice que las mujeres deben acercarse a los capitalistas de riesgo con precaución y conocimiento: “Las mujeres no lo captan. Las jóvenes no parecen entender que la razón por la cual les regresan las llamadas con tanta facilidad y reciben cantidades pequeñas de financiamiento es que están tratando con hombres hambrientos. Estos son pervertidos asquerosos. Algunos de ellos solían ser mis amigos, patanes sexistas. Y yo sé cómo hablan tras puertas cerradas”.
Para evitar esto, Carey se tiñó su cabello rubio de castaño apagado y bajó el dobladillo de sus vestidos, no los subió. Ahora se reúne con inversionistas solo después de investigarlos u obtener referencias de otras mujeres. “Los investigamos por arriba, abajo y en medio. No aceptamos reuniones con copas. Sí conozco a un tipo que recaudó un millón de dólares y se emborrachaba hasta perderse con el capitalista de riesgo todas las noches. Así no es como trabajamos nosotras”.
Carey dice que la menor insinuación sexista mina su confianza. “Cuando un inversionista me besa en la mejilla al salir, me siento como una mierda por semanas.”
Viagra pero no abortos
Las mujeres de Glassbreakers están lanzando un producto para mujeres, diseñado para resolver un problema que las mujeres entienden mejor que los hombres, en un sector económico que tradicionalmente ha producido productos desarrollados por las mentes de hombres jóvenes para hombres jóvenes. Es indiscutible que los hombres jóvenes blancos de clase media alta han aplicado las nuevas tecnologías para hacer cosas que reflejen sus deseos y su cultura y se los impusieron al mundo. Las mujeres que se quejan de los videojuegos sexistas reciben amenazas de muerte de legiones de muchachos fanáticos condicionados en sus años de formación por el controlador de Xbox para creer que es su derecho rescatar —o tal vez asaltar— a damiselas en peligro con cinturas de avispa y medio desnudas. Y el anonimato de internet ha resultado ser relativamente más amenazador para las mujeres.
Ninguno de estos efectos adversos es deliberado, pero están integrados en los diseños y productos creados casi enteramente por un género. Por ejemplo, en fecha tan reciente como 2011, Apple hizo una Siri que podía hallar prostitutas y Viagra pero no proveedores de abortos.
Al reseñar la película La red social, la autora Zadie Smith escribió que todo sobre Facebook está “reducido al tamaño de su fundador. A través de un agujero, porque eso es lo que los muchachos tímidos hacen con las muchachas a quienes les da miedo hablarles”. Finalmente, escribió ella, La red social no fue “un retrato cruel de alguna persona en el mundo real llamada ‘Mark Zuckerberg. Es un retrato cruel de nosotros: 500 millones de personas conscientes atrapadas en los recientes pensamientos negligentes de un estudiante de segundo año en Harvard”.
Frustradas, las mujeres en Silicon Valley parecen estar segregándose a sí mismas en fondos de riesgo solo para mujeres o iniciando fondos con selectividad de género.
Costello dice que las demandas por acoso sexual y la conversación pública sobre los interminables eventos desagradables son una señal de que las cosas están cambiando. “Estamos en un momento de cambio importante. No ha habido otro momento en el que las mujeres han estado mejor educadas, obteniendo una mayoría de las licenciaturas y posgrados y trabajando en cantidades iguales en casi todas las profesiones. El control de la riqueza personal es más o menos igual, conforme los hombres nacidos en la posguerra mueren antes y las mujeres heredan dinero de sus padres y maridos y tienen sus propios activos derivados de su trabajo. Si podemos tener acceso al 2 por ciento de ese dinero controlado por mujeres, no tenemos que estar rogando en Sand Hill Road”.