Los recientes ataques en París son símbolos
de una fisura social en auge y de una profunda esclavitud ideológica que ponen
en alerta el concepto de ciudadanía emanado de esa nación a partir de la revolución
de 1789. En donde ser ciudadano francés aparece como una identidad superior a
cualquier otra, y que da origen a los lazos de fraternidad que unen a los connacionales.
Hoy puestos en jaque.
Los ataques del pasado 7 y 10 de enero en
contra de la revista Charlie Hebdo y la toma de rehenes en una tienda judía ocurrieron
en un momento delicado en que el rol de las minorías musulmanas es el tema de
un fuerte debate. Especialmente después de la publicación de una novela en la
que Francia es gobernada por un presidente musulmán, y de que el Partido del
Frente Nacional —liderado por Marine Le Pen— ha obtenido niveles marca de popularidad.
Convirtiéndose en un serio contendiente para las elecciones de 2017. Paralelo a
esto, cabe remarcar que los actos cometidos por los hermanos Said y Cherif
Kouachi son la expresión de la más profunda esclavitud ideológica en la que
pueda caer un ser humano.
De acuerdo con Ralph Waldo Emerson, cada
individuo es la expresión de una humanidad compartida y puede actuar libremente
de acuerdo con su conciencia. Sin embargo, cuando se cae en una obediencia
irreflexiva, el individualismo desaparece y es dolosamente remplazado por una
máquina con restos de humano, dedicada a reproducir una verdad ajena, que sirve
a fines igualmente ajenos. Así pues, me propongo esbozar de una manera breve la
noción y evolución del concepto de ciudadanía adoptado en Francia a partir de
1789, para concluir de la misma manera con los posibles efectos que de estos
ataques puedan desprenderse.
A partir de la Revolución Francesa de 1789,
los cimientos de la nación francesa han reposado sobre tres pilares humanistas
que resuenan al grito de “Liberté, Égalité, Fraternité” (Libertad, Igualdad,
Fraternidad), y que han sido materializados en el concepto de ciudadanía de esa
nación.
Para los herederos de La Marsellesa, ser
“ciudadano francés” evoca una identidad superior a cualquier otra, que llama a
la unión, y defiende la libertad antes que cualquier cosa. Lo cual puede ser
fácilmente entendible analizando su himno de una manera contextual y prestando
atención a la carga etimológica del nombre del país.
Cuando en el cántico nacional se dice “Aux
armes, citoyens! Formez vos bataillons!” (¡A las armas ciudadanos! ¡Formen sus
batallones!) se hace un llamado a la abolición de regionalismos tradicionales y
a unirse como ciudadanos. Es así como se entiende que el común denominador del
pueblo prevalece ante la diversidad, y se vuelve precursor de su fortaleza. Un
concepto que evoluciona y se antepone a las aportaciones del multiculturalismo
actual, reflejado en expresiones nacionales tan ordinarias como lo puede ser su
equipo de fútbol.
“Los blancs, blacks et beurres” ( blancos,
negros, y mantequillas) —manera coloquial en la que se hace referencia al
equipo—, haciendo alusión a las etnias que mayoritariamente componen la Francia
de hoy, dan origen al tono de azul ciudadanía que abarca a los connacionales.
Se puede tener un origen diferente, pero finalmente se es ciudadano francés, y
eso es lo que prevalece. Entonces, al igual que durante los tiempos de la toma
de La Bastilla, la unión prevalece ante la diversidad. El concepto de
ciudadanía se mantiene vigente como el máximo estandarte de alianza entre los
individuos. Aunado a esto, cabe develar la carga etimológica que la República
Francesa contiene en su nombre.
El nombre de Francia, proviene de Frank, que
significa “libre” y era el nombre de las tribus germánicas que se establecieron
en la actual entidad territorial en los siglos III y IV. Deriva de un tipo de
espada que ellos usaban. Por lo tanto, ser ciudadano francés implica ser un
individuo libre en un plano de igualdad y una estructura de fraternidad, que se
sobrepone a cualquier otro factor de identidad con que se pueda contar. Sin
embargo, la suma de un contexto interno en donde ideologías de extrema derecha
ganan fuerza, y los recientes ataques, ponen la vigencia del máximo estandarte
de unión en jaque.
Los ataques cometidos en este mes de enero
por dos hermanos de origen argelino nacidos en Francia exponen las fisuras del
concepto de ciudadanía francés originado en 1789, y tienen la potencialidad de
aumentar la tensión existente entre el Estado Francés y su minoría musulmana.
Los hermanos Kouachi fueron musulmanes antes que franceses, y han jalado el
gatillo de un disparo que promete agudizar las contradicciones culturales y
religiosas. Hoy, el Partido ultraderechista del Frente Nacional cuenta con un
25 por ciento de aceptación, y puede que después de lo ocurrido el miedo de
algunos y el odio de otros contribuyan al aumento de esta cifra.
Las elecciones presidenciales de 2017 no son
ya tan lejanas, y es probable que lo ocurrido el año pasado en el Parlamento
Europeo se repita en la nación gala —un escenario no tan descabellado si se
mantiene el actual contexto económico—. Por otro lado, no hay que perder de
vista a los seis millones de musulmanes que viven en Francia. La reactivación
de los sentimientos de sospecha y desconfianza, de una parte de la opinión
pública que cada día ejerce una laicidad más militante, puede derivarse en
sentimientos de menosprecio o rencor que pueden alterar la manera de
relacionarse entre los ciudadanos, a la vez que también pueden avivar
tendencias jihadistas. El reto a enfrentar para los musulmanes en Francia será
el de lograr una coexistencia digna y pacífica, acompañada de la aceptación de
los valores republicanos de un país laico que ha prohibido el velo islámico por
ley. A la vez que los franceses deberán de aprender a no generalizar, ser
musulmán no deberá volverse sinónimo de terrorista.
A manera de conclusión, se puede decir que
el próximo capítulo para los franceses será el de mantener su concepto de
ciudadanía como una identidad superior a cualquier otra. En donde predomine la
libertad en su totalidad y sea capaz de proteger a sus ciudadanos de cualquier
esclavitud ideológica, en donde la igualdad no convierta a unos en más
ciudadanos que otros, y en donde la fraternidad rija las relaciones de los unos
con los otros. Así pues, el establecimiento de relaciones libres de sospechas,
agravios o malentendidos con la comunidad musulmana será fundamental para
evitar que un movimiento antiislam impulsado por la extrema derecha se adueñe
de la dirección de la nación gala y fracture de una manera irreversible la
convivencia entre los franceses. Liberté, Égalité, Fraternité ante todo.