Hagamos un viaje imaginario hacia los mares del Extremo Oriente.
Frente a Kobe las luces titilan en medio de la niebla. Son las luciérnagas de
Japón. Cientos de ellas se enfilan en una línea interminable como un collar de
perlas. Se trata del puente colgante más largo del mundo, el Akashi-Kaikyo
Ohashi; con un vano de casi dos kilómetros, es la obra de ingeniería más
avanzada en la construcción de puentes colgantes. En esta zona el inmenso y
redondo mar evoca la usina de donde procede toda evolución. Allí está el Puente
Perla como la huella recién trazada.
Sigamos hacia abajo, hacia zonas más remotas y antiguas hasta
dar con los acantilados de Malasia y Filipinas, donde algo centellea en medio
de la niebla. Son centenares de pájaros salangana (Collocalia esculenta), que
construyen sus nidos sobre la roca con un gel que producen con su saliva. Son
una especie de vencejo, llamados así porque sus patas, que casi nunca las usan,
se han ido atrofiando y solo se valen de sus alas para cazar insectos al vuelo.
Puentes de acero y nidos de saliva son dos instantáneas de un
mismo personaje: la evolución.
Son dos huellas suyas dejadas en el tiempo. El primero es la
huella más fresca de la evolución de la inteligencia humana, y el segundo es un
fósil vivo que se remonta al Cretáceo, cuando se empezaron a diversificar las
especies. Ambos son la respuesta de adaptación al medio. Si Japón tuviera un
territorio tan vasto como Australia, no requeriría de tantos puentes y no
habría desarrollado su alta tecnología de construcciones sobre el mar. Si la salangana
tuviera en los acantilados ramas o barro para construir sus nidos, no tendría
que recurrir a su saliva. Darwin se refiere a esta pequeña ave, colocándola un
paso más adelante frente al vencejo, que solo usa su saliva para pegar los
palitos en la construcción de sus nidos. Puede haber algo tan dramático y
tierno a la vez representado en este pajarito que da su propio cuerpo para
conservar la especie.
Puentes y nidos, estructuras colgantes, son un desafío de la evolución
al medioambiente. El puente Akashi se suspende sobre dos cables de acero
templado de 25 000 toneladas cada uno y debe soportar a miles de automóviles
que circulan por sus carriles. El nido de la salangana se suspende por hilos de
saliva condensada que pesan poquísimos gramos y debe soportar el peso de un par
de pajaritos.
Al cabo de un tiempo se borrarán las huellas, y desaparecerán
de entre la niebla. La salangana ya está en vías de extinción y termina sus
días sobre los platos de los inescrupulosos gourmets que devoran sus nidos como
una exótica exquisitez servida en los restaurantes caros de China y Filipinas.
Una sopa hecha con nido de salangana puede costar hasta 300 dólares. El Puente
Perla tal vez al cabo de una centuria será devorado por el mar y bajará al
fondo de las aguas a mezclarse con las conchas marinas.
La evolución no se detiene, y dejará nuevas huellas. Ya los
ingenieros están hablando de puentes de plástico y vidrio. El mar seguirá
siendo la usina donde todo empezó, bañando islas y continentes sobre los que la
realidad ha empezado a brillar en su espléndida cosmogonía como en los mares
del Extremo Oriente.