Vladimir Putin sabe cómo hacer amigos e influir en las personas. Se requiere encanto, un poco de sentimiento antiestadounidense, una porción de ideología conservadora de valores familiares, cierta atmósfera de líder con visión de futuro y, por supuesto, dinero. En los años recientes, el Kremlin ha estado muy ocupado desplegando todas estas tácticas y otras para atraer, o en algunos casos alquilar, aliados en toda Europa. Ahora que Occidente se une contra Rusia, el Kremlin ha ordenado la expansión de esa campaña. Con la economía de Rusia en picada debido a las sanciones de la Unión Europea y Estados Unidos y los precios del petróleo en caída libre, poner a occidentales influyentes del lado de Rusia se ha vuelto esencial desde el punto de vista político y económico.
“En general, el plan es tener una forma de subvertir la unidad europea y, en última instancia, la unión euroatlántica”, señala Peter Pomerantsev, autor de Nothing Is True and Everything Is Possible (Nada es verdad y todo es posible), un estudio del mundo de la propaganda del Kremlin.
A pesar de la anexión de Crimea, una sangrienta guerra separatista de seis meses en el oriente de Ucrania y de las medidas represivas contra homosexuales, periodistas y adversarios en el país, Rusia todavía tiene algunos amigos europeos poderosos. El presidente checo Milos Zeman ha condenado las sanciones de la Unión Europea contra Rusia y ha dicho que el conflicto en Ucrania es una “guerra civil”; el expresidente francés Nicolás Sarkozy, que aún dirige el poderoso partido de centroderecha UMP, dijo a principios de este mes que Europa debía aprobar oficialmente la cesión de Crimea a Rusia. El primer ministro nacionalista de Hungría, Viktor Orban, cree que los “vientos ideológicos predominantes” de Europa “soplan desde Oriente”, y considera a Rusia como un modelo político ideal para un “estado liberal”, que él admira. Orban dio la bienvenida a Putin en Budapest este mes, a pesar de los miles de manifestantes pro europeos que marcharon simbólicamente de la estación ferroviaria oriental de Budapest hacia la occidental.
Quizá lo más curioso de todo es que el nuevo gobierno de izquierda radical de Grecia, dirigido por Syriza, irritado por las restricciones económicas de la Unión Europea, ha recurrido a la derecha de Rusia como su salvadora. “Si no hay ningún acuerdo [con la Unión Europea], entonces tendremos que recurrir al plan B”, declaró recientemente Panos Kammenos, el ministro de Defensa de Grecia. “Tenemos otras formas de conseguir dinero. Podría ser Estados Unidos en el mejor de los casos, podría ser Rusia, podría ser China.” De acuerdo con Nikos Chountis, el asistente del ministro de Relaciones Exteriores de Grecia, Moscú ya se ha ofrecido con “propuestas, a las que yo llamaría ofertas, para el apoyo económico”.
Rusia ha estado cortejando al partido Syriza durante algún tiempo. En mayo de 2014, Alexis Tsipras, actualmente primer ministro de Grecia, fue recibido en Moscú como huésped de honor por Valentina Matviyenko, presidenta de la Cámara Alta del Parlamento de Rusia. Desde entonces, Tsipras ha hecho eco del argumento del Kremlin de que el gobierno de Ucrania está compuesto por “fascistas y neonazis”, ha apoyado los referendos separatistas en Ucrania oriental, y este mes volvió a manifestar la oposición de Grecia a la imposición de mayores sanciones europeas contra Moscú. Nikos Kotzias, excatedrático de la Universidad de El Pireo y actual ministro de Relaciones Exteriores de Grecia, coincide con el filósofo ruso Alexander Dugin, cuya doctrina del “eurasianismo” combina una filosofía mística antioccidental con el ultranacionalismo ruso. En diciembre de 2014, un grupo de piratas informáticos rusos, llamado Shaltai Boltai, dio a conocer varios correos electrónicos en los que se liga a los líderes de Syriza con Dugin y el oligarca ruso Konstantin Malofeyev, quien ha financiado el movimiento separatista en Ucrania.
