Los precios del petróleo culminaron el 2014
con una tendencia bajista, de las más relevantes de los últimos años. La mezcla
estadounidense cerró alrededor de los 53 dólares, más de 50 por ciento inferior
al dato de hace un año. Similar sucedió con la mezcla Brent, que cayó a mínimos
de cinco años y llegó a tocar los 55 dólares por barril. Es un mercado
mundialmente contraído que tiene en buen predicamento a quienes dependen de él
para funcionar, como varios países de América Latina.
Como cualquier producto, el petróleo está
sujeto a las condiciones del mercado, el cual ahora experimenta menor demanda
de Europa y China, pero la misma oferta de las naciones productoras miembros de
la OPEP; y por eso la minusvalía. China es el segundo mayor consumidor de crudo
y concluyó diciembre con una desaceleración en su sector manufacturero, además
de los problemas macroeconómicos que viene lidiando desde 2013. Sobre Europa,
es la misma del último lustro: una depresión crónica.
Los integrantes de la OPEP contemplan que el
2015 finalice con precios de entre 70 u 80 dólares, lo que sería razonable y
buena noticia para todos, pero también son conscientes de que en el transcurso
del año la tarifa estará por los 60 dólares. Ello representa fuerte presión
financiera para los países vendedores, pues sus presupuestos de egresos están
formulados con base en un precio de venta promedio más alto. Igual se entiende
que no quieran disminuir el ritmo de producción actual, dado que desacelerarían
a su industria nacional; finalmente por eso están allí, porque de eso viven.
El contexto económico general es idéntico
para América Latina: de tristes expectativas. El crecimiento de 2014 se estima
en 1.3 por ciento, que sería el más bajo de la última década; para 2015, quizá
mejore algunas décimas. Nada relevante y muy lejos de los necesario.
La debacle del petróleo no es la única razón
que tiene batallando a las naciones latinoamericanas. En palabras del FMI, la
baja permanente en los precios de las demás materias primas y la nula
renovación de sus mercados internos, no les ha permitido sostenerse con éxito
ante la extenuación económica global.
América Latina ha vivido, y muy bien en
algunos períodos del presente siglo, de la venta de recursos no renovables a
otros países en expansión, como China; no obstante, solo en ello ha fincado su potencial,
y por eso ahora que no hay demanda para dichos productos, sus amenazas se
volvieron debilidades.
La región no aprovechó la bonanza de China
para diversificarse y dejar de ser económicamente dependiente de cosas que se
van a acabar y que ya no están en el radar del crecimiento económico del futuro
inmediato.
En general, los fundamentos macroeconómicos
de la región muestran solidez, lo mismo que su sector empresarial. Es momento
de aprovechar estas fortalezas y trabajar en bases de crecimiento distintas:
desarrollo tecnológico, generación y uso de talento humano e innovación.
Implica aumentar productividad y estrechar la informalidad. No es nada
sencillo, paro sí hay con qué lograrlo.
Amable lector, recuerde que aquí le
proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le
corresponde a usted.