Decía el escritor y político suizo del siglo XVIII Edmund Burke que el mal triunfa cuando los buenos han decidido no hacer nada. Y hoy, casi tres siglos después, esta reflexión se manifiesta como una realidad.
Cualquier país desarrollado cuenta con una clase empresarial que cree, practica y participa de la democracia. En esos países se sabe y se tiene conciencia de que la corrupción es el cáncer y origen de muchos de los problemas que no dejan despegar a otros países que supuestamente tienen todo para ser democracias consolidadas y regímenes confiables en el contexto internacional. Hoy lo que se vive en México no solo es un problema de gobernabilidad y credibilidad, sino el resultado de años de impunidad en todos los órdenes, desde el nivel más doméstico hasta el nivel más encumbrado política y empresarialmente hablando. Suponer que el narcotráfico, el crimen organizado, el tráfico de influencia y la corrupción al menudeo no tienen nada que ver con la situación de ingobernabilidad y crisis de confianza que prevalece en nuestro entorno es un tanto ingenuo.
En otros países, por ejemplo, cuando un ciudadano es asaltado, es motivo de noticia; en México, ni las miles de muertes de los últimos años estremecen a las autoridades ni la conciencia ciudadana. ¿Ya nos acostumbramos? Cuando una sociedad ya no se asombra de su propia podredumbre, es que algo muy grave está sucediendo. Pero más grave que ello, es que esa misma sociedad no identifique o relacione sus propias conductas como la causa remota más importante de ese ambiente de deterioro y descomposición en el sistema.
En la espiral de la corrupción e impunidad en nuestro país, tanto autoridades, como políticos y liderazgos sociales han caído en el garlito del análisis por los efectos, pero no han ido un poco más allá. Es cierto, vivimos un grave problema de impunidad, pero no solo es un tema de corrección del comportamiento disfuncional de cualquier miembro del sistema económico, político y social, sino que también es un tema de cultura de legalidad. Ciertamente la sociedad común no es culpable de asesinatos, asaltos y secuestros, no, no es culpable; pero ciertamente sí somos corresponsables de la situación: dejamos crecer el mal a una dimensión que hoy se vislumbra incontrolable.
En ese contexto quienes lamentablemente no muestran un protagonismo relevante, entre otros muchos actores, son los empresarios. Pareciera que no han entendido que en nuestro proceso de transición ellos y su sector son fundamentales para consolidar nuestra democracia. Ante la situación que prevalece ¿cuál es su postura, qué es lo que proponen, cómo piensan colaborar a la consolidación de nuestra democracia?
Probablemente muchos de ellos no estén conscientes de la importancia que conlleva su participación en este proceso, no solo de la resolución de los problemas más inmediatos, sino también en esa construcción institucional de mayor alcance para nuestro país.
No dejemos que intereses mezquinos y corruptos vuelvan a destrozar el futuro de este país. Hoy los problemas de la nación no se suscriben a los partidos políticos, a los gobiernos locales y federal, sino a todos los actores. Todavía es tiempo de alzar la mirada, pensar en la siguiente generación, extirpar la corrupción, y ahora sí, entre todos pactemos y definamos generosamente qué país pensamos dejar para la siguiente generación.