El cambio climático no sólo está
derritiendo los casquetes polares y los glaciares, sino que también parece
estar acelerando la historia. El planeta está viviendo intensamente. Todos los
días nos sorprenden las innovaciones de Samsung y Apple, dos especies en lucha
por los mercados. Todavía el mundo no ha salido del choque del petróleo en
caída libre cuando nos llega el último sacudón del año: Estados Unidos y Cuba
van a restablecer relaciones diplomáticas después de medio siglo. Mi hermano me
telefonea desde Los Ángeles, y al cabo de pocos minutos la noticia ha
estremecido al ya estresado planeta.
En la Argentina, los presidentes del
Mercosur aplauden la valentía de Obama, mientras que en Versailles (Miami) y en
Union City (N. Jersey) vociferan “Obama traidor”. ¿Qué está pasando en el
mundo? Simplemente que el presidente de Estados Unidos se ha convertido en el
pivote sobre el cual la historia ha empezado a acelerar (¿son los invisibles
hilos del imperio?).
Al cabo de más de 50 años se abre una
rendija en el continente americano, y el muro que nos había separado miserablemente
empieza a resquebrajarse. Es el muro levantado en una isla, pero que le dio un
frenazo en seco a toda la historia latinoamericana: la lucha antiimperialista,
frente a la cual hasta los líderes más lúcidos de nuestro continente quedaron
subyugados, desde el Caribe hasta las Tierras del Fuego, y al otro lado del
muro: yanquis desconfiados y fríos. Diplomacia y suspicacia.
Es comprensible el desasosiego e
indignación de los cubanos de Miami liderados por el senador Rubio, ya que un
rayo de la democracia atravesó violentamente la rendija, sacudiendo la
oscuridad que por tantos años habían tenido que soportar con la dictadura.
Año 1962, el enclave privilegiado de la
isla al sur de la primera potencia del mundo, con una población dinámica y
emprendedora, que asociándose con el norte la habrían convertido al cabo de los
años en el Hong Kong del Caribe, por una torpeza inaudita de su líder que se
había levantado en armas, es usada como plataforma para el lanzamiento de
misiles soviéticos, apuntando al norte, a sus vecinos, que por naturaleza
debían ser sus aliados.
Al cabo de poco tiempo, Cuba, respaldada
por Rusia, llevó su rencor a todo el continente del sur y lanzó a los cuatro
vientos la lucha contra el imperialismo. Incendió el cielo de las Américas, expandiendo
por todos sus rincones la guerrilla y el terrorismo. En estos días se trata de
apagar los rescoldos que quedaron en las FARC, precisamente en La Habana. Ahora
esta decisión valiente de Obama va a ser el mejor extinguidor para apagar el
fuego.
A mí me tocó vivir en Santiago de Chile, en
la época de la Unidad Popular de Salvador Allende, los viajes incendiarios de
Fidel Castro a ese país, que a veces duraban un mes, y el desenlace trágico con
la subsecuente dictadura. Cuba atizó los errores cometidos por el Pentágono
levantado el muro contra el imperio que hoy empieza a desmoronarse. Los
glaciares se descongelan y también acá se está rompiendo esta muralla de hielo.
Sin duda que la lucha antiimperialista ha
limpiado nuestro continente de las oligarquías, pero también lo habría logrado
la democracia, ahorrándonos el exabrupto de la lucha. El año 1994, ante la
inminencia del ALCA, cuyo tratado se firmaba en Miami, Fidel Castro le declaró
la guerra, aduciendo que por medio de ella, Estados Unidos convertiría a
América Latina en su patio trasero, y consecuentes con esto, los líderes
izquierdistas vociferaban, en un estadio al sur del continente, acompañados del
inefable Maradona: el ALCA al carajo, y años más tarde, países abiertos e
inteligentes, uno tras otro, enviaban sus cancilleres a Washington para lograr
un TLC con EE. UU. Hoy son cuatro los que lo lograron y que ahora ocupan la
cabecera de playa con el futuro, en el Pacífico.
