En la década anterior, América Latina vivió un auge económico
trascendente. El crecimiento de China y la actividad en Estados Unidos hasta
antes de 2008, le otorgaron un impulso valioso que la llevó a crecer por encima
del promedio de la OCDE y a resistir con buenos números las crisis hipotecaria
de 2008 y del endeudamiento europeo en 2011. La región fue un refugio útil para
los capitales que dejaban el llamado primer mundo ante el derrumbe masivo de
sus mercados.
Empero, hoy que la economía del mundo entero atraviesa por un
fuerte decaimiento, quedan al descubierto las debilidades de Latinoamérica. Y
el consenso es unánime: no se aprovechó el auge de los años previos, no se
invirtió en lo que hacía falta. Ahora el diagnóstico es muy similar al de hace
tres lustros: enorme desigualdad; mercados internos endebles; alta
informalidad; baja productividad; frágil Estado de derecho; exaltada
corrupción; mala educación; y la lista crece.
En opinión de su escribidor, el peor de los lastres es la
desigualdad, pues es el que más irrita al tejido social, por inhibir el acceso
a las oportunidades; y detona el círculo vicioso que conforman las otras
conductas nocivas citadas. Para muestra la bonanza comentada, pues solo
benefició a la mitad de la población que antes ya se encontraba bien, en tanto
le siguió yendo igual de mal a quienes ya padecían carencias. Y por eso el
diagnóstico y los lastres son los mismos.
Si bien las soluciones se visualizan desde hace años, la
realidad ha terminado por imponerse sobre el discurso y no se han concretado
las políticas públicas precisas. Basta con señalar que en 2014 la región
crecerá apenas 1.1 por ciento promedio, dígito escaso para pensar en
incrementar el gasto público de verdadero impacto social, o para invertir en
optimar la educación, apoyar la innovación, alzar la productividad o fomentar
las pymes y el talento emprendedor. La brecha es muy amplia.
La temática es, en primera instancia, de índole financiero y
fiscal, de ingresos pues. Las naciones de América Latina jamás tendrán finanzas
públicas vastas para optimar las aptitudes de su población y la competitividad
de los mercados internos. Al menos no mientras el 55 por ciento de la población
económicamente activa continúe sin pagar impuestos. En ningún lugar del orbe
será nunca sustentable que cuatro individuos absorban el gasto de 10.
Es el tamaño de la informalidad en la región, aunque hay
países peores, como Colombia y México que registran 60 por ciento y 65 por
ciento respectivamente. ¿Cómo pensar en estimular cadenas de valor y en
conquistar mayor inversión si nuestros negocios formalmente ni siquiera
existen? Pero bueno, ¿por qué habríamos de registrarlos y pagar impuestos si de
todas maneras no hay acceso a oportunidades dignas? Es la degeneración que
provoca la desigualdad, una donde cada día se pierde valor.
Los organismos internacionales dicen que en 2015 debe
protegerse el gasto público destinado a inversión en infraestructura, para
evitar la recesión de las microeconomías. Sin duda que es lo racional, pero la
realidad también tiene su lógica. Ya conoceremos cómo se impone.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una
alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le corresponde a usted.