“siempreme pareció que era más vulnerable en casa”, escribió Chris Kyle en su libro de 2012, American Sniper: The Autobiography of the Most Lethal Sniper in U.S. Military History, el cual ha vendido un aproximado de 1.6 millones de copias y se ha convertido en una película de Clint Eastwood que se estrenó el 25 de diciembre en EE.UU. “En el extranjero, en despliegue, en la guerra yo parecía invencible”, escribió Kyle. Pero luego una lesión menor, como un dedo del pie roto, le sucedía cuando estaba en casa. “Te quitas tu capa de superhéroe cada vez que regresas a casa después del despliegue”, le dijo Taya Kyle a su marido.
Ella estaba en lo correcto. Kyle no fue derribado en Nasiriya, Faluya o la ciudad al-Sadr. No fue una bomba en carretera lo que lo atrapó, ni un francotirador insurgente. Chris Kyle fue asesinado el 2 de febrero de 2013 por Eddie Ray Routh, un infante de marina sumamente trastornado que era uno de los veteranos a quienes Kyle se dedicó a ayudar. Él llevó a Routh a disparar en Rough Creek Lodge, en las afueras de Dallas, porque Kyle pensaba que los hombres quienes dispararon armas en Irak y Afganistán podrían querer seguir disparando armas en Texas. Él estaba en lo correcto, demasiado en lo correcto. Routh les disparó a Kyle y a otro hombre, Chad Littlefield, dejando así a Taya Kyle sola con dos hijos y demostrando que la premonición de Kyle sobre su vulnerabilidad en EE. UU. era trágicamente correcta.
Gran parte de la película de Eastwood transcurre en el campo de batalla: vemos el mundo reducido a la mira de un rifle, todos los dilemas morales comprimidos en la cuestión de apretar o no el gatillo. Bocabajo en un techo, como casi siempre está, Kyle ruega en un susurro que un muchacho todavía demasiado joven para rasurarse suelte el lanzagranadas de un insurgente muerto. Si él se queda con el arma, es un enemigo y debe ser asesinado. “No veo demasiados grises”, escribió Kyle en su libro, el cual inicia con él asesinando a una mujer determinada a lanzar una granada china a una unidad de infantes de marina que se aproxima. Después de que ella muere, Kyle concluye que las vidas estadounidenses que salvó “claramente valían más que el alma retorcida de esa mujer”.
American Sniper —el libro, no la película— a menudo hurga en este incómodo territorio moral, haciendo que la lucha en Irak parezca menos una campaña militar que una cruzada religiosa. “Salvaje, un mal despreciable. Eso es lo que combatíamos en Irak”, escribe el hombre que los insurgentes llamaron Shaitan ar-Ramadi (el Diablo de Ramadi). Su pronunciamiento ciertamente suena mesiánico. Pero muchos en la administración de Bush sentían exactamente lo mismo.
Timothy Murphy subió a un árbol y colocó su rifle. A 274 metros de distancia estaba el general brigadier Simon Fraser, y Murphy tenía órdenes de matarlo. Murphy no alcanzó a Fraser con su primer disparo, ni con el segundo. Pero el tirador de Pensilvania hirió de muerte a Fraser con un tercer tiro, y él murió a la mañana siguiente.
Esta escena aconteció el 7 de octubre de 1777, durante la Segunda Batalla de Saratoga, de la Guerra Revolucionaria de EE. UU. La lucha fue ganada por los estadounidenses y se convirtió en la base de la leyenda de “Sure Shot Tim” (Tiro Seguro Tim), a quien Andy Dougan llama “un precursor del francotirador moderno” en Through the Crosshairs: A History of Snipers. Murphy era “un hombre que usa su habilidad mortal como tirador para alcanzar comandantes oponentes y destruir la moral del enemigo”.
Los 1º Tiradores de Precisión de Estados Unidos fueron formados durante la Guerra Civil, por el coronel Hiram Berdan. “No tenemos adiestramiento ni piquete”, anunció él. “Nuestra guerra es como la guerrilla o los indios… Ustedes tienen el privilegio de recostarse en el suelo mientras disparan, eligiendo su posición. No hay comandante mientras disparan”. Para finales de septiembre de 1861, él tenía 1392 hombres bajo su mando, así como el permiso de formar un segundo regimiento.
La imagen mítica del francotirador ofrecida por Berdan ha perdurado. Él es un solista, un minimalista, un taciturno asesino independiente que acecha en los bordes oscuros del combate caótico. Durante la Guerra de Vietnam, donde el terreno irregular hizo obsoleta la guerra tradicional, los francotiradores parecían tener una ventaja táctica sobre la infantería regular. “Uno no elige al primer pavo que aparece en tu campo de tiro”, aconsejaba el capitán Jim Land, quien entrenaba francotiradores en Hawái. “Sé que como soldados de infantería les era fácil sentirse justificados al matar al enemigo cuando este los atacaba; él trataba de matarlos… Como francotiradores, no tienen ese lujo. Ustedes matarán al enemigo cuando este no tenga conciencia de su presencia… En cierto sentido, ustedes lo asesinarán con premeditación.”
El historiador militar Adrian Gilbert una vez llamó al francotirador “el máximo cazador en un juego donde la presa dispara de vuelta”, una descripción que seguramente le gustaba a Kyle. Oriundo del norte-centro de Texas, Kyle escribió: “siempre amé las armas, siempre me encantó cazar”. Tuvo varias peleas en la escuela, aunque afirma que “no comencé la mayoría de ellas”. Después de la preparatoria, entró y salió de la universidad por rachas, luego trabajó como peón de rancho. En 1999, hizo lo que desde hacía mucho anhelaba y se alistó en la Marina, con el tiempo formando parte del equipo SEAL (fuerzas especiales). No presume de haber sido el mejor tirador de su clase. Pero era lo bastante bueno para convertirse, con el tiempo, en francotirador.