Los nuevos amigos de Rusia provienen de una amplia (y desconcertante) variedad de orígenes. Pero todos tienen dos cosas en común: un desdén hacia la Unión Europea y una aversión a la hegemonía estadounidense. La mayoría de ellos también son conservadores sociales. “Cualquier persona, desde Venezuela hasta China, que crea que Occidente ha degenerado y está podrido por la homosexualidad, considera a Putin como su modelo a seguir”, afirma Daniel Hannan, un prominente miembro euroescéptico del parlamento europeo (MPE) del sureste de Inglaterra.
Algunos, como Zeman, de setenta años de edad y quien habla fluidamente el idioma ruso, son viejos comunistas que se han hecho amigos de los nuevos capitalistas de Rusia. El Partido de los Derechos Ciudadanos de Zeman, por ejemplo, fue apoyado abiertamente por Martin Nejedly, el representante checo de la compañía rusa Lukoil. Y las ediciones rusas de los libros de Zeman fueron publicadas por una casa editorial apoyada por Lukoil, de acuerdo con una revelación del semanario Respekt.
Sin embargo, la mayoría de los partidarios del Kremlin está del otro lado del espectro ideológico. Gabor Vona, por ejemplo, líder del partido Jobbik de extrema derecha de Hungría, dice que su misión es “liberar a Hungría de la esclavitud euroatlántica… y expulsar la política cultural y la influencia liberal del sector público”. Ha elogiado a Putin por defender y luchar a favor de “los valores familiares tradicionales, la moral cristiana y nuestra herencia eurasiática común”, y afirma que la Unión Europea apoya “la limpieza étnica entre las personas rusoparlantes en Ucrania”. Vona trabajó como empresario en Rusia durante quince años y su esposa es rusa.
“El fortalecimiento de Jobbik es útil para Moscú”, dice Peter Morvay, un analista político del canal de televisión húngaro ATV. “Es una situación de ganar-ganar.” El partido Fidesz, del primer ministro Orban, ya es pro ruso, y Jobbik lo es aún más. “Putin está echando el ojo a Vona como un posible futuro socio que podría hacer que Hungría salga de la Unión Europea”, dice Morvay. Esto es poco probable: el partido tiene una puntuación de alrededor de 20 por ciento en las encuestas. Y en mayo de 2014, el partido sufrió un duro golpe cuando el gobierno húngaro trató de revocar la inmunidad parlamentaria a Béla Kovács, un MPE de Jobbik, para acusarlo de espiar a favor de Rusia y de aceptar contribuciones ilegales por parte de ese país para su campaña política. (Kovács negó los cargos y su inmunidad no le fue retirada.)
El Frente Nacional de Francia, de extrema derecha, está mucho más cerca del poder y su popularidad crece día con día. Apoya a Putin, y el año pasado, el partido aceptó al menos 9 millones de euros en préstamos avalados por Rusia, incluyendo 2 millones de una empresa chipriota propiedad de Yuri Kudimov, un exoficial de la KGB que fue también director de VEB Capital, un banco ruso propiedad del Estado. La lideresa del partido, Marine Le Pen, describió los préstamos como “perfectamente legales”, y dijo que el partido recurrió a Rusia después de ser rechazado por bancos occidentales. Bernard Monot, un MPE del Frente Nacional y consejero económico de Le Pen, dijo que el apoyo de hasta 50 millones de dólares, ocho veces el presupuesto anual actual del Frente Nacional, se había analizado con los bancos rusos. Le Pen también ha hablado abiertamente contra las sanciones rusas, al tiempo que insiste en que “obtener un préstamo no determina nuestra postura internacional”.
La lista de partidos apoyados por Rusia continúa. De acuerdo con el sitio web Political Capital, de los veinticuatro partidos populistas de derecha que ocuparon aproximadamente la cuarta parte de los escaños del parlamento europeo en las elecciones de mayo, quince habían sido “prometidos” a Rusia. El Departamento de Estado de Estados Unidos sospecha que el partido Ataka de Bulgaria, de extrema derecha, que fue uno de los organizadores de las protestas anti-OTAN en Sofía este mes, tiene lazos con la embajada rusa en Sofía, de acuerdo con cables confidenciales publicados por WikiLeaks. Joerg Haider, el fallecido líder del Partido Libertad de Austria, ha sido mencionado por fiscales austriacos en un millonario escándalo de concesión de permisos de residencia a cambio de sobornos, en el que estaban involucrados hombres de negocios rusos. Incluso Nigel Farage, líder del antieuropeo Partido Independencia del Reino Unido, dijo que Putin era “el estadista al que más admiro” y argumentó que la Unión Europea “apoyó directamente el alzamiento [euromaidán] en Ucrania” que, “a su vez, hizo reaccionar a Vladimir Putin”.