El pivote sobre el cual la historia empieza
a acelerarse está anclado en territorio norteamericano (para los que se
interesan por el imperio). Girando sobre él América Latina en esta última
década ya entró en el umbral de la nueva era que le aguarda y que los
norteamericanos con un liderazgo indiscutible levantaron la cresta de la
primera ola en los años 80 con la extrapolación de su industria manufacturera a
la China, que les ofrecía mano de obra obscenamente barata y disciplinada por
el comunismo y que por carambola produjo una avalancha de exportaciones de
comodities desde América Latina hacia el país asiático con lo que se elevó
considerablemente el PIB de los países latinoamericanos, sacando a más de 100
millones de la pobreza. Esta jugada beneficiosa América Latina se la debe al
imperio. Y de esta manera, con el capitalismo instalado en China, Estados
Unidos sellaba la joya de la corona asiática.
Estados Unidos tuvo un receso por un
traspié hipotecario desde 2008 hasta ahora último. Obama termina su mandato,
habiendo sacado a su país del atolladero, y siguiendo la hoja de ruta, anuncia
la nueva ola para América Latina, restableciendo relaciones con La Habana. A
partir de aquí todo cambiará no solo para Cuba, sino especialmente para América
Latina. Este anuncio ha sido incluso un pinchazo para los nuevos globos de
ensayo de la izquierda como podemos.
La cresta de la segunda ola que hoy
estremece el continente se levantó en Dakota con el shale oil, frente al cual
la propia Arabia Saudita ordenó ahogar los mercados con petróleo para castigar
a las lutitas con precios bajos, tan bajos como para que desapareciera su
competitividad comercial: selección natural de fósiles, aunque pataleara la
OPEP, liderada por Venezuela. Esto ha traído como consecuencia la ruina del
primer y segundo aliados de Cuba: Rusia y Venezuela, y definitivamente Caracas
ya no podrá seguir auxiliando a La Habana con petróleo barato.
Con la segunda ola Estados Unidos cobra su
soberanía energética con base en el petróleo de esquistos, ya no necesita
importar, lo cual era un hándicap para su desarrollo y, de paso, ayuda a
Europa, Asia y algunos países latinos. Esta jugada recién empezará a surtir sus
efectos positivos a partir de 2015.
La cresta de la tercera ola se levantó
inmensa la semana pasada con el anuncio de restablecer las relaciones EE. UU.-Cuba
y provocó un gigantesco tsunami que inundó la isla y llegó a Miami, provocando
temblores en todo el continente. A estas horas las aguas ya han bajado, pero a
partir de ahora nada será igual. La historia de América Latina entra a una
nueva era y se acelera.
Antes los mexicanos decían: “pobre México,
tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, pero ahora no. No es Dios
quien ha engrandecido este país, son los propios mexicanos que lo han hecho
grande aprovechando la vecindad con EE. UU. Los chinos, los astutos y
ambiciosos chinos, cuánto no darían por ser vecinos de EE. UU. América Latina
ha desperdiciado su vecindad con el coloso del norte, pero ha llegado el
momento del reencuentro, enterrando definitivamente los antiimperialismos que
para nada le han servido. Nuestros líderes deben tener la madurez de los
europeos para aceptar, digerir y asimilar el liderazgo de Estados Unidos con el
que debemos avanzar codo a codo para construir el continente de las Américas.
Con el derrumbe del muro del Caribe se inicia
la tercera ola con la que Estados Unidos no ha estado pensando solo en Cuba,
sino en Latinoamérica engatusada por Cuba con el cuento imperialista. Con el
restablecimiento de las relaciones diplomáticas, y más tarde las comerciales,
se le tapa la boca a Cuba y se le quitan los argumentos para sus campañas antiimperialistas.
Tal vez todo esto solo sea una rendija por la que le llegará oxígeno a la isla,
pero si se abrirá o no, dependen de los años de vida que le queden a la torpeza
socialista, pero para América Latina la caída del muro es una señal inequívoca
que nos está enviando el norte para avanzar juntos en el logro de la plena
democracia y el respeto a los derechos humanos. La era de las -Américas ha
llegado.
Obama elegantemente pone en manos de Raúl
Castro el arma para desaparecer de escena. Torpe de él si no lo hace, y pronto.