Jeremy A. Mitchell, quien sirvió como francotirador del Ejército en la traicionera provincia de Kunar en Afganistán, me dijo que ser francotirador era una “posición codiciada”. Pero también era una difícil, recuerda él. “Te recuestas en el mismo lugar por días”, observando los movimientos del enemigo. Mitchell pasaba horas sin bañarse ni cambiarse. “A merced de los elementos todo el tiempo”, recuerda él. “Simplemente te fatigas.”
Lo genial de la historia de Chris Kyle es que tiñe la guerra con una especie de lustre glamoroso, convirtiendo las privaciones que Mitchell describe en el material en una leyenda del macho estadounidense. Su libro fue claramente escrito para una generación criada con el PlayStation, el Red Bull y las películas de Vin Diesel. “Carajo, pensé para mí, esto es grandioso”, escribió él. “Puta si amo esto. Es estresante y excitante y puta si lo amo.” También era bueno en ello, con 160 muertes en su haber. Pero es difícil imaginar un sentimiento similar en un soldado de infantería de la Segunda Guerra Mundial que liberó Buchenwald, o de un soldado de infantería más contemporáneo que pasó un año miserable vadeando los sangrientos campos de arroz en Da Nang.
Brian Van Reet, un veterano que sirvió en Irak, ha acusado a Kyle y a otros de promulgar el género de las “memorias asesinas”, en el que los horrores de la guerra son tratados con una jactancia alegre, sin complicaciones, rumsfeldiana. Los autores como Kyle, escribió él en The New York Times, “[ofrecen] el espectáculo de muchas muertes y terroristas retorciéndose en el suelo como prueba de que estamos ganando. O si no exactamente eso, entonces prueba de que hemos infligido un daño serio”. Van Reet, quien ahora es un escritor, leyó American Sniper pero todavía no ha visto la película. Él me dijo que pensaba que Kyle era “un embellecedor” y que la película basada en sus memorias es para la “gente a quien le gusta Toby Keith”, el patriótico cantante country de voz áspera.
No me gustan las canciones de Toby Keith, o para el caso, ninguna música country excepto esa canción de Garth Brooks sobre tener amigos en barrios bajos. No obstante, hay mucho que admirar en la película que hizo Eastwood.
Para empezar, la versión fílmica de Chris Kyle es mucho más agradable que la del libro, incluso si esta última es más fiel a la vida real. Bradley Cooper, quien interpreta a Kyle, podría hacer que casi cualquiera parezca el tipo de persona que quieres como cuñado. Él capta la fanfarronería de Kyle, a la vez atrayente y amenazante, pero dota al personaje de profundidad. Es algo casi como una ingenuidad, una cualidad agradable de perdón-solo-soy-un-muchacho-de-Texas-haciendo-mi-trabajo.
Sienna Miller también está excelente, como la fiel pero descarada Taya Kyle, aunque está poco aprovechada.
Las escenas de batalla son poemas de polvo y sangre. Eastwood ha hecho una gran película de combates; sin embargo, una gran película de guerra hubiera necesitado más de Kyle en casa, tratando de hallar su propósito en el mundo civil, luchando con el alcohol, sintiendo que el sagrado matrimonio se le escapa de las manos. Mientras está de licencia, lo sobresalta el sonido de una podadora. En ese momento, Cooper transmite de manera competente la angustia interna de su personaje, la mala vibra que trajo de vuelta del macabro escenario de la guerra; Eastwood pudo haber hecho más con ese destello de dolor. Y también con Routh, a quien solo vemos en la secuencia final de la película. La muerte de Kyle es tratada casi como una ocurrencia tardía, aunque la secuencia de créditos, la cual muestra metraje real de su cortejo fúnebre a través de Texas, es bastante emotiva porque es muy real.
Tal vez lo que incomoda a algunos con respecto a Kyle es que él nos recuerda quién entabla nuestras guerras. “Ustedes viven en un mundo de ensueño”, dijo él una vez a un reportero. La inferencia es que él, Kyle, no vivía ahí. Eastwood nos obliga a dejar el cómodo mundo de ensueño por alrededor de dos horas, pero mientras todavía nos atiborramos de palomitas de maíz y sodas. Luego podemos regresar a nuestras vidas, sin tener que volver a pensar en Muqtada al-Sadr.
“Ni siquiera está en las noticias”, se queja Kyle con Taya durante un período de vuelta en casa. “A nadie le importa.” Esto debió ser una consternación para alguien que sentía la importancia cósmica de lo que hacía. Incluso esos soldados que no comparten la visión religiosa de Kyle del conflicto, resienten profundamente la apatía en casa. “[No hubo] ningún intento del gobierno de hacer un llamado por algún sacrificio nacional”, me dijo Van Reet. “Aparte de pedirle a la gente que saliera y comprase más, no hubo esfuerzo.”
Indefectiblemente, tanto la derecha como la izquierda usarán American Sniper, aunque la película es mucho menos susceptible a las manipulaciones políticas que el libro en la que está basada. Pero ¿cuándo eso ha detenido a alguien? Ya un articulista del liberal Guardian ha escrito un texto tachando a Kyle de “asesino lleno de odio”, mientras que un crítico de tendencia derechista en el New York Postalabó a los SEAL de la armada allí retratados por ser “una clase de hombres en la que está contenida una esencia destilada del espíritu estadounidense”.
Algunos seguramente irán a ver la película porque son fans de Chris Kyle y lo que él representa, el machismo vaquero de las llanuras tejanas. Y otros la evitarán por la misma razón. Pero tanto la devoción ciega como el rechazo absoluto no entienden el punto. Las guerras son suyas, sea que les gusten o no.