“Para muchas personas, es un caso de ‘el enemigo de mi enemigo es mi amigo’: la gente que odia la Unión Europea apoya a los enemigos de esta”, dice Hannan. “Por supuesto, es una falla disparatada de la lógica; mire a los euroescépticos que acabaron del mismo lado que los nostálgicos soviéticos en Ucrania. Me sorprende cómo las personas que se llaman a sí mismas nacionalistas pueden subordinar tan rápidamente sus intereses a una potencia extranjera.”
¿Rusia tiene un gran diseño no solo para quebrantar el apoyo de Europa a las sanciones y a la alianza con Estados Unidos, sino también para destruir la Unión Europea? Uno podría pensar así, a partir del sesgo radicalmente euroescéptico de los aliados. Pero, en verdad, los amigos que tiene Rusia actualmente están al margen del poder, mientras que, hace una década, Gerhard Schroeder y Silvio Berlusconi, ambos amigos de Putin, estaban en el corazón mismo de la toma de decisiones en Europa.
Además, aunque muchas de las tácticas de Rusia para adquirir influencia han sido tomadas de algún libro de reglas de la era soviética, el equilibrio de poder entre Rusia y Occidente es muy diferente del que existía hace una generación. “Para que esto pudiera ser una Guerra Fría, Rusia necesitaría ser una superpotencia. No lo es”, señala Brian Whitmore, autor del blog La Vertical del Poder, de Radio Europa Libre. “Moscú necesitaría dirigir un bloque de naciones que disfrute de una paridad aproximada con Occidente. No es así. Y necesitaría ofrecer un modelo alternativo al capitalismo democrático liberal occidental. Tampoco es así.”
En Minsk, Bielorrusia, a principios de este mes, Ángela Merkel, de Alemania, y François Hollande, de Francia, presionaron a Putin. En comparación con otras presiones, se trató de una muy blanda: Putin firmó un cese al fuego en Ucrania oriental, los europeos se retiraron de otra ronda de sanciones económicas más duras, y el gobierno estadounidense suspendió sus planes de enviar armas a Kiev. “No tengo ninguna ilusión”, dijo Merkel, de que el acuerdo fuera algo parecido a una paz duradera, pero había un “rayo de esperanza” de que Europa, al mantenerse unida, podía enfrentar la agresión rusa.
Ahora Putin ha emprendido un claro contraataque, empezando con su visita a Hungría. La principal de sus armas de persuasión es el conocido recurso del gas barato y, en el caso de Hungría, un jugoso acuerdo para construir reactores nucleares diseñados por Rusia. Pero la influencia de los energéticos rusos fue debilitada considerablemente el año pasado, cuando los reguladores europeos bloquearon el proyecto Corriente del Sur, un gasoducto gigante que habría convertido la mayor parte de los Balcanes y Europa Central en clientes leales de Gazprom. Ciertamente, el Kremlin ha logrado un éxito con Chipre, que es miembro de la Unión Europea (“un risiblemente diminuto e insolvente páramo de Levante inundado con dinero sucio ruso”, en opinión de Hannan), que recientemente ofreció a Rusia el acceso a sus puertos y campos de aviación, incluyendo instalaciones militares, a cambio del crédito ruso.
Desde hace mucho tiempo, Rusia ha sido un maestro del antiquísimo arte diplomático de “divide y vencerás”. El consenso europeo actual detrás de las sanciones contra Rusia y la postura inesperadamente dura de Alemania contra Moscú son la excepción, no la regla, en las relaciones Oriente-Occidente. En los próximos meses, Putin hará todo lo posible para engatusar a cualquier aliado occidental que pueda encontrar (o comprar) para volver a la situación de siempre.